sábado, 7 de enero de 2017

PAZ Y AMOR

Era su forma de saludar y  despedirse, aquel tipo curioso no andaba muy bien de la cabeza, hablaba para sus adentros y tenía largas conversaciones con el cuello de su camisa; si estaba cerca de una tertulia, él la seguía con atención asintiendo reiteradamente con la cabeza, como hacían los antiguos perritos que poníamos en la trasera de nuestros vehículos. Su verborrea estaba plagada de coletillas y frases inacabadas siendo paz y amor, una de sus más utilizadas; Tomás era su nombre y el ramo de la automoción su ocupación, nunca quedó claro que papel desempeñaba en la empresa pues su confusa conversación creaba siempre un mar de dudas, nunca aclaraba nada y todo quedaba en un desesperante a medias.

Oírlo suponía una gran dosis de paciencia, un gran aguante sin el cual uno acababa por levantarse y dejarlo en medio de una de aquellas frases inacabadas tan típicas de él; así era Tomás, inaguantable, solitario, taciturno pero con don de gentes a pesar de todo y a pesar de todos, siempre acompañado en las noches de verano de un gin tonic que bebía a pequeños sorbos mientras su mirada se perdía en el vacío de su mundo interior.

Mi general era otra de sus frecuentes coletillas, con ella se refería al malogrado caudillo de la España de postguerra, era un fiel seguidor de aquel hombre cuya figura atormentó y ensalzó a las dos mitades de una patria dividida durante más de cuarenta años; el amor, la guardia civil y su general eran los tres pilares en los que se sustentaba buena parte del carácter de este curioso personaje. Era muy de hacerse con la juventud, conocía a todos por sus nombres y estos hacían corro con él, era como un Jesús rodeado por la chiquillería que escuchaba sus historias y con ella él se explayaba nadando entre medias tintas como era su costumbre.

Como cada día al caer la tarde y con las primeras sombras, Tomás se aislaba frente al televisor del club social y allí mirando pero sin ver, daba buena cuenta de un bocadillo de lomo con pimientos acompañado por una generosa cerveza, era su  cena diaria; con las pilas cargadas tras su frugal ágape salía a tomar el aire dispuesto a enfrentarse a una nueva noche de tertulias en las que aprender y departir, siempre bajo la atenta mirada de la  luna.

La dialéctica inacabada y sin un sentido claro era su fuerte, iniciar un tema y divagar sobre el mismo hasta abandonarlo su pasión, con él nunca aclarabas nada, todo eran conjeturas incongruentes carentes de fundamento alguno, era de iniciar sin culminar. Si yo hablara… solía ser otra de sus coletillas, pero nunca llegaba a pronunciarse sobre lo que supuestamente callaba, era experto en sembrar dudas que nunca veían la luz, elaboraba incógnitas sin respuestas y terminaba sus locuciones con un paz y amor o vivas a su general. Era un tipo extraño el tal Tomás.

Deambulaba sin rumbo, sus idas y venidas dentro y fuera del complejo residencial eran continuas, su destino un misterio, pitillo  en mano se perdía en la oscuridad de la noche camino del chiringuito playero o quizás quedaba por el camino en uno de sus muchos impases; a su regreso se sentaba y continuaba la conversación como si nunca hubiera abandonado la tertulia. Era un caso de estudio si realmente hubiera interesado a alguien pero tal situación nunca se dio.

La plantilla de la empresa para la que trabajaba, una multinacional, fluctuaba con los aires de la crisis, las distintas delegaciones en los diferentes países competían entre ellas por mejorar sus cuentas de resultados, la suya se había llevado el gato el agua siendo concesionaria para la fabricación de nuevos modelos lo que supuso contratación de cientos de operarios; Tomás andaba eufórico esos días ante tales noticias y lo celebraba con gin tonics, muchos gin tonics que le soltaban la lengua y enlentecían la razón; esos días se prodigaba más de lo habitual en las tertulias nocturnas pero su discurso no mejoró en claridad. Nubes espesas sobrevolaban su cabeza amenazando chaparrón de ideas a medio plantear, frases inconclusas de difícil entendimiento salían de su garganta aderezadas con sus típicas coletillas.

Y llegó su gran  noche, en ella triunfó llevando sus despropósitos a límites insospechados, en sus desvaríos y metiéndose en camisa de once varas como era su costumbre, volvió a poner en compromiso a gentes desconocidas que por educación, le siguieron el rollo; hartos de él y tras recriminar su comportamiento, el pequeño mequetrefe explotó su ira faltando a los presentes lo que motivó una lluvia de adjetivos hacia su persona. Quedó solo aquella noche de luna lamiéndose sus heridas y a partir de aquel día, un vacío se cernió en torno a su persona pues todos lo eludían poniendo de manifiesto el rechazo y hastío que siempre había provocado pero que por educación, nunca se le había demostrado.

Sus frases inacabadas ya no serían oídas, sus dilemas a medio explicar ya no serían escuchados, sus coletillas perderían eco entre los corros tertulianos y poco a poco su luz machacona y sin sentido iría apagándose en aquella comunidad a orillas del Mediterráneo.


Hoy Tomás nos ha dejado, ha ido a reunirse con su general, pero su figura siempre será recordada en aquella playa y seguro que allí donde esté seguirá siendo un miembro destacado en las tertulias durante las noches de verano; descanse en paz.

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