sábado, 25 de junio de 2016

LA RUBIA DEL NEVUS

Marta era su nombre y su mirada hechizaba; sus ojos verdes tenían la profundidad del mar y el brillo de una noche estrellada, su sonrisa era fresca como un arco iris, olía a lavanda y su piel era suave como el terciopelo. Verla caminar era una sinfonía en movimiento y sus gestos delicados eran pura armonía; todo en ella era atractivo y deseado por eso todos la querían.

Su rostro sin ser bello enganchaba al primer instante y su caída de pelo dorado cubriéndole media cara, le daba un halo de misterio que hacía querer saber más sobre ella. Un diminuto nevus en el puente de su nariz le daba un punto excitante a su rostro y su discurso era un canto de sirena para quien tenía la ocasión de escucharlo; nadie conseguía relacionarse con ella si ese no era su deseo pero quien lo conseguía podía considerarse afortunado.


En cuanto a su cuerpo… era menudo, atlético, bien proporcionado. Unos pechos firmes, no muy grandes, coronaban un tronco que se estilizaba hacia su cintura dando paso a unas caderas de ensueño, unas piernas bien torneadas la  desplazaban con paso mágico; Marta tenía una belleza especial sin ser especialmente bella, sabía sacar provecho de lo que tenía y era consciente de ello por lo cual explotaba ese don a las mil maravillas.

Sabía moverse en sociedad, mujer bien cultivada hablaba varios idiomas, en tiempos más románticos habría sido una excelente cortesana con la  que todos habrían querido relacionarse. Sabía vestir para la ocasión, su vestuario era extenso y siempre acertaba con la indumentaria que se ponía en cada momento, de hecho ese era uno de sus muchos atractivos, sabía hacerse ver.


En cuanto a su carácter, sabía lo que quería y como conseguirlo; no se achataba ante ningún reto, desplegaba sus estrategias hasta conseguir su objetivo al precio que fuera por eso Marta era considerada una mujer de altura. Tenía la cabeza bien amueblada y una gran capacidad para el análisis por lo que no hacía nada sin antes haberlo pensado mucho, aun así estaba abierta a la sorpresa.

Así pues, esta mujer de dotes excepcionales y físico arrebatador era el centro de atención allá donde estuviere pero no era eso todo, Marta tenía un lado oscuro que pocos conocían. La mujer de modales exquisitos y verbo embriagador era una voraz come-hombres,  en el sentido literal de la palabra; cuando salía de caza sus muslos tersos y suaves engullían todo lo que se le cruzara con colita entre las piernas, podía ser cruel y despiadada con los virgos despistados pues consideraba a la virtud una debilidad y a la pureza un estigma.


Marta era embaucadora y lasciva, sus dotes amatorias exprimían a sus víctimas haciéndoles perder el resuello, no conocía la súplica y por tanto no la respetaba; era un tormento sexual para aquellos que creían haberla conquistado, la cama era su campo de batalla y en ella derrotaba sin piedad a todos aquellos que, confiados, se adentraban en sus trincheras más íntimas sin conocer su destino. Nunca perdía el control y disfrutaba con el cortejo, los preliminares marcaban su estrategia y poco a poco, sin prisas, iba preparando su ataque letal.


Era una rosa con espinas envenenadas, de apariencia hermosa y delicada atraía a sus presas sutilmente, las cuales se dejaban llevar embriagadas por su néctar de amor; una vez atrapadas en sus redes, se regodeaba ante el inminente banquete sexual del que solo ella saldría vencedora. Su huésped, exprimido y acabado, expiraría sin saberlo en un estertor de amor viendo como la vida escapaba a través de sus fluidos íntimos. Marta era una diosa del placer y mataba dulcemente en una vorágine de carnes húmedas y calientes; solo ella sabía hacerlo así y sus víctimas daban los últimos coletazos con una sonrisa en los labios.

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