sábado, 24 de junio de 2017

PRISIONERO DE LA VIDA

Anclado en el pasado reflexionaba sobre su trayectoria vital y lo que veía le asqueaba; era tanto lo perdido en el camino, tanto lo inalcanzado, lo irrealizado, lo vetado… Todo terminó en la carretera, allí acabó una vida y empezó otra muy distinta, casi todo a partir de entonces escapaba a su control y desde ese momento, entre lo vetado y lo inalcanzable, empezó a forjarse su nuevo carácter.

El tiempo pasaba su factura orgánica a lo que debían añadirse los efectos colaterales de su lesión medular, eran ya muchos lustros los acumulados sobre aquel cuerpo paralizado y ningún remedio daba sosiego a los continuos sinsabores que mortificaban sus jornadas. Uno tenía lo suyo y lo del resto de los mortales de manera que los achaques bombardeaban un día si y otro también toda su esfera de influencia.

El ocaso de su gestión ya asomaba en el horizonte y sus más íntimos mostraban las secuelas del paso de un tiempo que se había escapado entre los dedos como las arenas del desierto dentro de un reloj de cristal. Parecía que todo se había conjurado contra él y ya no sabía cómo parar los golpes que la vida le estaba dando, aun así seguía levantándose cada mañana dispuesto a recibir su dosis diaria de amargura.

Perdido entre las redes de un espacio virtual absurdo y mal gestionado por la mayoría de los mortales pasaba muchas horas al día, allí se evadía buscando utopías anheladas en su precaria parcela vital; poco a poco iba aumentando el contenido de su página intergaláctica y el número de visitas y seguidores crecía día a día. El teléfono, aunque reacio a él como era, también le ocupaba parte de su tiempo y aun no deseándolo, las llamadas eran continuas por lo cual se veía obligado a mantener una comunicación fluida sin fines definidos.

Melodías del pasado emitidas por voces póstumas, inundaban su pequeño cubículo aquella mañana intentando con ello alejar de su mente los malos augurios; fugaces chispazos neuronales iluminaban su materia gris gestando frases inauditas que luego plasmaba a través de su teclado, en un blanco plasma que se oscurecía por momentos; nada esperaba ya aun deseándolo a cada momento y en esa infructuosa espera sabedora de una nula recompensa futura, consumía su saldo vital entre humores malsanos, fluidos viscosos y una deprimente apatía. Eran sus últimos coletazos en una vida echada a perder por la inconsciencia de unos años inmaduros, consentidos e irresponsables.

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