Por las mañanas le dolía, por las tardes le dolía, por las
noches le seguía doliendo y cada día estaba más hinchado. El verano no había
empezado bien para él, un problema más tenía que añadir a su bolsa de desastres
existenciales y en esta ya no cabían más, estaba hasta los topes y los había de
todas clases y colores.
En tiempos más benévolos ya tuvo un problema con aquel
miembro y su tratamiento duró varios años, siempre quedó el residuo de su
percance y de tanto en tanto reclamaba su atención; lo de ahora era distinto,
nunca había estado así y lo tenía preocupado hasta el punto de dejar su playa y
adentrarse por los vericuetos hospitalarios.
Aquel segmento pútrido de su cuerpo le estaba dando las
vacaciones, su simple visión adulteraba la idílica visión de la bahía en la que
vivía y los continuos pinchazos le recordaban a cada momento que algo no andaba
bien. No sabía a que atribuirlo pero estaba claro que las cañerías de aquel
miembro infecto no drenaban adecuadamente y en consecuencia, los humores se
acumulaban en su interior.
Dudaba del posible efecto que podían tener las miasmas
marinas al dormir tan cerca del mar, quizás estas se le habían metido en el
cuerpo mientras dormía como duendes malévolos y estaban haciendo tapón en sus
arterias interrumpiendo el libre circular de sus fluidos vitales. El dolor
persistía y no lo abandonaba ni un momento, sordo y profundo notaba como iba
apoderándose de todo su miembro.
Seguro estaba que el calor estival tenía su parte en el
problema que le acuciaba, todo había empezado al poco de llegar a su playa
querida, al principio el clima era fresco para esa época del año pero a las
pocas semanas los grados térmicos se dispararon paralelamente a su malestar,
alguna relación tenía que haber entre ambos pero seguro que había algo más.
Decidido a salir de dudas se vería obligado a pasar por
consulta, confiaba en allí poder dar algo de luz a su enigmática dolencia; tras
mucho trastear por salas y pasillos del centro hospitalario, tras pruebas y
palpaciones variadas, la luz que fue a buscar se quedó en penumbra; cierto es
que descartaron fracturas o posible daño vascular cosa que a nuestro hombre no
acabó de convencer, tratamiento postural por todo tratamiento parecíale escasa
solución a su problema. Aquel miembro infecto seguía doliendo y por momentos se
deformaba debido a la hinchazón ¿Qué se le escapaba a él y a los doctos de la
salud que no acertaban solución? ¿Qué infamia se estaba apoderando de su pierna
sin dar la cara ni razón? Por momentos imaginaba el afilado cuchillo jamonero
en manos del matarife eliminando aquel segmento causante de sus desdichas,
fuera carne pútrida que envenenas mi cuerpo, fuera carne infecta que amenazas
mi precaria existencia, fuera, fuera, fuera…
El miembro creció y siguió creciendo hasta adquirir tintes
monstruosos, la piel se torno violácea y pequeñas úlceras hicieron su aparición
en toda su superficie; el dolor era insoportable y su aspecto rozaba lo
nauseabundo, aquellas úlceras se volvieron purulentas rezumando un líquido viscoso
y sanguinolento que liberaba un olor fétido y dulzón. Una mañana estaba en la
terraza contemplando la bahía, apenas había pegado un ojo durante la noche y
ahora bostezaba y se le caían los párpados, sin previo aviso y tras un espasmo
de dolor lacerante aquel miembro infecto estalló poniéndolo todo perdido.
Las uñas arrancadas de sus dedos amorcillados, se clavaron
como planos y afilados proyectiles en las paredes, dejando su impronta hemática
sobre el blanco lacado; había tiras de piel y músculos a su alrededor
salpicando muebles y cristales, los huesos astillados cortaron su carne edematosa
y blanda asomando por debajo de su rodilla, las arterias y venas abiertas y
desgarradas mostraban sus bocas babeantes manchando un suelo de matadero; el
azul del mar se enrojeció de golpe con sus malsanos fluidos mientras aquel
miembro insano se pulverizaba ante sus ojos.
Él moriría pocos minutos más tarde sobre un charco de sangre
por el que se le fue la vida, lo último que verían sus ojos a través de unos
cristales ensangrentados sería la bahía, el azul de un mar infinito que se
perdía en el horizonte; en sus últimos estertores recordaría los momentos allí
pasados sabiendo que ya nunca volverían.
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