sábado, 16 de marzo de 2013

Anselmo y la política (II Parte)



Las medidas de Anselmo.

El país iba a la deriva, las instituciones habían perdido su crédito y la clase política se hallaba inmersa en una nube de sospechosa corrupción que hacia pagar a justos por pecadores; no se veí­a la luz y el pueblo no aguantaba más, necesitaba oxígeno en un ambiente saturado de contaminación moral y economí­a mal gestionada. El tiempo se acababa y cada vez quedaba menos margen de maniobra por tanto alguien debía dar un puñetazo sobre la mesa y decir ¡basta! Ese debí­a ser Anselmo, hombre cabal y respetado, de ideas claras y hacer correcto.

Dado que el origen de la situación a la que se había llegado, habí­a comenzado por la cúspide de la pirámide, era allí­ donde debían tomarse las primeras medidas eliminando los privilegios, cambiando las normativas, sustituyendo a quienes ocupaban los cargos de responsabilidad. Una vez hecha la primera criba, habí­a que seguir buscando donde había ido a parar todo lo desaparecido tanto por la mala gestión como por la gestión fraudulenta que muchos habí­an llevado a cabo desde sus cargos de elite.

En la banca y sus consejos de administración, en los entornos urbanísticos de algunos ayuntamientos, en políticos mediocres instalados en las altas  esferas sin méritos para ocupar esos puestos, en patrimonios crecidos como la espuma de un suflé de un día para otro, en fundaciones de dudosos objetivos, en planes de subvenciones aplicados sin control, en, en, en... Ahí ­ habí­a que dar la batalla desenmascarando a los actores que tanto tiempo habí­an estado moviendo los hilos de esta tragicomedia de manera impune;  habí­a que arrasar los reductos de la corrupción arrastrando a los infiernos a todas esas almas débiles que habí­an sucumbido a los tentáculos de la  corruptela infame.

El status de la clase polí­tica debí­a cambiar, basta de eternizarse en el cargo; la política como actividad vocacional debí­a tener unos plazos y una vez cumplidos, había que abandonar y dar el relevo, había que desterrar la figura del político profesional cuyos méritos para seguir en primera fila, nadie conocía, debía demostrarse una valía profesional antes de llegar a la política, no bastaba con haber pertenecido a las juventudes de este u otro partido ¿Quién querría ser dirigido por estudiantes frustrados o pastores sin preparación? Al igual que el agua estancada acaba pudriéndose, había  que dejar a esta correr renovando su caudal periódicamente; la política y los que la ejercí­an debí­an ser ese agua y ese caudal, siempre en continua  renovación para mantenerse cristalina y pura.

Habí­a que revitalizar al tejido industrial y ayudar a las empresas, estas eran la savia del árbol y sin ella no se podí­a crecer, el árbol moría; todas las exenciones de impuestos serí­an pocas durante un periodo limitado de tiempo, el justo para que la maquinaria empresarial volviera a arrancar y una vez esta se pusiera en marcha, la mano de obra a todos los niveles serí­a demandada de nuevo y con ella en plena producción, el consumo empezaría a crecer. Por su parte la banca también tendrí­a que arrimar el hombro y durante un tiempo, olvidarse de obtener los escandalosos beneficios a los que estaba acostumbrada; como el resto, debía conformarse con atender sus compromisos y dejar las alegrías para tiempos más  benévolos, al fin y al cabo ellos eran los únicos que habían sido agraciados con una lluvia de millones.

Los delitos debí­an endurecer sus penas y los beneficios penitenciarios verse reducidos de manera drástica pues al fin y al cabo quienes podrían beneficiarse de ellos, no hací­an sino cumplir las penas impuestas por saltarse las leyes, ¿qué premio cabí­a pues para quien no merecí­a ninguna atención por su comportamiento ilegal? El que por su actuación fuera de la ley incumpliera normas que  supusieran burla y escarnio al pueblo, debería pagar de forma ejemplar y firme para servir de ejemplo a ese mismo pueblo burlado.

Lucha sin cuartel al dinero negro, habí­a que hacerlo aflorar y evitar que se perpetuase en las calles. Basta de dejar campar a sus anchas los negocios  oscuros de la droga, el sexo o cualquier otro tipo de tráfico. El mundo del delito debí­a notar el aliento de la ley sobre sus huesos y tras ese aliento, la  mano armada de la ley debería hacer estragos entre sus filas no dando tiempo a los vericuetos legales para dar escapatoria a los mal llamados presuntos que han sido pillados infraganti. El dinero negro debí­a aflorar pero no a base de dudosas amnistí­as fiscales, no con regularizaciones extraordinarias, había que cortarlo en su origen no dando opción a su gestión, marcando límites estrechos a las transacciones en efectivo, buscando la necesidad de justificar cada cobro o pago efectuado.

Habí­a que fomentar el consumo interno acabando con las importaciones fraudulentas procedentes de paí­ses lejanos donde se incumplí­an los derechos más fundamentales de manera sistemática. Partidos polí­ticos y sindicatos debí­an empezar a acostumbrarse a subsistir con los medios que aportaran su afiliados y dejar de sangrar al papa estado, como en cualquier empresa si con eso no les llegaba para cubrir gastos que cerraran el quiosco; vivir de la subvención, salvo en determinados casos de necesidad social, debí­a olvidarse como forma de vida. Un ejercicio de transparencia en los poderes públicos y en quien dentro de ellos se desenvolví­an, debí­a ser la norma dentro del juego polí­tico y financiero; todo aquello que recibiera fondos públicos tendría que ser claro como el agua a partir de ahora, estando al alcance de cualquier miembro de la sociedad que quisiera saber de sus finanzas y procedimientos en cualquier momento.

En cuanto al código penal, Anselmo tenía su decálogo, fomentado en un endurecimiento de penas el cual llevaba implícito el cambio de leyes, incorporando nuevos supuestos, variando otros ya existentes pero por encima de todo ello haciendo cumplir las penas integras y no haciendo burla al sentido común con penas que ni en cien vidas uno cumpliría, condenas claras, reales, efectivas y sobre todo  ejemplares.

Y qué decir de la carga de la administración a todos sus niveles, de locos la cantidad de cargos, departamentos y ventanillas; presidentes, asesores, secretarios, secretarios de secretarios… ahí es donde debían hacerse verdaderos recortes, ahí es donde debía cortarse de raíz la duplicidad de servicios, de funciones, de cargos. El sentido común y la coherencia política fallaban clamorosamente con más frecuencia de la debía, había que acabar con esas ansias de muchos ayuntamientos por tener servicios e infraestructuras que no se podían costear y mucho menos mantener, sirva de ejemplo la cabezonería por tener cada uno su propio polideportivo, su propia piscina cubierta o cualquier otra instalación estando a veces a escasos kilómetros unos pueblos de otros; era irracional y obsceno el gasto realizado en esas cosas en los últimos años.

Volviendo la vista a los polí­ticos y a la marcha del país, tanto unos como otra dejaban mucho que desear; las directrices marcadas desde Europa incidí­an en la austeridad, pero no una austeridad cualquiera sino una austeridad salvaje, suicida, antisocial. Está bien ser austero, está bien hacer recortes, es sensato buscar una disminución del déficit pero no a cualquier precio; la austeridad impuesta desde Bruselas estaba ahogando al paí­s, las medidas drásticas  en alas de reducir el déficit estaban robándole el oxígeno a la población y por ese camino gran parte de la misma quedaría asfixiada en el camino. Parecí­a que Europa no se diera cuenta de que tras dos pirulas  mundiales montadas por los alemanes en el siglo pasado, ahora la señora Merkel nos estaba montando una tercera, sin cañones es verdad pero al paso que iban las cosas igual de traumática, había por tanto que decir ¡basta ya! Habí­a que flexibilizar aquello que nos ahogaba. No bastaba con rescatar a la banca, opción bien vista desde fuera pues eso permitirí­a a nuestros bancos pagar a los suyos, había que rescatar a las personas, a las empresas...

Los plazos debí­an prolongarse, habí­a que incentivar el crecimiento pues
sólo con este se crearí­a riqueza y el dinero volverí­a  a fluir, la riqueza permitirí­a pagar impuestos y con estos el estado se nutrirí­a volviendo a hacer caja la cual redundaría en el pueblo, en la creación de infraestructuras y por tanto trabajo para muchos, en programas sociales y por tanto empleo  y servicios para muchos, reforzando la I+D+D y por tanto creando la base de un paí­s moderno y avanzado, incrementando los fondos en educación y sanidad asegurando así un verdadero estado de bienestar con futuro. Debía ayudarse a autónomos y pymes en vez de crearles trabas ahuyentando sus iniciativas y a la postre la contratación de personal...

Y como en el momento de escribir estas últimas líneas suenan las campanas por qué acaban de nombrar Papa "habemus papam", lo dejo aquí­ pues Anselmo se retira a orar sus cosas; mucha suerte a Francisco I, la va a necesitar tal y como tiene a la Iglesia.

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