jueves, 10 de octubre de 2013

EL FIN DE LOS DIAS

Jugaban sin preocuparse por la hora en una calurosa tarde de julio, aquellos niños tenían todo el verano por delante y nada les acuciaba; ensimismados en sus juegos de guerra ellos eran los protagonistas de grande batallas, el escenario un jardín de fina arena alrededor de una casa centenaria junto al mar. Esta, afincada sobre sólidos cimientos, los miraba desde las alturas con un mutismo cómplice; cada tarde se repetía la escena, unas veces ganaba uno y otras el otro pero siempre la lucha era encarnizada dejando muchas víctimas por el camino. Allí sobre la arena montaban sus ejércitos, caballería en un flanco, infantería en el otro, los cañones en vanguardia, las reservas a retaguardia… y empezaban las escaramuzas; unos avanzaban, otros retrocedían, en ocasiones un movimiento envolvente hacía prisioneros pero la batalla continuaba hasta media tarde.

Un grito requiriendo su presencia los devolvía a la realidad sacándolos de su ensimismamiento, era la hora de merendar y arreglarse, ponerse "mudaos" como solían decirles. Siempre a regañadientes, tenían  que recoger sus ejércitos dejando la guerra para otro momento, todos aquellos cientos de soldaditos de plástico volvían a sus botes redondos de detergente que hacían las veces de improvisados cuarteles, una vez todo recogido un rincón en el garaje les serviría de techo. Tras el correspondiente bocadillo de pan con chocolate a la ducha, fuera arena y otras inmundicias recogidas por el jardín, una vez bien perfumados y con ropa limpia de nuevo a jugar, pero esta vez en la calle, de manera más sosegada y formal.

Una noche a la semana sesión de cine al aire libre, los cines de verano han ido desapareciendo de nuestras costas y pueblos de interior pero aquellas sesiones eran todo un acontecimiento para los pequeños, allí chillaban, se tapaban la cara o abrían los ojos como platos según la trama mostrada; en ocasiones llevaban la cena y con una bebida adquirida en el pequeño bar, estaban listos para dejarse seducir por unos personajes que nunca los dejaban indiferentes. Las mañanas al sol eran otro de los momentos esperados de la jornada, con sus toallas, parasoles y coloridos flotadores, salían de casa y a escasos metros montaban su campamento junto al mar; la playa formada por cientos de miles de guijarros y rocas, algunas de mole imponente, dejaba escapar un murmullo ensordecedor al ser acariciada por las olas.

Allí tomaron sus primeros baños y allí aprendieron a nadar bajo la atenta mirada de sus padres, siempre vigilantes; entre aquellas olas desarrollaron sus juegos de agua, flotaron en mullidas colchonetas y exploraron un fondo marino desconocido para ellos. Tras las comidas llegaba el momento más esperado por aquellos niños, el de las batallas o los juegos de pillar no antes de pasar por una obligada siesta en la que ninguno dormía, probablemente tal imposición obedecía a un intento por encontrar un rato de silencio en el que los mayores pudieran dar una cabezadita sin ser molestados, tras la misma, todos salían escopeteados hacia el jardín ansiosos por reanudar sus juegos y aventuras.

Pasaron los años y aquellos niños crecieron y se hicieron adultos, sus caminos se separaron a pesar de sus lazos de sangre, los contactos fueron espaciándose en el tiempo hasta casi desaparecer; ambos dedicados a la sanación del cuerpo llevaron trayectorias muy diferentes y raramente coincidían, algún acto social y poco más, aunque la cordialidad y los recuerdos mutuos siempre existieron.

Las familias de uno y otro crecieron distanciadas por el olvido, sin saber los unos de la existencia de los otros, cada una de ellas siguió derroteros diferentes por caminos ajenos y distantes; no hubo navidades, onomásticas ni fiestas significadas en las que tuvieran un encuentro aunque fuera breve, apenas había llamadas… y así fue pasándoles la vida a aquellos niños grandes que perdieron su infancia en un jardín lejano rodeados de eucaliptos, tamarindos y un tapiz de geranios, sus dunas de arenas rodeando a la gran casa junto al mar, ahora permanecían en silencio y solo el eco de sus batallas infantiles flotaba alrededor de la vieja construcción.

No solemos pensar en ella sin embargo convivimos a su alrededor, un día una sombra con mal agüero tocó a su puerta y su vida cambió a partir de ese momento, la alegría de una existencia desahogada y feliz se marchitó de un plumazo y negros nubarrones oscurecieron su horizonte; a partir de ese día comenzó una lucha sin cuartel contra el resto de su vida, iba a contrareloj y cada jornada ganada al tiempo era  un tesoro, pero el fin de los días se aproximaba y él lo sabía.

Estaba llegando al punto de partida de su último viaje, el más largo, el más evitado, el más incierto; una tarde sonó el teléfono con la noticia, todo había acabado y el viajero emprendía su aventura estelar, solo y sin equipaje. Fue un buen compañero de juegos en la infancia con el que debimos convivir más, ahora solo me  queda desearle que las estrellas le sean propicias allá donde vaya.


A tu memoria Gabi.

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