Aquella situación parecía no tener fin, uno había perdido la
capacidad de sorprenderse y era capaz de esperar cualquier cosa, pero eso sí
siempre mala; cuando todos los males parecían haberse conjurado para hundirlo
en la miseria, siempre había algo o alguien capaz de empeorar aún más las cosas
y ya no sabía cómo resistir.
Su vida era precaria, su salud cogida con alfileres amenazaba
con sucumbir un día sí y otro también; los días pasaban a velocidad de vértigo
a pesar de su monotonía, solo convulsas noticias hacían acto de presencia de
tanto en tanto por lo que ninguna alegría era esperada en su círculo más
cercano durante los próximos tiempos.
Había que poner la materia gris a trabajar y buscar una
salida, el inmovilismo estaba acabando con él, había que reaccionar pero ¿cómo
dar el primer paso y en qué dirección hacerlo? Un mar de dudas e incertidumbre
se abría ante él haciéndolo sentir como un náufrago arrastrado a la deriva por
las corrientes de sus circunstancias, a la vista ninguna tabla de salvación.
El bagaje económico iba menguando a medida que la situación
se prologaba en el tiempo, el anímico hacía mucho que estaba en cuidados
intensivos y no remontaba; todo era un caos en torno a su círculo más próximo y
por el momento no se veía la luz al final del túnel. Con una nueva temporada
invernal por delante intentaría sobrevivir a los fríos que tan mal llevaba,
intentaría hacerse a la idea de que lo que tuviera que llegar llegaría, tan
solo quería acabar con todo aquello y olvidar si es que eso era posible;
dejaría a la vida correr como si no fuera con él aún a sabiendas de que él
ocupaba el epicentro del desastre.
Su vida se había convertido en un bucle que como en el Día de
la Marmota, todo se iniciaba cada mañana para volver a repetirse sin avanzar un
ápice; estaba anclado y no podía romper sus cadenas, tan solo esperar
acontecimientos nada halagüeños. Estaba cansado, los últimos años lo estaban
exprimiendo como a una bolsa de té en el fondo de una taza de porcelana, nada
bueno cabía esperar y lo malo llevaba tanto tiempo campando a sus anchas que ya
había arraigado en su alma sin ninguna intención de abandonarla.
Por momentos parecía flotar en un limbo ajeno al mundo en el
que realmente vivía; sus armas, sus mujeres y sus islas lo mantenían a flote
muchas veces en un precario equilibrio con el caos que le rodeaba al que
siempre acababa sucumbiendo y en estas circunstancias, cada nuevo día se había
convertido en una pesada losa difícil de llevar.
Ya había desistido de ver aparecer un resquicio de esperanza,
una grieta por la que asomara la luz al final del túnel, eran tantas las
esperas fallidas que a estas alturas de su vida no cabía sino contar los días
que iba dejando atrás sin preocuparse ya por los que estaban por venir pues
nada bueno esperaba de ellos. Todo
terminaría antes o después, tan solo deseaba que ese final esperado no
se demorara demasiado aunque ello implicara cerrar los ojos para siempre.
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