sábado, 31 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (IV)

MAÑANAS DE AMOR

Aquel primer beso dio pie a otros muchos, en adelante su relación ya no sería la misma sin tener muy claro ninguno de los dos, si eso era bueno o malo pues no había que olvidar que ella era una mujer casada. Seguía yendo dos veces por semana a su casa pero todo había cambiado y no veía la hora de llegar allí, aquellas mañanas el corazón se le aceleraba a medida que iba acercándose a su barrio y un sinfín de mariposas revoloteaban dentro de su estómago. La conciencia de su infidelidad la atormentaba pero no podía evitar sentirse arrastrada hacía él y cuando al fin estaban juntos, todo lo demás quedaba en un segundo plano.

Llegaba como siempre enfundada en sus jeans ajustados, la chaqueta abierta y un gran bolso colgado del hombro; su pelo suelto hasta media espalda y una mecha cruzándole la cara le deban un aspecto rebelde y atractivo que a él le encantaba. Algunos días él ya estaba levantado cuando ella llegaba y lo encontraba desayunando o en el baño, otros días la esperaba en la cama en la cual ella se metía tras despojarse de su indumentaria dándole los buenos días entre sus brazos. Él disfrutaba viéndola desvestirse, en ocasiones liberar aquellas piernas de los ajustados vaqueros hacían peligrar su equilibrio pero una vez estas quedaban libres, el resultado era espectacular; solía meterse en la cama con la ropa interior dejando que fuera él quien se la quitara durante sus juegos amorosos.


Él daba rienda suelta a la pasión retenida durante meses, ella le respondía como nunca hubiera imaginado llegando al punto de sobrepasar lo considerado como convencional; ella se adaptó muy rápido a su falta de movilidad descubriendo sus puntos sensibles y explotándolos hasta la saciedad, él proponía posturas que le permitieran llegar a todo su cuerpo y ella se ofrecía con gusto alcanzando cotas de placer nunca antes experimentadas. Su cama aquellas mañanas se convertía en un laboratorio del amor, allí practicaban lo inusual, lo prohibido, pero con todo ello ambos reforzaban sus lazos llevándolos más allá del mero plano físico.

Tras unas cortas vacaciones en las que no pudieron verse, aquella mañana llegó luciendo sus clásicos jeans y un ancho jersey de color azul pálido estampado con cientos de pequeños corazones, el conjunto la hacía muy atractiva y deseable; su pelo tenía otro aire quizás debido al paso por la peluquería motivado por la asistencia a una boda el día anterior, sea como fuere estaba distinta y ese cambio encendió su lujuria retenida durante las últimas semanas nada más verla. Él se acababa de duchar volviéndose a la cama para esperar su llegada, ella entró puntual dirigiéndose a la cocina donde dejó sus enseres y el pan recién comprado, ese día se quedaría a comer.

Entró en su habitación y se quedó mirándolo desde cierta distancia tras un cálido “buenos días”, la luz filtrada por la persiana creaba un juego de claroscuros dando al entorno un clima de penumbra, él quería verla más nítidamente así que encendió su lámpara de sal cuya luz aun siendo tenue mejoraba considerablemente la iluminación de la estancia. Ella se acercó despacio inclinándose sobre él y posando sus labios sobre los suyos de manera fugaz, incorporándose antes de que él pudiera abrazarla; tenía ganas de jugar y su juego no era otro que el del amor.


Retirándose un poco de la cama se acercó al mueble donde estaba el equipo de música e introdujo un CD de Diana Krall, los acordes de su piano empezaron a sonar inundando la habitación; él se acomodó contra la almohada dispuesto a contemplarla. 

Ella empezó a moverse dejándose llevar por la música, sus brazos parecían flotar acercándose y separándose de su cuerpo, sus manos cogieron la parte baja del jersey subiéndolo y bajándolo por debajo de su pecho, él empezó a impacientarse. Con un movimiento rápido sacó un brazo de su manga y luego el otro quedando ambas vacías a merced de la gravedad; poco a poco fue subiéndolo hasta que su cabeza desapareció por un instante dentro de él pasando en un visto y no visto a una de sus manos, lanzándolo acto seguido sobre su silla de ruedas.

Ese día había elegido un conjunto de ropa íntima color champagne semitransparente que resaltaba la voluptuosidad de su busto convirtiéndola en una diosa. Sin dejar de moverse delante de él y embriagada por la voz quebrada de la Krall, sus dedos descendieron hacia los jeans buscando los botones metálicos, uno a uno, sin prisas, los fue desabrochando dejando poco a poco al descubierto unas braguitas de encaje a juego con el sujetador; él ya no aguantaba más.


No sin esfuerzo consiguió liberarse que aquellos pantalones ceñidos como  un guante quedando ante él casi desnuda; sus largas y bien torneadas piernas coronadas por unas exiguas braguitas, sus caderas y más arriba su estrecha cintura, sus pechos prisioneros de un provocador sujetador, sus hombros y un cuello custodiado por su larga cabellera, creaban un cuadro frente al cual él se deshacía en deseo. Cuando él levantó la sábana invitándola a entrar ella por fin se acercó metiéndose de un salto junto a él fundiéndose en un apasionado abrazo, sus bocas se buscaron sedientas del néctar mutuo y sus lenguas iniciaron el recorrido por la piel del otro como si fuera la primera vez.

Él le desabrochó el sujetador que quedó perdido entre las sábanas hundiendo la cara entre sus pechos, ella exploraba con sus manos entre jadeos los bajos fondos de él recreándose con su miembro húmedo que ya presentaba una considerable erección. 

Con las manos sobre sus nalgas fue bajando con delicadeza sus braguitas color champagne a lo que ella le ayudó sacándoselas de las piernas; ambos desnudos respiraban entrecortadamente llegando a un punto en el que ella ya no aguantó más y sujetándolo con una mano se introdujo el miembro ingurgitado y duro con un gemido de placer tras lo cual, inició una danza sobre él que por momentos se aceleraba con una fuerza inusitada inmersa en un frenesí de pasión.


Él la miraba desde abajo, sus pechos calientes y húmedos se balanceaban sobre su torso haciendo que el roce de sus pieles endureciera sus pezones, con los ojos entornados veía como se mordía el labio inferior para evitar que su garganta dejara escapar un grito de placer; ella aceleró su cabalgada mientras él contribuyó a incrementar su placer acariciándole el sexo al tiempo que su lengua jugaba con uno de sus pezones, el clímax se aproximaba pero él sabía retrasar ese momento y aflojó en sus caricias tomándose un respiro.

Ella le sonrió desde las alturas sosegando sus embestidas con la cara cubierta de un sudor tibio que él lamió con pasión, pero no estaba dispuesta a darle descanso y tras besarlo en los labios inició de nuevo un vaivén rítmico que fue acelerando entre gemidos que ya no intentaba ahogar; aquel era el polvo de su vida y quería disfrutarlo hasta el final. Por su parte él a pesar de su falta de sensibilidad y movilidad en gran parte del cuerpo, recibía un gran placer por parte de ella, sabía dónde estimularlo, pero sobre todo disfrutaba con su disfrute, tenerla encima moviéndose como una pantera húmeda y caliente, gimiendo de placer y retorciéndose con cada caricia suya, lo colmaba hasta límites insospechados no queriendo reconocer que desde hacía tiempo se estaba enamorando de aquella mujer.

sábado, 24 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (III)

UN CORTE DE PELO

Los jeans eran su segunda piel, se ceñían a sus piernas como un guante marcando unas caderas de calendario, su cintura y más arriba de esta un busto de dimensiones generosas le daban un atractivo aspecto; ella debía ser consciente de su buena figura pero no daba muestras de ello y eso le añadía un punto de erotismo subliminal que no pasaba desapercibido. Sin ser un bellezón tenía su encanto y si algo destacaba en su carácter era su buen humor, siempre tenía una sonrisa en los labios y eso se agradecía.


Él la llevaba en la cabeza más allá de su presencia física, la recordaba con frecuencia durante sus ausencias y en alguna ocasión apareció en medio de sus sueños no obstante, un manto de brumas la rodeaba y nunca pudo llegar a concretar una historia nítida y coherente en la que ambos se identificaran. Cada mañana de las que venía por casa dejaban un poso de imágenes que él reciclaba y daba forma a su antojo, creaba escenarios y desarrollaba tramas ficticias que nunca concluía, pues no hallaba el  catalizador que uniera aquellos fragmentos de vivencias fugaces, algo escapaba a su control dejando inconclusas todas aquellas historias.

Aquella chica tenía chispa y esta la iluminaba allá donde estuviera, era como un áurea que te hacía no querer apartar la mirada de sus formas; desde hacía tiempo tenía en la cabeza regalarle una camiseta, ella solía usarlas y las tenía muy variadas, él no encontraba la idónea aunque tampoco le había dedicado tiempo suficiente a buscarla, aprovechaba cuando zascandileaba por la ciudad para ver escaparates pero nunca llevó a cabo una búsqueda profunda. Siempre que una prenda le llamaba la atención, la imaginaba a ella llevándola, viendo cómo se adaptaba a sus curvas, cómo resaltaban los colores sobre su piel… no podía evitarlo, era algo superior a él.

La chica de los jeans ajustados estaba atrapada en su cabeza, presa en sus retinas y no podía desprenderse de su recuerdo aun estando lejos de ella; allí junto a la playa intentaba imaginar su cuerpo en biquini jugando con las olas del mar, su piel bronceada moviéndose junto a la orilla mientras sus pies recibían cientos de besos de espuma blanca. El verano era una buena época para lucir aquel cuerpo que parecía ella no saber poseer, con movimientos armónicos, delicados como una gata, se mezclaría entre la muchedumbre estival espolvoreando su néctar de amor; ella dejaría huella allí por donde pasara pues era única a los ojos de los dioses.


Aquella mañana llegó especialmente cautivadora, sin saber exactamente que había cambiado en ella, ocupaba todo su campo de visión no existiendo nada a su alrededor, daba la impresión de tenerlo abducido. La seguía con la vista allá donde fuera mientras intentaba tener una charla desenfadada e intrascendente que mantuviera su atención sobre él; con  movimientos ágiles se desplazaba por el gran salón bayeta en mano, eliminando restos de polvo inexistente sobre muebles y cacharros de los que había a cientos, mirándolo de tanto en tanto en respuesta a sus palabras.

Con parte de la casa ya arreglada hizo un receso y se dispusieron a tomar un café, como de costumbre él los preparó, para ella solo con poca azúcar, para él con un chorrito de leche condensada. Aquel era su momento de la mañana y en él ella colgaba su delantal y se soltaba el pelo pues sabía que a él le gustaba verla así, con la imaginación podían trasladarse a cualquier terraza de la ciudad en la que como cualquier pareja, compartían sus cuitas y secretos ajenos a lo que les rodeaba.

Ella llevaba tiempo intentando convencerlo de que la dejara cortarle el pelo, él entre risas siempre desechaba el asunto aplazándolo para más adelante cuando lo tuviera más largo, esa mañana ella volvió a insistir en el tema alegando que ya lo tenía casi todo hecho y por tanto tenían tiempo. A ella se le abrieron los ojos como platos cuando él asintió dándose por vencido y accediendo a su petición, por fin lo había conseguido; una vez recogida la escasa vajilla utilizada se encaminaron al cuarto de baño donde tendría lugar la operación pilosa.

Esa mañana llevaba una camiseta de tirantes lo cual iba a agradecer dado el calor que en aquel cuarto de aseo daban los halógenos, él pasó a quitarse directamente el polo que llevaba puesto y cubrirse con una sábana a modo de mandil de peluquero para protegerse de los infinitos restos de cabello que estaba a punto de recibir. Frente al gran espejo él la veía a sus espaldas dispuesta a empezar la faena, le encantaba ver sus hombros desnudos y sus largos brazos cuya piel empezaba a brillar por el efecto térmico de las luces, daban la impresión de estar en un camerino a punto de maquillarse para salir a escena.

Con la cabeza inclinada sobre el lavabo ella empezó a lavársela, sus dedos se desplazaban por el cuero cabelludo de manera delicada pero firme, sus manos enjabonadas ejercían un masaje sobre su cabeza que se prolongó hasta el cuello para luego volver a ascender, notaba el roce de su cuerpo sobre la espalda y la excitación se apoderó de él sin poder evitarlo. Llegó el momento de enjuagar y el proceso fue igual de gratificante, la presión del agua sobre su cabeza ayudada por unos dedos que no dejaban de masajear su piel hacían que deseara que aquello no acabara nunca.


Saberla con sus manos sobre él, con la piel húmeda por el calor del ambiente y enfundada en aquellos jeans tan ajustados, ponía a prueba su lívido que por momentos amenazaba con desbocarse. Cuando se incorporó y volvió a verla a sus espaldas a través del espejo estaba radiante, húmeda y radiante, le sonreía, él sabía que ella era consciente del efecto que ejercía sobre él y le gustaba que lo supiera; su juego de miradas lo decían todo.

Había que empezar a cortar y ella parecía saber de qué iba la cosa pues se le notaba destreza con las tijeras, él no apartaba la mirada de su rostro, de  sus hombros, de sus brazos… sin importarle lo que cortaba pues si ella iba a quedar satisfecha, seguro que él también. Transpiraba en aquel ambiente saúnico y no tardaron en aparecer cercos de sudor en su camiseta como una prolongación de su piel húmeda, que en algunos puntos ya mostraban finas perlas de fluido que ella limpiaba de tanto en tanto con el dorso de su mano, le encantaba verla así y bromeaba con su exagerada intolerancia al calor haciéndola reír.

Unos minutos más tarde el corte estaba listo para revista, un enjuague rápido para eliminar los restos de pelo y la retirada de la sábana que había servido de protección durante todo el proceso finalizó el acto; él quedó mirándose en el espejo mientras ella barría entre sus ruedas los restos de cabello para evitar esparcirlos por toda la casa. 


Una vez todo retirado ambos quedaron mirando al espejo que les devolvía su imagen, ella esperaba su veredicto, él movía la cabeza hacia los lados para comprobar el resultado que claramente le satisfacía aun sin decirlo; empujando con sus manos levemente sobre la encimera, deslizó hacia atrás su silla de ruedas girándose para mirarla, ambos se sonrieron y él sin pensarlo la rodeó con su brazo por la cintura atrayéndola hacía él, ella no ofreció resistencia sentándose sobre sus piernas y aproximando su cuerpo húmedo al de él desnudo. Segundos más tarde sus labios se fundieron por primera vez.

sábado, 17 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (II)

LA CHICA DE LOS JEANS

Últimamente venía más maquillada que de costumbre, sombra de ojos, labios perfilados, algo de colorete en las mejillas… su indumentaria no había cambiado sin embargo tenía otro aire, estaba más atractiva, algo en ella era distinto pero no acertaba a dar con qué.

Las mañanas se sucedían una tras otra, él la oía entrar en casa desde su cama, dirigiéndose a la cocina donde iniciaba su ritual: zapatillas, delantal, el pelo recogido en un moño o coleta, guantes de látex… siempre enfundada en unos jeans ajustados que resaltaban su espléndida figura; no tardaba en asomarse a su habitación y con el saludo matutino sus vidas entraban en un bucle como ocurría en el film El día de la marmota.


Silenciosa como una gata iba y venía por la casa plumero en mano eliminando cualquier atisbo de injuria higiénica, injuria que por otro lado solo ella veía; a él le gustaba verla moverse y ella hacía tiempo que lo sabía, porque esas cosas se notan y ella no era tonta de manera que sabiéndose observada, ella se movía para él.

Aquella mañana era especialmente calurosa, la noche, una más, había sido tórrida haciendo difícil conciliar el sueño, él llevaba muchas horas despierto cuando ella llegó; tumbado sobre la cama con las sábanas revueltas, esta ardía como un horno calentando toda su piel, ansiaba darse una ducha pero no podía moverse. Ella entró en la habitación dándole los buenos días al tiempo que se anudaba la coleta, él le pidió que se la soltara por un momento y agitara la cabeza, le encantaba verla con el pelo suelto y algo revuelto, ella rio ante su petición y procedió a soltar la goma que sujetaba su largo cabello, agitó la cabeza liberándolo  y este quedó libre sobre sus hombros cubriéndole parcialmente el rostro.


Accionó el interruptor y la persiana inició su ascenso convirtiendo las sombras en claridad; pudo verla con total nitidez, allí plantada ante él con los brazos en jarras, el pelo suelto y una mueca burlona en sus labios lo conminaba a levantarse bajo la amenaza de tirar de sus sábanas (todos los días igual). Sabía que solía dormir desnudo y él que ella lo sabía pero no le importaba que llegara a cumplir su amenaza, quizás lo deseaba para poder ver su reacción.

Ella siempre tenía calor, cualquier prenda a poco que se moviera la agobiaba no tardando en subirse las mangas a la altura de los codos; con la  llegada del buen tiempo solía llevar camisetas, muchas veces sin mangas mostrando sus hombros y dejando al descubierto sus largos brazos, era cuando más cómoda iba; aquella mujer iba sobrada de energías aunque también, por qué no decirlo, era un poco exagerada en sus impresiones térmicas. Tenía un punto de pícara arrogancia y siempre lo estaba probando con retos y medias palabras, a él le divertía aquel juego de veladas insinuaciones que ya se había convertido en costumbre entre ellos, ambos se lo decían todo sin necesidad de decirse nada.


Esa mañana de viernes era distinta, algo iba a cambiar entre ellos pero aún no lo sabían; ante las pocas ganas que él parecía mostrar por levantarse y dado que precisaba de cierta ayuda a causa de su movilidad reducida, ella se acercó hasta el borde de su cama con intención de ejecutar su amenaza pero él sonrío al verla acercarse. Levantó su mano acercándola a ella y esta lo imitó hasta que sus dedos entraron en contacto entrelazándose, entonces y de forma intuitiva tiro de ella hacia él convencido de que ella aflojaría su presión soltándose pero no fue así.

Se aproximó sin soltarse y se sentó en el borde de la cama junto a él, sus manos seguían unidas y la presión se convirtió en caricia mientras se miraban; un “buenos días” salió de la boca de él mientras se acomodaba contra la almohada al tiempo que la sábana resbalaba sobre su pecho. Ella respiró hondo elevando la mirada hacia el techo, su larga melena se meció acariciando su espalda hasta que con un delicado movimiento de su cuello volvió a posarse sobre sus hombros, lo miró con la cabeza  ladeada y una sonrisa afloró en sus labios.

¿No vas a darme un beso de buenos días? ―le preguntó él con tono burlón. Ella soltó su mano y tras llevársela a los labios posó dos dedos sobre los de él diciéndole ―date por besado―; acto seguido se levantó y sin darle la espalda fue alejándose hasta salir de la habitación. Él vio cómo se marchaba quedando con una sensación agridulce, aun sentía sus dedos sobre los labios y una última mirada le hizo volver a disfrutar de aquella figura que tanto le gustaba y que apenas hacía unos instantes había tenido tan cerca.


Aquella historia que él elucubraba en su cabeza era imposible y sobre todo no conveniente, principalmente para ella dadas sus circunstancias maritales, por tanto él tendría que conformarse con verla moverse por casa aquellas dos mañanas a la semana disfrutando de sus sonrisas y sus breves conversaciones pero sobre todo, de la visión de aquel cuerpo espigado enfundado en unos ajustados jeans que se movía con una agilidad felina excitando todos sus sentidos.

sábado, 10 de diciembre de 2016

CRÓNICAS DEL DELANTAL (I)

ESPERANDO SU LLEGADA

Llevaba despierto desde la madrugada, el tiempo se le hacía eterno en una noche calurosa que ya estaba tocando a su fin, la inmovilidad lo tenía secuestrado desde hacía años y fijar la vista en un techo imperturbable le asqueaba, más en aquellas largas noches de insomnio tan frecuentes en los últimos tiempos. Repasaba su vida una y otra vez recreándose en momentos lejanos en los que fue libre y tuvo todo un futuro por descubrir; el recuerdo de aquellos tiempos era su válvula de escape, su lanzadera interestelar, su arca de Noé con la cual surcar las tinieblas de una vida echada a perder por la inconsciencia y la irresponsabilidad.


La luz del nuevo día ya se filtraba por sus persianas dando una iluminación plagada de claroscuros en toda la habitación, en la calle el ruido de una ciudad que se ponía en marcha se incrementaba por momentos, desde su cama identificaba los diferentes sonidos y  los lugares de donde procedían: la persiana de la tienda de ordenadores, las carretillas hidráulicas del supermercado, el camión de la basura cargando los contenedores, el parloteo de empleados esperando que abrieran un establecimiento sanitario… conocía cada ruido, sonido y murmullo pues se repetían cada mañana a la misma hora y llegado ese momento, ella no tardaría en aparecer.

Puntual como cada mañana llegó sin apenas hacer ruido, tras dirigirse a la cocina se despojó de su chaqueta de cuero y rebuscó en su bolso sacando una botella de agua que introdujo en el frigorífico, era un ritual que se repetía cada mañana de manera autómata. Continuaba saliendo a la terraza donde entraba en un trastero del que sacaba su delantal y algunos artilugios de limpieza preparándose para una nueva batalla higiénica; una vez colocado el delantal cubriendo sus jeans no tardaría en anudarse su larga cabellera en una coleta que quedaría meciéndose sobre su espalda el resto de la mañana.

Él la oía trastear desde la cama identificando cada ruido y relacionándolo con lo que hacía en cada momento, aun no la había visto pero la intuía muy cerca, casi podía oírla respirar. Pasados unos minutos se asomó a su puerta, la luz encendida a sus espaldas resaltaba su silueta mostrando unas marcadas caderas que coronaban sus largas piernas, de cintura estrecha aquel cuerpo delgado pero de consistencia atlética se adivinaba muy bien proporcionado; ella le dio los buenos días desde la distancia, él no distinguía sus rasgos pero sabía que le sonreía como solía hacerlo. Desde hacía un tiempo existía cierta complicidad entre ellos, lo sabían aun sin demostrárselo, pero sus pasos eran medidos con cautela dada las diferentes circunstancias de ambos.


Casada y con un hijo nacido cuando tenía poco más de veinte años podía decirse que tenía una vida estable y satisfactoria; él por su parte tras varias relaciones truncadas seguía  manteniendo una soltería en estado  terminal. Ni uno ni otro se pedían nada, ambos mantenían una relación de carácter laboral marcada por las necesidades mutuas pero con el tiempo un cariño recíproco había crecido ente ambos ¿o quizás había algo más?

Ella dio unos pasos acercándose hacia él, su rostro se hizo más nítido hasta poder distinguir sus facciones, una mecha de pelo suelto le caía sobre la cara dándole un aspecto muy atractivo que a él le gustaba; volvieron a darse los buenos días pero esta vez mirándose a los ojos, por un momento él pensó que ella se acercaría más, tuvo la certeza de que lo deseaba tanto como él pero ella se detuvo como marcando un espacio virtual de seguridad, evitando cruzar una posible línea de no retorno.

Aquel momento mágico pudo haber tenidos distintos desenlaces pero la magia se esfumó de un plumazo cuando ella entre risas descorrió las cortinas conminándolo a levantarse, él se tapó la cara con la almohada protestando por la brusca iluminación de su alcoba mientras ella, haciendo caso omiso a sus quejas, le amenazaba en tono burlón con tirar de sus sábanas.

Aquellos juegos matutinos se habían convertido en una costumbre, por momentos parecían existir lazos más íntimos entre ellos pero siempre algo les impedía ir más allá de sus deseos subliminales; recordar quien era ella, recordar quien era él, saber que aquel techo  bajo el que se encontraban no era común y que ambos tenían vidas distintas fuera de aquella habitación, impedía que su relación fuera más allá de unos límites no escritos pero la resistencia empezaba a resquebrajarse y las primeras grietas habían aparecido aquella mañana aun sin ellos saberlo. Todo estaba a punto de cambiar.

sábado, 3 de diciembre de 2016

EL VIAJE INCIERTO

La mente durante el descanso nocturno es invadida por un crisol de imágenes inconexas e historias inverosímiles que una vez visionadas en ese limbo reparador llamado sueño, se evaporan entre brumas neuronales muchas veces sin apenas dejar huella; atrapar fragmentos de esas películas virtuales es tentar al reino de los hados pues con su captura, les estás arrebatando eslabones de su cadena cósmica de la cual solo ellos son sus custodios.

Cada noche nos adentramos por la senda de lo incierto dando por hecho que unas horas más tarde veremos un nuevo amanecer, en ese interludio inconsciente con fecha de caducidad, nos abandonamos a nuestros recuerdos más íntimos con la certeza de que estos no saldrán de nuestro envase corporal. Nada te asegura una historia coherente, ni siquiera que tenga lugar la historia misma pero cuando ocurre y eres capaz de arrastrarla a tú estado consciente, te sorprendes con momentos que creías olvidados o con escenarios de difícil explicación.


Te ves en sueños y al despertar no te reconoces, adoptas formas claramente imposibles, ejecutas actos difícilmente probables y en tú historia virtual eres quien nunca serás, por ello te sorprendes al verte en un cuerpo que no es el tuyo, al oírte con una voz ajena, al sentirte vivo sabiéndote muerto. Flotas en una vida no vivida, paralela pero aparentemente real, todo está nítido en ella y por tanto en tú inconsciencia nada sospechas, eres un peón más de la historia y en ella desarrollas el papel que te ha tocado ejecutar.

Con frecuencia los acontecimientos de la primera vida golpean a la segunda, esa que vives en la intimidad de un rincón orgánico difícilmente identificable, allí oculto a miradas ajenas intentas ponerte a salvo y en ocasiones llegas a creer que lo estás, craso error pues tú mente es la que vuela lejos dejando tú cuerpo anclado a una realidad cruel y amenazante de la que no puedes escapar. Antes o después todos iremos acercándonos a la luz final, esa de la que algunos han conseguido escapar dando testimonio de su existencia tras un hecho casi siempre traumático, esa luz esperará su momento pues realmente nadie consigue escapar de ella, tan solo han aplazado su encuentro definitivo.



Si un@ consigue llegar al convencimiento de que el paso de una vida a la otra es breve, rápido, imperceptible y sobre todo indoloro, el tránsito pues es menos temido; si además la trayectoria aquí ha sido o está siendo precaria y/o tortuosa ese paso puede considerarse una liberación, un punto de escape por el cual se resuelven los problemas o al menos estos dejan de ser una amenaza. El viaje, con destino incierto, se inicia al bajar los párpados, con los ojos cerrados nos dejaremos llevar en busca de alivio quedando atrás todo el lastre existencial acumulado durante años; ese viaje incierto que ahora comienza nos llevará al lugar destinado a cada uno de nosotros sin riesgo de equivocar el camino, llegado el momento con su inicio se pondrá fin a nuestra historia que en la mayoría de los casos, será olvidada pronto no dejando huella.