sábado, 31 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (IV)

MAÑANAS DE AMOR

Aquel primer beso dio pie a otros muchos, en adelante su relación ya no sería la misma sin tener muy claro ninguno de los dos, si eso era bueno o malo pues no había que olvidar que ella era una mujer casada. Seguía yendo dos veces por semana a su casa pero todo había cambiado y no veía la hora de llegar allí, aquellas mañanas el corazón se le aceleraba a medida que iba acercándose a su barrio y un sinfín de mariposas revoloteaban dentro de su estómago. La conciencia de su infidelidad la atormentaba pero no podía evitar sentirse arrastrada hacía él y cuando al fin estaban juntos, todo lo demás quedaba en un segundo plano.

Llegaba como siempre enfundada en sus jeans ajustados, la chaqueta abierta y un gran bolso colgado del hombro; su pelo suelto hasta media espalda y una mecha cruzándole la cara le deban un aspecto rebelde y atractivo que a él le encantaba. Algunos días él ya estaba levantado cuando ella llegaba y lo encontraba desayunando o en el baño, otros días la esperaba en la cama en la cual ella se metía tras despojarse de su indumentaria dándole los buenos días entre sus brazos. Él disfrutaba viéndola desvestirse, en ocasiones liberar aquellas piernas de los ajustados vaqueros hacían peligrar su equilibrio pero una vez estas quedaban libres, el resultado era espectacular; solía meterse en la cama con la ropa interior dejando que fuera él quien se la quitara durante sus juegos amorosos.


Él daba rienda suelta a la pasión retenida durante meses, ella le respondía como nunca hubiera imaginado llegando al punto de sobrepasar lo considerado como convencional; ella se adaptó muy rápido a su falta de movilidad descubriendo sus puntos sensibles y explotándolos hasta la saciedad, él proponía posturas que le permitieran llegar a todo su cuerpo y ella se ofrecía con gusto alcanzando cotas de placer nunca antes experimentadas. Su cama aquellas mañanas se convertía en un laboratorio del amor, allí practicaban lo inusual, lo prohibido, pero con todo ello ambos reforzaban sus lazos llevándolos más allá del mero plano físico.

Tras unas cortas vacaciones en las que no pudieron verse, aquella mañana llegó luciendo sus clásicos jeans y un ancho jersey de color azul pálido estampado con cientos de pequeños corazones, el conjunto la hacía muy atractiva y deseable; su pelo tenía otro aire quizás debido al paso por la peluquería motivado por la asistencia a una boda el día anterior, sea como fuere estaba distinta y ese cambio encendió su lujuria retenida durante las últimas semanas nada más verla. Él se acababa de duchar volviéndose a la cama para esperar su llegada, ella entró puntual dirigiéndose a la cocina donde dejó sus enseres y el pan recién comprado, ese día se quedaría a comer.

Entró en su habitación y se quedó mirándolo desde cierta distancia tras un cálido “buenos días”, la luz filtrada por la persiana creaba un juego de claroscuros dando al entorno un clima de penumbra, él quería verla más nítidamente así que encendió su lámpara de sal cuya luz aun siendo tenue mejoraba considerablemente la iluminación de la estancia. Ella se acercó despacio inclinándose sobre él y posando sus labios sobre los suyos de manera fugaz, incorporándose antes de que él pudiera abrazarla; tenía ganas de jugar y su juego no era otro que el del amor.


Retirándose un poco de la cama se acercó al mueble donde estaba el equipo de música e introdujo un CD de Diana Krall, los acordes de su piano empezaron a sonar inundando la habitación; él se acomodó contra la almohada dispuesto a contemplarla. 

Ella empezó a moverse dejándose llevar por la música, sus brazos parecían flotar acercándose y separándose de su cuerpo, sus manos cogieron la parte baja del jersey subiéndolo y bajándolo por debajo de su pecho, él empezó a impacientarse. Con un movimiento rápido sacó un brazo de su manga y luego el otro quedando ambas vacías a merced de la gravedad; poco a poco fue subiéndolo hasta que su cabeza desapareció por un instante dentro de él pasando en un visto y no visto a una de sus manos, lanzándolo acto seguido sobre su silla de ruedas.

Ese día había elegido un conjunto de ropa íntima color champagne semitransparente que resaltaba la voluptuosidad de su busto convirtiéndola en una diosa. Sin dejar de moverse delante de él y embriagada por la voz quebrada de la Krall, sus dedos descendieron hacia los jeans buscando los botones metálicos, uno a uno, sin prisas, los fue desabrochando dejando poco a poco al descubierto unas braguitas de encaje a juego con el sujetador; él ya no aguantaba más.


No sin esfuerzo consiguió liberarse que aquellos pantalones ceñidos como  un guante quedando ante él casi desnuda; sus largas y bien torneadas piernas coronadas por unas exiguas braguitas, sus caderas y más arriba su estrecha cintura, sus pechos prisioneros de un provocador sujetador, sus hombros y un cuello custodiado por su larga cabellera, creaban un cuadro frente al cual él se deshacía en deseo. Cuando él levantó la sábana invitándola a entrar ella por fin se acercó metiéndose de un salto junto a él fundiéndose en un apasionado abrazo, sus bocas se buscaron sedientas del néctar mutuo y sus lenguas iniciaron el recorrido por la piel del otro como si fuera la primera vez.

Él le desabrochó el sujetador que quedó perdido entre las sábanas hundiendo la cara entre sus pechos, ella exploraba con sus manos entre jadeos los bajos fondos de él recreándose con su miembro húmedo que ya presentaba una considerable erección. 

Con las manos sobre sus nalgas fue bajando con delicadeza sus braguitas color champagne a lo que ella le ayudó sacándoselas de las piernas; ambos desnudos respiraban entrecortadamente llegando a un punto en el que ella ya no aguantó más y sujetándolo con una mano se introdujo el miembro ingurgitado y duro con un gemido de placer tras lo cual, inició una danza sobre él que por momentos se aceleraba con una fuerza inusitada inmersa en un frenesí de pasión.


Él la miraba desde abajo, sus pechos calientes y húmedos se balanceaban sobre su torso haciendo que el roce de sus pieles endureciera sus pezones, con los ojos entornados veía como se mordía el labio inferior para evitar que su garganta dejara escapar un grito de placer; ella aceleró su cabalgada mientras él contribuyó a incrementar su placer acariciándole el sexo al tiempo que su lengua jugaba con uno de sus pezones, el clímax se aproximaba pero él sabía retrasar ese momento y aflojó en sus caricias tomándose un respiro.

Ella le sonrió desde las alturas sosegando sus embestidas con la cara cubierta de un sudor tibio que él lamió con pasión, pero no estaba dispuesta a darle descanso y tras besarlo en los labios inició de nuevo un vaivén rítmico que fue acelerando entre gemidos que ya no intentaba ahogar; aquel era el polvo de su vida y quería disfrutarlo hasta el final. Por su parte él a pesar de su falta de sensibilidad y movilidad en gran parte del cuerpo, recibía un gran placer por parte de ella, sabía dónde estimularlo, pero sobre todo disfrutaba con su disfrute, tenerla encima moviéndose como una pantera húmeda y caliente, gimiendo de placer y retorciéndose con cada caricia suya, lo colmaba hasta límites insospechados no queriendo reconocer que desde hacía tiempo se estaba enamorando de aquella mujer.

sábado, 24 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (III)

UN CORTE DE PELO

Los jeans eran su segunda piel, se ceñían a sus piernas como un guante marcando unas caderas de calendario, su cintura y más arriba de esta un busto de dimensiones generosas le daban un atractivo aspecto; ella debía ser consciente de su buena figura pero no daba muestras de ello y eso le añadía un punto de erotismo subliminal que no pasaba desapercibido. Sin ser un bellezón tenía su encanto y si algo destacaba en su carácter era su buen humor, siempre tenía una sonrisa en los labios y eso se agradecía.


Él la llevaba en la cabeza más allá de su presencia física, la recordaba con frecuencia durante sus ausencias y en alguna ocasión apareció en medio de sus sueños no obstante, un manto de brumas la rodeaba y nunca pudo llegar a concretar una historia nítida y coherente en la que ambos se identificaran. Cada mañana de las que venía por casa dejaban un poso de imágenes que él reciclaba y daba forma a su antojo, creaba escenarios y desarrollaba tramas ficticias que nunca concluía, pues no hallaba el  catalizador que uniera aquellos fragmentos de vivencias fugaces, algo escapaba a su control dejando inconclusas todas aquellas historias.

Aquella chica tenía chispa y esta la iluminaba allá donde estuviera, era como un áurea que te hacía no querer apartar la mirada de sus formas; desde hacía tiempo tenía en la cabeza regalarle una camiseta, ella solía usarlas y las tenía muy variadas, él no encontraba la idónea aunque tampoco le había dedicado tiempo suficiente a buscarla, aprovechaba cuando zascandileaba por la ciudad para ver escaparates pero nunca llevó a cabo una búsqueda profunda. Siempre que una prenda le llamaba la atención, la imaginaba a ella llevándola, viendo cómo se adaptaba a sus curvas, cómo resaltaban los colores sobre su piel… no podía evitarlo, era algo superior a él.

La chica de los jeans ajustados estaba atrapada en su cabeza, presa en sus retinas y no podía desprenderse de su recuerdo aun estando lejos de ella; allí junto a la playa intentaba imaginar su cuerpo en biquini jugando con las olas del mar, su piel bronceada moviéndose junto a la orilla mientras sus pies recibían cientos de besos de espuma blanca. El verano era una buena época para lucir aquel cuerpo que parecía ella no saber poseer, con movimientos armónicos, delicados como una gata, se mezclaría entre la muchedumbre estival espolvoreando su néctar de amor; ella dejaría huella allí por donde pasara pues era única a los ojos de los dioses.


Aquella mañana llegó especialmente cautivadora, sin saber exactamente que había cambiado en ella, ocupaba todo su campo de visión no existiendo nada a su alrededor, daba la impresión de tenerlo abducido. La seguía con la vista allá donde fuera mientras intentaba tener una charla desenfadada e intrascendente que mantuviera su atención sobre él; con  movimientos ágiles se desplazaba por el gran salón bayeta en mano, eliminando restos de polvo inexistente sobre muebles y cacharros de los que había a cientos, mirándolo de tanto en tanto en respuesta a sus palabras.

Con parte de la casa ya arreglada hizo un receso y se dispusieron a tomar un café, como de costumbre él los preparó, para ella solo con poca azúcar, para él con un chorrito de leche condensada. Aquel era su momento de la mañana y en él ella colgaba su delantal y se soltaba el pelo pues sabía que a él le gustaba verla así, con la imaginación podían trasladarse a cualquier terraza de la ciudad en la que como cualquier pareja, compartían sus cuitas y secretos ajenos a lo que les rodeaba.

Ella llevaba tiempo intentando convencerlo de que la dejara cortarle el pelo, él entre risas siempre desechaba el asunto aplazándolo para más adelante cuando lo tuviera más largo, esa mañana ella volvió a insistir en el tema alegando que ya lo tenía casi todo hecho y por tanto tenían tiempo. A ella se le abrieron los ojos como platos cuando él asintió dándose por vencido y accediendo a su petición, por fin lo había conseguido; una vez recogida la escasa vajilla utilizada se encaminaron al cuarto de baño donde tendría lugar la operación pilosa.

Esa mañana llevaba una camiseta de tirantes lo cual iba a agradecer dado el calor que en aquel cuarto de aseo daban los halógenos, él pasó a quitarse directamente el polo que llevaba puesto y cubrirse con una sábana a modo de mandil de peluquero para protegerse de los infinitos restos de cabello que estaba a punto de recibir. Frente al gran espejo él la veía a sus espaldas dispuesta a empezar la faena, le encantaba ver sus hombros desnudos y sus largos brazos cuya piel empezaba a brillar por el efecto térmico de las luces, daban la impresión de estar en un camerino a punto de maquillarse para salir a escena.

Con la cabeza inclinada sobre el lavabo ella empezó a lavársela, sus dedos se desplazaban por el cuero cabelludo de manera delicada pero firme, sus manos enjabonadas ejercían un masaje sobre su cabeza que se prolongó hasta el cuello para luego volver a ascender, notaba el roce de su cuerpo sobre la espalda y la excitación se apoderó de él sin poder evitarlo. Llegó el momento de enjuagar y el proceso fue igual de gratificante, la presión del agua sobre su cabeza ayudada por unos dedos que no dejaban de masajear su piel hacían que deseara que aquello no acabara nunca.


Saberla con sus manos sobre él, con la piel húmeda por el calor del ambiente y enfundada en aquellos jeans tan ajustados, ponía a prueba su lívido que por momentos amenazaba con desbocarse. Cuando se incorporó y volvió a verla a sus espaldas a través del espejo estaba radiante, húmeda y radiante, le sonreía, él sabía que ella era consciente del efecto que ejercía sobre él y le gustaba que lo supiera; su juego de miradas lo decían todo.

Había que empezar a cortar y ella parecía saber de qué iba la cosa pues se le notaba destreza con las tijeras, él no apartaba la mirada de su rostro, de  sus hombros, de sus brazos… sin importarle lo que cortaba pues si ella iba a quedar satisfecha, seguro que él también. Transpiraba en aquel ambiente saúnico y no tardaron en aparecer cercos de sudor en su camiseta como una prolongación de su piel húmeda, que en algunos puntos ya mostraban finas perlas de fluido que ella limpiaba de tanto en tanto con el dorso de su mano, le encantaba verla así y bromeaba con su exagerada intolerancia al calor haciéndola reír.

Unos minutos más tarde el corte estaba listo para revista, un enjuague rápido para eliminar los restos de pelo y la retirada de la sábana que había servido de protección durante todo el proceso finalizó el acto; él quedó mirándose en el espejo mientras ella barría entre sus ruedas los restos de cabello para evitar esparcirlos por toda la casa. 


Una vez todo retirado ambos quedaron mirando al espejo que les devolvía su imagen, ella esperaba su veredicto, él movía la cabeza hacia los lados para comprobar el resultado que claramente le satisfacía aun sin decirlo; empujando con sus manos levemente sobre la encimera, deslizó hacia atrás su silla de ruedas girándose para mirarla, ambos se sonrieron y él sin pensarlo la rodeó con su brazo por la cintura atrayéndola hacía él, ella no ofreció resistencia sentándose sobre sus piernas y aproximando su cuerpo húmedo al de él desnudo. Segundos más tarde sus labios se fundieron por primera vez.

sábado, 17 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (II)

LA CHICA DE LOS JEANS

Últimamente venía más maquillada que de costumbre, sombra de ojos, labios perfilados, algo de colorete en las mejillas… su indumentaria no había cambiado sin embargo tenía otro aire, estaba más atractiva, algo en ella era distinto pero no acertaba a dar con qué.

Las mañanas se sucedían una tras otra, él la oía entrar en casa desde su cama, dirigiéndose a la cocina donde iniciaba su ritual: zapatillas, delantal, el pelo recogido en un moño o coleta, guantes de látex… siempre enfundada en unos jeans ajustados que resaltaban su espléndida figura; no tardaba en asomarse a su habitación y con el saludo matutino sus vidas entraban en un bucle como ocurría en el film El día de la marmota.


Silenciosa como una gata iba y venía por la casa plumero en mano eliminando cualquier atisbo de injuria higiénica, injuria que por otro lado solo ella veía; a él le gustaba verla moverse y ella hacía tiempo que lo sabía, porque esas cosas se notan y ella no era tonta de manera que sabiéndose observada, ella se movía para él.

Aquella mañana era especialmente calurosa, la noche, una más, había sido tórrida haciendo difícil conciliar el sueño, él llevaba muchas horas despierto cuando ella llegó; tumbado sobre la cama con las sábanas revueltas, esta ardía como un horno calentando toda su piel, ansiaba darse una ducha pero no podía moverse. Ella entró en la habitación dándole los buenos días al tiempo que se anudaba la coleta, él le pidió que se la soltara por un momento y agitara la cabeza, le encantaba verla con el pelo suelto y algo revuelto, ella rio ante su petición y procedió a soltar la goma que sujetaba su largo cabello, agitó la cabeza liberándolo  y este quedó libre sobre sus hombros cubriéndole parcialmente el rostro.


Accionó el interruptor y la persiana inició su ascenso convirtiendo las sombras en claridad; pudo verla con total nitidez, allí plantada ante él con los brazos en jarras, el pelo suelto y una mueca burlona en sus labios lo conminaba a levantarse bajo la amenaza de tirar de sus sábanas (todos los días igual). Sabía que solía dormir desnudo y él que ella lo sabía pero no le importaba que llegara a cumplir su amenaza, quizás lo deseaba para poder ver su reacción.

Ella siempre tenía calor, cualquier prenda a poco que se moviera la agobiaba no tardando en subirse las mangas a la altura de los codos; con la  llegada del buen tiempo solía llevar camisetas, muchas veces sin mangas mostrando sus hombros y dejando al descubierto sus largos brazos, era cuando más cómoda iba; aquella mujer iba sobrada de energías aunque también, por qué no decirlo, era un poco exagerada en sus impresiones térmicas. Tenía un punto de pícara arrogancia y siempre lo estaba probando con retos y medias palabras, a él le divertía aquel juego de veladas insinuaciones que ya se había convertido en costumbre entre ellos, ambos se lo decían todo sin necesidad de decirse nada.


Esa mañana de viernes era distinta, algo iba a cambiar entre ellos pero aún no lo sabían; ante las pocas ganas que él parecía mostrar por levantarse y dado que precisaba de cierta ayuda a causa de su movilidad reducida, ella se acercó hasta el borde de su cama con intención de ejecutar su amenaza pero él sonrío al verla acercarse. Levantó su mano acercándola a ella y esta lo imitó hasta que sus dedos entraron en contacto entrelazándose, entonces y de forma intuitiva tiro de ella hacia él convencido de que ella aflojaría su presión soltándose pero no fue así.

Se aproximó sin soltarse y se sentó en el borde de la cama junto a él, sus manos seguían unidas y la presión se convirtió en caricia mientras se miraban; un “buenos días” salió de la boca de él mientras se acomodaba contra la almohada al tiempo que la sábana resbalaba sobre su pecho. Ella respiró hondo elevando la mirada hacia el techo, su larga melena se meció acariciando su espalda hasta que con un delicado movimiento de su cuello volvió a posarse sobre sus hombros, lo miró con la cabeza  ladeada y una sonrisa afloró en sus labios.

¿No vas a darme un beso de buenos días? ―le preguntó él con tono burlón. Ella soltó su mano y tras llevársela a los labios posó dos dedos sobre los de él diciéndole ―date por besado―; acto seguido se levantó y sin darle la espalda fue alejándose hasta salir de la habitación. Él vio cómo se marchaba quedando con una sensación agridulce, aun sentía sus dedos sobre los labios y una última mirada le hizo volver a disfrutar de aquella figura que tanto le gustaba y que apenas hacía unos instantes había tenido tan cerca.


Aquella historia que él elucubraba en su cabeza era imposible y sobre todo no conveniente, principalmente para ella dadas sus circunstancias maritales, por tanto él tendría que conformarse con verla moverse por casa aquellas dos mañanas a la semana disfrutando de sus sonrisas y sus breves conversaciones pero sobre todo, de la visión de aquel cuerpo espigado enfundado en unos ajustados jeans que se movía con una agilidad felina excitando todos sus sentidos.

sábado, 10 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (I)

ESPERANDO SU LLEGADA

Llevaba despierto desde la madrugada, el tiempo se le hacía eterno en una noche calurosa que ya estaba tocando a su fin, la inmovilidad lo tenía secuestrado desde hacía años y fijar la vista en un techo imperturbable le asqueaba, más en aquellas largas noches de insomnio tan frecuentes en los últimos tiempos. Repasaba su vida una y otra vez recreándose en momentos lejanos en los que fue libre y tuvo todo un futuro por descubrir; el recuerdo de aquellos tiempos era su válvula de escape, su lanzadera interestelar, su arca de Noé con la cual surcar las tinieblas de una vida echada a perder por la inconsciencia y la irresponsabilidad.


La luz del nuevo día ya se filtraba por sus persianas dando una iluminación plagada de claroscuros en toda la habitación, en la calle el ruido de una ciudad que se ponía en marcha se incrementaba por momentos, desde su cama identificaba los diferentes sonidos y  los lugares de donde procedían: la persiana de la tienda de ordenadores, las carretillas hidráulicas del supermercado, el camión de la basura cargando los contenedores, el parloteo de empleados esperando que abrieran un establecimiento sanitario… conocía cada ruido, sonido y murmullo pues se repetían cada mañana a la misma hora y llegado ese momento, ella no tardaría en aparecer.

Puntual como cada mañana llegó sin apenas hacer ruido, tras dirigirse a la cocina se despojó de su chaqueta de cuero y rebuscó en su bolso sacando una botella de agua que introdujo en el frigorífico, era un ritual que se repetía cada mañana de manera autómata. Continuaba saliendo a la terraza donde entraba en un trastero del que sacaba su delantal y algunos artilugios de limpieza preparándose para una nueva batalla higiénica; una vez colocado el delantal cubriendo sus jeans no tardaría en anudarse su larga cabellera en una coleta que quedaría meciéndose sobre su espalda el resto de la mañana.

Él la oía trastear desde la cama identificando cada ruido y relacionándolo con lo que hacía en cada momento, aun no la había visto pero la intuía muy cerca, casi podía oírla respirar. Pasados unos minutos se asomó a su puerta, la luz encendida a sus espaldas resaltaba su silueta mostrando unas marcadas caderas que coronaban sus largas piernas, de cintura estrecha aquel cuerpo delgado pero de consistencia atlética se adivinaba muy bien proporcionado; ella le dio los buenos días desde la distancia, él no distinguía sus rasgos pero sabía que le sonreía como solía hacerlo. Desde hacía un tiempo existía cierta complicidad entre ellos, lo sabían aun sin demostrárselo, pero sus pasos eran medidos con cautela dada las diferentes circunstancias de ambos.


Casada y con un hijo nacido cuando tenía poco más de veinte años podía decirse que tenía una vida estable y satisfactoria; él por su parte tras varias relaciones truncadas seguía  manteniendo una soltería en estado  terminal. Ni uno ni otro se pedían nada, ambos mantenían una relación de carácter laboral marcada por las necesidades mutuas pero con el tiempo un cariño recíproco había crecido ente ambos ¿o quizás había algo más?

Ella dio unos pasos acercándose hacia él, su rostro se hizo más nítido hasta poder distinguir sus facciones, una mecha de pelo suelto le caía sobre la cara dándole un aspecto muy atractivo que a él le gustaba; volvieron a darse los buenos días pero esta vez mirándose a los ojos, por un momento él pensó que ella se acercaría más, tuvo la certeza de que lo deseaba tanto como él pero ella se detuvo como marcando un espacio virtual de seguridad, evitando cruzar una posible línea de no retorno.

Aquel momento mágico pudo haber tenidos distintos desenlaces pero la magia se esfumó de un plumazo cuando ella entre risas descorrió las cortinas conminándolo a levantarse, él se tapó la cara con la almohada protestando por la brusca iluminación de su alcoba mientras ella, haciendo caso omiso a sus quejas, le amenazaba en tono burlón con tirar de sus sábanas.

Aquellos juegos matutinos se habían convertido en una costumbre, por momentos parecían existir lazos más íntimos entre ellos pero siempre algo les impedía ir más allá de sus deseos subliminales; recordar quien era ella, recordar quien era él, saber que aquel techo  bajo el que se encontraban no era común y que ambos tenían vidas distintas fuera de aquella habitación, impedía que su relación fuera más allá de unos límites no escritos pero la resistencia empezaba a resquebrajarse y las primeras grietas habían aparecido aquella mañana aun sin ellos saberlo. Todo estaba a punto de cambiar.

sábado, 3 de diciembre de 2016

EL VIAJE INCIERTO

La mente durante el descanso nocturno es invadida por un crisol de imágenes inconexas e historias inverosímiles que una vez visionadas en ese limbo reparador llamado sueño, se evaporan entre brumas neuronales muchas veces sin apenas dejar huella; atrapar fragmentos de esas películas virtuales es tentar al reino de los hados pues con su captura, les estás arrebatando eslabones de su cadena cósmica de la cual solo ellos son sus custodios.

Cada noche nos adentramos por la senda de lo incierto dando por hecho que unas horas más tarde veremos un nuevo amanecer, en ese interludio inconsciente con fecha de caducidad, nos abandonamos a nuestros recuerdos más íntimos con la certeza de que estos no saldrán de nuestro envase corporal. Nada te asegura una historia coherente, ni siquiera que tenga lugar la historia misma pero cuando ocurre y eres capaz de arrastrarla a tú estado consciente, te sorprendes con momentos que creías olvidados o con escenarios de difícil explicación.


Te ves en sueños y al despertar no te reconoces, adoptas formas claramente imposibles, ejecutas actos difícilmente probables y en tú historia virtual eres quien nunca serás, por ello te sorprendes al verte en un cuerpo que no es el tuyo, al oírte con una voz ajena, al sentirte vivo sabiéndote muerto. Flotas en una vida no vivida, paralela pero aparentemente real, todo está nítido en ella y por tanto en tú inconsciencia nada sospechas, eres un peón más de la historia y en ella desarrollas el papel que te ha tocado ejecutar.

Con frecuencia los acontecimientos de la primera vida golpean a la segunda, esa que vives en la intimidad de un rincón orgánico difícilmente identificable, allí oculto a miradas ajenas intentas ponerte a salvo y en ocasiones llegas a creer que lo estás, craso error pues tú mente es la que vuela lejos dejando tú cuerpo anclado a una realidad cruel y amenazante de la que no puedes escapar. Antes o después todos iremos acercándonos a la luz final, esa de la que algunos han conseguido escapar dando testimonio de su existencia tras un hecho casi siempre traumático, esa luz esperará su momento pues realmente nadie consigue escapar de ella, tan solo han aplazado su encuentro definitivo.



Si un@ consigue llegar al convencimiento de que el paso de una vida a la otra es breve, rápido, imperceptible y sobre todo indoloro, el tránsito pues es menos temido; si además la trayectoria aquí ha sido o está siendo precaria y/o tortuosa ese paso puede considerarse una liberación, un punto de escape por el cual se resuelven los problemas o al menos estos dejan de ser una amenaza. El viaje, con destino incierto, se inicia al bajar los párpados, con los ojos cerrados nos dejaremos llevar en busca de alivio quedando atrás todo el lastre existencial acumulado durante años; ese viaje incierto que ahora comienza nos llevará al lugar destinado a cada uno de nosotros sin riesgo de equivocar el camino, llegado el momento con su inicio se pondrá fin a nuestra historia que en la mayoría de los casos, será olvidada pronto no dejando huella.

sábado, 26 de noviembre de 2016

UN RETORTIJÓN LLAMADO PLOF

Amigo de las fabadas y guisos contundentes, aquel tipo era propenso a los desarreglos intestinales; una flatulencia incontenible acompañaba sus andares las primeras horas de cada jornada, el exceso de gases gestados durante la noche, necesitaba equilibrarse con la atmósfera exterior de aquel cuerpo velludo y dilatado. Con cada expulsión sus tripas se aliviaban de un lastre fétido e inmundo qué rondando por su interior, le creaba desasosiego y pena no obstante, su carácter bonachón y afable le ayudaba a lidiar con su mal de pancha como solía él llamarlo.


Argimino era hombre de tertulias en las cuales siempre había algo que picar, era de nunca decir no a una invitación pero también era de convidar sin reparos; sus límites los marcaba el nivel de hartazgo y este era generoso y amplio. Gustaba de ver los platos llenos por ello odiaba las nuevas tendencias de la cocina reconstruida en la cual se veía mucha cerámica y poca comida por ello llenar el estómago a base de humos, texturas indeterminadas y curiosos alimentos liofilizados se le hacía harto difícil.

Tras una comida él necesitaba sentirse lleno a reventar, luego una buena siesta roncadora de las que te hacen caer la babilla, era suficiente para acomodar el condumio en el lugar adecuado. Los platos debían quedar limpios y él, que era muy de rebañar con un buen trozo de pan, los dejaba como los chorros de oro; niquelados como solía decir su difunta madre.


Todo ese alimento que ingería Argimino, que era mucho y variado, luego precisaba de un proceso metabólico de armas tomar porqué era hombre de digestiones lentas y trabajadas; sus órganos eran una factoría bien engrasada a la que no daba descanso pues su boca no dejaba de rumiar durante casi toda la jornada, siempre estaba masticando algo y en sus bolsillos nunca faltaban tropezones de cualquier cosa que echarse al coleto. Era un tragaldabas.

Pero toda aquella ingesta desmedida le pasaba factura y en más de una ocasión sus consecuencias le habían hecho una mala jugada; en los últimos tiempos los retortijones postpandriales eran más frecuentes y de mayor intensidad, eso lo tenía preocupado pues no había variado sus hábitos alimenticios ni en cantidad ni en frecuencia, algo pues no iba bien en su interior y sus digestiones ya no eran lo que fueron.


Estaba orgulloso de su generoso abdomen del cual alababa lo que le había costado conseguir, lo masajeaba con cariño y medio en broma era frecuente oírle comentar como su volumen hacía tiempo que no le dejaba ver sus atributos que a la sombra de aquella panza, hacían vida monacal y célibe desde hacía ya mucho. A su manera era desenfadado y buen conversador pero en los últimos tiempos esos quejidos lastimeros procedentes de lo más íntimo de sus tripas, le amargaban las tertulias debiendo retirarse de ellas antes de lo que era su gusto.

Argimino sufría en silencio y había empezado a deponer con un ritmo inusual que afectaba a sus relaciones sociales, pronto empezaría a no poder controlar sus esfínteres pero eso aún no lo sabía; los retortijones tras las comidas iban en aumento y sus gases empezaban a apestar, se diría que su interior era un vertedero en constante estado de putrefacción derivado del cual, un pestilente aroma había empezado a incrustarse en todo lo que le rodeaba.


Alérgico a los médicos y mucho más a los hospitales, se resistía a pedirse una cita en el ambulatorio y exponer su problema; había oído hablar que te tenían un día cagando y luego te metían un tubo que llegaba casi hasta los empastes y él era firme en ese aspecto, era muy hombre a pesar de lo mucho que hacía que no probaba hembra y por su culo no entraba nada, ni siquiera un mísero supositorio.

Un día se encontró en la plaza al veterinario del pueblo al que conocía desde que eran chavales y le expuso su situación, este al oírlo dio un rápido diagnostico visto en muchas bestias de la comarca ―tienes el mal de Plof― y le explicó ―las  bestias tragonas un buen día empiezan con cagaleras más fétidas de lo normal, están inquietas y no dejan de lamerse la panza para aliviarse el dolor que sienten, un buen día y tras un sonoro ¡plof!, de ahí el nombre del cuadro clínico, caen de bruces y mueren en un charco de su propia inmundicia, es una asquerosa forma de morir; amigo Argimino, lo siento mucho pero solo te queda esperar al gran Plof.



Argimino oía lo que su amigo le decía con una mueca de amargura, resignado y cabizbajo se alejó tras despedirse de aquel docto licenciado en bestias al que tenía en alta estima; era su destino pensó y si tenía que esperar al gran Plof para irse al otro barrio lo haría como a él más le gustaba, comiendo. A partir de ese día ya no tuvo control, tras cada comida asumía su sesión de sufrimiento intestinal a la espera de que fuera la última digestión; Argimino vivió comiendo y murió cagando pero fue feliz hasta el final.

sábado, 19 de noviembre de 2016

LA NOCHE QUE TODO CAMBIÓ

Aquel martes estaba siendo un mal día, uno más que añadir a los muchos meses de angustia que llevaba arrastrando en los últimos años; con cada jornada su vida se complicaba más y más, nada salía a derechas creciéndole los problemas a medida que pasaban las horas. El ánimo tocado de muerte desde hacía tiempo, andaba perdido dentro de un maltrecho cuerpo que funcionaba a duras penas amenazando con sucumbir. Todo era caos en torno a él.

Aquella tarde  llegó a casa al borde del colapso, el aire no entraba en sus pulmones  y una opresión mantenida se había instalado sobre su pecho  el cual se agitaba sin control subiendo y bajando; debía calmarse, encontrar el sosiego perdido y reconducir su vida pero en las actuales circunstancias por las que pasaba eso era una utopía y la salud tampoco acompañaba, estaba atrapado, no tenía salida.

Tras consumir la precaria cena de aquella noche, unas rosquilletas y un vaso de leche aderezado por un montón de pastillas, mataba el tiempo zascandileado por la casa a la espera de iniciarse la serie de turno en un canal cualquiera; últimamente veía la televisión sin verla, veía aquellas imágenes con la cabeza en otro sitio no llegando nunca a concluir ninguna trama.


Su  mesa de trabajo era pura anarquía con montones de papeles y notas por todas partes a ambos lados de su portátil, tras este otro ordenador de sobremesa con una pantalla de veintidós pulgadas guardaba silencio a la espera de ser requerido. Pasaba muchas horas frente a aquellos aparatos, eran su vía de escape en muchas ocasiones paro también a través de ellos, recibía información del mundo exterior y de su entorno social.

Leía la prensa en un rincón de la mesa cuando algo en su inconsciente encendió la luz de alarma sin a priori, un motivo claro; el televisor escupía imágenes a las que nadie prestaba atención, acabadas las noticias y el espacio del tiempo, una batería de consejos publicitarios llenaban los minutos previos al cuerpo de la programación, desconocía la película de esa noche. La pantalla se fundió en blanco y bombos de la suerte surcaron sin orden el lienzo virtual, era el momento del habitual sorteo, raro era el día que no había alguno en un país sumido en la crisis desde hacía años.

Sin mirar al aparato, acostumbrado a una suerte que le era esquiva, siguió leyendo el periódico sin interés pero algo en su cabeza lo mantenía alerta, algo esa noche parecía distinto; el sonido del televisor era un puro murmullo ininteligible aun así restos de vocablos invadieron su oído interno haciéndose conscientes unas últimas cifras, se puso rígido, su mirada frenó una lectura anodina que hacía rato ya no procesaba su cerebro. Cuando quiso mirar la pantalla el mini espacio había finalizado dejando una duda flotando en el ambiente.


Quiso seguir haciendo cosas por la casa pero una intranquilidad se había instalado en su cabeza y su atención era difusa, hacía pero no concretaba, pensaba pero no concluía, respiraba pero no conseguía desprenderse de la losa que se había depositado sobre su pecho. Al final optó por disipar la duda creada y encendió su portátil, introdujo su clave personal y esperó unos segundos mientras el aparato procesaba la información; tras respirar hondo tecleó la URL de la web que buscaba y al poco, ante sus ojos,  apareció lo que se negaba a creer, lo que nunca pensó llegaría a ver.

Aquellos números lo hipnotizaron, el mundo a su alrededor se detuvo de golpe dando una sacudida brusca que a punto estuvo de tirarlo al suelo, toda la tensión acumulada durante los últimos meses pareció tirar de él sumiéndolo en un bajón emocional y físico, el peso sobre su pecho aumentó y por un momento creyó se iba a desmayar. Aquellos minutos de trance le parecieron una eternidad pero la película aún no había empezado por tanto, su subjetividad temporal estaba distorsionada de manera clara pero no era consciente de ello.

Aquella noche la diosa fortuna se había detenido frente a él, aquellas fechas señaladas que habían dado lugar a los números elegidos se habían confabulado para cambiar su vida pero aun no sabía cuánto; los próximos días serían un carrusel de acontecimientos, propios y extraños se sorprenderían de los cambios que estaban a punto de tener lugar y sin esperarlo, verían truncados los planes elucubrados en sus cabezas a la espera del debacle al que se suponía condenado aquel infeliz.


A la espera de conocer el premio a repartir, su cabeza tenía planificado desde hacía mucho el desenlace de los acontecimientos más apremiantes, las primeras actuaciones serían drásticas, traumáticas para algunos, necesarias para el conjunto; los que no habían estado a la altura de las circunstancias quedarían apartados y un nuevo orden se instauraría en aquella pequeña comunidad a la que había pertenecido desde que tenía memoria. Ese miércoles comenzaría una nueva vida.

sábado, 12 de noviembre de 2016

ESCRITOS DESDE LAS SOMBRAS

Jodido de pies a cabeza; así estaba aquel hombre aquella mañana de noviembre. Sus noches se habían convertido en su peor enemigo y de ellas salía derrotado cada amanecer, sus pasos tras salir de la cama habían pasado a ser un ceremonial álgido y lastimero que lo arrastraban delante de su mesa donde quedaba alicaído y pensativo, aquello no era vida y cada jornada el lastre que debía cargar crecía, aumentando con él sus deseos para que todo acabara.

Su cabeza era un torbellino de ideas, reflexiones, recuerdos, ansias frustradas y fantasías incoherentes que una y otra vez lo llevaban por sendas infructuosas de difícil explicación, de hecho no la tenían y por ello su duermevelas diario se había convertido en un nexo de unión entre sus dos existencias a las cuales saltaba sin control ni sentido.

La luz que durante años lo mantuvo alerta iba apagándose y él lo notaba, sabía que su hora estaba llegando y tenía en mente empezar a arreglar sus asuntos antes de que la dama negra tocara a su puerta; no había mucho que repartir pues otros se habían llevado una buena tajada de lo conseguido durante su vida en un pasado cercano aun así, lo poco que quedaba debía dejarse a buen recaudo, fuera del alcance de los buitres carroñeros que ya revoloteaban entorno a él.

Y mientras ese día llegaba su mísera existencia transcurría por derroteros infumables, cada jornada era peor que la anterior y eso consumía su ánimo y su resistencia orgánica; los músculos estaban a punto de tirar la toalla pues una contractura crónica se había apoderado de ellos, las glándulas no daban a vasto licuando y filtrando humores y fluidos malsanos, los pocos sentidos que se mantenían indemnes iban al relentí pues el motor que los mantenía con un hilo de vida, a duras penas gestionaba una adecuada combustión y en estas circunstancias, veía pasar los días aquel hombre acabado.

Las horas pasaban lentamente sin un producto visible, la actividad en ellas había pasado de prescindible a estéril pues nada de valía surgía tras ellas; como en un bucle anodino y monótono cada día era un espejo del anterior y un reflejo del siguiente, nadie podía parar el ciclo de involución en el que se hallaba inmerso y su capacidad de lucha por resistir hacía aguas a todas luces. Era el declive de un alma atormentada a la que había tocado vivir un debacle existencial marcado por las circunstancias de errores concatenados y consentidos, las  confianzas mal dadas y el desentendimiento inocente e irresponsable. Las cartas estaban echadas desde hacía mucho tiempo y la partida perdida de la manera más cruel.


Fugaces chispazos surgían de vez en cuando iluminando por unos segundos la abrumadora oscuridad existencial en que vivía, en ellos creía poder vislumbrar un atisbo de esperanza, una tabla a la que asirse, una isla perdida a la que arribar… pero era una mera ilusión producto de un agotamiento neuronal que ya venía de lejos; las brumas volvían a invadirlo todo y una vez más se perdía entre sus recuerdos cada vez menos nítidos en su cabeza, tocaba ya con los dedos el otro lado, ese del que nadie vuelve y al que casi nadie quiere llegar.

sábado, 5 de noviembre de 2016

PI EN CLAVE DE SOL

Algunas historias surgen del caos, nadie las espera y sin embargo ocurren en el momento más insospechado; en estas historias algunos hechos o personajes pueden dejar una marcada huella que te acompañará el resto de tus días. En ocasiones la realidad se mezcla con la ficción y de esta última se origina una trama que modelas a tú antojo, creando escenarios anhelados o vividos, acabando sin saber si fueron ciertos o soñados no obstante y como el papel es muy sufrido, uno puede divagar y plasmar imposibles que en un tiempo pudieron ocurrir u ocurrieron. Este es un ejemplo de ello.

Todo empezó en la universidad. Él llegaba tras una experiencia traumática que le marcaría para el resto de su vida condenándolo a una silla de ruedas, nadie daba un duro por su futuro pues ante él se abría un mundo de limitaciones y dependencia aun así entró en la catedral de la ciencia una vez más, reencontrándose con algunos compañeros y amigos de su vida anterior ante los cuales a partir de entonces siempre flotó un halo de incomodidad difícil de explicar. Ya nada fue igual, tras casi un año hospitalizado todo había cambiado para él perdiendo el ritmo de su otra vida, debía aprender a vivir de nuevo en un cuerpo ajeno a su voluntad y en un entorno hostil cuya velocidad le superaba.


Tras una experiencia sentimental fallida sobrevenida por las consecuencias de aquella fatídica noche, su confianza en el sexo opuesto estaba bajo mínimos cerrándose ante cualquier cara bonita que pudiera aparecer. No recordaba donde la conoció pero debió ser en las aulas durante el primer año de carrera, pronto congeniaron y por aquel entonces ella se convirtió en su confidente, sobre la cual desahogaba sus frustraciones y temores. Casi sin darse cuenta le abrió su vida en canal haciéndola partícipe de sus secretos y limitaciones, de sus consecuencias y el modo de afrontarlas, de sus estados de ánimo y sus anhelos. Ella absorbía como una esponja todo aquello que también era nuevo en su vida, estrechando con ello sus lazos de amistad curiosos a la vista de muchos.

El primer beso tardaría en llegar dos largos años, esa tarde su amistad subió un eslabón más en una relación no planificada; el bar cutre en el que tuvo lugar no fue el marco más idóneo para sellar sus sentimientos pero es lo único que tenían a mano en ese momento y tuvieron que conformarse, a pesar de ello les supo a gloria e hizo que miles de mariposas revolotearan dentro de sus estómagos. Pi, como él la llamaba, era elegante y no pasaba desapercibida, de talla media y complexión delgada sabía sacarle partido a la ropa que vestía y a él le encantaba verla moverse; siempre le gustó su pelo, su larga melena flotaba sobre sus hombros dándole un aspecto muy interesante y él no se cansaba de mirarla aun cuando ella no se percatara de sus miradas furtivas.


Se veían casi a diario y encontrarla cada mañana o cada tarde era un acicate para superar su día a día, las aulas y los pasillos de la facultad se convirtieron en sus segundas casas, fuera del ámbito académico muchas tardes acababan frecuentando una pequeña cafetería en un pasaje comercial cercano; el pasaje de la Luz durante años se convirtió en su rincón íntimo, allí lejos de miradas curiosas se observaban y se conocían, se besaban y se sonreían, se confesaban y soñaban imposibles. Ella siempre ocultó su relación, como si él no existiera, nunca nadie de su entorno próximo supo de su presencia, hecho que al principio a él no le importó pero que con el paso del tiempo empezó a incomodarle aun comprendiendo lo difícil de su aceptación por parte de la gente con quien convivía.

Muchos fines de semana ella iba a su casa, él procuraba quedarse solo y allí ajenos al mundo que los rodeaba fueron descubriendo sus cuerpos; perderse en el aroma de su piel cubriéndola de besos lo volvía loco y ella a medida que fue perdiendo la timidez de principiante, se convirtió en la mejor cómplice de sus juegos amorosos. Los primeros besos fueron dubitativos, su lengua esquiva tardó en entregarse a la de él pero cuando por fin lo hizo, ambas se acostumbraron a un baile húmedo y apasionado que les hacía perder la razón.

Los años fueron pasando, su movilidad seguía siendo precaria y los medios para subsanarla apenas existían en aquellos tiempos por lo que sus salidas se hacían complicadas y esto hizo que sus rutinas entraran en una monotonía difícil de romper. 

De aquellos tiempos quedaron muchos momentos, muchos detalles, algunos curiosos como la costumbre de ella de escribirle mensajes entre líneas cuando le pasaba los apuntes, él los buscaba con avidez entre los tediosos textos cada vez que recibía una nueva entrega o la obsesión de él por regalarle medias en las versiones más sexys y vanguardistas que luego ella se ponía extasiándolo.


Pero aquello no era fácil, su relación acabó encorsetándose en unos límites demasiado estrechos y él intuía que allí faltaba aire, sobre todo para ella, la ocultación de aquella relación de manera continuada hizo que su desarrollo aun fuera más difícil de modo que algo empezó a fallar aun sin quererlo. El último verano él ingreso en un centro hospitalario, ella iba a diario para estar con él unas horas terminando su visita cada día con un hasta mañana y un beso de despedida, un día sin nada que hiciera sospecharlo no volvió a aparecer, ya nunca volvió a verla y aunque en su fuero interno sabía que aquello estaba acabando desde hacía tiempo, no esperaba que el final fuera a ser como fue.


El sueño duró once largos años pero como en todos los sueños llegó el momento de despertar y enfrentarse a la realidad, había que ponerse en movimiento, superar el desencanto de aquella relación y empezar a gestionar el resto de su vida. Aquella mujer llegó en un momento crítico de su existencia y le devolvió las ganas de vivir, hizo crecer en él de nuevo la ilusión en muchas cosas y le ayudó a recuperar sentimientos olvidados; durante la peor etapa de su vida ella se convirtió en su sol ayudándole a dispersar las brumas que cubrían su mundo, por todo ello siempre le estaría agradecido ocupando un lugar importante dentro de su memoria y de su corazón.

sábado, 29 de octubre de 2016

ATRAPADA EN EL PARAÍSO

El sol salía una vez más en el horizonte del pequeño islote, tan solo roto por la silueta lejana de una brumosa Bora Bora que también despertaba a un nuevo día; la población dejaba atrás una larga semana de lluvia y cielos grises, inusual en aquellas latitudes en donde la luz y el buen tiempo predominaban durante casi todo el año. Como cada mañana Tiaré Marie se preparaba para acudir a la escuela de Vaiae, principal núcleo urbano de la isla, desayunaba un zumo de mango  y restos de pastel de copra hecho por su madre la noche anterior cuando su hermano mayor Jean Paul ya la esperaba inquieto por su tardanza, siempre llegaban con el tiempo justo y eso era motivo de discusiones entre ambos día tras día durante todo el trayecto hasta el pueblo.


La escuela de Vaiae, única en la isla, era un pequeño edificio poco atractivo de dos plantas con grandes ventanales por donde la luz entraba a raudales, un recinto al aire libre anexo a la construcción hacía las veces de patio de recreo en el cual los alumnos jugaban o practicaban algún deporte en sus horas libres. Todas  aquellas tierras del Pacífico Sur se veían con frecuencia azotadas por violentos ciclones tropicales que a su paso arrasaban todo lo que encontraban, en los últimos 200 años aquella región del vasto océano se había visto sometida a la acción de 60 de estos fenómenos naturales, el más devastador en aquella isla tuvo lugar en 1997 el cual cambió la fisonomía del terreno llevándose por delante multitud de casas de ladrillo, con sus balaustradas y jardines, por este motivo muchas de las viviendas actuales eran prefabricadas, traídas de Francia para la reconstrucción de la isla tras aquel funesto mes de noviembre y dejando mucho que desear desde el punto de vista estético en aquel rincón paradisíaco.


Maupiti era una isla de origen volcánico perteneciente al archipiélago de las Islas de la Sociedad en la Polinesia Francesa, situada en la parte más occidental distaba apenas 40 km de Bora Bora motivo por el cual en los días claros podían verse la una a la otra; Maupiti era considerada una réplica de Bora Bora pero de dimensiones mucho más reducidas pues con una extensión de escasos 11 km2 presentaba una configuración muy similar en donde predominaba una isla central que emergía sobre una laguna de aguas poco profundas, rodeada por cinco motus o islotes y una barrera de arrecifes coralinos tan solo interrumpida por un único paso que daba acceso a la isla, el cual en los días de mala mar suponía todo un reto para las embarcaciones.


Tiaré Marie como otros muchos jóvenes de Maupiti ansiaba conocer otros lugares, la isla se le quedaba pequeña y solo deseaba acabar sus estudios para salir de allí y ver mundo; muchos fines de semana se acercaba con sus amigas al pequeño embarcadero de Vaiae a esperar la llegada del Maupiti Express, un ferry que hacía el trayecto entre Bora Bora y su isla un par de veces a la semana; verlo atravesar el paso de Onoiau los días que el mar estaba picado era todo un acontecimiento que muchas veces ponía el corazón en un puño, allí las gentes congregadas recordaban la historia del Manuïa que seis décadas antes naufragó en el paso al ser lanzado por las olas contra el arrecife con el funesto saldo de casi una veintena de muertos. Mucha gente acudía al muelle para alquilar sus bicicletas a los turistas, proporcionarles alojamiento o recoger mercancías para sus negocios, pero también eran muchos los que simplemente se acercaban para curiosear y ver quien llegaba en el barco o soñar, como era el caso de Tiaré Marie, que un día partirían en él.


En la isla había poco que hacer para un joven nativo y lo poco que había Tiaré Marie lo había hecho muchas veces, casi todos los fines de semana cuando no tenía que ayudar a su madre en la confección de los típicos collares de flores que se entregaban a los turistas cuando llegaban a Maupiti por mar o por aire, iba con sus amigos a playa Terei’a situada al otro lado de la isla por lo que el trayecto se convertía en una excursión; aquel lugar recordaba lo que debieron ser las islas de la Polinesia en el pasado, cientos de metros de arenas blancas y rosadas tapizadas por frondosos palmerales y bañadas por las aguas turquesas de la laguna sin un ser humano a la vista; allí se había evitado que la cadena Hilton construyera un resort de lujo tan habitual en aquellas latitudes a pesar de haber puesto un montón de millones sobre la mesa a repartir entre los propietarios pero la población dijo no en una votación histórica.


Tiaré Marie y sus amigos nadaban en las aguas cristalinas del Paso de los Tiburones situado entre playa Terei’a y el motu Auira, el cual con la marea baja podía cruzarse con el agua hasta la cintura convirtiendo la travesía en  toda una aventura al tener muchas veces a la vista, los puntos negros de las aletas dorsales de los pequeños tiburones de arrecife. El motu Auira era el más grande de Maupiti, allí estaba la pensión Auira donde vivía Sara, una amiga de Tiaré Marie hija del propietario del establecimiento, muchas veces cuando iban organizaban alguna comida entre las palmeras donde montaban el típico horno polinesio enterrado en la arena y asaban cochinillos y verduras de la tierra que deleitaban con placer entre risas y bailes tradicionales acompañados por el sonido de los ukeleles.


La isla y sus motus estaba salpicada de pequeñas pensiones donde solían  alojarse los turistas, en Maupiti no había hoteles como tal y estas eran el modelo de establecimiento de hostelería del lugar, tampoco había restaurantes en la isla de manera que las cocinas de la mayoría de pensiones abrían sus cocinas a los nativos y visitantes esporádicos aunque los primeros no eran muy asiduos a esta costumbre. Los turistas solían llegar por  mar en el Maupiti Express o por aire en vuelos de Air Tahiti los cuales aterrizaban en el pequeño aeropuerto situado sobre el motu Tuanai, embarcaciones de las diferentes pensiones recogían a sus huéspedes en un pintoresco edificio y los trasladaban a través de la laguna hasta sus destinos definitivos.


Otra de las diversiones del grupo de amigos de Tiaré Marie era subir al Hotu Parata, un macizo rocoso de basalto negro cortado a pico sobre la aldea en el cual abundaban las cuevas utilizadas como refugio por una  gran variedad de aves; coger huevos frescos que luego cocinaban en la playa o llevaban a sus casas era otra de las formas de matar el tiempo libre que en la isla les sobraba. Desde la cumbre de la gran roca o aún mejor si subían al monte Teurafaatiu de 380 metros y techo de Maupiti, podían observar a la vecina Bora Bora y más allá de esta en los días claros las siluetas de Taha’a y Raiatea lo cual volvía a llevar sus mentes lejos de la laguna que rodeaba su isla.



Tiaré Marie se sentía atrapada en el paraíso, aquel por el que soñaban las gentes venidas de todas las partes del mundo y que ella veía llegar todas las semanas envidiándolas en su partida; veía a la gente adulta de la isla dedicada en su mayoría a trabajar las plantaciones de sandías o árboles del pan y no estaba dispuesta a que ese fuera su futuro, ella volaría alto y descubriría el mundo existente más allá de su barrera de coral, más allá de su archipiélago, más allá de su inmenso océano Pacífico.