UNA TABLA DE SALVACIÓN
Tenía su sonrisa en la
memoria, los escasos instantes pasados en su compañía llenaban muchas horas en
su recuerdo, el brillo de sus ojos iluminaba sus momentos sombríos, era su
tabla de salvación cuando todo parecía perdido, la isla en el océano de su precaria
existencia, faro y guía en su tormentosa vida. Pensaba en ella con frecuencia y
eso le hacía feliz, era una felicidad agridulce pero que alegraba cada uno de
sus amaneceres; Artio nunca espero nada de ella pues nada tenía él que poder
ofrecerle, compañía, sonrisas y poco más, su tiempo había pasado hace muchas
vidas y en la actualidad tan solo añoraba verla una vez más.
Allí seguía junto a la
palmera pensando en su amiga del alma dejando volar su imaginación, con los
ojos entornados y la cabeza ligeramente caída sobre el pecho, sus labios
resecos y agrietados murmuraban una canción obscena inventada hace años y
tarareada con frecuencia; el sol abrasador de aquella mañana de junio, no tenía
piedad con aquel guiñapo en el que se había convertido en las escasas horas que
allí llevaba y sus escasas fuerzas, iban escapando por cada poro de su piel.
Había perdido la noción
del tiempo que llevaba allí atascado, se sorprendía de haber resistido tantas
horas entrando y saliendo de un irregular duerme-velas próximo a la inconsciencia,
sin haber sucumbido al amenazante golpe de calor aun así, era consciente de que
se le iba la vida y de no aparecer pronto alguien, no resistiría mucho más. No
se explicaba que podía haber ocurrido con sus amigos, no era normal que
hubieran desaparecido de un plumazo dejándolo allí a él, algo malo debía
haberles pasado pero ahora, en aquel momento y bajo aquel sol abrasador, la
angustia y desamparo que sentía le hacía centrarse en si mismo, en su
situación, la cual estaba llegando a un punto critico de no retorno.
El rincón idílico que
creyeron encontrar a su llegada junto al pequeño grupo de palmeras, tranquilo y
alejado de todos, se había convertido en su peor pesadilla, en su isla
tenebrosa por la que nadie transitaba, allí se encontraba él atrapado
dando las últimas bocanadas de aire como
un pez agonizante sobre la orilla; el aire caliente apenas le entraba por la
boca y cuando llegaba a su reseca garganta, le quemaba como el fuego, intentaba
extraer un mínimo de saliva de sus exiguas glándulas que le permitiera lubricar
sus deshidratadas mucosas pero ni exprimiendo sus últimas células, obtenía unas
gotas de fluido que devolviera la flexibilidad a su momificada garganta.
Aquello era el final.
Volvió a caer en una
vacía seminconsciencia alejándose del mundo que le rodeaba, desde su inframundo
próximo al averno, oía el guirigay de las gaviotas en el cielo azul, a sus
oídos llegaba el alegre murmullo de una masa humana disfrutando de un día de
playa a escasos metros de él pero para la que era invisible, a lo lejos podía
oírse algún vehículo circulando junto al paseo marítimo incluso si afinaba el
oído, a su macabro oasis llegaban los ritmos cambiantes de alguna melodía de
moda, vomitada desde un walkman tirado sobre cualquier toalla. A su cerebro
llegaba todo ese ruido ambiente pero cada vez era menos capaz de identificar y
discernir su procedencia pues a medida que pasaba el tiempo, iba alejándose del
mundo de los vivos y adentrándose en las brumas del más allá.
Una vez más aparecieron
frente a las retinas de su memoria aquellos ojos verdes de su juventud, una vez
más aquella sonrisa singular alegró su alma, su amiga había vuelto para
llevárselo y él se sentía seguro a su lado, nadie mejor que ella para guiarlo
en su último viaje, por fin entrarían juntos en el mundo de las hadas y él
recuperaría su libertad, abandonando las ataduras terrenales que tan mala vida
le habían dado. Su subconsciente se nubló, las imágenes se volvieron confusas y
ella desapareció, de pronto volvió a verse subido a un andamio con la paleta en
la mano luciendo una pared exterior, el día era gris y ventoso, él acababa de
salir de una gripe y no se encontraba bien pero necesitaba el dinero y allí
estaba, subido al andamio y con la paleta en la mano.
Fue cuestión de
segundos, él no lo recordaba pero se lo contaron después, en una de las paladas
de enlucido el cubo se volcó y al ir a cogerlo para evitar que su contenido se
derramara, una ráfaga de viento le hizo perder el equilibrio y cayó al vacío;
la altura no era excesiva, tan solo un primer piso, pero con tan mala fortuna
de ir a caer sobre una pequeña hormigonera que trabajaba a sus pies. Se le
diagnosticó una fractura de la quinta vértebra cervical con daño medular
irreversible, quedaría paralizado de cuello para abajo hasta el final de su
vida; viendo la situación en que se encontraba, este no parecía tardar en
llegar.
Hacía seis años de eso
pero para él apenas si había pasado el tiempo, todo parecía haber ocurrido
ayer; los largos meses de hospital, las semanas de incertidumbre al volver a
casa, el nuevo aprender a vivir dependiendo siempre de otros para la más mínima
cosa, se concentraban en tan solo unos segundos dentro de su cabeza. Cada día
era una aventura nueva que nunca sabía como iba a acabar, cada despertar traía
a su mente nuevas incertidumbres difíciles de controlar, programar sus jornadas
aunque lo intentaba, era una sorpresa tras otra y por tanto acabar el día sin
ningún contratiempo, era todo un regalo de los dioses.
Artio no era hombre de
creer, de hecho pensaba que las religiones eran el cáncer de la humanidad, solo
bastaba con leer un poco de historia o ver películas de época en la que
aparecieran curas para hacerse una idea del poder inexplicable y obsceno que
tenían sobre un subyugado pueblo, eran dueños de la vida y la muerte de su
plebe la cual vivía sus miserables vidas bajo el temor de la cólera divina.
Daba igual el credo que fuera pues todos tenían un objetivo común, el control
del pueblo y cuanto más ignorante este fuera mejor para sus fines, de ahí que a
lo largo de la historia los hombres de ciencia chocaran frontálmente con la
iglesia, siendo muchas veces perseguidos y acosados como presas salvajes.
Ya no sabía donde
estaba, por momentos confundía la realidad con los fugaces chispazos de sus
neuronas, el calor y la falta de agua estaban pasándole factura de manera
cruel; sus párpados quemados le escocían al moverse sobre los ojos, la falta de
lágrimas hacía de la fricción sobre sus córneas, un tormento que no podía
mitigar motivo por el que intentaba mantener los ojos cerrados y tan solo
dejaba su suerte a unos oídos aun funcionales, era lo poco que quedaba íntegro
del Artio que llegó a la playa unas horas antes.
Recordó la primera vez
que comió ostras, ella lo llevó a un mercadillo en cuyo alrededor habían
mesitas que eran surtidas y atendidas por el mismo personal de los puestos, allí
estuvieron compartiendo una diminuta mesa que poco a poco fue llenándose de
exquisitos y atractivos platos cuyo contenido desaparecía en sus bocas como por
arte de magia. Lo mejor fue la conversación, sus corazones se abrieron
desvelando sus más íntimos secretos, ella compartió con él sus frustraciones y
sus anhelos más secretos, él la escuchó sin dejar de mirarla a los ojos,
aquellos ojos que tanto le gustaban; era curioso la facilidad con la que se
entendían coincidiendo en muchos aspectos a pesar de pertenecer a mundos tan distintos.
Siempre sintió admiración por aquella mujer, era más que simple atracción
física, con el tiempo el sentimiento se volvió más profundo arraigando con
firmes raíces en su alma. Un día ella desapareció y sus vidas se separaron,
nunca más volvió a tener noticias suyas pero su recuerdo imborrable le acompañó
a lo largo del resto de su vida; aquella mañana de junio, allí junto a la
palmera y bajo un sol abrasador, ella había vuelto para llevárselo y él estaba
dispuesto a acompañarla donde quisiera que fuera.
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