Aquel martes estaba siendo un mal día, uno más que añadir a
los muchos meses de angustia que llevaba arrastrando en los últimos años; con
cada jornada su vida se complicaba más y más, nada salía a derechas creciéndole
los problemas a medida que pasaban las horas. El ánimo tocado de muerte desde
hacía tiempo, andaba perdido dentro de un maltrecho cuerpo que funcionaba a
duras penas amenazando con sucumbir. Todo era caos en torno a él.
Aquella tarde llegó a
casa al borde del colapso, el aire no entraba en sus pulmones y una opresión mantenida se había instalado
sobre su pecho el cual se agitaba sin
control subiendo y bajando; debía calmarse, encontrar el sosiego perdido y
reconducir su vida pero en las actuales circunstancias por las que pasaba eso
era una utopía y la salud tampoco acompañaba, estaba atrapado, no tenía salida.
Tras consumir la precaria cena de aquella noche, unas
rosquilletas y un vaso de leche aderezado por un montón de pastillas, mataba el
tiempo zascandileado por la casa a la espera de iniciarse la serie de turno en
un canal cualquiera; últimamente veía la televisión sin verla, veía aquellas
imágenes con la cabeza en otro sitio no llegando nunca a concluir ninguna
trama.
Su mesa de trabajo era
pura anarquía con montones de papeles y notas por todas partes a ambos lados de
su portátil, tras este otro ordenador de sobremesa con una pantalla de veintidós
pulgadas guardaba silencio a la espera de ser requerido. Pasaba muchas horas
frente a aquellos aparatos, eran su vía de escape en muchas ocasiones paro
también a través de ellos, recibía información del mundo exterior y de su
entorno social.
Leía la prensa en un rincón de la mesa cuando algo en su
inconsciente encendió la luz de alarma sin a priori, un motivo claro; el
televisor escupía imágenes a las que nadie prestaba atención, acabadas las
noticias y el espacio del tiempo, una batería de consejos publicitarios
llenaban los minutos previos al cuerpo de la programación, desconocía la
película de esa noche. La pantalla se fundió en blanco y bombos de la suerte
surcaron sin orden el lienzo virtual, era el momento del habitual sorteo, raro
era el día que no había alguno en un país sumido en la crisis desde hacía años.
Sin mirar al aparato, acostumbrado a una suerte que le era
esquiva, siguió leyendo el periódico sin interés pero algo en su cabeza lo
mantenía alerta, algo esa noche parecía distinto; el sonido del televisor era
un puro murmullo ininteligible aun así restos de vocablos invadieron su oído
interno haciéndose conscientes unas últimas cifras, se puso rígido, su mirada
frenó una lectura anodina que hacía rato ya no procesaba su cerebro. Cuando
quiso mirar la pantalla el mini espacio había finalizado dejando una duda
flotando en el ambiente.
Quiso seguir haciendo cosas por la casa pero una
intranquilidad se había instalado en su cabeza y su atención era difusa, hacía
pero no concretaba, pensaba pero no concluía, respiraba pero no conseguía
desprenderse de la losa que se había depositado sobre su pecho. Al final optó
por disipar la duda creada y encendió su portátil, introdujo su clave personal
y esperó unos segundos mientras el aparato procesaba la información; tras
respirar hondo tecleó la URL de la web que buscaba y al poco, ante sus ojos, apareció lo que se negaba a creer, lo que
nunca pensó llegaría a ver.
Aquellos números lo hipnotizaron, el mundo a su alrededor se
detuvo de golpe dando una sacudida brusca que a punto estuvo de tirarlo al
suelo, toda la tensión acumulada durante los últimos meses pareció tirar de él
sumiéndolo en un bajón emocional y físico, el peso sobre su pecho aumentó y por
un momento creyó se iba a desmayar. Aquellos minutos de trance le parecieron
una eternidad pero la película aún no había empezado por tanto, su subjetividad
temporal estaba distorsionada de manera clara pero no era consciente de ello.
Aquella noche la diosa fortuna se había detenido frente a él,
aquellas fechas señaladas que habían dado lugar a los números elegidos se
habían confabulado para cambiar su vida pero aun no sabía cuánto; los próximos
días serían un carrusel de acontecimientos, propios y extraños se sorprenderían
de los cambios que estaban a punto de tener lugar y sin esperarlo, verían
truncados los planes elucubrados en sus cabezas a la espera del debacle al que
se suponía condenado aquel infeliz.
A la espera de conocer el premio a repartir, su cabeza tenía
planificado desde hacía mucho el desenlace de los acontecimientos más
apremiantes, las primeras actuaciones serían drásticas, traumáticas para
algunos, necesarias para el conjunto; los que no habían estado a la altura de
las circunstancias quedarían apartados y un nuevo orden se instauraría en
aquella pequeña comunidad a la que había pertenecido desde que tenía memoria.
Ese miércoles comenzaría una nueva vida.
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