sábado, 30 de mayo de 2015

LA SIRENA SE OLVIDÓ DEL PESCADOR

Desde que la vio por primera vez aquel pescador ya nunca la pudo olvidar, su imagen, su voz, su mirada y su sonrisa, quedaron grabadas en lo más profundo de su alma; desde aquel día siempre estuvo presente dentro de su cabeza no importa donde fuera, lo que hiciera  o con quien estuviera. Era su compañera virtual en los días buenos y su consuelo en los malos, los días de tormenta era su paraguas, los días soleados su parasol, siempre estaba allí con él aun estando lejos, muy lejos; el vasto mar era su mundo y en el no tenía límites ni fronteras, por su inmensidad se movía a su antojo dejándose acariciar por las aguas saladas y caprichosas.

Aquel pescador sombrío vio en ella la luz de su vida y a través de su mirada, descubrió la felicidad que la vida le había negado; siempre que salía a la mar lo hacía con la esperanza de encontrarla, de oír su canto de sirena que lo llevara hasta ella, sentir su proximidad le hacía volver a puerto con el corazón radiante y los ánimos renovados para continuar con su mediocre vida terrenal. Noche tras noche ella nadaba en su imaginación, la veía moverse ingrávida realizando giros imposibles ante sus ojos luciendo una  magnífica figura, su cabello castaño flotaba sobre la espalda alcanzando los límites de su parte humana donde una cintura exquisita se abría a unas caderas de diosa.


Su primer encuentro fue fortuito y fugaz, había oído hablar de ellas, escuchado cuentos y leyendas en tabernas portuarias, sabía que eran seres míticos, custodias y reinas de los fondos marinos pero como la mayoría de las leyendas, albergaban una gran dosis de ficción y poca o nada realidad testable. Aquella noche recogía sus redes dando por concluida la jornada de pesca cuando algo fuera de lo normal llamó su atención, entre los cientos de peces que llenaban sus artes una cola de enormes dimensiones y con un brillo inusual se agitó con furia, al principio pensó que había capturado una buena pieza pero al instante quedó petrificado y a punto estuvo de caer por la borda.

Sin darle tiempo a reaccionar y en medio de la confusión, la red cedió bajo sus embestidas abriéndose un hueco por el que la vio salir, ver su parte humana separando los restos de aquella precaria celda lo dejó atónito pero algo sacudió su alma cuando antes de salir giró su cabeza y sus miradas se cruzaron. Los primeros rayos de sol de aquel amanecer le permitieron distinguir sus ojos verdes, su mirada profunda y una expresión de sorpresa quizás por verse sorprendida; aquellos ojos lo hechizaron y la necesidad de volver a encontrarla se instaló en su vida.

Semanas más tarde, una noche de tormenta, su barco naufragó y el pescador se vio perdido en la inmensidad del mar, agotado y sin fuerzas para mantenerse a flote, se abandonó a su suerte, a lo irremediable,  dispuesto a sucumbir; inerte como una piedra su cuerpo descendía hacia los fondos marinos dejando escapar sus últimos estertores de vida cuando algo tiró de él hacia arriba. Abrió los ojos y ahí estaba ella, su mirada verde esmeralda le infundió vida, aunque aturdido pudo distinguir sus contornos, su larga cabellera, su vigorosa cola plateada.


Se dejó llevar hasta la superficie, notaba la presión de sus manos tirando de él de manera firme pero delicada; recostado sobre ella surcaban las aguas sin importarle su destino, tan solo quería estar allí, con ella, no importaba el donde ni el como, tan solo deseaba tenerla a su lado, notar su cuerpo junto al suyo. No sabría decir cuanto tiempo pasó, despertó sobre la arena de la orilla en una playa desconocida, no sabía como había llegado hasta allí pero lo intuía o ¿acaso lo había soñado?

Pasaron los meses y cada mañana aquel pescador se hacía a la mar con la única esperanza de volver a encontrarla pero el tiempo corría sin saber de ella; buscaba entre las olas cualquier brillo, cualquier forma que pudiera ser una señal de su presencia pero buscaba en vano. Cada día llegaba a casa diciéndose que mañana tendría más suerte, que por fin la encontraría y con su recuerdo en la cabeza cerraba los ojos cada jornada antes de volver a sus brazos durante el sueño reparador.

Tras casi un año de infructuosa búsqueda perdió las esperanzas, llegó a la conclusión de que aquella hermosa sirena de cola plateada se olvidó del pescador, sus deseos de volver a encontrarla se vieron frustrados y con el paso de los días un manto de tristeza ensombreció el ánimo de aquel hombre solitario cuyos  últimos meses vivía solo por ella. Pertenecían a mundos distintos y ninguno de los dos podía subsistir en el del otro, solo aquel barco con el que salía día tras día lo acercaba a ella o eso quería pensar; solo en alta mar, con la única compañía de la luna y las estrellas, aquel pescador le cantaba a las olas en la confianza de que su amada sirena nadando entre ellas, oyera su canción de amor.



Entre la realidad y la ficción, el pescador de sueños soñaba que algún día se reencontraban, ella volvía  a abrazarlo y sus ojos verdes volvían a fijarse en él; su cabeza había creado una burbuja virtual perdida en la inmensidad de los océanos en la cual se veían una y otra vez amándose entre sus dos mundos, buscándose con la mirada… él acudiría siguiendo su canto de sirena y ella estaría esperándolo con cada amanecer. Ella siempre sería se consuelo y este se había convertido en su amor prohibido.

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