sábado, 24 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (III)

UN CORTE DE PELO

Los jeans eran su segunda piel, se ceñían a sus piernas como un guante marcando unas caderas de calendario, su cintura y más arriba de esta un busto de dimensiones generosas le daban un atractivo aspecto; ella debía ser consciente de su buena figura pero no daba muestras de ello y eso le añadía un punto de erotismo subliminal que no pasaba desapercibido. Sin ser un bellezón tenía su encanto y si algo destacaba en su carácter era su buen humor, siempre tenía una sonrisa en los labios y eso se agradecía.


Él la llevaba en la cabeza más allá de su presencia física, la recordaba con frecuencia durante sus ausencias y en alguna ocasión apareció en medio de sus sueños no obstante, un manto de brumas la rodeaba y nunca pudo llegar a concretar una historia nítida y coherente en la que ambos se identificaran. Cada mañana de las que venía por casa dejaban un poso de imágenes que él reciclaba y daba forma a su antojo, creaba escenarios y desarrollaba tramas ficticias que nunca concluía, pues no hallaba el  catalizador que uniera aquellos fragmentos de vivencias fugaces, algo escapaba a su control dejando inconclusas todas aquellas historias.

Aquella chica tenía chispa y esta la iluminaba allá donde estuviera, era como un áurea que te hacía no querer apartar la mirada de sus formas; desde hacía tiempo tenía en la cabeza regalarle una camiseta, ella solía usarlas y las tenía muy variadas, él no encontraba la idónea aunque tampoco le había dedicado tiempo suficiente a buscarla, aprovechaba cuando zascandileaba por la ciudad para ver escaparates pero nunca llevó a cabo una búsqueda profunda. Siempre que una prenda le llamaba la atención, la imaginaba a ella llevándola, viendo cómo se adaptaba a sus curvas, cómo resaltaban los colores sobre su piel… no podía evitarlo, era algo superior a él.

La chica de los jeans ajustados estaba atrapada en su cabeza, presa en sus retinas y no podía desprenderse de su recuerdo aun estando lejos de ella; allí junto a la playa intentaba imaginar su cuerpo en biquini jugando con las olas del mar, su piel bronceada moviéndose junto a la orilla mientras sus pies recibían cientos de besos de espuma blanca. El verano era una buena época para lucir aquel cuerpo que parecía ella no saber poseer, con movimientos armónicos, delicados como una gata, se mezclaría entre la muchedumbre estival espolvoreando su néctar de amor; ella dejaría huella allí por donde pasara pues era única a los ojos de los dioses.


Aquella mañana llegó especialmente cautivadora, sin saber exactamente que había cambiado en ella, ocupaba todo su campo de visión no existiendo nada a su alrededor, daba la impresión de tenerlo abducido. La seguía con la vista allá donde fuera mientras intentaba tener una charla desenfadada e intrascendente que mantuviera su atención sobre él; con  movimientos ágiles se desplazaba por el gran salón bayeta en mano, eliminando restos de polvo inexistente sobre muebles y cacharros de los que había a cientos, mirándolo de tanto en tanto en respuesta a sus palabras.

Con parte de la casa ya arreglada hizo un receso y se dispusieron a tomar un café, como de costumbre él los preparó, para ella solo con poca azúcar, para él con un chorrito de leche condensada. Aquel era su momento de la mañana y en él ella colgaba su delantal y se soltaba el pelo pues sabía que a él le gustaba verla así, con la imaginación podían trasladarse a cualquier terraza de la ciudad en la que como cualquier pareja, compartían sus cuitas y secretos ajenos a lo que les rodeaba.

Ella llevaba tiempo intentando convencerlo de que la dejara cortarle el pelo, él entre risas siempre desechaba el asunto aplazándolo para más adelante cuando lo tuviera más largo, esa mañana ella volvió a insistir en el tema alegando que ya lo tenía casi todo hecho y por tanto tenían tiempo. A ella se le abrieron los ojos como platos cuando él asintió dándose por vencido y accediendo a su petición, por fin lo había conseguido; una vez recogida la escasa vajilla utilizada se encaminaron al cuarto de baño donde tendría lugar la operación pilosa.

Esa mañana llevaba una camiseta de tirantes lo cual iba a agradecer dado el calor que en aquel cuarto de aseo daban los halógenos, él pasó a quitarse directamente el polo que llevaba puesto y cubrirse con una sábana a modo de mandil de peluquero para protegerse de los infinitos restos de cabello que estaba a punto de recibir. Frente al gran espejo él la veía a sus espaldas dispuesta a empezar la faena, le encantaba ver sus hombros desnudos y sus largos brazos cuya piel empezaba a brillar por el efecto térmico de las luces, daban la impresión de estar en un camerino a punto de maquillarse para salir a escena.

Con la cabeza inclinada sobre el lavabo ella empezó a lavársela, sus dedos se desplazaban por el cuero cabelludo de manera delicada pero firme, sus manos enjabonadas ejercían un masaje sobre su cabeza que se prolongó hasta el cuello para luego volver a ascender, notaba el roce de su cuerpo sobre la espalda y la excitación se apoderó de él sin poder evitarlo. Llegó el momento de enjuagar y el proceso fue igual de gratificante, la presión del agua sobre su cabeza ayudada por unos dedos que no dejaban de masajear su piel hacían que deseara que aquello no acabara nunca.


Saberla con sus manos sobre él, con la piel húmeda por el calor del ambiente y enfundada en aquellos jeans tan ajustados, ponía a prueba su lívido que por momentos amenazaba con desbocarse. Cuando se incorporó y volvió a verla a sus espaldas a través del espejo estaba radiante, húmeda y radiante, le sonreía, él sabía que ella era consciente del efecto que ejercía sobre él y le gustaba que lo supiera; su juego de miradas lo decían todo.

Había que empezar a cortar y ella parecía saber de qué iba la cosa pues se le notaba destreza con las tijeras, él no apartaba la mirada de su rostro, de  sus hombros, de sus brazos… sin importarle lo que cortaba pues si ella iba a quedar satisfecha, seguro que él también. Transpiraba en aquel ambiente saúnico y no tardaron en aparecer cercos de sudor en su camiseta como una prolongación de su piel húmeda, que en algunos puntos ya mostraban finas perlas de fluido que ella limpiaba de tanto en tanto con el dorso de su mano, le encantaba verla así y bromeaba con su exagerada intolerancia al calor haciéndola reír.

Unos minutos más tarde el corte estaba listo para revista, un enjuague rápido para eliminar los restos de pelo y la retirada de la sábana que había servido de protección durante todo el proceso finalizó el acto; él quedó mirándose en el espejo mientras ella barría entre sus ruedas los restos de cabello para evitar esparcirlos por toda la casa. 


Una vez todo retirado ambos quedaron mirando al espejo que les devolvía su imagen, ella esperaba su veredicto, él movía la cabeza hacia los lados para comprobar el resultado que claramente le satisfacía aun sin decirlo; empujando con sus manos levemente sobre la encimera, deslizó hacia atrás su silla de ruedas girándose para mirarla, ambos se sonrieron y él sin pensarlo la rodeó con su brazo por la cintura atrayéndola hacía él, ella no ofreció resistencia sentándose sobre sus piernas y aproximando su cuerpo húmedo al de él desnudo. Segundos más tarde sus labios se fundieron por primera vez.

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