Aquella mujer era de amar guarro y sin protección; conocía
todos los secretos del amor mercenario y se desenvolvía como pez en el agua en
ambientes marginales. Angelines se llamaba pero todos la conocían por Ángel; en
la cama era un demonio y sus clientes recibían más placer del que esperaban por
qué Ángel era una profesional del amor.
Había aprendido el oficio en casa de madame Matilda, un ama
de jóvenes de vida alegre con gran prestigio dentro del gremio; en su casa fue
desflorada y allí se ilustró en las artes amatorias durante sus primeros años
de profesión. Los clientes requerían sus servicios por encima de sus compañeras
de burdel, ella sabía cómo ganárselos pues de todos era conocida su particular
torsión escrotal durante el acto, una de sus especialidades.
Se decía que su giro brusco de muñeca ayudaba al completo
vaciado espermático, los amados con esta
técnica relataban que sentían írseles la vida por unos segundos en un clímax de
placer, algunos incluso decían no importarles morir con los huevos en las manos
de Angelines pues con su giro brusco, veían por unos instantes el paraíso.
Aquella mujer cuidaba su cuerpo a conciencia, era de gimnasio
diario y spa dos veces a la semana, no madrugaba pues su profesión la hacía ver
muchos amaneceres y sus ojos nunca se abrían hasta bien pasado el mediodía.
Metódica en sus dietas, siempre comía equilibrado aunque se pirraba por el
chocolate negro, siempre tomaba un trocito tras las comidas; vivía en un
apartamento en el centro de la ciudad, el lujo y el glamour estaban presentes
en cada rincón de su casa pues por algo su cotización era alta y podía
permitírselo.
En su trabajo practicaba lo que ella llamaba la purificación del santo, consistente
en la higienización del miembro previa a prestarle sus exclusivos servicios; la
tal purificación era llevada a cabo por medio de ungüentos desinfectantes
aplicados por la técnica del amasamiento vibrátil aprendida de madame Matilda.
El miembro era embadurnado con un fluido viscoso similar a la miel, cuyas
propiedades térmicas anulaban momentáneamente cualquier atisbo de erección, el
poder antiséptico y desinfectante del fluido, creaba una barrera temporal
contra las miasmas nocivas que pudieran existir, una vez embadurnado el miembro
se aplicaban una serie de palmoteos cortos y secos que ayudaban a que el
ungüento penetrase en la piel; nada entraba en Angelines sin antes ser
purificado por ese método.
De todas partes acudían requiriendo los servicios de la
galana y esto le permitía seleccionar a su clientela, marcaba sus horarios y
ponía sus límites en las peticiones amatorias pero lo que daba Angelines en un
lecho, no era superado por ninguna otra de la profesión. Sus felaciones no
tenían parangón, hacía el cucurucho corrido o el helado de vainilla y chocolate,
ambas variantes de la felación común, como nadie, dejando a sus beneficiarios
en un limbo del que les costaba bajar.
Durante sus años de
aprendizaje ponía el alma en el arte de agradar no obstante, madame Matilda
tuvo que pulir muchos defectos propios de la inexperiencia de aquella joven
muchacha; debió aprender a moverse alrededor de sus víctimas ganándoselas con
gestos y miradas, tuvo que ejercitarse en el arte del susurro cómplice, conoció
la forma de estimular cada punto del cuerpo haciendo del goce un vicio con el
que enganchaba a sus presas; Angelines se doctoró en las artes del amor
comprado con nota, podía pasar de ser la joven inocente de buenos modales y
gestos cariñosos a convertirse en la perra más guarra del burdel según le
conviniera, ella era voluble e imprevisible pero todos sus movimientos estaban
bien estudiados.
Era mujer de llevarse bien con las compañeras, siendo
especialmente querida entre transexuales y el mundo lésbico, al que no hacía
ascos si la situación lo requería. Angelines tenía unos labios carnosos que
invitaban a la lujuria, ella sabía cómo humedecerlos para hacerlos más
excitantes pues era una maestra en el arte de la seducción; sus miradas también
eran para enmarcar, bajo unas largas pestañas el brillo de sus ojos castaños no
dejaba a nadie indiferente, era de miradas profundas y enigmáticas de ahí que
todos quisieran averiguar que había más allá de ellas.
Era una loba y la noche su territorio, se movía con destreza
en los ambientes más exclusivos, levantando pasiones entre todo lo que se
moviera por qué ella era puro deseo. Bella, rica, independiente y con todos los
hombres a sus pies, Angelines era una diosa y su reino el lugar donde
estuviera, su sola presencia iluminaba los espacios y en la privacidad de una
alcoba, era una maestra del placer. Sus habilidades con un falo entre las
manos, la hacían sobresalir por encima de cualquiera, ninguna otra estaba a su
altura y ella era consciente de ello.
Fiera en la cama y mansa en la vida, Angelines disfrutaba de
su poder sexual, sus caderas asesinas eran capaces de agitarse de la manera más
sensual haciendo que las miradas no pudieran apartarse de ellas; sabía hacer el
molinillo giratorio sobre los erectos mazos de mortero llevándolos a un clímax
impensable, igual iniciaba una danza sugerente que hacía crujir los músculos
del amado bajo su posición dominante, era un volcán del amor.
Angelines acaba de llamarme, me dice que pronto estará entre
nosotros así que ir rompiendo las huchas y vistiendo vuestras mejores galas,
ella es exigente en el aspecto y la cartera pues por algo lo que da, no se lo
da a cualquiera.
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