sábado, 23 de abril de 2016

LA VIDA EN LA ISLA

Con las primeras luces de la mañana abrió los ojos tras una noche plácida, una más en los lejanos Mares de Sur; tumbado sobre la cama y con la vista fija en el gran ventilador del techo de su bungalow, hacía un repaso a su vida en la isla. Hacía seis meses que lo había dejado todo en la vieja Europa trasladándose a un pequeño paraíso perdido en medio del océano Pacífico y no le iba mal, estaba satisfecho por la decisión tomada a pesar de lo mucho que dejó atrás. Había llegado a la zona dispuesto a comenzar de cero, lo consideraba su renacimiento particular, y hasta la fecha las cosas le rodaban bastante bien; tenía un techo donde vivir, había encontrado un trabajo en una de las pensiones de la isla y disponía del suficiente tiempo libre para disfrutar de aquel edén, no echaba nada de menos salvo a la familia y a un par de amistades.

Aquel microcosmos en el que vivía era autosuficiente no obstante también recibía suministros de las islas vecinas y por tanto antes o después encontrabas de casi todo, a pesar de ello en caso de necesidad siempre podías plantarte en la isla grande de Tahití en una escasa hora de avión. Mauiti era su isla, una de las pocas salvadas del turismo masivo gracias a la oposición de sus pobladores cuyas autoridades se preocuparon de preservar la esencia de la isla, la masiva explotación hotelera allí no existía y eso había permitido conservar el litoral de su geografía inalterado. A Maupiti se la consideraba la hermana pequeña de Bora Bora de la que apenas la separaban cuarenta kilómetros y estaba formada por una isla central de origen volcánico que emergía sobre una laguna de aguas turquesas poco profundas, rodeada por un anillo constituido por cinco motus o islotes y una barrera de coral entre ellos.


Su imagen era un fiel reflejo del paraíso soñado por muchos y él tenía la suerte de haber podido llegar e instalarse allí; un único punto permitía el acceso a la laguna y por ende a la isla central, éste llamado paso de Onoiau era un estrecho canal que zigzagueaba entre los motus Pitiahe y Tiapaa, el cual en los días de temporal se volvía infranqueable impidiendo la entrada a la isla o evitando poder abandonarla, esta situación incómoda en la práctica le daba no obstante un toque aventurero al islote. La vida en Maupiti era tranquila, él se encargaba del mantenimiento en la pensión Espace situada en la parte suroeste de la isla central, hacía un poco de todo y a cambio de un módico salario, disponía también de una estancia donde vivir en las proximidades del complejo residencial; las  pensiones eran el tipo de establecimientos  de hostelería que regían en la isla, Maupiti no tenía hoteles como tal y estos pequeños complejos repartidos por la isla y los motus, daban servicio a los turistas que se acercaban a sus playas.


La media docena de bungalows con que contaba la pensión, estaban distribuidos a lo largo de una franja costera de unos cuatrocientos metros, mimetizados entre el palmeral conservaban la intimidad que el visitante venía buscando en un entorno típicamente polinesio. Solo el rumor del mar y la brisa entre las palmas rompían el silencio en aquel rincón del paraíso donde nada alteraba la tranquilidad de sus pobladores; el núcleo urbano principal de Maupiti era Vaiea en la costa oriental de la isla central, ésta junto con Petei y Farauro, dos núcleos contiguos más pequeños, formaban una gran aldea en la cual se concentraban la mayoría de los mil doscientos habitantes de la isla. Allí se podían encontrar los servicios propios de una comunidad pero sin alardes excesivos pues su número, acorde al tamaño del islote, era reducido y así por ejemplo tan solo había un restaurante, escasez que era compensada por las cocinas de las distintas pensiones muchas de las cuales estaban abiertas al público no residente en ellas.


Vaiea era una población pintoresca como todo en Maupiti, sus edificaciones de no más de dos alturas se alineaban a lo largo de una avenida siguiendo los contornos de la costa; era por así decirlo la capital de la isla y en ella junto a su centro administrativo se concentraban la mayor parte de los negocios, allí estaba la lonja de pescado y el pequeño puerto al que dos veces por semana arribaba el Maupiti Express, un rápido transbordador que hacía la ruta entre Bora Bora y Maupiti en un par de horas. Por la parte del mar Vaiea se abría a un paseo marítimo que se extendía desde el muelle hasta la única escuela existente en la isla, viniendo a morir en playas de arenas blancas antes de llegar a la laguna; en los atardeceres maupitianos aquel lugar era una zona de encuentro y esparcimiento para los pobladores de la aldea los cuales veían caer  al sol antes de retirarse a sus moradas.


Él se había adaptado muy bien en el poco tiempo que llevaba en la isla, se desenvolvía en la pensión como si siempre hubiera estado en el ramo de la hostelería, igual atendía el bar de la playa que ayudaba en las cocinas, recibía a los huéspedes y los guiaba por la isla que hacía de animador en los eventos que organizaban en el complejo, manejaba las lanchas motoras que se encargaba de las chapuzas de mantenimiento, era un hombre para todo y eso gustaba en Espace. Sus jornadas laborales no tenían horarios, vivir en los propios dominios de la pensión las hacía extenderse más allá de los límites acordados pero no le importaba, estaba a gusto con lo que hacía y cada día era un nuevo reto.

A unos centenares de metros siguiendo la costa en dirección norte desde la pensión, llegabas a playa Tereia considerada una de las más bonitas de la Polinesia; formando como un espolón en el contorno de la isla esta franja de arena rosada y blanca se adentraba en la laguna hasta perderse en sus aguas turquesas, en el pasado las autoridades se opusieron a la construcción del típico complejo hotelero con piscinas en la playa, bungalows overwater, etc… con lo que el entorno había permanecido inalterado y salvaje hasta nuestros días conservando toda su belleza natural. En ese punto la laguna era poco profunda y con la marea baja se podía cruzar al motu Auira, el más grande de Maupiti, por el “Paso de los Tiburones bebés”, todo el trayecto de poco más de media hora se hacía con el agua a la altura de la cintura, uno de los atractivos del paseo incluido en las actividades propuestas por la pensión, era el poder ir viendo los puntos negros de las aletas dorsales de los pequeños tiburones de arrecife a no mucha distancia.


En Espace también organizaban tours en bicicleta alrededor de la isla para sus huéspedes, él hacía de guía ocasional llevando al grupo por los puntos más interesantes de la isla y explicando un anecdotario aprendido en los pocos meses que allí llevaba; prácticamente el recorrido transcurría por la única carretera de Maupiti, esta era más bien un camino de unos once kilómetros casi todos bastante llanos salvo un pequeño puerto situado entre playa Tereia y la costa sur, por el cual en poco más de una hora podías rodear toda la isla en un entorno de película, la laguna y sus motus a un lado limitando a la isla del vasto océano y las cumbres escarpadas del monte Teurafaatiu con 380 metros de altura al otro. A lo largo del recorrido se cruzaban multitud de plantaciones de sandías, principal cultivo de la isla en el que trabajaba la mayoría de la población de Maupiti siendo proveedor del resto de las islas de la Sociedad, grandes cargamentos de estos frutos salían por vía aérea y marítima en épocas de cosecha.

La pensión Espace contaba con una embarcación de doce metros de eslora y amplia bañera con la que recogía a sus huéspedes en el aeropuerto situado en el arrecife del motu Tuanai, también trasladaba a los mismos en sus visitas a los otros motus destacando la excursión a las plantaciones exclusivas de Tiare Hina, una variedad de gardenia única en el mundo que solo se criaba allí, en el motu Pitihanei; los paseos por la laguna así como las excursiones de snorkeling al borde del arrecife para sumergirse en sus fantásticos fondos marinos, donde no era raro tropezarse con elegantes mantas grises o las majestuosas rayas manta, eran otra de sus actividades en la cual los amantes del buceo grababan en sus retinas imágenes inolvidables.


La historia de Maupiti también tenía lugar en la relación de actividades culturales que ofrecía Espace, visitar el Marae Vaiahu era una de ellas; este era un lugar de culto en donde los jefes tribales de Bora Bora se juntaban con los jefes locales en las ceremonias de nominación, los restos de este templo eran venerados por los nativos en cuyo altar sus ancestros bendecían a las flotillas pesqueras antes de que estas se hicieran a la mar. Un pequeño museo en Vaiea también era de vistita obligada, en él podían conocerse las costumbres y los ritos maupitianos a través de una exposición de enseres y fotografías de la isla y sus gentes; en una tienda anexa al museo el visitante podía adquirir pequeños tótems tallados en madera o ídolos labrados en piedra así como una gran variedad de productos artesanales típicos de Polinesia entre los que destacaban los elegantes sombreros de palma trenzada o los famosos pareos.


La vida en la isla era apacible, allí encontró el sosiego que durante años estuvo buscando lejos del caos urbano de las grandes ciudades, ajeno a las continuas llamadas telefónicas y libre del lastre tecnológico al que la vida moderna te esclaviza aun sin quererlo, allí se había reencontrado con la esencia del ser humano entre gentes sencillas que vivían sus vidas de forma natural sin las prisas impuestas por la metrópoli; vivía haciendo felices a las gentes que semana tras semana arribaban por mar o por aire dispuestos a pasar unos días inolvidables, ayudarles a conseguirlo era su cometido junto con el resto del personal de la pensión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario