Ya había perdido la cuenta de las semanas que llevaba
indispuesto, podía contarse por meses seguro; aquel mal de pancha lo tenía
acobardado y parecía no tener fin. Una sensación opresiva difusa se cernía
sobre su abdomen desde la salida del sol hasta el ocaso no dándole la mayoría
de los días ni un respiro, por momentos tenía la impresión de que aquello iba a
reventar por cualquier sitio, haciéndolo morir entre gases nauseabundos y
fluidos fecales viscosos y pestilentes.
Desde hacía tiempo su ano guardaba silencio a pesar de que
sus tripas llenas de inmundicia retenida, eran un continuo proceso putrefactor
que llenaba aquellas distendidas asas intestinales de gases tóxicos, acercar un
fuego a aquel cuerpo derrotado podía tener sus consecuencias; el dolor lo tenía
alarmado y no cesaba, había llegado el
momento de cambiar de táctica a un sabiendo lo incierto de los
resultados.
Su tracto digestivo se
había convertido en una precaria autopista fecaloide llena de tocones y balsas
viscosas de materia pútrida e insana, el incierto desenlace de aquel conflicto
le amargaba cada minuto del día elucubrando un final fatal. Todo su mundo había
acabado centrado en el sistema de la hez y esta, en vez de ser abundante y de
fácil expulsión, se había vuelto perezosa y esquiva, agarrándose con uñas y
dientes a cualquier intersticio intestinal.
Todo el mal empezaba ya en la boca, el pienso que le echaban
a aquel cuerpo no era el más adecuado ni
en cantidad ni en calidad, comía de pena si nos atenemos a un adecuado
equilibrio nutricional; escasa fibra, mucho hidrato y algo, no mucho, de
proteína, todo ello regado con abundantes refrescos de cola aromatizados y bien
carbonatados, la fruta también era escasa en sus menús y por tanto con toda
esta “adecuada” dieta mediterránea, sus deposiciones eran irregulares, lentas y
adornadas por un estruendoso y fétido meteorismo.
Su estómago también padecía de ardores y regurgitaciones, los
eruptos eran continuos rememorándole la última comida ingerida, en ocasiones
una arcada acompañada de jugos ácidos le quemaba la boca y el esófago teniendo
que recurrir a fluidos benignos que le aportaran algo de sosiego. Una vez
superado eso que llaman píloro cuya función es cerrar la parte inferior del
estómago, uno se adentraba en zona incierta, a partir de ahí un largo conducto
se retorcía sobre si mismo una y otra vez, convirtiéndose en un sinuoso camino
por donde las inmundicias injeridas se iban transformando y cambiando su
consistencia a medida que avanzaban en la más completa oscuridad.
Tras marear la perdiz a lo largo de varios metros de tripas
viscosas y de consistencia gelatinosa, el parque de atracciones intestinal
seguía con su loca carrera subido en una desbocada montaña rusa que parecía
nunca acabar, la pasta de materia fecaloide en que se habían convertido
aquellos langostinos que tomamos ayer en nada se parecían al manjar que entró
por nuestra boca estimulando los sentidos, convertidos ya en una masa informe e
irreconocible que seguía su trayecto
hacia los abismos.
La caverna oscura por la que circulan las inmundicias, en un
momento dado se amplía aumentando su tamaño, aquel conducto gigante amorcillado
y húmedo va llenándose de detritus tóxicos y malolientes, los gases pútridos
impregnan el ambiente que por momentos se vuelve irrespirable. Estamos llegando
al final del trayecto alcanzándolo tras un par de giros de esas tripas
turgentes y brillantes; en este último tramo avanzamos a golpes bruscos, cortas
sacudidas que hacen avanzar el bolo residual de aquellos manjares ingeridos
hace un par de jornadas.
Al final una gran válvula nos cierra el paso, estamos a las
puertas del Annus Magnum, la propia tensión del material fecal acumulado
empujando sobre las paredes de ese atrio trasero, hace que en un momento dado
abra la válvula dejando el gran esfínter a merced del tránsito incontrolado, a
través del cual babas, fluidos y materias de consistencia variada, abandonan el
conducto en el que han estado sometidas a la batidora intestinal. Por fin
cruzando el Annus dejamos atrás varias jornadas de viaje cuyo resultado sea
cual sea su origen primigenio, ha acabado en mierda en cantidades variables
siendo muchas veces pobre el resultado de la expulsión.
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