sábado, 26 de enero de 2013

Anselmo y la Navidad


No era de árboles ni de bolas de colores, no montaba belenes, ni guirnaldas,  ni espumillones, no colgaba muérdago, ni en su casa oirías villancicos, Anselmo no tenía espíritu navideño. Nunca puso comida en el balcón para los camellos, ni dejo entornadas las ventanas para facilitarle la entrada a los magos de Oriente, no comulgaba con el proceder del gordo de la barba blanca y sin un motivo claro, sentía aversión por los renos, animales de mirada insípida según decía. Anselmo no era muy de regalar en esas fechas donde una falsa alegría lo inundaba todo.

En el balcón de su casa no había luces ni brillantes estrellas, tampoco en el salón ni en el resto de habitaciones; su casa mantenía el llamado apagón navideño y no daba el gusto al contador de la luz para que incrementara sus kilovatios durante esos días. Nada en su entorno personal denotaba una época festiva por qué Anselmo era ajeno a la Navidad. Nada de niños cantando en el portal, nada de spray nevado en los cristales de las ventanas, ni un solo signo de tipos exóticos a lomos de camello, tan sólo la normalidad de cualquier otro día en la vida de Anselmo.

Dicho está que no era hombre de belenes, no entendía esa reunión de pastores, animales y gentes venidas de lejos ¿qué era eso de regalar mirra,  incienso y oro? Un niño normal no quiere ni acepta semejantes presentes; a esas edades un niño no está por el dinero y menos en un lugar sin quioscos ni chuches, con el incienso lo más que podía conseguir era hacer arder el camastro a poco que se descuidaran sus padres y la mirra ¿qué coño es eso de la mirra? ¿Cómo se juega con la mirra? Anselmo no entendía el proceder de aquellas gentes si es que realmente existieron, mirra a un niño pequeño, al menos si pudiera comerse…

A estos sin sentidos había que añadir las últimas noticias recibidas desde el Vaticano; de un día para otro Benny XVI había cambiado a los personajes por santo decreto haciendo sitió en el portal. De un plumazo se había cargado el tradicional mundo animal, fuera mula y fuera buey, a pastar hierba al campo que allí estaban muy apretados y la virgen quería aire. Y por si esto no fuera ya de por sí suficientemente traumático para la tradición, nos cambia también la nacionalidad de los magos de Oriente, ahora resulta que venían de otro lado mucho más próximo y tenían raíces andaluzas, a poco que sigan esforzándose en la Santa Sede nos los hacen llegar a lomos de unos Miuras o Vitorinos o vete tú a saber qué. Mira que sí al final los presentes recibidos por el nano resultan ser una guitarra, unas peinetas y un par de banderillas, lo propio de una banda de palmeros. Es lo que tiene el poder, te cambian la historia según sus gustos a poco que te descuides  y te quedas sin tiempo para reaccionar, ahora van y nos joden la granja quedándonos sin animales junto al pesebre, con el calorcito que daban...

Anselmo era un ser neutro durante esas fiestas, eso era sabido por quienes lo conocían.  No acudía a desfiles ni celebraciones callejeras, eludía los centros comerciales y los mercadillos espontáneos, no esperaba nada del nuevo año y tampoco hacia balance del que acababa; Anselmo vivía el día a día y no hacia planes a largo plazo. Aquellas fiestas de luz y color, cancioncillas tiernas y mucho comprar, le traían sin cuidado, él no cambiaba sus costumbres ni adoptaba falsos estilos de vida durante aquellos días. Anselmo era fiel a Anselmo y el que lo conocía, sabía que aquella época del año no iba con él.

Anselmo no era de comer turrones, polvorones y mantecados; su dieta durante esos días no variaba pues lo que para muchos eran comidas especiales, para él eran viandas normales y cotidianas. Las angulas y el caviar iraní, nunca faltaban en casa y era de frecuentar restaurantes distinguidos, por eso cada comida para Anselmo era un extra para el pueblo llano. Era de gustar mariscos sin hacer ascos al molusco de la tierra, las almejas de carril eran de su agrado y nunca faltaban sobre su mesa, una fuente de percebes también era solicitada los días de buen comer y Anselmo solía comer bien a diario.

Esos días no ponía televisión, los anuncios incitando al consumo sin limite entre sonrisas forzadas y falsa alegría, le creaban animadversión y torcían su humor de normal aceptable. Lo de atrasar las rebajas para inmediatamente después de la fiestas, lo consideraba una tomadura de pelo y metidos en esa tesitura, le enfermaba ver como cada año el pueblo hechizado, cabalgaba sin freno hacia las puertas de los centros comerciales, eran como un rebaño cuyo pastor común los guiaba al corral desde los medios de comunicación.

No era hombre de felicitar en esos días, ¿por qué debía hacerlo si nadie había hecho nada especial por lo que ser felicitado? Él iba a lo suyo ajeno a esos ritos folklóricos, sin prestar atención al ambiente que lo rodeaba; aquellos días Anselmo no era el simpático y agradable gentleman que todos conocían, el hombre apuesto que enamoraba con su labia y saber estar, el bailarín experto que flotaba sobre las pistas de baile repartiendo sonrisas y miradas cautivadoras. Anselmo en esos días era huraño, serio, solitario y mordaz, había perdido su frescura y no lo disimulaba, le tenía sin cuidado el qué dirán pues nunca le preocupó tal cosa.

Esos días no frecuentaba sus cafeterías y restaurantes habituales, en ellos también imperaba el ambiente navideño y ya se sabe, él lo eludía; en más de una ocasión pensó en hacer un viaje, alejarse de toda aquella farsa, pero casi todo su mundo civilizado celebraba esas fiestas y quienes quedaban fuera de él, carecían del atractivo necesario para ser visitados, Anselmo era muy curioso en su viajar y no iba a cualquier sitio.

No creía en el azar, era del pensar que las cosas había que ganárselas, por eso otro de los aspectos añadidos a tan nefastas celebraciones era la dichosa lotería del día veintidós; como odiaba aquellas colas frente a las ventanillas de las administraciones, todos convencidos de que su número sería el elegido por los niños cantores del bombo, pobres ilusos, cierto es que la esperanza es lo último que se pierde pero demostrado estaba que las probabilidades de ser el agraciado eras muy escasas.

Añoraba sus fiestas de a diario, sin fechas especiales, sin nada significado que celebrar, esas eran su vida y en ellas había crecido como hombre llegando a ser quien hoy era. En ellas desplegaba todo su saber, ponía en práctica sus habilidades, lucía sus encantos y se dejaba conocer, pues eran muchos los que lo pretendían. Actos a los que acudir nunca le faltaban, pues eran muchos los que requerían su presencia, en ocasiones tenía que dividirse haciendo breve su estancia en los eventos y reuniones a los que acudía pero ¿qué podía hacer? Todos deseaban su presencia y él intentaba complacerlos.

Se dejaba querer pero era de poco rechazar, le gustaba el agasajo y el cumplido acertado, estando siempre dispuesto a recibirlo; no era de creérselo pero sabía disimularlo por eso había quien pensaba de Anselmo que era un tanto pedante. Nunca canto nádales, esas cancioncillas de estribillos silvestres, su voz no estaba hecha a ellas y su ego era reacio a las mismas por eso eludía cualquier invitación para unirse a los coros. Fueron esas cosas las que influyeron es su falta de vida social por aquellos días.

La Navidad por tanto para Anselmo, era una época gris en la que no derrochaba su simpatía habitual y si gris era la época, gris era su espíritu durante esos días por lo cual quien conociera a Anselmo en ese periodo del año, no lo identificaría con la fama que solía precederle pues en ese tiempo, él era otro Anselmo.

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