Aquella mujer no tendría más de treinta años pero estos
estaban muy trabajados, era un mujerón rural de pura cepa y como tal se valía
por sí misma para casi todo; gestionaba
un terruño que a duras penas producía una aceptable cosecha de legumbres, unas
docenas de oliveras y algunos almendros completaban las tierras que heredó de
sus padres fallecidos hacía años.
María pasaba gran parte de sus jornadas trasteando por las
tierras pues siempre había algo que hacer, combatir las malas hierbas era su
cruzada particular sin olvidar la batalla continua contra las plagas;
pulverizar, regar, sembrar, podar… eran el día a día de su vida, no había
domingos ni festivos pues el campo siempre precisaba cuidados y ella se
desvivía dándoselos.
El trabajo físico era arduo y este pasaba factura en su
higiene personal, María no era mujer de novios, ruda y no muy agraciada
físicamente no alteraba la lívido en el sexo opuesto cosa que nunca estuvo
entre sus prioridades. Aquella mujer tenía un olor penetrante, dulzón tirando a
agrio, sabías cuando llegaba pues su aroma la precedía y cuando marchaba se
sabía que había estado ahí; siguiendo normas no escritas del medievo, era
austera en sus baños dejando la mayor parte de su higiene a merced de los
elementos.
María tenía animales de granja, no muchos pero los
suficientes para autoabastecerse; gallinas y conejos llenaban su despensa de
carne y huevos, un par de cabras le daban leche a diario con parte de la cual
elaboraba unos quesos que vendía a sus vecinos contribuyendo a los ingresos de
la casa, su pequeña arca de Noé se completaba con una gran cerda (marrana o puerca)
de nombre Leocadia, con la que tenía largas conversaciones en el patio trasero
de su casa y su perro Trufo.
Aquella reducida fauna era su familia pues nadie de su sangre
seguía respirando, a su manera María era feliz y no le pedía mucho más a la
vida; así pues su casa, su terruño y aquellos animales constituían el mundo de
María. Pocos habían visto su piel desnuda pero esta se adivinaba curtida por
muchas horas en contacto con la intemperie, un vello recio cubría sus
extremidades, ajeno a la existencia de prácticas depilatorias las cuales
también requerían de aplicación en otras partes de su cuerpo.
Alguien un día ya lejano vio por casualidad a María durante
uno de sus escasos baños en el río, solía llevarlos a cabo en la intimidad
aprovechando un discreto recodo del cauce donde se sentía a salvo de miradas
indiscretas; aquel mirón ocasional quedó impresionado por las pobladas axilas
que mostraba María quien sin saberse observada, frotaba con brío. De aquel
descubrimiento surgió días más tarde tras saberse la noticia, el mote con el
que a partir de entonces la conocían; Maria la
pelusas pasó a formar parte del anecdotario de aquel pueblo perdido en la
serranía.
Las pelusas de María eran como los pompones usados por las
animadoras de la NBA; al saberse de su existencia, si te fijabas, se adivinaba
un pelo fuerte bajo las ropas que empujaba queriendo aflorar a la superficie,
estas solían llevar en esas zonas la marca de los fluidos corporales propios
del esfuerzo. María no daba importancia a los detalles higiénicos pues siempre
andaba metida en otros menesteres de índole más apremiante, su olor penetrante
pasaba de ser percibido por sus fosas nasales pues eran muchos años de convivir
en aquel cuerpo recio y muy trabajado que además gustaba de comer cebollas
tiernas, fruto cuyo aroma mitigaba cualquier olor corporal.
María vio un día en la televisión un concurso en el que
transformaban al concursante dándole un look muy diferente y atractivo, durante
semanas se enganchó a aquellas transformaciones que saliendo de entre una
espesa nube de humo, dejaba asombrado al público asistente al ver aquellos
cambios tan radicales. Una mañana María
se dijo ¿Por qué yo no? Y escribió al programa adjuntando una fotografía junto
a sus datos personales y un escaso currículum; aun sin muchas esperanzas a
partir de aquel día siempre estuvo pendiente del correo y varias semanas
después le llegó una carta.
Era principios de octubre cuando María pisaba la estación de
Atocha, un taxi la esperaba para llevarla a los estudios de Tele 5 donde se
emitía el mágico concurso, estaba nerviosa y los pompones le sudaban
copiosamente. La recibieron con una sonrisa y tras llevarla a una sala con el
resto de concursantes, les explicaron las pautas del programa; todos pasaron
por maquillaje por eso de quitarles los brillos y otras impurezas que dieran
mal frente a las cámaras.
Y le llegó el turno a María, tras presentarla a la audiencia
y escarbar un poco en su vida quedó claro el arduo trabajo que tenían por
delante los estilistas; transformar a la
pelusas iba a ser todo un reto para los profesionales de la casa. Una vez
acabadas las presentaciones y entre aplausos de la audiencia, María se retiró
tras unas cortinas para iniciar su difícil proceso de reconstrucción.
Tras una álgida sesión de estilismo milagroso en la cual el
proceso depilatorio se les reveló como titánico, María estuvo lista para ser
presentada al público; la expectación era máxima y el cambio se anunciaba
sorprendente. Las luces bajaron su intensidad al tiempo que una cortina de humo
llenaba el plató, una música tenue incrementó sus decibelios preparando al
público para la inminente aparición y de pronto, todo sonido cesó cuando el cimbreante y
amanerado presentador anunció a la nueva María.
Se oyó un largo balido y al poco el rumor de unos pasos indefinidos
se hizo presente; a través del humo que
ya empezaba a disiparse apareció caminando tranquila la cabra de la legión.
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