miércoles, 30 de septiembre de 2015

BLANCO COMO LA NIEVE

Así era aquel teclado, níveo como las cumbres del Himalaya; llevaba mucho tiempo deseando un portátil blanco pero su adquisición siempre quedaba para otro momento y el tiempo pasaba. Con frecuencia pasaba por tiendas especializadas y allí los veía, los había de diversas marcas, con tamaños diferentes reposando en silencio sobre monótonos estantes; su sola visión era un reclamo para los sentidos, sus teclados pedían a gritos ser pulsados y plasmar sobre sus pantallas de plasma, palabras de bienvenida.

Y llegó el día, por fin había encargado su níveo portátil el cual quedaría en la clínica a la espera de recibir la instalación de las aplicaciones pertinentes; en pocas horas estaría listo para hacer frente a las demandas de unos dedos que, actuando sobre el blanco teclado, mandara órdenes sin cesar a través de las placas impresas que constituían el corazón del dispositivo.

El sistema operativo era un maremágnum por descubrir acostumbrado a su obsoleto XP, demasiadas opciones a un golpe de vista muchas de las cuales nunca llegaría a utilizar; poco a poco tendría que ir introduciéndose en sus vericuetos para hacerse con las riendas del sistema, todo era nuevo pero no habría más remedio que acostumbrarse.

Tan níveo era aquel teclado que deslumbraba su visión cada vez que se sentaba frente a él; dudaba si ponerse las gafas de esquí para interactuar con aquel nuevo dispositivo recién adquirido. Y mientras escribía estas primeras impresiones veía esfumarse sus últimas horas junto a la bahía, su visión quedaría grabada en sus retinas durante los próximos meses a la espera de un nuevo encuentro con la llegada de la primavera.

Los días acortaban ya su ciclo de luz solar pero sobre la mesa, el blanco artilugio resplandecía como una bola de nieve iluminando todo a su alrededor, era una luz magnética que atraía las miradas sin poder evitarlo y mientras impregnaba con su halo lumínico toda la estancia uno se preparaba para ir despidiéndose de todo lo que le gustaba, de todo aquel entorno que le había acompañado los últimos meses, de las gentes que habían llenado sus retinas.


El mar seguiría bañando la misma bahía, sus olas seguirían lamiendo las mismas arenas doradas, el sol seguiría proyectando su reflejo frente a la misma montaña y en lo alto de esta, un mismo castillo seguiría vigilando el mismo horizonte sin embargo ya nada sería igual. La última mirada sería una despedida, un hasta pronto quizás, y mientras tanto llegaba ese nuevo encuentro el níveo teclado escribiría cientos de palabras creando nuevos relatos, historias anheladas, frustrantes o esperanzadoras; a través del pálido teclado la pantalla escupiría sus chispazos neuronales, plasmaría sus estados de ánimo, lloraría sus miserias y sus escasas alegrías, crearía su maltrecho mundo virtual.

El portátil blanco como la nieve llegó con el ocaso del verano, a su paso las palmeras ancladas sobre la arena de la bahía cimbreaban sus esbeltos troncos dándole la bienvenida o quizás era un macabro baile de despedida; en el horizonte las brumas de la ciudad auguraban malos tiempos y él, resignado, dejaba atrás el sol y el mar en calma para adentrarse en un mundo de incertidumbre y malos presagios.


Todo estaba por venir, lo peor estaba por llegar o quizás, en contra de la lógica establecida, los grises del otoño trajeran una inesperada luz de esperanza que calmara sus inquietudes; mientras tanto los días iban pasando dejando testimonio de sus sucesos a través del blanco teclado. Con la llegada del invierno un manto de nieve lo cubriría todo y el pálido portátil perdería sus contornos difuminándose en el espesor de un manto uniforme y puro, cuyo precinto sería mancillado por unas huellas anónimas.

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