Con las primeras luces de la mañana abrió los ojos tras una
noche plácida, una más en los lejanos Mares de Sur; tumbado sobre la cama y con
la vista fija en el gran ventilador del techo de su bungalow, hacía un repaso a
su vida en la isla. Hacía seis meses que lo había dejado todo en la vieja
Europa trasladándose a un pequeño paraíso perdido en medio del océano Pacífico
y no le iba mal, estaba satisfecho por la decisión tomada a pesar de lo mucho
que dejó atrás. Había llegado a la zona dispuesto a comenzar de cero, lo
consideraba su renacimiento particular, y hasta la fecha las cosas le rodaban
bastante bien; tenía un techo donde vivir, había encontrado un trabajo en una
de las pensiones de la isla y disponía del suficiente tiempo libre para
disfrutar de aquel edén, no echaba nada de menos salvo a la familia y a un par
de amistades.
Aquel microcosmos en el que vivía era autosuficiente no
obstante también recibía suministros de las islas vecinas y por tanto antes o
después encontrabas de casi todo, a pesar de ello en caso de necesidad siempre
podías plantarte en la isla grande de Tahití en una escasa hora de avión.
Mauiti era su isla, una de las pocas salvadas del turismo masivo gracias a la
oposición de sus pobladores cuyas autoridades se preocuparon de preservar la
esencia de la isla, la masiva explotación hotelera allí no existía y eso había
permitido conservar el litoral de su geografía inalterado. A Maupiti se la
consideraba la hermana pequeña de Bora Bora de la que apenas la separaban
cuarenta kilómetros y estaba formada por una isla central de origen volcánico
que emergía sobre una laguna de aguas turquesas poco profundas, rodeada por un
anillo constituido por cinco motus o islotes y una barrera de coral entre
ellos.
Su imagen era un fiel reflejo del paraíso soñado por muchos y
él tenía la suerte de haber podido llegar e instalarse allí; un único punto
permitía el acceso a la laguna y por ende a la isla central, éste llamado paso
de Onoiau era un estrecho canal que zigzagueaba entre los motus Pitiahe y
Tiapaa, el cual en los días de temporal se volvía infranqueable impidiendo la
entrada a la isla o evitando poder abandonarla, esta situación incómoda en la
práctica le daba no obstante un toque aventurero al islote. La vida en Maupiti
era tranquila, él se encargaba del mantenimiento en la pensión Espace situada
en la parte suroeste de la isla central, hacía un poco de todo y a cambio de un
módico salario, disponía también de una estancia donde vivir en las
proximidades del complejo residencial; las
pensiones eran el tipo de establecimientos de hostelería que regían en la isla, Maupiti
no tenía hoteles como tal y estos pequeños complejos repartidos por la isla y
los motus, daban servicio a los turistas que se acercaban a sus playas.
La media docena de bungalows con que contaba la pensión,
estaban distribuidos a lo largo de una franja costera de unos cuatrocientos
metros, mimetizados entre el palmeral conservaban la intimidad que el visitante
venía buscando en un entorno típicamente polinesio. Solo el rumor del mar y la
brisa entre las palmas rompían el silencio en aquel rincón del paraíso donde
nada alteraba la tranquilidad de sus pobladores; el núcleo urbano principal de
Maupiti era Vaiea en la costa oriental de la isla central, ésta junto con Petei
y Farauro, dos núcleos contiguos más pequeños, formaban una gran aldea en la
cual se concentraban la mayoría de los mil doscientos habitantes de la isla.
Allí se podían encontrar los servicios propios de una comunidad pero sin
alardes excesivos pues su número, acorde al tamaño del islote, era reducido y
así por ejemplo tan solo había un restaurante, escasez que era compensada por
las cocinas de las distintas pensiones muchas de las cuales estaban abiertas al
público no residente en ellas.
Vaiea era una población pintoresca como todo en Maupiti, sus
edificaciones de no más de dos alturas se alineaban a lo largo de una avenida
siguiendo los contornos de la costa; era por así decirlo la capital de la isla
y en ella junto a su centro administrativo se concentraban la mayor parte de
los negocios, allí estaba la lonja de pescado y el pequeño puerto al que dos
veces por semana arribaba el Maupiti Express, un rápido transbordador que hacía
la ruta entre Bora Bora y Maupiti en un par de horas. Por la parte del mar
Vaiea se abría a un paseo marítimo que se extendía desde el muelle hasta la
única escuela existente en la isla, viniendo a morir en playas de arenas blancas
antes de llegar a la laguna; en los atardeceres maupitianos aquel lugar era una
zona de encuentro y esparcimiento para los pobladores de la aldea los cuales
veían caer al sol antes de retirarse a
sus moradas.
Él se había adaptado muy bien en el poco tiempo que llevaba
en la isla, se desenvolvía en la pensión como si siempre hubiera estado en el
ramo de la hostelería, igual atendía el bar de la playa que ayudaba en las
cocinas, recibía a los huéspedes y los guiaba por la isla que hacía de animador
en los eventos que organizaban en el complejo, manejaba las lanchas motoras que
se encargaba de las chapuzas de mantenimiento, era un hombre para todo y eso
gustaba en Espace. Sus jornadas laborales no tenían horarios, vivir en los
propios dominios de la pensión las hacía extenderse más allá de los límites
acordados pero no le importaba, estaba a gusto con lo que hacía y cada día era
un nuevo reto.
A unos centenares de metros siguiendo la costa en dirección
norte desde la pensión, llegabas a playa Tereia considerada una de las más
bonitas de la Polinesia; formando como un espolón en el contorno de la isla
esta franja de arena rosada y blanca se adentraba en la laguna hasta perderse
en sus aguas turquesas, en el pasado las autoridades se opusieron a la
construcción del típico complejo hotelero con piscinas en la playa, bungalows
overwater, etc… con lo que el entorno había permanecido inalterado y salvaje
hasta nuestros días conservando toda su belleza natural. En ese punto la laguna
era poco profunda y con la marea baja se podía cruzar al motu Auira, el más
grande de Maupiti, por el “Paso de los Tiburones bebés”, todo el trayecto de
poco más de media hora se hacía con el agua a la altura de la cintura, uno de
los atractivos del paseo incluido en las actividades propuestas por la pensión,
era el poder ir viendo los puntos negros de las aletas dorsales de los pequeños
tiburones de arrecife a no mucha distancia.
En Espace también organizaban tours en bicicleta alrededor de
la isla para sus huéspedes, él hacía de guía ocasional llevando al grupo por
los puntos más interesantes de la isla y explicando un anecdotario aprendido en
los pocos meses que allí llevaba; prácticamente el recorrido transcurría por la
única carretera de Maupiti, esta era más bien un camino de unos once kilómetros
casi todos bastante llanos salvo un pequeño puerto situado entre playa Tereia y
la costa sur, por el cual en poco más de una hora podías rodear toda la isla en
un entorno de película, la laguna y sus motus a un lado limitando a la isla del
vasto océano y las cumbres escarpadas del monte Teurafaatiu con 380 metros de
altura al otro. A lo largo del recorrido se cruzaban multitud de plantaciones
de sandías, principal cultivo de la isla en el que trabajaba la mayoría de la
población de Maupiti siendo proveedor del resto de las islas de la Sociedad,
grandes cargamentos de estos frutos salían por vía aérea y marítima en épocas
de cosecha.
La pensión Espace contaba con una embarcación de doce metros
de eslora y amplia bañera con la que recogía a sus huéspedes en el aeropuerto
situado en el arrecife del motu Tuanai, también trasladaba a los mismos en sus
visitas a los otros motus destacando la excursión a las plantaciones exclusivas
de Tiare Hina, una variedad de gardenia única en el mundo que solo se criaba
allí, en el motu Pitihanei; los paseos por la laguna así como las excursiones
de snorkeling al borde del arrecife para sumergirse en sus fantásticos fondos
marinos, donde no era raro tropezarse con elegantes mantas grises o las
majestuosas rayas manta, eran otra de sus actividades en la cual los amantes
del buceo grababan en sus retinas imágenes inolvidables.
La historia de Maupiti también tenía lugar en la relación de
actividades culturales que ofrecía Espace, visitar el Marae Vaiahu era una de
ellas; este era un lugar de culto en donde los jefes tribales de Bora Bora se
juntaban con los jefes locales en las ceremonias de nominación, los restos de
este templo eran venerados por los nativos en cuyo altar sus ancestros
bendecían a las flotillas pesqueras antes de que estas se hicieran a la mar. Un
pequeño museo en Vaiea también era de vistita obligada, en él podían conocerse
las costumbres y los ritos maupitianos a través de una exposición de enseres y
fotografías de la isla y sus gentes; en una tienda anexa al museo el visitante
podía adquirir pequeños tótems tallados en madera o ídolos labrados en piedra
así como una gran variedad de productos artesanales típicos de Polinesia entre
los que destacaban los elegantes sombreros de palma trenzada o los famosos
pareos.
La vida en la isla era apacible, allí encontró el sosiego que
durante años estuvo buscando lejos del caos urbano de las grandes ciudades,
ajeno a las continuas llamadas telefónicas y libre del lastre tecnológico al
que la vida moderna te esclaviza aun sin quererlo, allí se había reencontrado
con la esencia del ser humano entre gentes sencillas que vivían sus vidas de
forma natural sin las prisas impuestas por la metrópoli; vivía haciendo felices
a las gentes que semana tras semana arribaban por mar o por aire dispuestos a
pasar unos días inolvidables, ayudarles a conseguirlo era su cometido junto con
el resto del personal de la pensión.
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