Caen los últimos dígitos del calendario, el último mes toca a
su fin y es hora de hacer balance. La misma novela anual tendrá infinitos
desenlaces según quien sea el autor que la escriba, los mismos doce meses
habrán sido muy diferentes en los cientos de miles de hogares distribuidos por
todo el país y la lectura de ese periodo de tiempo tendrá finales muy distintos
según quien relate su recorrido.
Como cada año iniciamos enero cargados de esperanzas y
propósitos muchos de ellos inviables de antemano, uno espera mejorar lo pasado
y anhela encontrar en el nuevo año lo que perdió o nunca tuvo, se marca
renuncias a vicios y hábitos mal adquiridos. Nunca es tarde para cambiar, tomar
otro rumbo siempre es posible pero muchas veces ese cambio tan solo queda en
intención, en anhelo, en propósito incumplido; así pues echando la vista atrás
uno analiza el calendario vencido y saca conclusiones.
Uno puede retrotraerse a los primeros días del enero pasado y
recordar las cosas que quiso hacer y que quedaron nuevamente en el tintero como
proyectos de futuro, recordar aquel viaje irrealizado o el curso de inglés no
iniciado, visionar aquella cajetilla de cigarrillos tan solo abandonada por
unas semanas o el presumible cambio de aptitud frente a ciertas cosas o
personas; uno observa desde la distancia todos aquellos proyectos no culminados
y se propone volver a intentarlo.
El año da sus últimos coletazos y en su ocaso nos recuerda
sus alegrías y penurias, sus éxitos y fracasos, sus sorpresas y desilusiones,
también nos confirma hechos esperados, debacles no controlados, pérdidas
irreparables. Doce meses dan para mucho sin embargo vistos desde la distancia
pasan en un suspiro, casi no dan tiempo para reaccionar y muchas veces el toro
de la vida nos pilla y nos arrastra en su carrera desenfrenada y loca.
Hoy aquí, a escasas horas para que acabe un nuevo ciclo de
doce meses, miramos hacia el futuro y deseamos que todo el lastre haya quedado
atrás, quemamos nuestras naves y confiamos iniciar una nueva etapa en la que el
sol luzca cada mañana y sus rayos ahuyenten los malos augurios, confiamos en
remontar la cuesta por la que caímos a los infiernos en meses pasados,
esperamos ver la luz que nos guíe por senderos seguros y protegidos de las
injerencias externas que nos llevaron en el pasado cercano a extraviarnos y
sucumbir.
Es posible que el año haya ido bien y por tanto uno se
conforme con repetir, más de lo mismo muchas veces es toda una bendición, todo
un logro al que asirnos con uñas y dientes, saber apreciar lo que se tiene y
aún más importante, conseguir defenderlo, ya es de por si todo un éxito digno
de elogio pero por desgracia muchas veces no va a depender de nosotros. Somos
tan solo un engranaje de la maquina vital, un peón sobre el tablero de la vida
y muchas veces el juego así como su desenlace escapan a nuestro control.
El año concluye y con él quemamos una etapa más de nuestro
recorrido terrenal, una etapa que buena o mala ya nunca volverá; nuevas
expectativas se abren ante nosotros, nuevas oportunidades y proyectos se
cruzarán en nuestro camino, saberlas aprovechar o eludirlas será todo un reto,
acertar una habilidad o ser tocados por la diosa fortuna que reparte sus
parabienes de manera caprichosa e impredecible.
El reloj tocará las doce campanadas y con ellas una nueva
página en blanco se abrirá ante nosotros, una página de doce meses, de
trescientos sesenta y cinco días que empezarán a descontarse con esa última
campanada, días que nos traerán sorpresas y sobresaltos, alegrías y amarguras,
emociones y desilusiones, algunos se nos harán largos, otros volarán como el
viento, traerán estrés, ansiedad o sosiego, a lo largo de esos doce meses
viviremos lo esperado y lo inesperado, seremos felices o desgraciados pero con
cada día que pase iremos llenando nuestro libro de la vida y lo que en él vaya
quedando escrito ya nadie lo podrá cambiar.