sábado, 31 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (IV)

MAÑANAS DE AMOR

Aquel primer beso dio pie a otros muchos, en adelante su relación ya no sería la misma sin tener muy claro ninguno de los dos, si eso era bueno o malo pues no había que olvidar que ella era una mujer casada. Seguía yendo dos veces por semana a su casa pero todo había cambiado y no veía la hora de llegar allí, aquellas mañanas el corazón se le aceleraba a medida que iba acercándose a su barrio y un sinfín de mariposas revoloteaban dentro de su estómago. La conciencia de su infidelidad la atormentaba pero no podía evitar sentirse arrastrada hacía él y cuando al fin estaban juntos, todo lo demás quedaba en un segundo plano.

Llegaba como siempre enfundada en sus jeans ajustados, la chaqueta abierta y un gran bolso colgado del hombro; su pelo suelto hasta media espalda y una mecha cruzándole la cara le deban un aspecto rebelde y atractivo que a él le encantaba. Algunos días él ya estaba levantado cuando ella llegaba y lo encontraba desayunando o en el baño, otros días la esperaba en la cama en la cual ella se metía tras despojarse de su indumentaria dándole los buenos días entre sus brazos. Él disfrutaba viéndola desvestirse, en ocasiones liberar aquellas piernas de los ajustados vaqueros hacían peligrar su equilibrio pero una vez estas quedaban libres, el resultado era espectacular; solía meterse en la cama con la ropa interior dejando que fuera él quien se la quitara durante sus juegos amorosos.


Él daba rienda suelta a la pasión retenida durante meses, ella le respondía como nunca hubiera imaginado llegando al punto de sobrepasar lo considerado como convencional; ella se adaptó muy rápido a su falta de movilidad descubriendo sus puntos sensibles y explotándolos hasta la saciedad, él proponía posturas que le permitieran llegar a todo su cuerpo y ella se ofrecía con gusto alcanzando cotas de placer nunca antes experimentadas. Su cama aquellas mañanas se convertía en un laboratorio del amor, allí practicaban lo inusual, lo prohibido, pero con todo ello ambos reforzaban sus lazos llevándolos más allá del mero plano físico.

Tras unas cortas vacaciones en las que no pudieron verse, aquella mañana llegó luciendo sus clásicos jeans y un ancho jersey de color azul pálido estampado con cientos de pequeños corazones, el conjunto la hacía muy atractiva y deseable; su pelo tenía otro aire quizás debido al paso por la peluquería motivado por la asistencia a una boda el día anterior, sea como fuere estaba distinta y ese cambio encendió su lujuria retenida durante las últimas semanas nada más verla. Él se acababa de duchar volviéndose a la cama para esperar su llegada, ella entró puntual dirigiéndose a la cocina donde dejó sus enseres y el pan recién comprado, ese día se quedaría a comer.

Entró en su habitación y se quedó mirándolo desde cierta distancia tras un cálido “buenos días”, la luz filtrada por la persiana creaba un juego de claroscuros dando al entorno un clima de penumbra, él quería verla más nítidamente así que encendió su lámpara de sal cuya luz aun siendo tenue mejoraba considerablemente la iluminación de la estancia. Ella se acercó despacio inclinándose sobre él y posando sus labios sobre los suyos de manera fugaz, incorporándose antes de que él pudiera abrazarla; tenía ganas de jugar y su juego no era otro que el del amor.


Retirándose un poco de la cama se acercó al mueble donde estaba el equipo de música e introdujo un CD de Diana Krall, los acordes de su piano empezaron a sonar inundando la habitación; él se acomodó contra la almohada dispuesto a contemplarla. 

Ella empezó a moverse dejándose llevar por la música, sus brazos parecían flotar acercándose y separándose de su cuerpo, sus manos cogieron la parte baja del jersey subiéndolo y bajándolo por debajo de su pecho, él empezó a impacientarse. Con un movimiento rápido sacó un brazo de su manga y luego el otro quedando ambas vacías a merced de la gravedad; poco a poco fue subiéndolo hasta que su cabeza desapareció por un instante dentro de él pasando en un visto y no visto a una de sus manos, lanzándolo acto seguido sobre su silla de ruedas.

Ese día había elegido un conjunto de ropa íntima color champagne semitransparente que resaltaba la voluptuosidad de su busto convirtiéndola en una diosa. Sin dejar de moverse delante de él y embriagada por la voz quebrada de la Krall, sus dedos descendieron hacia los jeans buscando los botones metálicos, uno a uno, sin prisas, los fue desabrochando dejando poco a poco al descubierto unas braguitas de encaje a juego con el sujetador; él ya no aguantaba más.


No sin esfuerzo consiguió liberarse que aquellos pantalones ceñidos como  un guante quedando ante él casi desnuda; sus largas y bien torneadas piernas coronadas por unas exiguas braguitas, sus caderas y más arriba su estrecha cintura, sus pechos prisioneros de un provocador sujetador, sus hombros y un cuello custodiado por su larga cabellera, creaban un cuadro frente al cual él se deshacía en deseo. Cuando él levantó la sábana invitándola a entrar ella por fin se acercó metiéndose de un salto junto a él fundiéndose en un apasionado abrazo, sus bocas se buscaron sedientas del néctar mutuo y sus lenguas iniciaron el recorrido por la piel del otro como si fuera la primera vez.

Él le desabrochó el sujetador que quedó perdido entre las sábanas hundiendo la cara entre sus pechos, ella exploraba con sus manos entre jadeos los bajos fondos de él recreándose con su miembro húmedo que ya presentaba una considerable erección. 

Con las manos sobre sus nalgas fue bajando con delicadeza sus braguitas color champagne a lo que ella le ayudó sacándoselas de las piernas; ambos desnudos respiraban entrecortadamente llegando a un punto en el que ella ya no aguantó más y sujetándolo con una mano se introdujo el miembro ingurgitado y duro con un gemido de placer tras lo cual, inició una danza sobre él que por momentos se aceleraba con una fuerza inusitada inmersa en un frenesí de pasión.


Él la miraba desde abajo, sus pechos calientes y húmedos se balanceaban sobre su torso haciendo que el roce de sus pieles endureciera sus pezones, con los ojos entornados veía como se mordía el labio inferior para evitar que su garganta dejara escapar un grito de placer; ella aceleró su cabalgada mientras él contribuyó a incrementar su placer acariciándole el sexo al tiempo que su lengua jugaba con uno de sus pezones, el clímax se aproximaba pero él sabía retrasar ese momento y aflojó en sus caricias tomándose un respiro.

Ella le sonrió desde las alturas sosegando sus embestidas con la cara cubierta de un sudor tibio que él lamió con pasión, pero no estaba dispuesta a darle descanso y tras besarlo en los labios inició de nuevo un vaivén rítmico que fue acelerando entre gemidos que ya no intentaba ahogar; aquel era el polvo de su vida y quería disfrutarlo hasta el final. Por su parte él a pesar de su falta de sensibilidad y movilidad en gran parte del cuerpo, recibía un gran placer por parte de ella, sabía dónde estimularlo, pero sobre todo disfrutaba con su disfrute, tenerla encima moviéndose como una pantera húmeda y caliente, gimiendo de placer y retorciéndose con cada caricia suya, lo colmaba hasta límites insospechados no queriendo reconocer que desde hacía tiempo se estaba enamorando de aquella mujer.

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