sábado, 28 de diciembre de 2013

EL AÑO QUE SE VA

Caen los últimos dígitos del calendario, el último mes toca a su fin y es hora de hacer balance. La misma novela anual tendrá infinitos desenlaces según quien sea el autor que la escriba, los mismos doce meses habrán sido muy diferentes en los cientos de miles de hogares distribuidos por todo el país y la lectura de ese periodo de tiempo tendrá finales muy distintos según quien relate su recorrido.

Como cada año iniciamos enero cargados de esperanzas y propósitos muchos de ellos inviables de antemano, uno espera mejorar lo pasado y anhela encontrar en el nuevo año lo que perdió o nunca tuvo, se marca renuncias a vicios y hábitos mal adquiridos. Nunca es tarde para cambiar, tomar otro rumbo siempre es posible pero muchas veces ese cambio tan solo queda en intención, en anhelo, en propósito incumplido; así pues echando la vista atrás uno analiza el calendario vencido y saca conclusiones.

Uno puede retrotraerse a los primeros días del enero pasado y recordar las cosas que quiso hacer y que quedaron nuevamente en el tintero como proyectos de futuro, recordar aquel viaje irrealizado o el curso de inglés no iniciado, visionar aquella cajetilla de cigarrillos tan solo abandonada por unas semanas o el presumible cambio de aptitud frente a ciertas cosas o personas; uno observa desde la distancia todos aquellos proyectos no culminados y se propone volver a intentarlo.

El año da sus últimos coletazos y en su ocaso nos recuerda sus alegrías y penurias, sus éxitos y fracasos, sus sorpresas y desilusiones, también nos confirma hechos esperados, debacles no controlados, pérdidas irreparables. Doce meses dan para mucho sin embargo vistos desde la distancia pasan en un suspiro, casi no dan tiempo para reaccionar y muchas veces el toro de la vida nos pilla y nos arrastra en su carrera desenfrenada y loca.

Hoy aquí, a escasas horas para que acabe un nuevo ciclo de doce meses, miramos hacia el futuro y deseamos que todo el lastre haya quedado atrás, quemamos nuestras naves y confiamos iniciar una nueva etapa en la que el sol luzca cada mañana y sus rayos ahuyenten los malos augurios, confiamos en remontar la cuesta por la que caímos a los infiernos en meses pasados, esperamos ver la luz que nos guíe por senderos seguros y protegidos de las injerencias externas que nos llevaron en el pasado cercano a extraviarnos y sucumbir.

Es posible que el año haya ido bien y por tanto uno se conforme con repetir, más de lo mismo muchas veces es toda una bendición, todo un logro al que asirnos con uñas y dientes, saber apreciar lo que se tiene y aún más importante, conseguir defenderlo, ya es de por si todo un éxito digno de elogio pero por desgracia muchas veces no va a depender de nosotros. Somos tan solo un engranaje de la maquina vital, un peón sobre el tablero de la vida y muchas veces el juego así como su desenlace escapan a nuestro control.

El año concluye y con él quemamos una etapa más de nuestro recorrido terrenal, una etapa que buena o mala ya nunca volverá; nuevas expectativas se abren ante nosotros, nuevas oportunidades y proyectos se cruzarán en nuestro camino, saberlas aprovechar o eludirlas será todo un reto, acertar una habilidad o ser tocados por la diosa fortuna que reparte sus parabienes de manera caprichosa e impredecible.


El reloj tocará las doce campanadas y con ellas una nueva página en blanco se abrirá ante nosotros, una página de doce meses, de trescientos sesenta y cinco días que empezarán a descontarse con esa última campanada, días que nos traerán sorpresas y sobresaltos, alegrías y amarguras, emociones y desilusiones, algunos se nos harán largos, otros volarán como el viento, traerán estrés, ansiedad o sosiego, a lo largo de esos doce meses viviremos lo esperado y lo inesperado, seremos felices o desgraciados pero con cada día que pase iremos llenando nuestro libro de la vida y lo que en él vaya quedando escrito ya nadie lo podrá cambiar.

sábado, 21 de diciembre de 2013

LOTERÍA CAPRICHOSA

Iluso aquel que espere ser agraciado por la diosa fortuna, tiene más posibilidades de desarrollar un cáncer maligno; aun así semana tras semana dejamos perder nuestros euros llenando las arcas del estado con los juegos de azar. Primitiva, quinielas, euromillones, lotería y un sinfín de juegos más sin olvidar los cupones de la ONCE y otras entidades, se encargan de saquear nuestros maltrechos bolsillos; es la ilusión de todos los días, dicen algunos, y no mienten pues quien más y quien menos ha pensado alguna vez en lo que haría si le tocara el gordo.

Soñar es gratis y ese sueño se repite una y otra vez en las mentes de los pobladores de este planeta llamado Tierra; ilusos, mezquinos y soñadores, todos hemos pasado alguna vez por ese trance esotérico en el cual, una serie de números mágicos pueden cambiar nuestras vidas. En ocasiones jugar esos números, ese cupón o ese décimo de lotería, se convierten en parte de nuestra rutina semanal y esperamos ansiosos el día del sorteo como si de él dependiera nuestro futuro y muchas veces así es.


Uno hace cábalas con los dineros de un premio ficticio, los reparte en su cabeza con diferentes destinos, piensa en los agujeros que taparía, en que los invertiría, las cosas que compraría, la gente a la que ayudaría y de repente vuelves a la realidad ¡ploff! no hay dineros que repartir y por tanto ni compras, ni inviertes, ni ayudas a nadie. En ese momento anterior a que explote la ilusión creada, te sientes exultante, generoso, feliz…pero luego vuelves a ser tú, con tus problemas y tus facturas sin pagar, tus miserias se acrecientan y vuelven a ser las protagonistas de tú vida.

Estás comiendo en un restaurante y ves aparecer al lotero de turno con sus tiras de décimos colgando en su pechera y en las manos tú posible salvación, se aproxima a la mesa donde estás sentado y te pregunta ¿Cuánto debe? ¿Quiere lotería? Y tú haces cálculos rápidos en la cabeza y sabes con cuanto te arreglarías así que te dejas arrastrar y le compras uno, dos o más boletos pasando en ese momento aun sin ser consciente de ello, a ser unos euros más pobre que cuando entraste en el local.

Muchas son las escenas ligadas a los juegos de azar, también el desesperado que tras arruinarse en las mesas de juego acaba con su vida en los jardines que rodean al lujoso casino, decisión trágica y romántica a la vez; mi amigo Pepe, amputado del brazo derecho, me vende cupones de la ONCE, con él es tirar el dinero y se lo digo ─joder Pepe perdiste el brazo de dar los premios y con el que te queda no das ni las devoluciones─ pero le sigo comprando cada vez que lo veo, uno que es flojo de espíritu y no pierde la esperanza en contra del sentido común del que a veces dudo ser poseedor.

Cada año empieza a venderse antes la lotería de navidad ¿no es de navidad? Entonces qué coño hacemos comprando décimos a mitad de julio en un pueblo perdido del interior; no nos conformamos con la administración de nuestro barrio no, en nuestra obsesión por lucrarnos adquirimos fracciones de la suerte en lugares remotos a nuestros lugares de origen; probablemente la navidad sean las fechas donde más dinero tiramos en juegos de azar pues a los habituales, añadimos el sorteo extraordinario del que compramos a diestro y siniestro sin reparar en gastos. Luego llega el día del sorteo y como era de esperar, el premio o premios pasan por nuestro lado con más pena que gloria y tenemos que conformarnos con ver por televisión a los agraciados bajo una  lluvia de fluidos dorados, frente a la administración que les ha cambiado la vida.


Es la suerte, caprichosa y pasajera, la que un día toca en el hombro y transforma gentes y voluntades, crea expectativas y ayuda a cumplir sueños, soluciona problemas y hace que aparezcan amistades desconocidas; las familias se unen alrededor de la suerte, las enemistades aparentemente desaparecen y triunfa el amor, todo es de color de rosa en torno al agraciado y hasta el banquero que nos negó ese crédito nos visita y felicita con una sonrisa en los labios y la mano tendida.


Yo por si acaso un día llega y no pasa de largo, seguiré comprando lotería y otros boletos variados, está claro que no saldremos de pobres pero ¿y si un día ves aparecer esos números mágicos que repites una y otra vez en tú cabeza? Imagino que en un primer momento debe darte un subidón, un ahogo u opresión pero luego una vez bajado de nuevo al suelo, vaya responsabilidad, que dilema más bonito organizar el destino de los dineros recibidos. Lo dicho al principio ¡soñar es gratis!

sábado, 14 de diciembre de 2013

DESANDAR EL CAMINO

Volver a empezar, una utopía al alcance de unos pocos, desandar el camino y poder volver a iniciarlo exento de los errores cometidos en el pasado, un imposible; si el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, quien nos dice que no volveríamos a caer en el mismo bache, aun así nos convencemos a nosotros mismos de que todo sería diferente y quizás lo fuera. Los años dan experiencia pero cada uno a de cometer sus propios errores para adquirirla, no basta con ver los que cometen otros, hay que sufrirlos en carne propia y tras lamentarse aprender, pero muchas veces ya es tarde.

El exceso de confianza en la vida es un mal compañero de viaje, fiar en otros tú destino a veces puede acabar truncándolo, llegando a un punto de no retorno; el sol seguirá saliendo cada mañana pero para muchos sus rayos no brillarán pues las brumas en que se habrán convertido sus vidas, impedirán que estos lleguen a iluminar sus precarias existencias. Volver a empezar, esa utopía con la que soñamos una y otra vez, nos recriminamos nuestras torpezas, nuestras confianzas mal dadas, nuestra ceguera ante lo obvio, pero la catarata ya es inoperable y la luz no volverá a nuestra vida.

En ese entorno de caos e impotencia uno despierta cada mañana con el alma atormentada esperando nuevos acontecimientos, el camino andado está escrito y nada puede borrarlo salvo la desintegración total, dado que esta no va a llegar no queda más remedio que seguir dando pasos torpes con un destino incierto. ¿Qué haría si volviera a empezar? Probablemente casi nada de lo hecho, en principio todo debería ser nuevo tanto en las cosas como en la forma de afrontarlas, uno aprendería aquello que no aprendió, iría allí donde no fue, haría lo que no hizo y dejaría a un lado todo aquello que en la vida escrita lo llevó a los abismos.

Forzamos la imaginación y por qué no empezar en otro país, en otro continente; nueva vida, nueva ocupación, nuevas amistades, hacer tabla rasa y empezar de cero, sin nadie que nos conozca, sin nadie que nos necesite o nos espere, una nueva identidad. Quizás sin saberlo, la humanidad lleve miles de años haciéndolo, reencarnándose los muertos en los vivos, trasladándose de forma aleatoria por todo el globo terrestre, saltando por las diferentes razas y clases sociales; dado que la energía ni se crea ni se destruye sino que se transforma y puesto que nosotros somos energía, estamos sometidos a sus leyes y por tanto cabe la posibilidad de que nuestra alma iónica una vez muertos, salte a otro cuerpo en ciernes de ver la luz.

Aquel moreno de ojos negros y pelo rizado que ayer cayó cruzando una calle bajo las ruedas de un autobús, hoy puede ser el niño rubio de tres kilos y medio que exhala sus primeros llantos en la intimidad de un paritorio y entre ambos puede existir todo un océano de por medio; el Einstein del pasado, hoy puede estar sometido a la ingravidez de una nave espacial camino de la Estación Internacional perdida en el cosmos mientras la secretaria con andares rápidos, que va camino de su despacho a primera hora de la mañana, en el pasado pudo ser una sacerdotisa del templo de Isis en el lejano Egipto.

El bombo seguirá girando, repartiendo cuerpos y destinos, pero para entrar a formar parte de sus bolas del azar, deberemos antes consumirnos en cenizas de las cuales nuestra energía saltará a otro proyecto vital que esté a punto de iniciarse. Este azar que a veces hay que saber buscarlo, repartirá familias, países y ocupaciones pero el resultado de la línea de vida que cada uno inicie, dependerá en gran medida del protagonista de la historia; nada está o debería estar escrito de antemano, el libro en blanco deberá ir llenando sus páginas con la andadura personal, al llegar a su epílogo el resultado podrá ser más o menos gratificante pero la novela de nuestra vida ya estará escrita y nada de lo pasado podrá borrarse.


Uno a veces repasa el libro de su vida, busca capítulos concretos de esta y piensa en lo que habría ocurrido si en vez de hacer esto hubiera hecho lo  otro, si en vez de decir una cosa hubiera dicho otra, si en vez de ir a un sitio hubiera ido a otro…; nunca sabremos las respuestas pero elucubramos sobre ellas y muchas veces creemos que siempre habría sido mejor no obstante, arrepentirse de lo hecho es muchas veces mejor que haberse quedado con la duda de su resultado en caso de no hacerlo, sea como sea lo hecho, hecho está y ya no tiene vuelta atrás por tanto hay que apechugar con las consecuencias, aunque en ello nos vaya la vida.

sábado, 7 de diciembre de 2013

LABIOS ESQUIVOS

Corrían los últimos años de Zapatero cuando…
Un año más tocaba su fin, en los últimos doce meses nada había cambiado, claro está que la crisis económica que azotaba al país seguía su curso maléfico dejando muchas víctimas a su paso, las expectativas no auguraban grandes mejorías a corto plazo por lo que el año que iba a comenzar se presentaba lleno de incertidumbres. El comercio veía con preocupación que la cosa no remontaba y a esto tenía que añadirse una subida de impuestos como parte de las medidas de ajuste impuestas por el gobierno; el paro había alcanzado cifras preocupantes lanzando al país a la cabeza de Europa en este indeseado ranking, miles de empresas habían caído en los últimos años destruyéndose el tejido industrial que arrastrado por el estallido de la burbuja inmobiliaria, se extendía sin freno por cada rincón del estado como si fuera una mancha de aceite, engullendo el trabajo de  muchas décadas, acabando con las ilusiones de muchos, destruyendo las esperanzas de otros tantos que no veían la forma de salir del pozo en el que estaban hundiéndose a marchas forzadas.
La población deseaba algún cambio que les hiciera recobrar esa esperanza perdida, esa ilusión esfumada en poco más de dos años, existía un cansancio generalizado ante los continuos despropósitos del gobierno que un día decía una cosa y al siguiente la contraria desbordado por unas circunstancias que no había sabido gestionar, la legislatura veía su fin próximo y un cambio de gobierno se esperaba como agua de mayo, en él se depositaban las esperanzas de medidas que hicieran reflotar el barco pero eso aún estaba por llegar. Los tiempos de conquistas y expansión quedaban lejos, muchos años atrás lo que fue un triunfo ahora se convertía en un gran fracaso y los descendientes de aquellos que los consiguieron, hoy sucumbían de manera inexorable arrastrando tras de sí todo lo logrado durante aquellos años.
Inmerso en ese caos socioeconómico se disponía a pasar las fiestas navideñas, unas más; ante él se presentaban comidas y cenas de empresa, reuniones familiares y con amigos, compromisos, compra de regalos y estrenas a los más jóvenes, unas fiestas más donde reinaba una alegría artificial deslumbrada por miles de luces de colores, cánticos entrañables y falsas sonrisas. Un año más cruzaría unas palabras desenfadadas con ella en alguna de esas rituales reuniones, vería una sonrisa aflorar en sus labios y miraría de frente sus ojos negros recordándole un pasado lejano que en ella nunca dejó huella; siempre esperaba la despedida con la esperanza de rozar sus labios en un fugaz  beso de compromiso pero estos, siempre esquivos, quedaban a varios centímetros de su boca dejando en el aire el ansiado y suave contacto.
Entre las brumas de su mente aún veía sus abrazos y su espalda desnuda moviéndose junto a él, aquellos labios que ahora lo esquivaban en su día recorrieron toda su piel fundiéndose en un mismo cuerpo, aquellos encuentros largamente esperados fueron breves regalos que la vida tuvo a bien ofrecerle cuando ya no los esperaba aun a costa de una infidelidad. La vida siguió su curso y sus caminos aun próximos, no volvieron a cruzarse salvo en esos instantes de compromiso cada final de año.
El tiempo actuaba como capa protectora y año tras año, aquellas noches lejanas fueron perdiendo la luz en su recuerdo, las imágenes antaño claras y reales, ahora se desdibujaban haciendo perder nitidez a sus contornos,  siendo estos sustituidos por sombras inciertas. La práctica del recuerdo hace mucho que perdió interés y con la inactividad neuronal, aquellos momentos se fueron volatilizando poco a poco dejando quizás su impronta en el subconsciente de un alma atormentada; ella deambuló por la vida sin un amor conocido, él por su parte nunca consiguió olvidarla y siempre la tuvo muy presente durante el resto de sus días.
Durante un tiempo aquel muchacho tuvo esperanzas y fue perseverante, cada día pensaba que ese sería el elegido, ese día ocurriría algo que haría cambiar aquella relación interrumpida hace años por el azar de la fortuna pero nunca ocurrió, los años fueron pasando y la chispa en vez de volver a encender la antorcha acabó apagándose en la soledad del olvido. Ella siguió su vida y él la suya, lejos en mente pero próximos en la distancia; el país continuó con su debacle particular a la espera de un horizonte en el que resurgir con fuerza, dando respuesta a todas las voces que durante años habían reclamado justicia, derechos, trabajo y un estado de bienestar perdido por causas inexplicables.
Aquellos labios seguirían siendo esquivos, indiferentes, fríos, pero en un rincón de su memoria aun conservaría la calidez de sus  besos, la suavidad de su piel, la dulzura de sus caricias y el susurro de sus voces cada vez que se amaron en aquella habitación mal iluminada. Ella fue su amor platónico, mucho más tarde se convirtió en real y con el tiempo este pasó a ser un bonito recuerdo.

Llegaron las elecciones, el gobierno cambio como casi todos querían y el país se hundió en los abismos del averno arrastrando con él las esperanzas de muchos que vieron sus logros volatilizarse en un visto y no visto, todo iba a la deriva arrastrado por un vendaval socioeconómico sin precedentes  dejando en el aire más incertidumbre, dolor y un desconsuelo generalizado.

sábado, 30 de noviembre de 2013

PEDORRETA AMARGA A CONTRAPIE

Hay mañanas en que uno sale de casa con el cuerpo vigilante, atento a cualquier amago fuera de lo normal; en esos días se nos nota en la cara la tensión ante lo imprevisto, ante lo que pudiera suceder que de suceder, seguro ocurre en el momento más inoportuno. Caminamos alerta, nos movemos con cuidado y al sentarnos, lo hacemos buscando puntos de apoyo extras; un cuerpo de interior agitado no ofrece confianza y sabedores de que escapa a nuestro control, intentamos no forzarlo en lo más mínimo.
Muchas veces sus gruñidos lo delatan; en otras, sordas molestias nos avisan  de su presencia inquieta; uno nota que algo no va bien y busca en su recuerdo la posible  causa del desasosiego que lo atenaza. Ruidos de tintes burbujeantes nos sobresaltan de tanto en tanto y vemos impotentes, una amenaza inminente surgir de nuestro interior; esperamos el momento de su eclosión pero la amenaza cede y todo parece volver a la normalidad dejándonos en una situación de indefensión.

Intentamos olvidarlo y nos convencemos de que ha sido un mal pasajero, un desajuste transitorio que ya quedó atrás, volvemos a nuestras tareas pero con precaución y la jornada en la que nos hallamos inmersos sigue descontando sus minutos; nuestros movimientos siguen desarrollándose a cámara lenta no forzando ángulos que pudieran ponernos en un compromiso. El monstruo sigue latente y en cualquier momento puede lanzar su zarpazo arruinando todo nuestro esfuerzo de contención, en el fondo de nuestra alma sabemos que estamos a su merced y de manera inconsciente apretamos el culo queriendo reforzar el último bastión de nuestra precaria defensa.

Ese día todo nuestro mundo gira en torno a ese murmullo visceral que amaga por convertirse en desastre, nada tiene importancia a nuestro alrededor, los cinco sentidos en posición de guardia escrutan cada pequeña sensación, cada pulso vital de un organismo que fluctúa indeciso entre el decoro o la humillación; conseguimos llegar al mediodía con un falso dominio de nuestras vísceras, creyendo poder controlar la amenaza subliminal que nos acompaña desde primeras horas de la mañana pero cuando más confiados estamos, cuando hemos sido llamados a retreta o a punto de iniciar esa reunión ineludible largamente esperada, ocurre  lo inevitable. La fétida pedorreta escapa entre nuestras nalgas, un sudor frío hace su aparición sobre nuestra pálida piel y un sabor amargo inunda nuestra boca que de golpe empieza a llenarse con una saliva espesa difícil de tragar.

La hemos cagado o mejor dicho, nos hemos cagado; todo nuestro esfuerzo echado a perder, todo nuestro porte encogido por la humillación, todo nuestro pudor mancillado en público. Hundidos en la miseria intentamos disimular el trance por el que estamos pasando pero un olor malsano impregna todo a nuestro alrededor; notamos como las miradas se posan de soslayo sobre nuestra figura y pensamos para nuestros adentros “tierra trágame” pero allí seguimos, expuestos al escarnio público. Estamos clavados, nos da miedo movernos, pues lo que ha sido escape incipiente puede volverse un volcán descontrolado y con su lava fétida inundar contenido y continente.

En esos momentos echamos de menos no tener a mano un obturador anal, de esos similares a los tampones chupa-reglas, estamos vencidos y la evidencia nos delata. Esa pedorreta amarga que nos pilla a contrapié en el momento más inoportuno, nos ha arruinado el día y con ello ha puesto de manifiesto las miserias de nuestro cuerpo, nos ha mostrado débiles y vulnerables ante un mundo en el que nos sentíamos triunfadores y el estigma de cagón empieza a rondar en nuestra cabeza.


Buscamos en nuestra mente el camino más corto para llegar al excusado, nos movemos con andares prudentes pues el roce del contenido vertido incomoda nuestra postura y sospechamos que aún puede llegar más; poco a poco vamos retirándonos de la escena buscado la privacidad sabiendo que, en cuanto desaparezcamos, seremos la comidilla del lugar pues todos han notado nuestro fracaso esfintéreo, nuestra derrota incontinente. Cuando volvemos lo hacemos con cara de circunstancias, perfumados en exceso e intentando conversar de manera distraída como si nada hubiera pasado, pero si ha pasado; TE HAS CAGADO y lo has hecho delante de todos guarro/a.

sábado, 23 de noviembre de 2013

LAS MAÑANAS DEL PISTACHO

Las vacaciones estivales eran la mejor época del año, en ellas no había horarios ni obligaciones que cumplir aun así teníamos nuestras rutinas; la luz de aquella playa abría nuestros ojos de buena mañana iniciando con ello una nueva jornada de asueto en la que el tiempo transcurría plácidamente. El mar calmo como una balsa de aceite se extendía frente a nuestras casas, su gama  de brillos imposibles jugaba con un sol caprichoso que barría con sus rayos toda la bahía; poco a poco aquella arena dorada iba llenándose de sombrillas y toallas multicolores que gentes ansiosas de baños y arena instalaban cada mañana.

Tras un rápido desayuno aun no eran las once y ya estábamos listos para iniciar nuestras mañanas playeras, no éramos gente de baño lo cual no descartaba disfrutar con la visión del mar y para ello nuestro primer destino era siempre la plataforma de madera instalada a escasos metros de la orilla en un extremo de la bahía, llegar hasta allí suponía un paseo bajo los tórridos rayos del sol pero sabedores del sombrajo que allí nos esperaba se hacía de buena gana; la plataforma era uno de los muchos puntos repartidos por el litoral valenciano integrados en el plan de playas accesibles, allí acudía la gente con alguna discapacidad a tomar el baño utilizando para ello sillas especiales que asistidas por monitores, eran introducidas en el mar.

Nosotros simplemente íbamos a estar, había sombra, corría la brisa y allí departíamos con la gente y las monitoras, simpáticas muchachas de cuerpos esculturales con las que hicimos amistad, una horita de cháchara mientras algún acompañante disfrutaba de las olas y rumbo a nuestro segundo destino de la mañana, el Pistacho. Apenas un centenar de metros separaban ambos puntos si bien este se hallaba en pleno paseo marítimo bien protegido bajo una gran pérgola acristalada, las mañanas en el Pistacho eran especiales y muy esperadas, allí tomábamos un segundo desayuno y en ocasiones lo prolongábamos hasta la hora del aperitivo: cafés con leche y tostadas con aceite y sal, granizados de café, fingers de queso y cervezas, algún agua con gas…


Siempre vigilantes sobre la franja costera charlábamos desenfadadamente y organizábamos el mundo mientras disfrutábamos del ágape, hacíamos fotografías a nuestro alrededor y dejábamos pasar al tiempo que corría a su antojo; unas veces solos y otras acompañados aquel era el centro de reunión, veíamos pasar a las gentes ataviadas con sus equipos playeros hacía o desde la costa mientras nuestros cuerpos relajados y ausentes de compromisos se dejaban mecer por la brisa bajo la gran pérgola.

Las mañanas del Pistacho eran mucho más relajadas que las tardes y noches donde el caos se apoderaba por momentos del establecimiento, todo fluía a otro ritmo más pausado no dándose las aglomeraciones típicas de otros momentos del día, allí dejábamos perderse a la vista en el horizonte azul, el murmullo de las olas llegaba hasta nuestros oídos mientras nuestros paladares se deleitaban con pequeños caprichos gastronómicos.

Ahora, pasado ya ese tiempo desenfadado y vacío de obligaciones, echo la vista atrás y mientras la lluvia cae en una tarde de otoño tras mis ventanas, recuerdo con nostalgia aquellos momentos que viví no hace tantas fechas; ahora el color gris lo envuelve todo y aquella luz que iluminaba la bahía y acariciaba nuestros rostros se apagó con el final del verano. El Pistacho cerró sus puertas a la espera de una nueva temporada, la bahía vació sus playas y retiró sus pasarelas con la caída del verano, los edificios echaron sus persianas quedando en un largo letargo invernal y así, poco a poco, la vida fue escapando de aquel lugar tranquilo y bullicioso, caótico y relajado, natural y moderno.

Olvidada por todos aquella playa quedaría abandonada durante muchos meses esperando un nuevo verano, escasos dos meses en los que la savia humana regresaría y volvería a inundar sus calles, sus arenas, su paseo marítimo;  nosotros en la distancia no la perderíamos de vista ansiando volver pronto a reencontrarnos con nuestras mañanas en el Pistacho.

sábado, 16 de noviembre de 2013

MIEDO ESCENICO

En cierta ocasión me llamaron para dar una charla en un hospital de mi ciudad, la temática poco importaba llegado el caso pues casi siempre rondaba los mismos temas por lo cual requería escasa preparación; siempre me han llamado la atención los nervios de algunas gentes previos a su exposición, el miedo escénico era un peaje que debían pagar para ir haciendo currículum, de hecho más de una vez tuve que hacerme con las riendas de una exposición ajena ante la imposibilidad de que la persona indicada fuera capaz de pronunciar palabra ante el auditorio. Dicen que se pasa mal, desconozco esa sensación, pero imagino que será fruto de la inexperiencia o la timidez, enemigas ambas de estas gaitas; ahora me encuentro de nuevo ante la preparación de una nueva charla, una Jornada de postín amparada por los altos estamentos políticos del sector de la sanidad, el salón de actos del centro hospitalario estará lleno, los ponentes repasarán sus actuaciones y trabajos, algún meritorio andará con dolor de estómago por los pasillos memorizando mentalmente sus diez minutos de comunicación y yo ando preocupado por si encontraré sitio donde aparcar, es cuestión de prioridades.

Recuerdo la universidad, las clases a primera hora de la tarde sin casi tiempo para dar un bocado tras salir de las prácticas de la mañana, también allí había alguna compañera hecha un manojo de nervios momentos antes de iniciar su clase magistral, curiosamente pasaba el tiempo y aquellos nervios no cesaban en algunos vientres; siempre me fastidió tener clase tras una comida de navidad, esta se quedaba a medias perdiéndome las sobremesas y los licores no obstante, con la bodega estomacal llena por vinos y cervezas me iba yo a dar mi charla de rigor. Quizás en más de una ocasión el enrojecimiento de mis ojos delataba un origen alcohólico de base, quizás algún balbuceo o duda en mi exposición pudiera poner en aviso a mi audiencia pero nunca llegó la sangre al río y sin contratiempos, acababa una tras otras mis jornadas lectivas.

Era frecuente coger el pen drive momentos antes de salir para la universidad y sin vistazo previo tras muchos meses durmiente, iniciar la clase sobre la marcha como si acabara de prepararla, era la rutina y el conocimiento de su contenido cosa que chocaba con el oculto nerviosismo de otras gentes pero no siempre fue así; viene a mi cabeza un año en el que con el tiempo justo me asignaron dos nuevas asignaturas “como es médico no tendrá problemas” dijeron, joder con las dos asignaturas, ya ni me acordaba de aquello, incluso dudé de si algún día llegué a aprender todos aquellos males. Había que ponerse las pilas y no solo aprendiéndose el tema en cuestión sino preparando todo el material gráfico que luego serviría de apoyo durante las clases, fueron muchos días de arduo trabajo, con sus fines de semana y ratos de ocio embargados por la faena, jodidas dos asignaturas.

Es curioso el poco aprecio que tuve siempre a hablar en público, de hecho aborrecía tal actividad, en mis tiempos mozos era de ponerme colorado cuando tenía que hacerlo, más tarde, pasados unos años, pasó a resbalarme lo del discurso público hasta acabar ganándome la vida con ello. Los tiempos cambian y también lo hacen las personas aunque no tengo claro si a mejor o peor, lo que antaño llegó a ser motivo de turbación hoy era un acto mecánico sin mayor trascendencia que apenas ocupaba unos renglones en mi cabeza, ahora solo me preocupaba donde aparcar el día de la charla pues sabía de la dificultad dado el emplazamiento del evento


El miedo escénico que retuerce almas y estómagos no se si pasó sobre mi en algún momento, si lo hizo fue de puntillas y sin apenas hacer ruido pues la cabeza estuvo siempre en otras cosas, observando quizás a otras gentes que a mi alrededor e intranquilas, memorizaban sus papeles antes de interpretarlos.

sábado, 9 de noviembre de 2013

EN LA BOCA DE UN ARBELLÓN

Todo rueda cuesta abajo, nada consigue detenerla, cada vez va adquiriendo más velocidad y la bola de la vida gana volumen en su carrera sin freno; la colina inclinada favorece su despiadado descenso cuyo final parece incierto pero nada halagüeño. Una vida desperdiciada que está a punto de irse por la boca de un arbellón sin dejar rastro de su existencia, momentos anónimos vividos en soledad, forman los eslabones de una cadena invisible a los ojos del mundo.

Todos los acontecimientos vividos son succionados por las entrañas de la tierra a través de esa boca insaciable, nada logra calmar su infinito apetito y formando una espiral de muerte y mierda, las imágenes retenidas en nuestras memorias van camino del averno donde serán cruelmente desintegradas. Intentas agarrarte al tiempo pero este desaparece entre los dedos como las arenas del desierto, nada dura, todo cambia y en ese cambio quien no se adapta sucumbe.

Locos delirios llenan mi cabeza y en ellos veo la descomposición del cuerpo abatido por los sinsabores de la vida, un ejército de larvas se cebarán con la carne inerte y en un festín macabro desapareceré sin un atisbo de esperanza; las gentes pasan mientras las cosas permanecen y en ese fluir continuo me pierdo en el recuerdo lejano. Rostros conocidos desfilan ante mis pupilas, lugares soñados abren sus puertas a mi paso y en ese viaje imaginario, los veo perderse entre las brumas.


Las estaciones van pasando y el tren no se detiene, desconozco mi destino final pero el trayecto por el que voy es inquietante y perverso, nada espero y nada dejo atrás pero la incertidumbre del viaje me oprime el alma y no me deja respirar; quiero bajar pero una fuerza invisible me retiene en el vagón vacío en el que se ha convertido mi vida. Oigo un silbato, el tren empieza a perder velocidad, poco a poco las cosas empiezan a pasar más despacio fuera de las ventanillas, entro en una estación oscura y solitaria, no consigo ver nada, el tren se detiene y noto como la vida se me escapa, final de trayecto. 

Estoy muerto pero… algo se desliza a mí alrededor y amenaza con engullir mis restos.

viernes, 1 de noviembre de 2013

EL ÚLTIMO VIAJE

Durante gran parte de nuestras vidas nadie piensa en ella, es un tema tabú que vemos muy lejano en el tiempo y del que queremos creer, estamos exentos por el momento; nuestra existencia transcurre viendo caer a nuestro alrededor a numerosas gentes conocidas más o menos cercanas y sin embargo hasta cierta edad, pensamos que estamos a salvo de ese último viaje. Nadie está preparado para iniciarlo sin embargo todos tenemos el billete en el bolsillo con fecha y hora; a diferencia de cualquier otro viaje, para este no se precisa equipaje y toda la parafernalia y complementos que podamos añadir, será en vano pues quedarán en la estación no acompañando al pasajero.

Con mucha frecuencia no hay tiempo para las despedidas, en ocasiones emprendemos el viaje solos, lejos de nuestros allegados a los que la salida de nuestro tren ha pillado por sorpresa y no han podido acudir para ese último adiós; la luz se va apagando y todo a nuestro alrededor pierde su nitidez, nuestra chispa se apaga. Metidos en nuestro bólido de madera esperamos el final de la homilía para zarpar rumbo a lo desconocido, si hacemos caso a los parabienes expresados por el oficiante de turno, no tenemos por qué preocuparnos pues nuestro transitar por la vida no ha sido más que una preparación y punto de partida para la verdadera vida, un servidor duda de tales aseveraciones pero quizás a muchos les reconforte pensar que no todo acaba con el certificado de defunción.

La vida es una lotería, un juego de azar en el que todos participamos aun sin apostar, las cartas se reparten y a todos nos llegan, la ruleta sigue girando mientras los dados ruedan por el mantel que cubre la mesa de nuestra existencia. El que juega por necesidad pierde por obligación y en este juego impuesto que nadie hemos podido elegir, unos llevan mejores manos que otros; llegado el momento de partir, mientras a través de la tapa de nuestro bólido de madera oímos las alabanzas sobre el reino que se abre ante nosotros, dará igual cuantas rondas hayamos ganado y la fortuna conseguida con ellas pues nuestros bolsillos irán vacíos, tan vacíos como el día en que llegamos a este mundo pero con la certeza de que ya nunca los llenaremos.

Líbrenos Dios de la hora de las alabanzas, oía decir a nuestros mayores, ahora entiendo por qué; esa última reunión en la que aun siendo el protagonista, no tenemos posibilidad de participar, es nuestra fiesta de despedida y en algunos lugares lo celebran como tal. Si bien lo miramos es coherente este proceder pues la muerte como el nacimiento y otros eventos estipulados en la vida, son momentos dignos de celebración, son acontecimientos únicos e irrepetibles que dejan huellas imborrables tanto para el agasajado como para su entorno más próximo. Sea pues el día de la despedida una fecha que, aun entre lágrimas, reúna a nuestro alrededor a aquellas  personas que nos importaron en vida, con las que compartimos momentos especiales, con las que iniciamos proyectos y quemamos etapas, con las que reímos y amamos, con las que viajamos y nos perdimos, con las que descubrimos aquello que se convirtió en recuerdos imborrables… solo ese núcleo humano son nuestros verdaderos allegados pues con ellos de algún modo y en algún momento fuimos felices.

Acertar con el bólido adecuado para ese último viaje es difícil pues la decisión la toman otros y las prestaciones seleccionadas puede que no sean de nuestro agrado, si el largo camino va a iniciarse pasando por la hoguera huelgan los lujos y detalles que encarezcan el producto, me atrevería a decir que para convertirlo en ceniza basta con un bólido discreto que aguante hasta llegar a la cocina teniendo en cuenta además que el cajón nunca entra en el horno por lo que sospecho el destino de su reciclaje; una vez salido del horno ya si se puede elegir un envase más suntuoso para alojar los restos. En caso de inclinarse por el método tradicional, aquí sí que podemos recrearnos en una elección más detallada del vehículo que alojará al finado en su último viaje; podemos optar por una amplia gama de modelos fabricados con maderas de muy variada calidad, podemos elegir tapa única o partida con ventana de cortesía, muy útil para los velorios concurridos en el que se practica el último adiós, la gama de lacados exteriores también ofrece gran variedad desde el sobrio negro azabache con o sin brillo hasta los tonos claros cuya máxima expresión está en el blanco angelical. Los detalles exteriores y florituras decorativas pueden estar ausentes dando imagen de austeridad o salpicar el bólido haciendo resaltar sus partes nobles: maderas labradas, cantoneras forjadas con asas a juego, así como crucifijos de lo más variado en forma y tamaños.

En cuanto a los interiores hay todo un mundo con el que vestir la intimidad de nuestro bólido: sedas, tafetanes, rasos, muselinas, acolchados variados en tapa y cajonera. Para un mayor confort, la almohada cervical ajustable asegura una correcta posición durante el despegue espiritual, evitando futuras molestias derivadas de la fuerte aceleración soportada; como capricho puede añadirse un espejito de cortesía a la altura de los ojos para realizar los retoques de última hora, llegado el caso. Se tome la decisión que se tome, en esos momentos de dolor debe tenerse la cabeza fría y ser coherentes con la elección, no vale elegir lo mejor por qué fue muy bueno y lo queríamos mucho, pues el destino debe marcar el modelo y calidad del bólido elegido.

En cuanto al viaje en sí, sobre él hay grandes dudas, no hay mapas ni guías Campsa, no existe referencia alguna sobre el estado del firme o la climatología que podamos encontrar, es un viaje a lo desconocido del que nadie vuelve al menos en el mismo estado con el que partió y por tanto no hay cuaderno de bitácora que de testimonio. Sobre él tan solo queda registrada la despedida, la línea de salida en la que los asistentes entre lágrimas, dicen adiós al protagonista del viaje; tras su marcha, tan solo queda su recuerdo y sus obras si las hubiera. Su nueva vida solo él o ella tendrán que vivirla.


Feliz día de todos los Santos.

viernes, 25 de octubre de 2013

TARDES DE RISK Y ESCOLLERA

Eran tiempos de estudio y cervezas, aquel grupo de jóvenes universitarios hacía un curso puente que les permitiera entrar en la facultad soñada, la cual les había vetado sus puertas al no alcanzar la nota de acceso requerida, era la época en que empezaban a imponerse los números clausus y eso había generado no pocas revueltas y encierros como muestra de rechazo. Una vez amainada la tormenta, hubo que espabilar y encontrar plaza en alguna de las otras opciones existentes y allí se encontraron los seis. Ellas ya se conocían de antes y eran amigas pues procedían del mismo colegio, por su parte ellos eran completos desconocidos y no habían tenido ningún contacto previo; no sabría decir que los unió pero no tardaron en hacer piña común compartiendo horas de estudio y ocio.
El ritmo en el campus era muy diferente al de los colegios de los que procedían, en el ambiente flotaba una libertad que había que saber gestionar para no verse abocado al fracaso; allí, a diferencia de la vida académica vivida hasta el momento, nadie estaba pendiente de uno y cada cual debía ponerse las pilas por su cuenta si quería avanzar en ese nuevo mundo universitario. El campus era de reciente construcción y aún quedaba mucho por hacer pero para ellos aquello era otra vida, todo era nuevo y aunque su estancia allí fuera ser transitoria, esperaban sacarle todo el jugo posible y quién sabe si algo más.
Los meses fueron pasando y entre aquellos seis jóvenes se creó un fuerte vínculo de amistad; las horas de clases se veían alternadas por largas estancias en la cafetería del campus, sobre cuyas mesas escampaban montones de folios con sus apuntes que compartían y revisaban aliviados por refrescos y algún bocado. Aquel edificio era su válvula de escape dentro del horario lectivo, allí acudían y se explayaban cuando quedaba alguna hora libre entre clase y clase; con la llegada del buen tiempo también buscaron el asueto y diversión fuera del campus, estableciendo  una tarde a la semana para su particular excursión marinera, repartida esta entre los juegos de mesa llevados a cabo en un entorno privilegiado y las visitas de aventura al espigón norte del puerto.
Una de las chicas criada en un entorno militar, tenía un juego de Risk; en él se desarrollaban batallas con el objetivo de conquistar territorios y ya se sabe, quien al final de la partida había logrado arrebatar más terreno al adversario ganaba la guerra. Aquel juego de estrategia militar les ocupó muchas horas en sus tardes marineras, las partidas tenían lugar en el interior de un pequeño velero con poco más de diez metros de eslora propiedad del padre de uno de los chicos, amarrado en el club náutico de la ciudad.
Allí llegaban una tarde cada semana a principios de la primavera, cuando la piel ya empezaba a tener ganas de sol, sobre cubierta retozaban y se reían con las bromas que unos y otros se gastaban mientras sus rostros eran acariciados por una suave brisa; más tarde bajaban al gran camarote central que hacía las veces de comedor salón y tras desplegar el tablero del Risk sobre la mesa, empezaban una nueva partida por ver quien conquistaba el mundo. Siempre había quien ajeno al juego, se tumbaba sobre alguna de las literas o quedaba en cubierta disfrutando de los últimos rayos de sol; aquellas tardes de Risk robadas al estudio, eran esperadas por todos y en ellas los lazos que los unían fueron haciéndose más fuertes.
En otras ocasiones la escapada semanal los llevaba al puerto y en él, el punto elegido para su pequeña aventura era el extremo más alejado del espigón que cerraba la dársena por el norte; se podía llegar hasta él con los vehículos y al final un gran ensanche permitía aparcar sin dificultad. Una vez allí, trepar por los grandes bloques de piedra granítica que formaban la barrera artificial configurando esa parte del puerto, era su objetivo. Los bloques de piedra dejados caer unos sobre otros a lo largo de varios centenares de metros, formaban una muralla irregular apoyada sobre un gran muro de hormigón por cuyo extremo superior se prolongaba una improvisada pasarela para los viandantes; entre las grandes rocas, pasadizos y recovecos eran todo un reto exploratorio que en ocasiones se veía imposibilitado por las olas del mar, que en su vaivén interminable, entraban y salían entre la pétrea barrera.
Aquella chica de rubios cabellos y blusa blanca, siempre enfundada en sus característicos vaqueros de talle alto y largas botoneras frontales, cuya marca tenía nombre de golosina chiripitifláutica, trepaba por las enormes rocas buscando su cima; siempre tenía una sonrisa en los labios y nunca pasaba inadvertida entre la multitud, con la frente cubierta por finas perlas de un sudor incipiente provocado por el esfuerzo, fue avanzando en su ascenso mientras desde arriba uno de los chicos inmortalizaba el momento con su cámara fotográfica. Aquellas tardes de escollera merecían un registro gráfico que pasara a la posteridad aunque no todos estaban por la labor de salir en dicho registro, especialmente una de las chicas tenía verdadera aversión a salir en las fotos, de nombre angelical no había forma de sacarle un buen plano, siempre se movía en el último momento o buscaba las sombras de las imponentes piedras para ocultar su rostro.
Lo pasaban bien en aquel puzzle de formas imposibles, se retaban en habilidad y no siempre ganaba quien se esperaba, las risas y el buen humor reinaban en el grupo al que alguna vez se añadía algún invitado atraído por las habladurías que a sus oídos llegaban, normalmente en la cafetería del campus, de nuestras tardes de escollera. En alguna ocasión se apuntaba un chico de los entonces considerados progres, pelucón alborotado, gafas graduadas al estilo John Lennon, pañuelo palestino al cuello y un macuto al hombro con chapas sobre la paz y el amor libre, que sabría el tío de libertad con tan solo dieciocho años…

Aquel grupo de jóvenes siguió asistiendo a clases, compartiendo apuntes en la cafetería, jugando al Risk en el pequeño velero y trepando a las rocas del espigón hasta la llegada de los exámenes, tras estos y con el inicio del verano, cada uno tomó un camino diferente y a su vuelta, ya nada fue igual. Unos cambiaron de facultad, otros permanecieron en la antigua y alguno quedó en el camino diluyéndose en el recuerdo; aquel primer año universitario dejó muy buenos momentos en sus memorias, con sus luces y sus sombras fue un año de aprendizaje, de convivencia, de descubrimientos, algunos tuvieron amores fugaces, otros sufrieron pérdidas irreparables, pero todos crecieron como personas dispuestas a enfrentarse al mundo de los adultos al que habían pasado a formar parte.

jueves, 17 de octubre de 2013

LA BELLA ANGELINES

Aquella mujer era de amar guarro y sin protección; conocía todos los secretos del amor mercenario y se desenvolvía como pez en el agua en ambientes marginales. Angelines se llamaba pero todos la conocían por Ángel; en la cama era un demonio y sus clientes recibían más placer del que esperaban por qué Ángel era una profesional del amor.

Había aprendido el oficio en casa de madame Matilda, un ama de jóvenes de vida alegre con gran prestigio dentro del gremio; en su casa fue desflorada y allí se ilustró en las artes amatorias durante sus primeros años de profesión. Los clientes requerían sus servicios por encima de sus compañeras de burdel, ella sabía cómo ganárselos pues de todos era conocida su particular torsión escrotal durante el acto, una de sus especialidades.

Se decía que su giro brusco de muñeca ayudaba al completo vaciado  espermático, los amados con esta técnica relataban que sentían írseles la vida por unos segundos en un clímax de placer, algunos incluso decían no importarles morir con los huevos en las manos de Angelines pues con su giro brusco, veían por unos instantes el paraíso.

Aquella mujer cuidaba su cuerpo a conciencia, era de gimnasio diario y spa dos veces a la semana, no madrugaba pues su profesión la hacía ver muchos amaneceres y sus ojos nunca se abrían hasta bien pasado el mediodía. Metódica en sus dietas, siempre comía equilibrado aunque se pirraba por el chocolate negro, siempre tomaba un trocito tras las comidas; vivía en un apartamento en el centro de la ciudad, el lujo y el glamour estaban presentes en cada rincón de su casa pues por algo su cotización era alta y podía permitírselo.

En su trabajo practicaba lo que ella llamaba la purificación del santo, consistente en la higienización del miembro previa a prestarle sus exclusivos servicios; la tal purificación era llevada a cabo por medio de ungüentos desinfectantes aplicados por la técnica del amasamiento vibrátil aprendida de madame Matilda. El miembro era embadurnado con un fluido viscoso similar a la miel, cuyas propiedades térmicas anulaban momentáneamente cualquier atisbo de erección, el poder antiséptico y desinfectante del fluido, creaba una barrera temporal contra las miasmas nocivas que pudieran existir, una vez embadurnado el miembro se aplicaban una serie de palmoteos cortos y secos que ayudaban a que el ungüento penetrase en la piel; nada entraba en Angelines sin antes ser purificado por ese método.

De todas partes acudían requiriendo los servicios de la galana y esto le permitía seleccionar a su clientela, marcaba sus horarios y ponía sus límites en las peticiones amatorias pero lo que daba Angelines en un lecho, no era superado por ninguna otra de la profesión. Sus felaciones no tenían parangón, hacía el cucurucho corrido o el helado de vainilla y chocolate, ambas variantes de la felación común, como nadie, dejando a sus beneficiarios en un limbo del que les costaba bajar.

Durante sus años  de aprendizaje ponía el alma en el arte de agradar no obstante, madame Matilda tuvo que pulir muchos defectos propios de la inexperiencia de aquella joven muchacha; debió aprender a moverse alrededor de sus víctimas ganándoselas con gestos y miradas, tuvo que ejercitarse en el arte del susurro cómplice, conoció la forma de estimular cada punto del cuerpo haciendo del goce un vicio con el que enganchaba a sus presas; Angelines se doctoró en las artes del amor comprado con nota, podía pasar de ser la joven inocente de buenos modales y gestos cariñosos a convertirse en la perra más guarra del burdel según le conviniera, ella era voluble e imprevisible pero todos sus movimientos estaban bien estudiados.

Era mujer de llevarse bien con las compañeras, siendo especialmente querida entre transexuales y el mundo lésbico, al que no hacía ascos si la situación lo requería. Angelines tenía unos labios carnosos que invitaban a la lujuria, ella sabía cómo humedecerlos para hacerlos más excitantes pues era una maestra en el arte de la seducción; sus miradas también eran para enmarcar, bajo unas largas pestañas el brillo de sus ojos castaños no dejaba a nadie indiferente, era de miradas profundas y enigmáticas de ahí que todos quisieran averiguar que había más allá de ellas.

Era una loba y la noche su territorio, se movía con destreza en los ambientes más exclusivos, levantando pasiones entre todo lo que se moviera por qué ella era puro deseo. Bella, rica, independiente y con todos los hombres a sus pies, Angelines era una diosa y su reino el lugar donde estuviera, su sola presencia iluminaba los espacios y en la privacidad de una alcoba, era una maestra del placer. Sus habilidades con un falo entre las manos, la hacían sobresalir por encima de cualquiera, ninguna otra estaba a su altura y ella era consciente de ello.

Fiera en la cama y mansa en la vida, Angelines disfrutaba de su poder sexual, sus caderas asesinas eran capaces de agitarse de la manera más sensual haciendo que las miradas no pudieran apartarse de ellas; sabía hacer el molinillo giratorio sobre los erectos mazos de mortero llevándolos a un clímax impensable, igual iniciaba una danza sugerente que hacía crujir los músculos del amado bajo su posición dominante, era un volcán del amor.


Angelines acaba de llamarme, me dice que pronto estará entre nosotros así que ir rompiendo las huchas y vistiendo vuestras mejores galas, ella es exigente en el aspecto y la cartera pues por algo lo que da, no se lo da a cualquiera.

jueves, 10 de octubre de 2013

EL FIN DE LOS DIAS

Jugaban sin preocuparse por la hora en una calurosa tarde de julio, aquellos niños tenían todo el verano por delante y nada les acuciaba; ensimismados en sus juegos de guerra ellos eran los protagonistas de grande batallas, el escenario un jardín de fina arena alrededor de una casa centenaria junto al mar. Esta, afincada sobre sólidos cimientos, los miraba desde las alturas con un mutismo cómplice; cada tarde se repetía la escena, unas veces ganaba uno y otras el otro pero siempre la lucha era encarnizada dejando muchas víctimas por el camino. Allí sobre la arena montaban sus ejércitos, caballería en un flanco, infantería en el otro, los cañones en vanguardia, las reservas a retaguardia… y empezaban las escaramuzas; unos avanzaban, otros retrocedían, en ocasiones un movimiento envolvente hacía prisioneros pero la batalla continuaba hasta media tarde.

Un grito requiriendo su presencia los devolvía a la realidad sacándolos de su ensimismamiento, era la hora de merendar y arreglarse, ponerse "mudaos" como solían decirles. Siempre a regañadientes, tenían  que recoger sus ejércitos dejando la guerra para otro momento, todos aquellos cientos de soldaditos de plástico volvían a sus botes redondos de detergente que hacían las veces de improvisados cuarteles, una vez todo recogido un rincón en el garaje les serviría de techo. Tras el correspondiente bocadillo de pan con chocolate a la ducha, fuera arena y otras inmundicias recogidas por el jardín, una vez bien perfumados y con ropa limpia de nuevo a jugar, pero esta vez en la calle, de manera más sosegada y formal.

Una noche a la semana sesión de cine al aire libre, los cines de verano han ido desapareciendo de nuestras costas y pueblos de interior pero aquellas sesiones eran todo un acontecimiento para los pequeños, allí chillaban, se tapaban la cara o abrían los ojos como platos según la trama mostrada; en ocasiones llevaban la cena y con una bebida adquirida en el pequeño bar, estaban listos para dejarse seducir por unos personajes que nunca los dejaban indiferentes. Las mañanas al sol eran otro de los momentos esperados de la jornada, con sus toallas, parasoles y coloridos flotadores, salían de casa y a escasos metros montaban su campamento junto al mar; la playa formada por cientos de miles de guijarros y rocas, algunas de mole imponente, dejaba escapar un murmullo ensordecedor al ser acariciada por las olas.

Allí tomaron sus primeros baños y allí aprendieron a nadar bajo la atenta mirada de sus padres, siempre vigilantes; entre aquellas olas desarrollaron sus juegos de agua, flotaron en mullidas colchonetas y exploraron un fondo marino desconocido para ellos. Tras las comidas llegaba el momento más esperado por aquellos niños, el de las batallas o los juegos de pillar no antes de pasar por una obligada siesta en la que ninguno dormía, probablemente tal imposición obedecía a un intento por encontrar un rato de silencio en el que los mayores pudieran dar una cabezadita sin ser molestados, tras la misma, todos salían escopeteados hacia el jardín ansiosos por reanudar sus juegos y aventuras.

Pasaron los años y aquellos niños crecieron y se hicieron adultos, sus caminos se separaron a pesar de sus lazos de sangre, los contactos fueron espaciándose en el tiempo hasta casi desaparecer; ambos dedicados a la sanación del cuerpo llevaron trayectorias muy diferentes y raramente coincidían, algún acto social y poco más, aunque la cordialidad y los recuerdos mutuos siempre existieron.

Las familias de uno y otro crecieron distanciadas por el olvido, sin saber los unos de la existencia de los otros, cada una de ellas siguió derroteros diferentes por caminos ajenos y distantes; no hubo navidades, onomásticas ni fiestas significadas en las que tuvieran un encuentro aunque fuera breve, apenas había llamadas… y así fue pasándoles la vida a aquellos niños grandes que perdieron su infancia en un jardín lejano rodeados de eucaliptos, tamarindos y un tapiz de geranios, sus dunas de arenas rodeando a la gran casa junto al mar, ahora permanecían en silencio y solo el eco de sus batallas infantiles flotaba alrededor de la vieja construcción.

No solemos pensar en ella sin embargo convivimos a su alrededor, un día una sombra con mal agüero tocó a su puerta y su vida cambió a partir de ese momento, la alegría de una existencia desahogada y feliz se marchitó de un plumazo y negros nubarrones oscurecieron su horizonte; a partir de ese día comenzó una lucha sin cuartel contra el resto de su vida, iba a contrareloj y cada jornada ganada al tiempo era  un tesoro, pero el fin de los días se aproximaba y él lo sabía.

Estaba llegando al punto de partida de su último viaje, el más largo, el más evitado, el más incierto; una tarde sonó el teléfono con la noticia, todo había acabado y el viajero emprendía su aventura estelar, solo y sin equipaje. Fue un buen compañero de juegos en la infancia con el que debimos convivir más, ahora solo me  queda desearle que las estrellas le sean propicias allá donde vaya.


A tu memoria Gabi.

jueves, 3 de octubre de 2013

AMAR A OSCURAS

Qué bonito es el amor, si pero el amor a oscuras… todo lo bueno en la vida debe tener un escenario adecuado y en este, la puesta en escena ha de cuidarse para que deje un buen recuerdo; cinco son los sentidos con los que a priori partimos la mayoría de los humanos, luego está el sexto, el común, del que carecen una gran número de individuos, que puede hacer sacar un mayor rendimiento a los cinco restantes. Cada uno de ellos está diseñado para percibir sensaciones de nuestro entorno próximo o lejano según el órgano en cuestión; es en las distancias cortas cuando se activan  todos nuestros receptores y entonces percibimos con nitidez todos aquellos estímulos que llaman nuestra atención. El placer del amar es una batalla sensorial donde nunca debe haber vencedores o vencidos, es un dar y recibir mutuo sin exigencias o imposiciones, solo la culminación del acto durante la guerra amatoria, nos llevará a una tregua para preparar la siguiente batalla.
Desde siempre amar con goce para los de Roma, ha estado rozando la parcela del pecado carnal, dado que la finalidad de este tipo de amor es engendrar nueva vida que soltar a nuestro deteriorado y caótico planeta; el amor por el mero placer de practicarlo es considerado impúdico por la Santa Sede, aunque entre sus miembros célibes haya un nutrido grupo de practicantes del tocamiento genital impuro, propio y ajeno; es como lo de los musulmanes con el alcohol y el cerdo o los cristianos en cuaresma, de puertas a fuera son muy estrictos con sus tradiciones pero son muchos los que en privado, se dan un homenaje al coleto sin el más mínimo reparo. La iglesia o religión en su conjunto, siempre ha sido muy de dictar normas en relación a los asuntos de la carne; siempre queriendo tener las riendas y el control de los asuntos que conciernen a la comunidad que creen amparar y a la que durante siglos oprimieron bajo falsos códices de moral.
El acto de amar debería ser planificado, no con esto queriendo decir que haya que marcarlo en el calendario unos días concretos de la semana, el sábado sabadete camisa nueva y un polvete no me vale. Planificar es algo más que un cómo y cuándo hacerlo, es crear un clima propicio en el que una  cosa lleve a la otra de la forma más natural pero siempre sabiendo cual es el orden de las cosas.
Un aquí te pillo aquí te mato nunca puede ser placentero en sí mismo, incluso puede crear ansiedad dejando un mal recuerdo, es como si te la pilla una puerta, al principio sorpresa ante lo inesperado pero luego… está claro que las prisas en la juventud por el desfloramiento o las poluciones compartidas, llevan muchas veces a actos mal gestionados e insatisfechos dejando un infausto recuerdo de la primera vez, sobre todo en ellas. Quien no soñó en su momento en cómo sería su primera vez, a la vista de los resultados nada parecido a lo esperado seguro; el lugar elegido a veces no es el deseado pero es lo que hay y nadie deja perder un polvo por un mal escenario, sobre todo de joven.
Durante años se fomentó en el pasado desde los púlpitos, la idea de que la desnudez era impúdica y por tanto ofendía a Dios, aun hoy en día existen culturas en las que exhibir la piel en las mujeres está penado y perseguido mientras los gestores de esas leyes, muestran su roña con total impunidad a pesar de sus continuas abluciones; no hace falta remontarse mucho en el tiempo para ver el tipo de atuendos nocturnos que usaban las gentes decentes, camisones hasta  los pies con una discreta abertura para facilitar la consumación del acto sin exponerse a su desnudez, todo signo de disfrute era considerado una señal del infierno. El intercambio de fluidos consentido, llevado a cabo en el anonimato de las sombras, es como salir a beber solo, bailar sin música o cantar sin una letra entre los labios.
Amar a oscuras es algo que debería estar solo reservado a los invidentes que con su hándicap se ven obligados a desarrollar otras habilidades, el resto de los mortales debería agradecer el hecho de poseer el sentido de la vista echando mano de él en momentos tan íntimos. No neguemos a nuestro cerebro la captura de imágenes, ellas alimentarán nuestro baúl de los recuerdos y a ellas podremos recurrir cuando todo haya acabado por tanto, iluminemos la escena lo suficiente para ver más allá de unas meras sombras chinescas, captemos los detalles y recreémonos en los momentos de placer.
Disfrutemos plenamente del cuerpo amado, no solo oyendo sus suspiros, no solo notando sus caricias, no solo oliendo sus esencias, también viendo sus expresiones y gestos, apreciando sus movimientos, la tensión de sus músculos, fundámonos el uno en el otro y abramos los ojos al colorido de un valle en primavera, gocemos con sus matices, sus sonidos, sus aromas y sabores, el placer es efímero, intentemos alargarlo al máximo nutriendo nuestros sentidos con cada detalle, con cada mirada, con cada beso.

Ahora una vez hechas estas reflexiones, ya podéis poneros a la faena pero recordar hacerlo con la iluminación adecuada, buscar las primeras luces de un amanecer con el sol entrando tímidamente por la ventana, también la penumbra de una sobremesa con la luz filtrada por las persianas, quizás unas luces indirectas creando un ambiente íntimo… forzad la imaginación creando la escena perfecta pues no solo el contenido del acto importa, el contexto en el que se lleve a cabo influirá en el éxito del acontecimiento a veces mucho tiempo esperado. Yo declinaré el momento de yacer pues los huesos andan doloridos y el roce me produce calentura, no obstante mis mujeres tienen todo mi amor y ellas lo saben bien.

viernes, 27 de septiembre de 2013

CRUCE DE MIRADAS

Corría la segunda mitad de los años 70 en una ciudad mediterránea, tiempos convulsos inmersos en una incierta transición, el caudillo había pasado a mejor vida reuniéndose con su hacedor y aquí en la patria, unos cuantos se frotaban las manos a la espera de repartirse el pastel; las gentes despertaban de un sueño que había durado cuarenta años y que para muchos fue vivido como una pesadilla. La supuesta represión se había cebado, supuestamente, con unos mientras otros nunca supieron de su existencia puesto que lo que para unos era represión, censura, dirigismo y manipulación, para otros era tan solo ley y orden; está claro que nunca ha llovido a gusto de todos y mucho menos en lo referente a la política.

Las calles estaban tranquilas y la paz social sorprendía fuera de nuestras fronteras, nadie esperaba la forma civilizada en la que se dio el relevo pero así somos aquí, cuando nos ponemos nos lucimos y somos ejemplo del bien hacer pero joder, como nos cuesta ponernos; de un día para otro muchos dejaron la clandestinidad, se legalizaron partidos proscritos y hasta dejaron de estar mal vistos los zurdos. Por aquellos tiempos Jako, al que más tarde llamarían cara cortada por la facilidad que tenía para cortase cada vez que se afeitaba, vivía sus años de adolescencia sin ningún estigma a sus espaldas, iba a un colegio bien fuera de la ciudad, salía con sus amigos y pasaba los veranos a caballo entre el chalet de sus padres en una urbanización de postín y el pueblo de sus abuelos.

En aquel escenario de catarsis social y política, en el que todo el mundo tenía grandes esperanzas de cambio y libertad, se vieron por primera vez. No fue un verdadero encuentro, tan solo un fugaz intercambio de miradas mientras cruzaban una calle en un barrio céntrico, ambos con quince años y acompañados respectivamente por la madre y la hermana siguieron sus caminos con destinos diferentes; la hermana de Jako la conocía pues iban al mismo colegio aunque a cursos diferentes y eso hizo que al cruzarse ambas se saludaran.


Aquella cara angelical, aquel pelo salvaje, aquellas formas en ciernes pero sobre todo,  aquellos ojos verdes de brillo infinito, no dejaron indiferente a un sorprendido Jako que picado por la curiosidad, enseguida quiso saber más sobre aquella preciosa niña ¿Quién era? ¿Cómo se llamaba? ¿De qué  se conocían? Un  aluvión de preguntas machacaron a su hermana a partir de ese momento durante el resto de la tarde; él aun no lo sabía pero aquel fugaz cruce de miradas había encendido una llama que ya nunca se apagaría a pesar de los infortunios que la vida iba a depararle.

Tanto le insistió Jako durante los días siguientes que al final su hermana les organizó un encuentro, el lugar elegido un banco del jardín central de la gran vía próxima al colegio de monjas donde las muchachas asistían a clase; esa primera vez todo fue muy rápido, sin tiempo a disfrutarlo, ella acudió con un amiga, él con un amigo, la hermana tan solo se quedó lo justo para hacer las presentaciones y reírse un poco de la situación.

Aquel encuentro tuvo la magia suficiente para ser el primero de otros muchos, los dos acompañantes mutuos con los años quedaron en el olvido escribiendo tan solo las primeras páginas de su historia; unas veces en grupo y otras ellos solos, siguieron viéndose en multitud de ocasiones a lo largo de su adolescencia, durante la cual ella fue convirtiéndose en una mujer encantadora. Su relación sin llegar nunca a ser oficial, si fue especial pasando de la amistad al derecho al roce en el transcurso de unos meses aunque siempre prevaleció la primera; como el Guadiana que oculta y exhibe su cauce a lo largo de su recorrido, sus caminos se unían y separaban en el tiempo sin una periodicidad concreta, ambos sabían que se tenían si se buscaban y lo hacían con frecuencia.

El primer beso creó una gran confusión en Jako, tuvo la sensación de estar abriendo una puerta y cerrando otra tras de sí, el miedo por perder a la amiga lo invadió y sus ojos se humedecieron, nunca se lo dijo; fue cálido, suave como la piel de un melocotón, olía a hierba fresca recién cortada y su boca buscó más, encontrándolos entre sus  labios húmedos. Los meses fueron pasando y con ellos las estaciones, acabaron el bachiller y entraron en la universidad, ella en Derecho, él en Ciencias Biológicas; durante todo ese tiempo muchos fueron los momentos compartidos, los pups y bares visitados, las cervezas ingeridas, las risas contagiadas, las caricias y besos recibidos, las miradas cómplices en ocasiones llenas de lujuria y deseo contenido que antes o después encontraban su válvula de escape.

Así creció una amistad cuya verdadera esencia aún estaba por descubrir y esto no ocurriría hasta muchos años después de aquellos días, cuando ambos ya se consideraban perdidos el uno para el otro y tras toda una vida separados pero esto es otra historia que tal vez algún día será escrita, de momento volvamos a los tiempos de estudios y vida disoluta. El tiempo pasaba y ambos jóvenes creaban su mundo unas veces juntos y otras separados pero siempre girando dentro de un mismo universo, su ciudad, sus barrios, sus entornos comunes.


Es curioso que Jako siempre tuviera amigas procedentes del mismo colegio al que ella iba, de hecho varias de sus relaciones se originaron en el mismo vivero, pero ninguna dejó la huella imperecedera de aquellos ojos verdes, nada que ver con el resto. ¿Por qué alguien puede llegar a calar tan hondo? Nada lo justifica pero así es la vida y así son las personas, aquellos tiempos de descubrimientos mutuos, de cambios hormonales compartidos, de experiencias atrevidas e inconscientes, de primeras veces en muchas cosas, hizo que se crearan vínculos no escritos que ya nunca llegarían a romperse, a pesar de la  larga separación que tendría lugar entre ambos unos años después; su historia quedó latente en lo más hondo de sus corazones pero la llama que un día se encendió con un cruce de miradas en un barrio céntrico de la ciudad, nunca llegó a apagarse, tan solo quedó a la espera de que un soplo de viento volviera a avivar su  fuego.

jueves, 19 de septiembre de 2013

EL BATIDO DEL PISTACHO

Era su preferido, no había otro igual, de sabores variados él siempre pedía el de chocolate, se pirraba por aquel chocolate espumoso que paladeaba con deleite; la variante con nata no estaba acertada pues desvirtuaba aquel placer para los sentidos, su sola visión en vaso alto ya te hacía salivar esperando su contacto dentro de la boca. Aquel cambio de texturas entre el líquido espeso y la espuma cremosa que lo cubría era un regalo para el paladar, diminutos trocitos de chocolate negro aderezaban el fondo de aquel fluido de dioses jugando alrededor de una larga pajita.

Su amigo Pancho no coincidía con él, este prefería el de Lorenzo, en el otro extremo de la bahía, aquel era más líquido, tenía menos cuerpo aunque siempre solía adulterarlo con una bola de vainilla ¡sacrilegio! pensaba Carlos viendo echar a perder la pureza del cacao. Desde siempre Pistacho y sus batidos, habían sido su heladería preferida así que se veían obligados a alternar ambos establecimientos para contentar a todos los paladares.

Pepe, el tercer miembro del trio bananero, era más de  granizados, el de yougurt o el de café, eran lo suyo; no había que olvidar la Golosa que solía pedir su mujer, aquello era pecado puro sin posibilidad de penitencia que lo redimiera. Sobre  una copa metálica, se presentaba aquella creación del diablo compuesta por una enorme bola de chocolate puro sobre la cual se elevaba en precario equilibrio, una columna de nata culminada por perlas de chocolate negro. Cada cucharada de aquel manjar prohibido, hacía brillar los ojos de la pecadora ante el acto ignominioso que suponía aquello para una alimentación equilibrada.

No obstante el batido del Pistacho era otra cosa para él, implicaba todo un ceremonial casi siempre acompañado por un paquete de rosquilletas que devoraban con avidez; ese verano además tuvo otro ingrediente inesperado que hizo su sabor aún más apetecible, la guinda a aquel néctar para los labios tenía el cabello rubio como el oro, recogido en una bonita coleta que brotaba a través de un discreto gorrito rojo, nunca supimos en qué medida colaboraba en la elaboración de aquellos batidos, pero el mero hecho de verla moverse entre los helados llenando vasos, tarrinas o cucuruchos, hacía que estos supieran mucho mejor.


Volviendo al rico fluido que hasta allí lo arrastraba verano tras verano, este nunca lo dejaba indiferente, cada vez que llenaba su boca era todo un descubrimiento que hacía olvidar la última vez; aquel sabor era nuevo y desconcertante, era su droga veraniega de la que no podía pasar más de dos días seguidos. La elección entre uno y otro local era un tira y afloja continuo, tomárselo en el de Lorenzo aun estando bueno, era privarse del de Pistacho con vistas a la rubia incluidas, por tanto el momento de decidirse por uno de los dos establecimientos era siempre un tema delicado.

El personal de ambos  era agradable y servicial pero claro, Lorenzo no tenía musa y eso era un handicap a tener en cuenta puesto que en verano uno no solo quiere que le alegren el paladar, si es posible por el mismo precio que también lo hagan con la vista. Y así transcurrían las tardes de terraza en un verano no muy caluroso que poco a poco iba descontando días en el calendario, como en una tarjeta prepago nuestro saldo de batidos y helados iba disminuyendo a medida que lo hacían las jornadas, intentar estirarlas al máximo solo daba para veinticuatro horas, una vez estas consumidas otro dígito era tachado en el almanaque.


Pero el batido del Pistacho se mantenía invariable a través del tiempo, año  tras año aquel néctar deleitaba a cientos de paladares y con el declive de la época estival, aquel fluido mágico no solo se reconvertía sino que adquiría más fuerza para seguir triunfando con cada nueva temporada. El batido de chocolate en vaso alto con su espuma cremosa, salpicado de virutas de negro cacao era todo un signo de identidad en aquella bahía bañada por las aguas del Mediterráneo. Nosotros seguiríamos acudiendo allí a dejarnos embelesar por su suave y única textura.