Era su preferido, no había otro igual, de sabores variados
él siempre pedía el de chocolate, se pirraba por aquel chocolate espumoso que
paladeaba con deleite; la variante con nata no estaba acertada pues desvirtuaba
aquel placer para los sentidos, su sola visión en vaso alto ya te hacía salivar
esperando su contacto dentro de la boca. Aquel cambio de texturas entre el
líquido espeso y la espuma cremosa que lo cubría era un regalo para el paladar,
diminutos trocitos de chocolate negro aderezaban el fondo de aquel fluido de
dioses jugando alrededor de una larga pajita.
Su amigo Pancho no coincidía con él, este prefería el de
Lorenzo, en el otro extremo de la bahía, aquel era más líquido, tenía menos
cuerpo aunque siempre solía adulterarlo con una bola de vainilla ¡sacrilegio!
pensaba Carlos viendo echar a perder la pureza del cacao. Desde siempre
Pistacho y sus batidos, habían sido su heladería preferida así que se veían
obligados a alternar ambos establecimientos para contentar a todos los
paladares.
Pepe, el tercer miembro del trio bananero, era más de granizados, el de yougurt o el de café, eran
lo suyo; no había que olvidar la Golosa que solía pedir su mujer, aquello era
pecado puro sin posibilidad de penitencia que lo redimiera. Sobre una copa metálica, se presentaba aquella
creación del diablo compuesta por una enorme bola de chocolate puro sobre la
cual se elevaba en precario equilibrio, una columna de nata culminada por
perlas de chocolate negro. Cada cucharada de aquel manjar prohibido, hacía
brillar los ojos de la pecadora ante el acto ignominioso que suponía aquello
para una alimentación equilibrada.
No obstante el batido del Pistacho era otra cosa para él,
implicaba todo un ceremonial casi siempre acompañado por un paquete de
rosquilletas que devoraban con avidez; ese verano además tuvo otro ingrediente
inesperado que hizo su sabor aún más apetecible, la guinda a aquel néctar para
los labios tenía el cabello rubio como el oro, recogido en una bonita coleta
que brotaba a través de un discreto gorrito rojo, nunca supimos en qué medida
colaboraba en la elaboración de aquellos batidos, pero el mero hecho de verla
moverse entre los helados llenando vasos, tarrinas o cucuruchos, hacía que
estos supieran mucho mejor.
Volviendo al rico fluido que hasta allí lo arrastraba verano
tras verano, este nunca lo dejaba indiferente, cada vez que llenaba su boca era
todo un descubrimiento que hacía olvidar la última vez; aquel sabor era nuevo y
desconcertante, era su droga veraniega de la que no podía pasar más de dos días
seguidos. La elección entre uno y otro local era un tira y afloja continuo,
tomárselo en el de Lorenzo aun estando bueno, era privarse del de Pistacho con vistas
a la rubia incluidas, por tanto el momento de decidirse por uno de los dos
establecimientos era siempre un tema delicado.
El personal de ambos
era agradable y servicial pero claro, Lorenzo no tenía musa y eso era un
handicap a tener en cuenta puesto que en verano uno no solo quiere que le
alegren el paladar, si es posible por el mismo precio que también lo hagan con
la vista. Y así transcurrían las tardes de terraza en un verano no muy caluroso
que poco a poco iba descontando días en el calendario, como en una tarjeta
prepago nuestro saldo de batidos y helados iba disminuyendo a medida que lo
hacían las jornadas, intentar estirarlas al máximo solo daba para veinticuatro
horas, una vez estas consumidas otro dígito era tachado en el almanaque.
Pero el batido del Pistacho se mantenía invariable a través
del tiempo, año tras año aquel néctar
deleitaba a cientos de paladares y con el declive de la época estival, aquel
fluido mágico no solo se reconvertía sino que adquiría más fuerza
para seguir triunfando con cada nueva temporada. El batido de chocolate en vaso
alto con su espuma cremosa, salpicado de virutas de negro cacao era todo un
signo de identidad en aquella bahía bañada por las aguas del Mediterráneo.
Nosotros seguiríamos acudiendo allí a dejarnos embelesar por su suave y única
textura.
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