UN CORTE DE PELO
Los jeans eran su
segunda piel, se ceñían a sus piernas como un guante marcando unas caderas de
calendario, su cintura y más arriba de esta un busto de dimensiones generosas
le daban un atractivo aspecto; ella debía ser consciente de su buena figura
pero no daba muestras de ello y eso le añadía un punto de erotismo subliminal
que no pasaba desapercibido. Sin ser un bellezón tenía su encanto y si algo
destacaba en su carácter era su buen humor, siempre tenía una sonrisa en los
labios y eso se agradecía.
Él la llevaba en la cabeza más allá de su presencia física,
la recordaba con frecuencia durante sus ausencias y en alguna ocasión apareció
en medio de sus sueños no obstante, un manto de brumas la rodeaba y nunca pudo
llegar a concretar una historia nítida y coherente en la que ambos se
identificaran. Cada mañana de las que venía por casa dejaban un poso de
imágenes que él reciclaba y daba forma a su antojo, creaba escenarios y
desarrollaba tramas ficticias que nunca concluía, pues no hallaba el catalizador que uniera aquellos fragmentos de
vivencias fugaces, algo escapaba a su control dejando inconclusas todas
aquellas historias.
Aquella chica tenía chispa y esta la iluminaba allá donde
estuviera, era como un áurea que te hacía no querer apartar la mirada de sus
formas; desde hacía tiempo tenía en la cabeza regalarle una camiseta, ella solía
usarlas y las tenía muy variadas, él no encontraba la idónea aunque tampoco le
había dedicado tiempo suficiente a buscarla, aprovechaba cuando zascandileaba
por la ciudad para ver escaparates pero nunca llevó a cabo una búsqueda
profunda. Siempre que una prenda le llamaba la atención, la imaginaba a ella
llevándola, viendo cómo se adaptaba a sus curvas, cómo resaltaban los colores
sobre su piel… no podía evitarlo, era algo superior a él.
La chica de los jeans
ajustados estaba atrapada en su cabeza, presa en sus retinas y no podía
desprenderse de su recuerdo aun estando lejos de ella; allí junto a la playa
intentaba imaginar su cuerpo en biquini jugando con las olas del mar, su piel
bronceada moviéndose junto a la orilla mientras sus pies recibían cientos de
besos de espuma blanca. El verano era una buena época para lucir aquel cuerpo
que parecía ella no saber poseer, con movimientos armónicos, delicados como una
gata, se mezclaría entre la muchedumbre estival espolvoreando su néctar de
amor; ella dejaría huella allí por donde pasara pues era única a los ojos de
los dioses.
Aquella mañana llegó especialmente cautivadora, sin saber
exactamente que había cambiado en ella, ocupaba todo su campo de visión no
existiendo nada a su alrededor, daba la impresión de tenerlo abducido. La
seguía con la vista allá donde fuera mientras intentaba tener una charla
desenfadada e intrascendente que mantuviera su atención sobre él; con movimientos ágiles se desplazaba por el gran
salón bayeta en mano, eliminando restos de polvo inexistente sobre muebles y
cacharros de los que había a cientos, mirándolo de tanto en tanto en respuesta
a sus palabras.
Con parte de la casa ya arreglada hizo un receso y se
dispusieron a tomar un café, como de costumbre él los preparó, para ella solo
con poca azúcar, para él con un chorrito de leche condensada. Aquel era su
momento de la mañana y en él ella colgaba su delantal y se soltaba el pelo pues
sabía que a él le gustaba verla así, con la imaginación podían trasladarse a
cualquier terraza de la ciudad en la que como cualquier pareja, compartían sus
cuitas y secretos ajenos a lo que les rodeaba.
Ella llevaba tiempo intentando convencerlo de que la dejara
cortarle el pelo, él entre risas siempre desechaba el asunto aplazándolo para
más adelante cuando lo tuviera más largo, esa mañana ella volvió a insistir en
el tema alegando que ya lo tenía casi todo hecho y por tanto tenían tiempo. A
ella se le abrieron los ojos como platos cuando él asintió dándose por vencido
y accediendo a su petición, por fin lo había conseguido; una vez recogida la
escasa vajilla utilizada se encaminaron al cuarto de baño donde tendría lugar
la operación pilosa.
Esa mañana llevaba una camiseta de tirantes lo cual iba a
agradecer dado el calor que en aquel cuarto de aseo daban los halógenos, él
pasó a quitarse directamente el polo que llevaba puesto y cubrirse con una
sábana a modo de mandil de peluquero para protegerse de los infinitos restos de
cabello que estaba a punto de recibir. Frente al gran espejo él la veía a sus
espaldas dispuesta a empezar la faena, le encantaba ver sus hombros desnudos y
sus largos brazos cuya piel empezaba a brillar por el efecto térmico de las
luces, daban la impresión de estar en un camerino a punto de maquillarse para
salir a escena.
Con la cabeza inclinada sobre el lavabo ella empezó a
lavársela, sus dedos se desplazaban por el cuero cabelludo de manera delicada pero
firme, sus manos enjabonadas ejercían un masaje sobre su cabeza que se prolongó
hasta el cuello para luego volver a ascender, notaba el roce de su cuerpo sobre
la espalda y la excitación se apoderó de él sin poder evitarlo. Llegó el
momento de enjuagar y el proceso fue igual de gratificante, la presión del agua
sobre su cabeza ayudada por unos dedos que no dejaban de masajear su piel
hacían que deseara que aquello no acabara nunca.
Saberla con sus manos sobre él, con la piel húmeda por el
calor del ambiente y enfundada en aquellos jeans tan ajustados, ponía a prueba
su lívido que por momentos amenazaba con desbocarse. Cuando se incorporó y
volvió a verla a sus espaldas a través del espejo estaba radiante, húmeda y
radiante, le sonreía, él sabía que ella era consciente del efecto que ejercía
sobre él y le gustaba que lo supiera; su juego de miradas lo decían todo.
Había que empezar a cortar y ella parecía saber de qué iba la
cosa pues se le notaba destreza con las tijeras, él no apartaba la mirada de su
rostro, de sus hombros, de sus brazos…
sin importarle lo que cortaba pues si ella iba a quedar satisfecha, seguro que
él también. Transpiraba en aquel ambiente saúnico y no tardaron en aparecer
cercos de sudor en su camiseta como una prolongación de su piel húmeda, que en
algunos puntos ya mostraban finas perlas de fluido que ella limpiaba de tanto
en tanto con el dorso de su mano, le encantaba verla así y bromeaba con su exagerada
intolerancia al calor haciéndola reír.
Unos minutos más tarde el corte estaba listo para revista, un
enjuague rápido para eliminar los restos de pelo y la retirada de la sábana que
había servido de protección durante todo el proceso finalizó el acto; él quedó
mirándose en el espejo mientras ella barría entre sus ruedas los restos de
cabello para evitar esparcirlos por toda la casa.
Una vez todo retirado ambos
quedaron mirando al espejo que les devolvía su imagen, ella esperaba su
veredicto, él movía la cabeza hacia los lados para comprobar el resultado que
claramente le satisfacía aun sin decirlo; empujando con sus manos levemente
sobre la encimera, deslizó hacia atrás su silla de ruedas girándose para
mirarla, ambos se sonrieron y él sin pensarlo la rodeó con su brazo por la
cintura atrayéndola hacía él, ella no ofreció resistencia sentándose sobre sus
piernas y aproximando su cuerpo húmedo al de él desnudo. Segundos más tarde sus
labios se fundieron por primera vez.
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