En
cierta ocasión me llamaron para dar una charla en un hospital de mi ciudad, la
temática poco importaba llegado el caso pues casi siempre rondaba los mismos
temas por lo cual requería escasa preparación; siempre me han llamado la
atención los nervios de algunas gentes previos a su exposición, el miedo
escénico era un peaje que debían pagar para ir haciendo currículum, de hecho
más de una vez tuve que hacerme con las riendas de una exposición ajena ante la
imposibilidad de que la persona indicada fuera capaz de pronunciar palabra ante
el auditorio. Dicen que se pasa mal, desconozco esa sensación, pero imagino que
será fruto de la inexperiencia o la timidez, enemigas ambas de estas gaitas;
ahora me encuentro de nuevo ante la preparación de una nueva charla, una
Jornada de postín amparada por los altos estamentos políticos del sector de la
sanidad, el salón de actos del centro hospitalario estará lleno, los ponentes
repasarán sus actuaciones y trabajos, algún meritorio andará con dolor de estómago
por los pasillos memorizando mentalmente sus diez minutos de comunicación y yo
ando preocupado por si encontraré sitio donde aparcar, es cuestión de
prioridades.
Recuerdo
la universidad, las clases a primera hora de la tarde sin casi tiempo para dar
un bocado tras salir de las prácticas de la mañana, también allí había alguna
compañera hecha un manojo de nervios momentos antes de iniciar su clase
magistral, curiosamente pasaba el tiempo y aquellos nervios no cesaban en
algunos vientres; siempre me fastidió tener clase tras una comida de navidad,
esta se quedaba a medias perdiéndome las sobremesas y los licores no obstante,
con la bodega estomacal llena por vinos y cervezas me iba yo a dar mi charla de
rigor. Quizás en más de una ocasión el enrojecimiento de mis ojos delataba un
origen alcohólico de base, quizás algún balbuceo o duda en mi exposición
pudiera poner en aviso a mi audiencia pero nunca llegó la sangre al río y sin
contratiempos, acababa una tras otras mis jornadas lectivas.
Era
frecuente coger el pen drive momentos antes de salir para la universidad y sin
vistazo previo tras muchos meses durmiente, iniciar la clase sobre la marcha
como si acabara de prepararla, era la rutina y el conocimiento de su contenido
cosa que chocaba con el oculto nerviosismo de otras gentes pero no siempre fue
así; viene a mi cabeza un año en el que con el tiempo justo me asignaron dos
nuevas asignaturas “como es médico no tendrá problemas” dijeron, joder con las
dos asignaturas, ya ni me acordaba de aquello, incluso dudé de si algún día
llegué a aprender todos aquellos males. Había que ponerse las pilas y no solo
aprendiéndose el tema en cuestión sino preparando todo el material gráfico que
luego serviría de apoyo durante las clases, fueron muchos días de arduo
trabajo, con sus fines de semana y ratos de ocio embargados por la faena,
jodidas dos asignaturas.
Es
curioso el poco aprecio que tuve siempre a hablar en público, de hecho
aborrecía tal actividad, en mis tiempos mozos era de ponerme colorado cuando
tenía que hacerlo, más tarde, pasados unos años, pasó a resbalarme lo del
discurso público hasta acabar ganándome la vida con ello. Los tiempos cambian y
también lo hacen las personas aunque no tengo claro si a mejor o peor, lo que
antaño llegó a ser motivo de turbación hoy era un acto mecánico sin mayor
trascendencia que apenas ocupaba unos renglones en mi cabeza, ahora solo me
preocupaba donde aparcar el día de la charla pues sabía de la dificultad dado
el emplazamiento del evento
El
miedo escénico que retuerce almas y estómagos no se si pasó sobre mi en algún
momento, si lo hizo fue de puntillas y sin apenas hacer ruido pues la cabeza
estuvo siempre en otras cosas, observando quizás a otras gentes que a mi
alrededor e intranquilas, memorizaban sus papeles antes de interpretarlos.
Oye yo se de que comidas navideñas hablas. Jeje que pena que te ibas tan rápido. Buen artículo
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