Desde
que la vio por primera vez aquel pescador ya nunca la pudo olvidar, su imagen,
su voz, su mirada y su sonrisa, quedaron grabadas en lo más profundo de su
alma; desde aquel día siempre estuvo presente dentro de su cabeza no importa
donde fuera, lo que hiciera o con quien
estuviera. Era su compañera virtual en los días buenos y su consuelo en los malos, los días de
tormenta era su paraguas, los días soleados su parasol, siempre estaba allí con
él aun estando lejos, muy lejos; el vasto mar era su mundo y en el no tenía
límites ni fronteras, por su inmensidad se movía a su antojo dejándose
acariciar por las aguas saladas y caprichosas.
Aquel
pescador sombrío vio en ella la luz de su vida y a través de su mirada,
descubrió la felicidad que la vida le había negado; siempre que salía a la mar
lo hacía con la esperanza de encontrarla, de oír su canto de sirena que lo
llevara hasta ella, sentir su proximidad le hacía volver a puerto con el
corazón radiante y los ánimos renovados para continuar con su mediocre vida
terrenal. Noche tras noche ella nadaba en su imaginación, la veía moverse
ingrávida realizando giros imposibles ante sus ojos luciendo una magnífica figura, su cabello castaño flotaba
sobre la espalda alcanzando los límites de su parte humana donde una cintura
exquisita se abría a unas caderas de diosa.
Su
primer encuentro fue fortuito y fugaz, había oído hablar de ellas, escuchado
cuentos y leyendas en tabernas portuarias, sabía que eran seres míticos,
custodias y reinas de los fondos marinos pero como la mayoría de las leyendas,
albergaban una gran dosis de ficción y poca o nada realidad testable. Aquella
noche recogía sus redes dando por concluida la jornada de pesca cuando algo
fuera de lo normal llamó su atención, entre los cientos de peces que llenaban
sus artes una cola de enormes dimensiones y con un brillo inusual se agitó con
furia, al principio pensó que había capturado una buena pieza pero al instante
quedó petrificado y a punto estuvo de caer por la borda.
Sin
darle tiempo a reaccionar y en medio de la confusión, la red cedió bajo sus
embestidas abriéndose un hueco por el que la vio salir, ver su parte humana
separando los restos de aquella precaria celda lo dejó atónito pero algo
sacudió su alma cuando antes de salir giró su cabeza y sus miradas se cruzaron.
Los primeros rayos de sol de aquel amanecer le permitieron distinguir sus ojos
verdes, su mirada profunda y una expresión de sorpresa quizás por verse
sorprendida; aquellos ojos lo hechizaron y la necesidad de volver a encontrarla
se instaló en su vida.
Semanas
más tarde, una noche de tormenta, su barco naufragó y el pescador se vio
perdido en la inmensidad del mar, agotado y sin fuerzas para mantenerse a flote,
se abandonó a su suerte, a lo irremediable, dispuesto a sucumbir; inerte como una piedra
su cuerpo descendía hacia los fondos marinos dejando escapar sus últimos
estertores de vida cuando algo tiró de él hacia arriba. Abrió los ojos y ahí
estaba ella, su mirada verde esmeralda le infundió vida, aunque aturdido pudo
distinguir sus contornos, su larga cabellera, su vigorosa cola plateada.
Se
dejó llevar hasta la superficie, notaba la presión de sus manos tirando de él
de manera firme pero delicada; recostado sobre ella surcaban las aguas sin importarle
su destino, tan solo quería estar allí, con ella, no importaba el donde ni el
como, tan solo deseaba tenerla a su lado, notar su cuerpo junto al suyo. No
sabría decir cuanto tiempo pasó, despertó sobre la arena de la orilla en una
playa desconocida, no sabía como había llegado hasta allí pero lo intuía o
¿acaso lo había soñado?
Pasaron
los meses y cada mañana aquel pescador se hacía a la mar con la única esperanza
de volver a encontrarla pero el tiempo corría sin saber de ella; buscaba entre
las olas cualquier brillo, cualquier forma que pudiera ser una señal de su
presencia pero buscaba en vano. Cada día llegaba a casa diciéndose que mañana
tendría más suerte, que por fin la encontraría y con su recuerdo en la cabeza
cerraba los ojos cada jornada antes de volver a sus brazos durante el sueño
reparador.
Tras
casi un año de infructuosa búsqueda perdió las esperanzas, llegó a la
conclusión de que aquella hermosa sirena de cola plateada se olvidó del
pescador, sus deseos de volver a encontrarla se vieron frustrados y con el paso
de los días un manto de tristeza ensombreció el ánimo de aquel hombre solitario
cuyos últimos meses vivía solo por ella.
Pertenecían a mundos distintos y ninguno de los dos podía subsistir en el del
otro, solo aquel barco con el que salía día tras día lo acercaba a ella o eso
quería pensar; solo en alta mar, con la única compañía de la luna y las
estrellas, aquel pescador le cantaba a las olas en la confianza de que su amada
sirena nadando entre ellas, oyera su canción de amor.
Entre
la realidad y la ficción, el pescador de sueños soñaba que algún día se
reencontraban, ella volvía a abrazarlo y
sus ojos verdes volvían a fijarse en él; su cabeza había creado una burbuja
virtual perdida en la inmensidad de los océanos en la cual se veían una y otra
vez amándose entre sus dos mundos, buscándose con la mirada… él acudiría
siguiendo su canto de sirena y ella estaría esperándolo con cada amanecer. Ella
siempre sería se consuelo y este se
había convertido en su amor prohibido.
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