Siempre le gustó la playa. Aquella chica venida de
tierra adentro siempre fue una apasionada del mar, de sus olas, de sus arenas
blancas. Quizás por vivir tan lejos de la costa anhelaba la llegada del verano
para hacer su escapada anual y dejarse
caer por unos días, en cualquier hotelito del litoral mediterráneo. Con la
llegada de la primavera empezaba a organizar su viaje, pasaba largos ratos
frente a su ordenador hasta que le picaban los ojos buscando destinos, valorando
ofertas, estudiando hoteles; era una semana a lo sumo pero la esperaba como
agua de mayo y mientras iba eligiendo o
descartando posibilidades, su ilusión iba alimentándose con la
perspectiva de largos paseos junto a la orilla del mar, cenas en terrazas bajo
un cielo estrellado, sesiones de bronceado solar tumbada en su toalla sobre la
fina arena o cálidos arrumacos entre sábanas blancas con el rumor de las olas
llegando hasta su cama.
Así era Mari Pili, soñadora y sirena por vocación, le
gustaba el mar y tenerlo tan lejos la incomodaba. Los últimos años había
picoteado por el litoral levantino y cada nuevo verano era un verdadero dilema
acertar con la elección pues aunque empezaba con tiempo su búsqueda, siempre se
le echaba el tiempo encima a la hora de contratar y por tanto en ocasiones,
había tenido que resignarse a destinos no especialmente deseados pero así era
ella, chica de siempre a últimas horas.
El viaje del último verano no le había dejado muy buen
sabor de boca, nada salió como tenía pensado y lo que en principio iban a ser
unos días de emociones y sorpresas, se convirtieron en fiasco y decepción ¿Mala
previsión? ¿Mala planificación? ¿Mala suerte? Mari Pili no creía en la mala
suerte, si en cambio en la torpeza y falta de comunicación pero ya daba igual,
habían pasado los meses y aquello tan solo era un mal recuerdo con sabor amargo
que no volvería a tener ocasión de repetir. Ahora tenía por delante meses para
hacer una buena elección de su próximo destino, lo sabía y sabía así mismo que
las semanas irían pasando y como siempre el tiempo se le echaría encima una vez
más, confiaba en tener más éxito este
año y no volver con el sabor agridulce con el que regresó en su último viaje.
Otro aspecto que se repetía año tras año a medida que
se acercaba el buen tiempo, era el de reparar su abandonado cuerpo durante los
meses de frío, liberándolo de unos cuantos kilos que, de forma larvada y
escandalosa, habían ido acumulándose en determinadas zonas de su exquisita anatomía.
Piernas, caderas, cintura… habían ido adquiriendo proporciones indeseadas y
solo con mirarse al espejo cada mañana atormentaban su autoestima. Como cada
año, había que poner solución a los excesos magros y celulíticos que su cuerpo
había tenido a bien adquirir sin su permiso, aquella monstruosidad que afeaba
sus delicadas curvas precisaba de la toma
de medidas drásticas antes de que fuera tarde y todo se echara a perder,
aun estaba a tiempo de subsanar tan desproporcionadas simetrías y adquirir las
medidas de sílfide que siempre había tenido.
Intentaba hacer deporte pero la llamada del sofá tras las comidas era una tentación; hacerlo
antes de ir al trabajo era impensable
dado el madrugón que eso le supondría; viviendo en un adosado como vivía, tenía
espacio suficiente para sus chismes y cachivaches deportivos los cuales
ocupaban un discreto rincón en el sótano, junto al garaje. Allí ella había ido
montando su particular cámara de los tormentos e intentaba ponerse en forma a
salvo de las inclemencias del tiempo y también, por qué no decirlo, de alguna
mirada indiscreta y malsana.
Hacía tiempo que andaba buscando un equipamiento más
completo, algo parecido a las máquinas con las que acostumbraba a ejercitarse
en el gimnasio al que esporádicamente acudía. Dado que Mari Pili era una chica
emprendedora y cuando se le metía algo en la cabeza no paraba hasta
conseguirlo, inició una búsqueda exhaustiva del equipo más idóneo a sus
necesidades, no quería gastarse más de lo necesario pero tampoco iba a
conformarse con cualquier cosa por barata que esta fuera, su cuerpo merecía
cierta calidad.
Así pues se lanzó en cuerpo y alma a la búsqueda de su
ansiada máquina de ejercicios, miró multitud de catálogos, visitó diversos
establecimientos y acabó inmersa en la maraña de enlaces que navegaban por la
red; encontró cintas rodantes, bancos de abdominales, máquinas de musculación y
de remo, bicicletas diversas más o menos sofisticadas y un sinfín más de
artilugios de tortura corporal. Acababa cada sesión de búsqueda tan cansada
como si se hubiera ejercitado horas con todos aquellos ingenios de tortura, la
oferta era inmensa y los precios de lo más variado motivo por el que cada día
era más difícil decidirse.
Un jueves por la mañana de camino al trabajo se dijo
―de hoy no pasa― en cuanto llegara a casa daría un último repaso a las opciones
que más le habían interesado y se
decidiría por una de ellas realizando el encargo en firme; había dudado durante
demasiado tiempo y su cuerpo llevaba semanas esperando ejercitarse e iniciar la
reconquista de sus formas de antaño, aquellas curvas que eran objeto de deseo
en cualquier playa que pisara, el verano ya se veía en el horizonte y debía
ponerse manos a la obra antes de que fuera demasiado tarde.
Regresó a casa ansiosa por encender el ordenador y dar
un último repaso a las máquinas que más se acomodaban a sus preferencias y
presupuesto; una vez más leería detenidamente sus características y estudiaría
con detalle sus dimensiones trasladándolas con una cinta métrica al sótano
donde debería instalarla, debía asegurarse de que cabía dejando espacio
suficiente.
Mari Pili era una mujer muy laboriosa y gustaba de
bricolear por su casa, siempre tenía una puerta, armario o mueble que restaurar,
bien cambiando su color o reparando cualquier desperfecto, pintar paredes
también se le daba bien y de hecho en un pasado reciente, cambio la fisonomía
de muchas de sus habitaciones, era muy apañada y voluntariosa con sus cosas de
vivir. En la actualidad tenía en mente darle un toque de color a su anodino
sótano, allí donde pensaba instalar su máquina de ejercicios, junto a la
bicicleta de spinning con la que castigaba muchas tardes sus piernas y glúteos.
Siendo una mujer de tierra adentro nacida en las
llanuras de La Mancha, su piel buscaba el sol, a ser posible del Mediterráneo,
gustaba de la típica humedad del litoral levantino, decía que su piel era más
suave y flexible cuando estaba cerca del mar por eso siempre que podía,
organizaba su semana playera junto a las costas de aquel mar azul que tanto
añoraba. Así pues, contar con una máquina que la ayudara a modelar su cuerpo,
iba a ser una baza importante para lucir
en todo su esplendor cuando en la próxima temporada estival, sus pies pisaran
las doradas arenas mediterráneas.
Llegó el día, esa mañana le llevaban su esperada
máquina, había optado por un modelo de musculación bastante completo; siendo
como iba a ser para uso doméstico, distaba algo de las utilizadas en los
gimnasios profesionales pero para lo que ella quería le bastaba. Con ella
podría hacer una gran variedad de ejercicios de piernas y brazos gracias a sus
diferentes soportes y poleas, así mismo podría fortalecer los músculos de su
tronco a medida que fuera sacándole todo el rendimiento que el producto ofrecía
en su libro de instrucciones. Mari Pili estaba contenta con la elección
realizada.
A partir de ese día todo su cuerpo resurgiría con
fuerza a semejanza de las margaritas en
primavera, su árbol corporal florecería de nuevo recuperando el esplendor de
tiempos pasados donde reinó en las pasarelas de la vida. Ella pisaría fuerte
allá donde anduviese y sería admirada
por sus formas y saber estar, una vez más llegaría el verano y triunfaría allí
donde otras fracasaban, a nadie dejaría indiferente verla luciendo sus nuevos
bikinis coquetos e insinuantes por qué Mari Pili no era mujer de apartar la
vista, era un ser especial y encantador.
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