sábado, 2 de julio de 2016

SIRENA DE OJOS VERDES

El mar era su mundo, las profundidades su reino natural, aquella sirena mitad pez, mitad mujer era una diosa en aquel medio y la naturaleza había querido dotarla de una belleza fuera de lo común; surcaba las aguas con movimientos delicados, sus giros imprevistos demostraban una gran agilidad y verla avanzar en sus paseos submarinos era todo un regalo para la vista. Su mitad humana era una delicia para los sentidos, tocada con una larga cabellera rubia, esta era mecida por las corrientes a medida que evolucionaba a través de las aguas mientras que una diminuta estrella de mar, adornaba un lateral de su cabeza; su rostro era una proeza de los dioses, unos labios finos perfilaban una boca cuya sonrisa hechizaba a todo aquel afortunado que tenía ocasión de verla y sobre esta, una nariz tallada en mármol acompañaba al tesoro más valorado, sus ojos; verdes como las esmeraldas, brillaban en la distancia y con su brillo iluminaban todo a su alrededor, era de mirada profunda y limpia y cuando su vista se posaba en otros seres vivos, aceleraba el latido de sus corazones.

Aquel rostro de belleza infinita, coronaba un exquisito cuerpo de formas bien proporcionadas, un delicado cuello se fundía marcando el límite entre dos hombros anchos y de formas atléticas esculpidos a lo largo de una vida vivida en las profundidades; sus brazos finos y a la vez adecuadamente musculados, eran la prolongación de su alma, con ellos nadaba, cambiaba la dirección de su avance o manipulaba sobre los fondos marinos a través de unas manos delicadas con largos y fuertes dedos. Su tronco dotado de una espalda vigorosa pero armónica acababa en una estrecha cintura en medio de la cual resaltaba un ombligo mágico, redondo, encantador; un poco más arriba aquel cuerpo de dimensiones perfectas mostraba unos pechos redondos, firmes, de formas maestras en medio de los cuales dos  areolas sonrosadas y duras, desafiaban al medio en que se movía.


Su mitad animal la completaba una vigorosa cola plateada que unía ambas piernas siendo el motor de aquel ser de ensueño, miles de pequeñas escamas formaban una coraza resistente y flexible a la vez, en cuyo extremo caudal destacaba una gran aleta que a modo de abanico batía el agua lanzándola hacia delante a velocidades de vértigo. Unas discretas aletas laterales aseguraban una buena estabilización en su progresión,  abriendo las aguas como una reina que atravesara las filas de sus ejércitos.

La unión de sus dos mitades lucía una cadena de oro anclada sobre sus bien formadas caderas y de esta, pequeñas conchas marinas colgaban a modo de amuletos encantados. Todo el conjunto era una proeza con la que la naturaleza había tenido a bien regalar a los océanos, estos en agradecimiento a tan preciado don la cuidaban y mimaban con celo, siendo los mares el patio de su casa y sus fondos marinos su jardín del edén particular.

Todos los seres de aquel mundo fantástico la respetaban y querían, ella los visitaba con cada una de sus incursiones submarinas; anémonas y corales, rosas de mar y praderas de posidonia, caracolas y estrellas de mar, peces de colores y grandes depredadores, todos le rendían pleitesía y la admiraban por qué ella era su reina y como a tal, todos adoraban. Era frecuente verla posada sobre una roca dejándose acariciar por los tibios rayos de sol, en otras ocasiones era la luna quien con mirada curiosa seguía todas sus evoluciones en un mar caprichoso.


Gustaba de mantenerse erguida sobre su cola apoyando la aleta caudal en el fondo marino, con sus delicadas manos cogía una caracola que llevaba a su oreja oyendo el rumor de las profundidades, era una forma de comunicarse y estar al tanto de todo lo que ocurría en su reino; siempre vigilante y presta a actuar, nuestra sirena recorría los mares acompañada de una legión de pequeños peces plateados que a modo de guardia personal, la custodiaban y seguían; todo aquel cardumen  con ella a la cabeza, revisaban palmo a palmo extensos territorios manteniendo el orden de aquel medio en el que todos vivían en equilibrio y de cuya pureza dependía su existencia.

Las cosas no andaban bien últimamente, los vertidos incontrolados eran el pan nuestro de cada día, existiendo zonas verdaderamente amenazadas; aceites, petróleo, plásticos y un sinfín de materias difíciles de enumerar, surcaban los océanos contaminándolo todo a su paso, a la vista de tales despropósitos cabría pensar en gentes convencidas de que si la porquería no llegaba a las costas no pasaba nada pero el sentido común nos hace ver el  craso error de tal aseveración.



Mientras el hombre envenenaba sus mares aquella sirena de perfiles esculturales y su abnegada corte se desplazaban buscando aguas cristalinas, fondos sin profanar, especies por conocer… el mar abierto era su autopista, las barreras de coral sus  áreas de descanso y en ellas se congregaban múltiples ejemplares procedentes de todos los confines de los océanos para verla y aclamarla; ella respondía agradecida con su canto melodioso el cual llegaba a muchas millas de distancia. Tras el deleite de su congregación seguía viaje visitando a otras comunidades repartidas por todos los mares del planeta, en estos era recibida como una diosa y con su presencia la leyenda de su ser iba creciendo.

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