Las medidas de Anselmo.
El país iba a la deriva,
las instituciones habían perdido su crédito y la clase política se hallaba
inmersa en una nube de sospechosa corrupción que hacia pagar a justos por
pecadores; no se veía la luz y el pueblo no aguantaba más, necesitaba oxígeno
en un ambiente saturado de contaminación moral y economía mal gestionada. El
tiempo se acababa y cada vez quedaba menos margen de maniobra por tanto alguien
debía dar un puñetazo sobre la mesa y decir ¡basta! Ese debía ser Anselmo,
hombre cabal y respetado, de ideas claras y hacer correcto.
Dado que el origen de la
situación a la que se había llegado, había comenzado por la cúspide de la pirámide,
era allí donde debían tomarse las primeras medidas eliminando los privilegios,
cambiando las normativas, sustituyendo a quienes ocupaban los cargos de
responsabilidad. Una vez hecha la primera criba, había que seguir buscando
donde había ido a parar todo lo desaparecido tanto por la mala gestión como por
la gestión fraudulenta que muchos habían llevado a cabo desde sus cargos de
elite.
En la banca y sus
consejos de administración, en los entornos urbanísticos de algunos
ayuntamientos, en políticos mediocres instalados en las altas esferas sin méritos para ocupar esos puestos,
en patrimonios crecidos como la espuma de un suflé de un día para otro, en
fundaciones de dudosos objetivos, en planes de subvenciones aplicados sin control,
en, en, en... Ahí había que dar la batalla desenmascarando a los actores que
tanto tiempo habían estado moviendo los hilos de esta tragicomedia de manera
impune; había que arrasar los reductos
de la corrupción arrastrando a los infiernos a todas esas almas débiles que
habían sucumbido a los tentáculos de la corruptela infame.
El status de la clase
política debía cambiar, basta de eternizarse en el cargo; la política como
actividad vocacional debía tener unos plazos y una vez cumplidos, había que abandonar
y dar el relevo, había que desterrar la figura del político profesional cuyos
méritos para seguir en primera fila, nadie conocía, debía demostrarse una valía
profesional antes de llegar a la política, no bastaba con haber pertenecido a
las juventudes de este u otro partido ¿Quién querría ser dirigido por
estudiantes frustrados o pastores sin preparación? Al igual que el agua estancada
acaba pudriéndose, había que dejar a
esta correr renovando su caudal periódicamente; la política y los que la ejercían
debían ser ese agua y ese caudal, siempre en continua renovación para mantenerse cristalina y pura.
Había que revitalizar
al tejido industrial y ayudar a las empresas, estas eran la savia del árbol y
sin ella no se podía crecer, el árbol moría; todas las exenciones de impuestos
serían pocas durante un periodo limitado de tiempo, el justo para que la
maquinaria empresarial volviera a arrancar y una vez esta se pusiera en marcha,
la mano de obra a todos los niveles sería demandada de nuevo y con ella en
plena producción, el consumo empezaría a crecer. Por su parte la banca también
tendría que arrimar el hombro y durante un tiempo, olvidarse de obtener los
escandalosos beneficios a los que estaba acostumbrada; como el resto, debía
conformarse con atender sus compromisos y dejar las alegrías para tiempos más benévolos, al fin y al cabo ellos eran los
únicos que habían sido agraciados con una lluvia de millones.
Los delitos debían
endurecer sus penas y los beneficios penitenciarios verse reducidos de manera
drástica pues al fin y al cabo quienes podrían beneficiarse de ellos, no hacían
sino cumplir las penas impuestas por saltarse las leyes, ¿qué premio cabía
pues para quien no merecía ninguna atención por su comportamiento ilegal? El
que por su actuación fuera de la ley incumpliera normas que supusieran burla y escarnio al pueblo, debería
pagar de forma ejemplar y firme para servir de ejemplo a ese mismo pueblo
burlado.
Lucha sin cuartel al
dinero negro, había que hacerlo aflorar y evitar que se perpetuase en las
calles. Basta de dejar campar a sus anchas los negocios oscuros de la droga, el sexo o cualquier otro tipo
de tráfico. El mundo del delito debía notar el aliento de la ley sobre sus
huesos y tras ese aliento, la mano
armada de la ley debería hacer estragos entre sus filas no dando tiempo a los
vericuetos legales para dar escapatoria a los mal llamados presuntos que han sido
pillados infraganti. El dinero negro debía aflorar pero no a base de dudosas amnistías
fiscales, no con regularizaciones extraordinarias, había que cortarlo en su origen
no dando opción a su gestión, marcando límites estrechos a las transacciones en
efectivo, buscando la necesidad de justificar cada cobro o pago efectuado.
Había que fomentar el
consumo interno acabando con las importaciones fraudulentas procedentes de países
lejanos donde se incumplían los derechos más fundamentales de manera
sistemática. Partidos políticos y sindicatos debían empezar a acostumbrarse a
subsistir con los medios que aportaran su afiliados y dejar de sangrar al papa
estado, como en cualquier empresa si con eso no les llegaba para cubrir gastos
que cerraran el quiosco; vivir de la subvención, salvo en determinados casos de
necesidad social, debía olvidarse como forma de vida. Un ejercicio de transparencia
en los poderes públicos y en quien dentro de ellos se desenvolvían, debía ser
la norma dentro del juego político y financiero; todo aquello que recibiera
fondos públicos tendría que ser claro como el agua a partir de ahora, estando
al alcance de cualquier miembro de la sociedad que quisiera saber de sus finanzas
y procedimientos en cualquier momento.
En cuanto al código
penal, Anselmo tenía su decálogo, fomentado en un endurecimiento de penas el
cual llevaba implícito el cambio de leyes, incorporando nuevos supuestos,
variando otros ya existentes pero por encima de todo ello haciendo cumplir las
penas integras y no haciendo burla al sentido común con penas que ni en cien
vidas uno cumpliría, condenas claras, reales, efectivas y sobre todo ejemplares.
Y qué decir de la carga de
la administración a todos sus niveles, de locos la cantidad de cargos,
departamentos y ventanillas; presidentes, asesores, secretarios, secretarios de
secretarios… ahí es donde debían hacerse verdaderos recortes, ahí es donde
debía cortarse de raíz la duplicidad de servicios, de funciones, de cargos. El
sentido común y la coherencia política fallaban clamorosamente con más
frecuencia de la debía, había que acabar con esas ansias de muchos
ayuntamientos por tener servicios e infraestructuras que no se podían costear y
mucho menos mantener, sirva de ejemplo la cabezonería por tener cada uno su
propio polideportivo, su propia piscina cubierta o cualquier otra instalación
estando a veces a escasos kilómetros unos pueblos de otros; era irracional y
obsceno el gasto realizado en esas cosas en los últimos años.
Volviendo la vista a los
políticos y a la marcha del país, tanto unos como otra dejaban mucho que
desear; las directrices marcadas desde Europa incidían en la austeridad, pero
no una austeridad cualquiera sino una austeridad salvaje, suicida, antisocial.
Está bien ser austero, está bien hacer recortes, es sensato buscar una
disminución del déficit pero no a cualquier precio; la austeridad impuesta
desde Bruselas estaba ahogando al país, las medidas drásticas en alas de reducir el déficit estaban
robándole el oxígeno a la población y por ese camino gran parte de la misma
quedaría asfixiada en el camino. Parecía que Europa no se diera cuenta de que
tras dos pirulas mundiales montadas por
los alemanes en el siglo pasado, ahora la señora Merkel nos estaba montando una
tercera, sin cañones es verdad pero al paso que iban las cosas igual de
traumática, había por tanto que decir ¡basta ya! Había que flexibilizar
aquello que nos ahogaba. No bastaba con rescatar a la banca, opción bien vista
desde fuera pues eso permitiría a nuestros bancos pagar a los suyos, había que
rescatar a las personas, a las empresas...
Los plazos debían
prolongarse, había que incentivar el crecimiento pues
sólo con este se crearía
riqueza y el dinero volvería a fluir,
la riqueza permitiría pagar impuestos y con estos el estado se nutriría
volviendo a hacer caja la cual redundaría en el pueblo, en la creación de infraestructuras
y por tanto trabajo para muchos, en programas sociales y por tanto empleo y servicios para muchos, reforzando la I+D+D y
por tanto creando la base de un país moderno y avanzado, incrementando los
fondos en educación y sanidad asegurando así un verdadero estado de bienestar
con futuro. Debía ayudarse a autónomos y pymes en vez de crearles trabas
ahuyentando sus iniciativas y a la postre la contratación de personal...
Y como en el momento de
escribir estas últimas líneas suenan las campanas por qué acaban de nombrar Papa
"habemus papam", lo dejo
aquí pues Anselmo se retira a orar sus cosas; mucha suerte a Francisco I, la
va a necesitar tal y como tiene a la Iglesia.
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