Un año más los calores mediterráneos hacen acto de presencia
y con ellos la estación más fuerte para el turismo presenta sus credenciales:
sol, playa y buenos resorts a pie de arena. También el interior tiene sus
encantos y de hecho muchos lo prefieren;
los grandes viajes así como el turismo cultural vienen a rellenar una
macedonia de ofertas que para un gran número de personas son el momento más
anhelado de año, unos días para desconectar de la precariedad y los problemas,
este año además para hacerlo también de la jodida política y sus intérpretes.
En su torre de marfil junto a un ventanal de dimensiones
desproporcionadas y con un mar azul infinito muchos metros por debajo de él,
miraba su teclado en reposo a la espera de la musa; ya no recordaba su última
visita, su día a día estaba siendo caótico en los últimos años y en ese estado
era incapaz de hilvanar dos frases seguidas con un poco de sentido. Todo era
negro, en el mejor de los casos gris oscuro y con ese trasfondo lúgubre por
mucho que exprimiera sus neuronas no les sacaba una gota de zumo productivo.
El viento parecía haber llegado para quedarse, soplaba con
fuerza cada día como si quisiera barrer a los invasores que cada temporada
tomaban posesión de las playas de aquel pequeño pueblo costero. La bahía
siempre había sido ventosa pero este año se estaba cebando con el personal y el
mobiliario, las terrazas y todo lo que había en ellas, eran diana de ráfagas
despiadadas e inmisericordes que como una plaga bíblica, arrasaban todo lo que
encontraban a su paso; se esperaba un verano muy movido.
Y mientras esperaba a la musa llegar, veía pasar los días
desde su privilegiada atalaya; cambios imperceptibles se dejaban notar sobre la
arena la cual sembrada de cuerpos aceitosos, medía la temperatura del turismo
cada verano. Como no hay dos sin tres, a las circunstancias por las que pasaba
unidas a su precario envase orgánico vino a añadirse un sol implacable que se
había ensañado con su lastimosa piel creándole un desasosiego existencial. Era
un faro en ruinas anclado entre las dunas de una playa ajena a su persona por
la que su espíritu vagaba sin rumbo.
Había que ponerse las pilas, estrujar la materia gris y
buscar en un rincón del cosmos una palabra, una idea, algo desde donde arrancar
nuevamente y adentrarse en una historia con tintes diversos y desenlaces
imprevisibles; una vez más debía ser capaz de volver a perderse entre las
incoherencias de su verbo retorcido y parir unos cuantos párrafos con los que
aliviar su maltrecha conciencia. Encontrar un punto de partida debía llevarlo a
la antesala de un nuevo viaje literario con escalas aún desconocidas,
personajes aún por descubrir, lugares aun por conocer…
Con cada nuevo verano uno inicia un viaje incierto que a modo
de vía de escape, puede servir para desconectar de las miserias gestadas y
vividas durante el año, esa vía de escape puede darnos el oxígeno que nos ha
estado faltando durante largos y
monótonos meses, puede traernos el aire que nos permita resurgir y seguir
adelante, puede contribuir en el autoengaño que nos permita pensar que todo ha
pasado y ha quedado atrás. El verano es tiempo de asueto y desinhibición, tiempo
de amores fugaces y también mercenarios, tiempo también de viajes esperados,
reencuentros añorados y rupturas crueles.
Cuando queramos darnos cuenta estaremos a las puertas de un
nuevo septiembre y con él todo habrá acabado para la mayoría, unos pocos
afortunados iniciarán entonces su periplo vacacional y para cuando regresen la
masa humana llevará ya treinta largos días sumida en su mediocridad rutinaria,
muchos ya no recordarán su verano y lo que en su momento fue una vía de escape,
en esos momento estará atorada y fuera de servicio manteniendo ese estado
durante once largos meses; luego como
cada primavera… todo volverá a empezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario