Durante gran
parte de nuestras vidas nadie piensa en ella, es un tema tabú que vemos muy
lejano en el tiempo y del que queremos creer, estamos exentos por el momento;
nuestra existencia transcurre viendo caer a nuestro alrededor a numerosas
gentes conocidas más o menos cercanas y sin embargo hasta cierta edad, pensamos
que estamos a salvo de ese último viaje. Nadie está preparado para iniciarlo
sin embargo todos tenemos el billete en el bolsillo con fecha y hora; a
diferencia de cualquier otro viaje, para este no se precisa equipaje y toda la
parafernalia y complementos que podamos añadir, será en vano pues quedarán en
la estación no acompañando al pasajero.
Con mucha
frecuencia no hay tiempo para las despedidas, en ocasiones emprendemos el viaje
solos, lejos de nuestros allegados a los que la salida de nuestro tren ha
pillado por sorpresa y no han podido acudir para ese último adiós; la luz se va
apagando y todo a nuestro alrededor pierde su nitidez, nuestra chispa se apaga.
Metidos en nuestro bólido de madera esperamos el final de la homilía para
zarpar rumbo a lo desconocido, si hacemos caso a los parabienes expresados por
el oficiante de turno, no tenemos por qué preocuparnos pues nuestro transitar
por la vida no ha sido más que una preparación y punto de partida para la
verdadera vida, un servidor duda de tales aseveraciones pero quizás a muchos
les reconforte pensar que no todo acaba con el certificado de defunción.
La vida es
una lotería, un juego de azar en el que todos participamos aun sin apostar, las
cartas se reparten y a todos nos llegan, la ruleta sigue girando mientras los
dados ruedan por el mantel que cubre la mesa de nuestra existencia. El que
juega por necesidad pierde por obligación y en este juego impuesto que nadie hemos
podido elegir, unos llevan mejores manos que otros; llegado el momento de
partir, mientras a través de la tapa de nuestro bólido de madera oímos las
alabanzas sobre el reino que se abre ante nosotros, dará igual cuantas rondas
hayamos ganado y la fortuna conseguida con ellas pues nuestros bolsillos irán
vacíos, tan vacíos como el día en que llegamos a este mundo pero con la certeza
de que ya nunca los llenaremos.
Líbrenos
Dios de la hora de las alabanzas, oía decir a nuestros mayores, ahora entiendo
por qué; esa última reunión en la que aun siendo el protagonista, no tenemos
posibilidad de participar, es nuestra fiesta de despedida y en algunos lugares
lo celebran como tal. Si bien lo miramos es coherente este proceder pues la
muerte como el nacimiento y otros eventos estipulados en la vida, son momentos
dignos de celebración, son acontecimientos únicos e irrepetibles que dejan
huellas imborrables tanto para el agasajado como para su entorno más próximo. Sea
pues el día de la despedida una fecha que, aun entre lágrimas, reúna a nuestro
alrededor a aquellas personas que nos
importaron en vida, con las que compartimos momentos especiales, con las que
iniciamos proyectos y quemamos etapas, con las que reímos y amamos, con las que
viajamos y nos perdimos, con las que descubrimos aquello que se convirtió en
recuerdos imborrables… solo ese núcleo humano son nuestros verdaderos allegados
pues con ellos de algún modo y en algún momento fuimos felices.
Acertar con
el bólido adecuado para ese último viaje es difícil pues la decisión la toman
otros y las prestaciones seleccionadas puede que no sean de nuestro agrado, si
el largo camino va a iniciarse pasando por la hoguera huelgan los lujos y
detalles que encarezcan el producto, me atrevería a decir que para convertirlo
en ceniza basta con un bólido discreto que aguante hasta llegar a la cocina
teniendo en cuenta además que el cajón nunca entra en el horno por lo que
sospecho el destino de su reciclaje; una vez salido del horno ya si se puede
elegir un envase más suntuoso para alojar los restos. En caso de inclinarse por
el método tradicional, aquí sí que podemos recrearnos en una elección más
detallada del vehículo que alojará al finado en su último viaje; podemos optar
por una amplia gama de modelos fabricados con maderas de muy variada calidad,
podemos elegir tapa única o partida con ventana de cortesía, muy útil para los
velorios concurridos en el que se practica el último adiós, la gama de lacados
exteriores también ofrece gran variedad desde el sobrio negro azabache con o
sin brillo hasta los tonos claros cuya máxima expresión está en el blanco
angelical. Los detalles exteriores y florituras decorativas pueden estar
ausentes dando imagen de austeridad o salpicar el bólido haciendo resaltar sus
partes nobles: maderas labradas, cantoneras forjadas con asas a juego, así como
crucifijos de lo más variado en forma y tamaños.
En cuanto a
los interiores hay todo un mundo con el que vestir la intimidad de nuestro
bólido: sedas, tafetanes, rasos, muselinas, acolchados variados en tapa y
cajonera. Para un mayor confort, la almohada cervical ajustable asegura una
correcta posición durante el despegue espiritual, evitando futuras molestias
derivadas de la fuerte aceleración soportada; como capricho puede añadirse un
espejito de cortesía a la altura de los ojos para realizar los retoques de
última hora, llegado el caso. Se tome la decisión que se tome, en esos momentos
de dolor debe tenerse la cabeza fría y ser coherentes con la elección, no vale
elegir lo mejor por qué fue muy bueno y lo queríamos mucho, pues el destino
debe marcar el modelo y calidad del bólido elegido.
En cuanto al
viaje en sí, sobre él hay grandes dudas, no hay mapas ni guías Campsa, no
existe referencia alguna sobre el estado del firme o la climatología que
podamos encontrar, es un viaje a lo desconocido del que nadie vuelve al menos
en el mismo estado con el que partió y por tanto no hay cuaderno de bitácora
que de testimonio. Sobre él tan solo queda registrada la despedida, la línea de
salida en la que los asistentes entre lágrimas, dicen adiós al protagonista del
viaje; tras su marcha, tan solo queda su recuerdo y sus obras si las hubiera.
Su nueva vida solo él o ella tendrán que vivirla.
Feliz día de
todos los Santos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario