No era de árboles ni de
bolas de colores, no montaba belenes, ni guirnaldas, ni espumillones, no colgaba muérdago, ni en su
casa oirías villancicos, Anselmo no tenía espíritu navideño. Nunca puso comida
en el balcón para los camellos, ni dejo entornadas las ventanas para
facilitarle la entrada a los magos de Oriente, no comulgaba con el proceder del
gordo de la barba blanca y sin un motivo claro, sentía aversión por los renos,
animales de mirada insípida según decía. Anselmo no era muy de regalar en esas
fechas donde una falsa alegría lo inundaba todo.
En el balcón de su casa
no había luces ni brillantes estrellas, tampoco en el salón ni en el resto de
habitaciones; su casa mantenía el llamado apagón navideño y no daba el gusto al
contador de la luz para que incrementara sus kilovatios durante esos días. Nada
en su entorno personal denotaba una época festiva por qué Anselmo era ajeno a
la Navidad. Nada de niños cantando en el portal, nada de spray nevado en los
cristales de las ventanas, ni un solo signo de tipos exóticos a lomos de
camello, tan sólo la normalidad de cualquier otro día en la vida de Anselmo.
Dicho está que no era
hombre de belenes, no entendía esa reunión de pastores, animales y gentes venidas
de lejos ¿qué era eso de regalar mirra, incienso
y oro? Un niño normal no quiere ni acepta semejantes presentes; a esas edades un
niño no está por el dinero y menos en un lugar sin quioscos ni chuches, con el
incienso lo más que podía conseguir era hacer arder el camastro a poco que se
descuidaran sus padres y la mirra ¿qué coño es eso de la mirra? ¿Cómo se juega
con la mirra? Anselmo no entendía el proceder de aquellas gentes si es que
realmente existieron, mirra a un niño pequeño, al menos si pudiera comerse…
A estos sin sentidos
había que añadir las últimas noticias recibidas desde el Vaticano; de un día
para otro Benny XVI había cambiado a los personajes por santo decreto haciendo
sitió en el portal. De un plumazo se había cargado el tradicional mundo animal,
fuera mula y fuera buey, a pastar hierba al campo que allí estaban muy
apretados y la virgen quería aire. Y por si esto no fuera ya de por sí
suficientemente traumático para la tradición, nos cambia también la
nacionalidad de los magos de Oriente, ahora resulta que venían de otro lado mucho
más próximo y tenían raíces andaluzas, a poco que sigan esforzándose en la
Santa Sede nos los hacen llegar a lomos de unos Miuras o Vitorinos o vete tú a
saber qué. Mira que sí al final los presentes recibidos por el nano resultan
ser una guitarra, unas peinetas y un par de banderillas, lo propio de una banda
de palmeros. Es lo que tiene el poder, te cambian la historia según sus gustos a
poco que te descuides y te quedas sin
tiempo para reaccionar, ahora van y nos joden la granja quedándonos sin
animales junto al pesebre, con el calorcito que daban...
Anselmo era un ser
neutro durante esas fiestas, eso era sabido por quienes lo conocían. No acudía a desfiles ni celebraciones
callejeras, eludía los centros comerciales y los mercadillos espontáneos, no
esperaba nada del nuevo año y tampoco hacia balance del que acababa; Anselmo
vivía el día a día y no hacia planes a largo plazo. Aquellas fiestas de luz y
color, cancioncillas tiernas y mucho comprar, le traían sin cuidado, él no
cambiaba sus costumbres ni adoptaba falsos estilos de vida durante aquellos
días. Anselmo era fiel a Anselmo y el que lo conocía, sabía que aquella época
del año no iba con él.
Anselmo no era de comer
turrones, polvorones y mantecados; su dieta durante esos días no variaba pues
lo que para muchos eran comidas especiales, para él eran viandas normales y
cotidianas. Las angulas y el caviar iraní, nunca faltaban en casa y era de
frecuentar restaurantes distinguidos, por eso cada comida para Anselmo era un
extra para el pueblo llano. Era de gustar mariscos sin hacer ascos al molusco
de la tierra, las almejas de carril eran de su agrado y nunca faltaban sobre su
mesa, una fuente de percebes también era solicitada los días de buen comer y
Anselmo solía comer bien a diario.
Esos días no ponía
televisión, los anuncios incitando al consumo sin limite entre sonrisas
forzadas y falsa alegría, le creaban animadversión y torcían su humor de normal
aceptable. Lo de atrasar las rebajas para inmediatamente después de la fiestas,
lo consideraba una tomadura de pelo y metidos en esa tesitura, le enfermaba ver
como cada año el pueblo hechizado, cabalgaba sin freno hacia las puertas de los
centros comerciales, eran como un rebaño cuyo pastor común los guiaba al corral
desde los medios de comunicación.
No era hombre de
felicitar en esos días, ¿por qué debía hacerlo si nadie había hecho nada especial
por lo que ser felicitado? Él iba a lo suyo ajeno a esos ritos folklóricos, sin
prestar atención al ambiente que lo rodeaba; aquellos días Anselmo no era el
simpático y agradable gentleman que todos conocían, el hombre apuesto que
enamoraba con su labia y saber estar, el bailarín experto que flotaba sobre las
pistas de baile repartiendo sonrisas y miradas cautivadoras. Anselmo en esos
días era huraño, serio, solitario y mordaz, había perdido su frescura y no lo
disimulaba, le tenía sin cuidado el qué dirán pues nunca le preocupó tal cosa.
Esos días no frecuentaba
sus cafeterías y restaurantes habituales, en ellos también imperaba el ambiente
navideño y ya se sabe, él lo eludía; en más de una ocasión pensó en hacer un
viaje, alejarse de toda aquella farsa, pero casi todo su mundo civilizado
celebraba esas fiestas y quienes quedaban fuera de él, carecían del atractivo
necesario para ser visitados, Anselmo era muy curioso en su viajar y no iba a
cualquier sitio.
No creía en el azar, era
del pensar que las cosas había que ganárselas, por eso otro de los aspectos
añadidos a tan nefastas celebraciones era la dichosa lotería del día veintidós;
como odiaba aquellas colas frente a las ventanillas de las administraciones,
todos convencidos de que su número sería el elegido por los niños cantores del
bombo, pobres ilusos, cierto es que la esperanza es lo último que se pierde
pero demostrado estaba que las probabilidades de ser el agraciado eras muy
escasas.
Añoraba sus fiestas de a
diario, sin fechas especiales, sin nada significado que celebrar, esas eran su
vida y en ellas había crecido como hombre llegando a ser quien hoy era. En
ellas desplegaba todo su saber, ponía en práctica sus habilidades, lucía sus encantos
y se dejaba conocer, pues eran muchos los que lo pretendían. Actos a los que
acudir nunca le faltaban, pues eran muchos los que requerían su presencia, en
ocasiones tenía que dividirse haciendo breve su estancia en los eventos y
reuniones a los que acudía pero ¿qué podía hacer? Todos deseaban su presencia y
él intentaba complacerlos.
Se dejaba querer pero
era de poco rechazar, le gustaba el agasajo y el cumplido acertado, estando
siempre dispuesto a recibirlo; no era de creérselo pero sabía disimularlo por
eso había quien pensaba de Anselmo que era un tanto pedante. Nunca canto nádales,
esas cancioncillas de estribillos silvestres, su voz no estaba hecha a ellas y
su ego era reacio a las mismas por eso eludía cualquier invitación para unirse
a los coros. Fueron esas cosas las que influyeron es su falta de vida social
por aquellos días.
La Navidad por tanto
para Anselmo, era una época gris en la que no derrochaba su simpatía habitual y
si gris era la época, gris era su espíritu durante esos días por lo cual quien
conociera a Anselmo en ese periodo del año, no lo identificaría con la fama que
solía precederle pues en ese tiempo, él era otro Anselmo.