Aquella mañana dio comienzo el principio de su fin; lo
vestían como cada día o al menos lo intentaban, entre giros, tirones y más
giros. Las ropas se resistían a cubrir su piel y en su empeño por cubrirla, los
calores y congestión hacían acto de presencia, era la lucha de cada mañana en
la cual él salía de la cama ya derrotado. Con frecuencia había que higienizar
alguna zona eliminando de ella restos dérmicos o elementos sintéticos derivados
de los múltiples apósitos que con frecuencia solía utilizar en defensa de su
malograda e infame piel.
Esa mañana tras el higiénico frote, la fina piel de su
escroto se abrió como fruta madura vertiéndose un manantial sanguinolento que
no había forma de frenar, toda el área genital mostraba signos de alarma tras
la eclosión de aquel fluido orgánico tan escandaloso como abundante. Todo quedó
de un rojo intenso en décimas de segundos y por un momento pensó que la vida se
le iba por los huevos, aquellos huevos rasgados que en su día fueron reservorio
de su vigor y su hombría.
Aquel hombre era un compendio de mala suerte y como la miel a
las abejas, su cuerpo atraía todo tipo de trastornos orgánicos los cuales poco
a poco iban mermando su salud; era de poco resistir o quizás estaba ya cansado
de sufrir contratiempos y ya no les hacía frente, su vida en los últimos años
había sido una cascada de ellos y sus umbrales de aguante estaban bajo mínimos.
Ese día su hemorragia testicular venía a añadirse a la batería de males que
acuciaban su precaria anatomía y él estaba harto de tantos sinsabores.
Echaba la vista atrás y no encontraba un momento bueno en las
últimas décadas, las sombras eclipsaban las escasas luces de su existencia
convirtiendo su recorrido vital en un mar de tinieblas y eso había dejado
impronta en su ánimo y carácter. Con las turmas abiertas aquella mañana había
completado el ciclo de desgracias de un verano que acababa con más pena que
gloria, era el bagaje que se llevaba a la ciudad: culo pelado, huevos abiertos,
cara encendida y la fatiga instalada en su pecho ¿Qué más podía pasarle? ¿Aires
fétidos? ¿Flemas pútridas?... y como no hay dos sin tres, jugaba a la lotería
pero nunca le tocaba.
Sufrir lesión en tan delicado lugar se le antojaba signo de
mal augurio, era por así decirlo, el colofón de la mala suerte, el epílogo del
deterioro humano, el sin sentido del mal de males; acobardado, hundido en la
miseria emocional, veía como lo poco que hasta ahora había permanecido indemne
se pudría ante sus ojos sin poder evitarlo, sin poder protegerlo, sin poder
conservarlo. La imagen de la necrosis se instaló en su cabeza, unos huevos
azulados que poco a poco ennegrecían hasta desprenderse de su zona noble se
convirtieron en foto fija en sus retinas, un escalofrío de pánico y
desesperación anidó en su espíritu.
Resignado a tan estimada pérdida, sucumbió a los avernos de
una vida abocada a la catástrofe existencial, la última rendija de luz empezaba
a cerrarse y con ella toda chispa de energía se extinguía sin poder hacer nada
para evitarlo; nació marcado por el destino el cual había jugado con sus días y
sus noches, un juego macabro del que nunca tuvo escapatoria y que poco a poco
había ido consumiendo su saldo vital en una partida perdida de antemano. Solo
le quedaba esperar el final y presentarse ante su hacedor en una última
entrevista pero hacerlo con los huevos rasgados se le antojaba un tanto
humillante, indecoroso y falto de estilo.
Decidió dejarse llevar sin oponer resistencia, dejarse
envolver por las brumas del ocaso de una vida mal gestionada y enfrentarse a lo
desconocido sin esperar nada pues nada había hecho para esperar algo que de
haberlo a buen seguro no sería bueno; cerró los ojos y dejó escapar el escaso
torrente vital que aún le quedaba al tiempo que su luz fue mermando hasta
desaparecer. Todo se llenó de oscuridad y en ella todo dejó de existir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario