Era su forma de saludar y
despedirse, aquel tipo curioso no andaba muy bien de la cabeza, hablaba
para sus adentros y tenía largas conversaciones con el cuello de su camisa; si
estaba cerca de una tertulia, él la seguía con atención asintiendo
reiteradamente con la cabeza, como hacían los antiguos perritos que poníamos en
la trasera de nuestros vehículos. Su verborrea estaba plagada de coletillas y
frases inacabadas siendo paz y amor, una de sus más utilizadas; Tomás era su
nombre y el ramo de la automoción su ocupación, nunca quedó claro que papel
desempeñaba en la empresa pues su confusa conversación creaba siempre un mar de
dudas, nunca aclaraba nada y todo quedaba en un desesperante a medias.
Oírlo suponía una gran dosis de paciencia, un gran aguante
sin el cual uno acababa por levantarse y dejarlo en medio de una de aquellas
frases inacabadas tan típicas de él; así era Tomás, inaguantable, solitario,
taciturno pero con don de gentes a pesar de todo y a pesar de todos, siempre
acompañado en las noches de verano de un gin tonic que bebía a pequeños sorbos
mientras su mirada se perdía en el vacío de su mundo interior.
Mi general era otra de sus frecuentes coletillas, con ella se
refería al malogrado caudillo de la España de postguerra, era un fiel seguidor
de aquel hombre cuya figura atormentó y ensalzó a las dos mitades de una patria
dividida durante más de cuarenta años; el amor, la guardia civil y su general
eran los tres pilares en los que se sustentaba buena parte del carácter de este
curioso personaje. Era muy de hacerse con la juventud, conocía a todos por sus
nombres y estos hacían corro con él, era como un Jesús rodeado por la
chiquillería que escuchaba sus historias y con ella él se explayaba nadando
entre medias tintas como era su costumbre.
Como cada día al caer la tarde y con las primeras sombras,
Tomás se aislaba frente al televisor del club social y allí mirando pero sin
ver, daba buena cuenta de un bocadillo de lomo con pimientos acompañado por una
generosa cerveza, era su cena diaria;
con las pilas cargadas tras su frugal ágape salía a tomar el aire dispuesto a
enfrentarse a una nueva noche de tertulias en las que aprender y departir,
siempre bajo la atenta mirada de la
luna.
La dialéctica inacabada y sin un sentido claro era su fuerte,
iniciar un tema y divagar sobre el mismo hasta abandonarlo su pasión, con él
nunca aclarabas nada, todo eran conjeturas incongruentes carentes de fundamento
alguno, era de iniciar sin culminar. Si yo hablara… solía ser otra de sus
coletillas, pero nunca llegaba a pronunciarse sobre lo que supuestamente
callaba, era experto en sembrar dudas que nunca veían la luz, elaboraba
incógnitas sin respuestas y terminaba sus locuciones con un paz y amor o vivas
a su general. Era un tipo extraño el tal Tomás.
Deambulaba sin rumbo, sus idas y venidas dentro y fuera del
complejo residencial eran continuas, su destino un misterio, pitillo en mano se perdía en la oscuridad de la noche
camino del chiringuito playero o quizás quedaba por el camino en uno de sus
muchos impases; a su regreso se sentaba y continuaba la conversación como si
nunca hubiera abandonado la tertulia. Era un caso de estudio si realmente
hubiera interesado a alguien pero tal situación nunca se dio.
La plantilla de la empresa para la que trabajaba, una
multinacional, fluctuaba con los aires de la crisis, las distintas delegaciones
en los diferentes países competían entre ellas por mejorar sus cuentas de
resultados, la suya se había llevado el gato el agua siendo concesionaria para
la fabricación de nuevos modelos lo que supuso contratación de cientos de
operarios; Tomás andaba eufórico esos días ante tales noticias y lo celebraba
con gin tonics, muchos gin tonics que le soltaban la lengua y enlentecían la
razón; esos días se prodigaba más de lo habitual en las tertulias nocturnas
pero su discurso no mejoró en claridad. Nubes espesas sobrevolaban su cabeza
amenazando chaparrón de ideas a medio plantear, frases inconclusas de difícil
entendimiento salían de su garganta aderezadas con sus típicas coletillas.
Y llegó su gran noche,
en ella triunfó llevando sus despropósitos a límites insospechados, en sus
desvaríos y metiéndose en camisa de once varas como era su costumbre, volvió a
poner en compromiso a gentes desconocidas que por educación, le siguieron el
rollo; hartos de él y tras recriminar su comportamiento, el pequeño mequetrefe
explotó su ira faltando a los presentes lo que motivó una lluvia de adjetivos
hacia su persona. Quedó solo aquella noche de luna lamiéndose sus heridas y a
partir de aquel día, un vacío se cernió en torno a su persona pues todos lo
eludían poniendo de manifiesto el rechazo y hastío que siempre había provocado
pero que por educación, nunca se le había demostrado.
Sus frases inacabadas ya no serían oídas, sus dilemas a medio
explicar ya no serían escuchados, sus coletillas perderían eco entre los corros
tertulianos y poco a poco su luz machacona y sin sentido iría apagándose en
aquella comunidad a orillas del Mediterráneo.
Hoy Tomás nos ha dejado, ha ido a reunirse con su general,
pero su figura siempre será recordada en aquella playa y seguro que allí donde
esté seguirá siendo un miembro destacado en las tertulias durante las noches de
verano; descanse en paz.
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