sábado, 23 de noviembre de 2013

LAS MAÑANAS DEL PISTACHO

Las vacaciones estivales eran la mejor época del año, en ellas no había horarios ni obligaciones que cumplir aun así teníamos nuestras rutinas; la luz de aquella playa abría nuestros ojos de buena mañana iniciando con ello una nueva jornada de asueto en la que el tiempo transcurría plácidamente. El mar calmo como una balsa de aceite se extendía frente a nuestras casas, su gama  de brillos imposibles jugaba con un sol caprichoso que barría con sus rayos toda la bahía; poco a poco aquella arena dorada iba llenándose de sombrillas y toallas multicolores que gentes ansiosas de baños y arena instalaban cada mañana.

Tras un rápido desayuno aun no eran las once y ya estábamos listos para iniciar nuestras mañanas playeras, no éramos gente de baño lo cual no descartaba disfrutar con la visión del mar y para ello nuestro primer destino era siempre la plataforma de madera instalada a escasos metros de la orilla en un extremo de la bahía, llegar hasta allí suponía un paseo bajo los tórridos rayos del sol pero sabedores del sombrajo que allí nos esperaba se hacía de buena gana; la plataforma era uno de los muchos puntos repartidos por el litoral valenciano integrados en el plan de playas accesibles, allí acudía la gente con alguna discapacidad a tomar el baño utilizando para ello sillas especiales que asistidas por monitores, eran introducidas en el mar.

Nosotros simplemente íbamos a estar, había sombra, corría la brisa y allí departíamos con la gente y las monitoras, simpáticas muchachas de cuerpos esculturales con las que hicimos amistad, una horita de cháchara mientras algún acompañante disfrutaba de las olas y rumbo a nuestro segundo destino de la mañana, el Pistacho. Apenas un centenar de metros separaban ambos puntos si bien este se hallaba en pleno paseo marítimo bien protegido bajo una gran pérgola acristalada, las mañanas en el Pistacho eran especiales y muy esperadas, allí tomábamos un segundo desayuno y en ocasiones lo prolongábamos hasta la hora del aperitivo: cafés con leche y tostadas con aceite y sal, granizados de café, fingers de queso y cervezas, algún agua con gas…


Siempre vigilantes sobre la franja costera charlábamos desenfadadamente y organizábamos el mundo mientras disfrutábamos del ágape, hacíamos fotografías a nuestro alrededor y dejábamos pasar al tiempo que corría a su antojo; unas veces solos y otras acompañados aquel era el centro de reunión, veíamos pasar a las gentes ataviadas con sus equipos playeros hacía o desde la costa mientras nuestros cuerpos relajados y ausentes de compromisos se dejaban mecer por la brisa bajo la gran pérgola.

Las mañanas del Pistacho eran mucho más relajadas que las tardes y noches donde el caos se apoderaba por momentos del establecimiento, todo fluía a otro ritmo más pausado no dándose las aglomeraciones típicas de otros momentos del día, allí dejábamos perderse a la vista en el horizonte azul, el murmullo de las olas llegaba hasta nuestros oídos mientras nuestros paladares se deleitaban con pequeños caprichos gastronómicos.

Ahora, pasado ya ese tiempo desenfadado y vacío de obligaciones, echo la vista atrás y mientras la lluvia cae en una tarde de otoño tras mis ventanas, recuerdo con nostalgia aquellos momentos que viví no hace tantas fechas; ahora el color gris lo envuelve todo y aquella luz que iluminaba la bahía y acariciaba nuestros rostros se apagó con el final del verano. El Pistacho cerró sus puertas a la espera de una nueva temporada, la bahía vació sus playas y retiró sus pasarelas con la caída del verano, los edificios echaron sus persianas quedando en un largo letargo invernal y así, poco a poco, la vida fue escapando de aquel lugar tranquilo y bullicioso, caótico y relajado, natural y moderno.

Olvidada por todos aquella playa quedaría abandonada durante muchos meses esperando un nuevo verano, escasos dos meses en los que la savia humana regresaría y volvería a inundar sus calles, sus arenas, su paseo marítimo;  nosotros en la distancia no la perderíamos de vista ansiando volver pronto a reencontrarnos con nuestras mañanas en el Pistacho.

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