DÍAS QUE SE TUERCEN
Y digo yo, hundido en la
arena sobre mi silla de ruedas, ¿cuándo llegará el agua? Tengo la boca seca y
mi lengua hinchada parece madera, apenas puedo moverla sin sentir como sus
entrañas se resquebrajan y por momentos, creo que se va a romper entre mis
deshidratados labios. Pienso en esas montañas de botellas dormidas sobre los
estantes del centro comercial, a tan sólo un centenar de metros de donde estoy;
miles de litros prisioneros en sus envases de plástico y yo aquí, junto a la
palmera, me muero de sed a la vista de una multitud tirada sobre sus toallas
que me ignora.
¿Cómo he podido llegar a esta situación? Iba a ser un día
de sol y playa, con refrescos y cremas protectoras, con biquinis diminutos y
ombligos respingones, un día agradable y divertido que se ha torcido, maldita
sea mi suerte cuanta sed tengo y aquí no se me acerca nadie. Mi piel arde a
pesar de la sombra de la palmera, si fuera cocotero seguro que soltaba sus
frutos y me daban en la cabeza, maldita sea mi suerte, quiero beber y ni con
mis orinas puedo saciarme pues mi inmovilidad me impide alcanzarlas.
¿Cómo es posible que vea sin ser visto? Míralos ahí
tirados con sus pieles aceitosas y rojas como cerdos recién cocidos, ellos a lo
suyo, a retozar sobre la toalla mientras yo aquí me tuesto poco a poco de fuera
a dentro; jodidos turistas, ven la playa y se atontan, caminan hacia las olas
como autómatas inmaduros cuyos reflejos dudan entre sí deben levantar un pie o
el otro al llegar al agua. Tengo sed, me muero de sedddd y vosotros, carnes
muertas bajo los parasoles multicolores me ignoráis con sádica indiferencia.
A mi mente acuden imágenes de manantiales de agua fresca
y cristalina, lo que daría en estos momentos por poder abrir mi boca y morder
su fluido mágico sin control ni freno, joder que buena debe estar esa agua que
fluye en mi cabeza y refresca mi imaginación . ¡He chico, chico, ven, no te
alejes....ayúdame por favor, cabrocete, estoy aquí....pero mira jodido ¿no me
ves?! Ni caso, va el muy mamón y se aleja de mi con su puta pelota entre las
manos, será hijo puta el mocoso del demonio que ni siquiera ha girado la
cabeza, ojalá se lo lleve el primer
camión que pase cuando cruce la calle y sus tripas se desparramen sobre el
asfalto.
Si fuera capaz de levantar un brazo lo mordería y me
bebería la sangre de mis venas pero ni eso puedo, estoy aquí como una estatua
más del paseo marítimo pero a diferencia de ellas veo, siento, muero y tengo
sed, mucha sed; mi cabeza arde y por momentos la visión se vuelve borrosa,
quizás esté llegando el fin, solo siento no haber podido despedirme de ciertas
personas que en estos críticos momentos, viven su vida ajenos a mi desgracia.
Vete a España, vete a España, me decían en mi vieja Armenia, allí hay trabajo
para todos y no hay problemas para sacar los papeles; en que mala hora les hice
caso, ni trabajo, ni papeles, ni salud y ahora estoy en la puta playa viendo
llegar mi muerte abandonado por todos, maldita sea mi suerte una y mil veces.
El idílico y apartado oasis en el que nos habíamos
instalado se había convertido en mi cárcel, en mi castillo d’If en el que Dumas
encerró a su conde de Montecristo, en mi Guayana Francesa donde Papillón sufrió
desventuras y peligros, en mi diminuta isla de Elba destierro de un Napoleón
derrotado pero a diferencia de todos
ellos, era un Robinson inmóvil, lastrado por una mala caída que me tiene atado
a mi silla de ruedas; ellos, aun prisioneros, podían moverse en su reducido
reino en cambio yo, solo soy dueño de mi parpadeo y al ritmo que llevan los
lacerantes rayos solares, pronto esa escasa capacidad escapará a mi control
pues de hecho ya duele cualquier movimiento de mis ojos por mínimo que este
sea, los párpados escocidos e irritados, abrasados por el inclemente sol, ya
sufren la factura de la irradiación sobre una piel eccémica y enrojecida.
* * * * *
Cerró los ojos una vez más, solo así encontraba un poco
de sosiego aun sabiendo que al volver a abrirlos, el suplicio sería mayor; a
oscuras reflexionaba sobre su vida hasta ese momento y no reconocía al Artio
que en esos momentos languidecía junto a la palmera, era él pero dentro de un
cuerpo en el que nunca debió estar. A pesar de sus limitaciones en su barrio
era todo un personaje, por que Artio era alegre y extrovertido, solía caer bien
entre los vecinos y todos los comercios de la zona lo conocían y sabían de su
vida; allí, en aquella playa maldita, no era nadie y nadie sabía de él, era el
gran ignorado de la bahía, invisible a todas luces bajo un sol luminoso que
llenaba de vida toda la franja de playa. Los latidos de su corazón se apagaban
inmisericordes mientras su cuerpo intentaba sacar energías de la nada pues nada
es lo que tenía.
* * * * *
Muero olvidado —suspiró—, y ni grabar mi nombre en tú
tronco puedo —dijo dirigiéndose a la muda palmera; ¿Dónde estarán mis chicas?
¿Qué puede haberles pasado para tenerme aquí abandonado? Recordó sus cuerpos
alejándose de él unas horas antes, sus bustos tersos, sus pieles suaves, sus
caderas exquisitas, aquellas piernas bien torneadas moviéndose sobre la arena,
la misma arena que ahora lo tenía atrapado, no hizo falta atarlo al palo porque
el perro no se movería, los esperaría en su sitio hasta que volvieran pero el
tiempo pasaba sin señales de sus amos.
Intentó evadirse de la cruel realidad hundiéndose en el
baúl de sus recuerdos, eran muchos los momentos que su mente retenía en lo que
él llamaba <<la trastienda de la vida>>. Recordó el día en que lo
llevaron a comer sushi, su última experiencia japonesa no había sido buena así
que entró en el local un tanto expectante; era un mediodía de marzo y había
fiestas en la ciudad así que encontrar mesa libre era difícil pero lo
consiguieron, su buena amiga con quien allí fue era experta en el tema y se
movía con destreza entre las decenas de nombres exóticos que llenaban la carta:
sushi, sashimi, chirashi, maki de salmón, de atún, de caballa, de vieiras o las
tempuras de gambas, todo ello regado con buenos vinos blancos o cavas
españoles; la verdad es que nada tuvo que ver aquel almuerzo con la denodada
cena de mal recuerdo, el rincón bajo la escalera en el que se pusieron, sin
llegar a ser un reservado prácticamente lo fue pues estaban alejados de todos, la
compañía con aquellos ojos verdes mirándolo ya iluminaba el lugar por si sola,
a pesar de luz que entraba por los grandes ventanales que daban a la galería
comercial y la conversación, fluida y
desinhibida, acabó llevándolos a puntos calientes de sus vidas a lo que
contribuyó en cierta medida, el exquisito caldo que refrescaba sus gargantas.
Aquel encuentro y el entorno en el que tuvo lugar, le
alegró el día ayudándole a afrontar las siguientes jornadas con algo más de
vitalidad, ahora lo recordaba con nostalgia sin poder borrar de su memoria
aquel brillo esmeralda proyectado desde sus ojos verdes. Las imágenes de aquel
día se desdibujaron en su cabeza siendo sustituidas en un fundido por la triste
realidad que lo rodeaba, arena, toallas, un par de hamacas vacías y la esbelta
palmera cuyas palmas, allá en las alturas, intentaban mitigar el efecto de un
sol inclemente y abrasador.
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