Anselmo era muy de
cuadros y museos, siembre había catálogos y libros de arte por su casa por qué
él era un hombre cultivado; no perdía oportunidad siempre que viajaba, de ver
lo más significativo de cada ciudad, entraba entre sus prioridades en cada
desplazamiento conocer el arte local. Nunca dejaba de ilustrarse y gozaba de
prestigio cultural entre sus conocidos; todos preguntaban a Anselmo y él daba
luz a sus mentes ignorantes de manera desinteresada.
Lucía un lenguaje
ilustre no exentó de palabras refinadas, era de hablar pausado y mucho
escuchar, dominaba muchos campos del saber y por ello era apreciado entre la
gente entendida. Siempre tenía un diccionario a mano pues le gustaba buscar
palabras raras que añadir a su discurso y por eso era atractivo oírle hablar.
Era un incondicional de
las Meninas, de hecho tenía una gran colección, las había de mil formas y
estilos, en lienzos, laminas o esculturas; si alguna vez hubiera tenido un
hotel lo habría llamado Las Meninas y en un rincón destacado de su vestíbulo,
habría colocado el enorme ejemplar diseñado por la prestigiosa empresa de
cerámica Lladró. La Menina de Lladró era simplemente espectacular, con su falda
bordada en argenta y la mirada perdida, aquella pétrea criatura impresionaba
por su belleza.
De vistazo rápido, era
capaz de analizar en segundos una pintura y saber si era auténtica o una burda copia;
su mirada penetrante gozaba del don de la analítica y claro está, no se le
escapaba nada. Era hombre observador y le gustaban las tácticas detectivescas
cuya máxima era la paciencia y la perseverancia; le gustaba hacer crucigramas y
era un apasionado de los acertijos y las cosas de buscar, practicarlos
agudizaba su ingenio y mantenía activas sus neuronas.
Como todo buen español,
Anselmo había leído el Quijote, varias veces, porque él era un caballero
andante del siglo XXI, su prosa era elegante y marcaba estilo, tenía sus fans y
en su día tuvo a su Dulcinea. También trabajaba el verso y hasta hizo en el
pasado, pinitos con los poemas pero todas aquellas tendencias las tenía ahora
aparcadas por falta de tiempo, Anselmo era un hombre ocupado.
Era hombre de pluma
lúcida, porque Anselmo siempre escribió sus cosas, no era de publicarlas y
darles aire pero creaba sus historias que luego releía en sus horas tranquilas;
tenía muchos momentos plasmados en aquellas hojas que guardaba en carpetas de
colores, le gustaba hacerlas manuscritas evitando las tecnologías que ahora lo
invadían todo. Tenía buena caligrafía, letra romántica dirían algunos, y la
cuidaba mucho al escribir pues sus manuscritos eran impecables y claros, siendo
un placer para la vista aquellos trazos simétricos sobre el fondo blanco del
papel.
Tocaba todos los palos,
con mayor acierto en unos que en otros, no se desanimaba por una mala critica
pues Anselmo no era profesional de las artes, tan sólo aficionado y como tal
todos los estilos eran una mera distracción, porque Anselmo era muy de
distraerse con las cosas. Ingenioso y emprendedor sabía estirar su tiempo,
encontrando momentos para todo, era un compendio de actividades lúdicas y
sociales sin olvidar su faceta profesional, en cierto modo incierta dado que no
estaba muy claro de que vivía Anselmo.
En casa tenía objetos
valiosos pues solía comprarlos en rastros y subastas, poco a poco con los años
había ido creándose una curiosa colección entre cuyas obras existían piezas
cotizadas. Tenía contactos en el gremio de anticuarios y ellos le avisaban
siempre que encontraban algo que pudiera interesarle, sabían sus gustos y le
reservaban lo mejor; él iba, los valoraba y decidía su adquisición antes de que
vieran la luz en cualquier galería. Anselmo era generoso y sabía agradecer esos
servicios, por eso todos querían relacionarse con él.
Con todo esto podría
decirse que Anselmo, aún siendo un mero aficionado al arte en sus distintas
facetas, estaba creándose un patrimonio artístico envidiable y él, que se
reconocía un neófito en el tema, manejaba los hilos de un mundo desconocido
para muchos que movía muchos millones de euros en las sombras. Cuando era niño
empezó a coleccionar cromos, más tarde se pasó a los sellos y en la actualidad
contaba con muchas pinturas, esculturas e incunables de lo más raro; Anselmo
era rico en arte y arte del fino, al igual que era rico en amores.
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