miércoles, 16 de septiembre de 2015

EFEBOS Y OTROS ICONOS SEXUALES

Dícese efebo de aquel joven bien parecido cuyo cuerpo esculpido por los dioses fue puesto en la tierra por estos para disfrute del guerrero; servil y dócil, está cultivado en las artes clásicas del canto y la poesía, dispuesto siempre a complacer a su señor, vive en armonía con su entorno próximo y tan solo espera ser reclamado para ofrecer sus servicios.

El deleite derivado de la observación de una masa proteica hercúlea, hace salivar a las mentes de neuronas calientes al tiempo que sus entrepiernas se inflaman de deseo al recibir su caudal sanguíneo lujurioso; solo el que mira ve y en su mirar pecaminoso exalta fantasías inconfesables reprobadas hasta hace bien poco. Es la llamada de la carne, brillante, húmeda, suave… y las manos se nos van buscando las zonas íntimas, es el factor pudendo que en ese territorio prohibido, alimenta la pasión y el vicio.

Alejandro Magno y su entorno heleno ya eran dados al disfrute de efebos, cuerpos cincelados en perfecta armonía con la naturaleza de aquel tiempo, músculos curtidos en mil batallas que al hallar el descanso del guerrero sacaban la parte más sensual y lírica de sus almas; las espadas eran envainadas dando paso a una exhibición viril en la que todo estaba permitido, el canto, los juegos y el vino cobraban protagonismo mientras las mujeres pasaban a un segundo plano como mero atrezo ignorado e invisible.

Años más tarde esos mismos efebos eran puestos mirando a Roma con los brazos en cruz, mientras los patricios cabalgaban alocadamente sobre sus nalgas con una copa de vino entre las manos; aquellos cuerpos delicados y bellos eran el receptáculo de la virilidad del imperio, el cual desfogaba sobre sus carnes tiernas, el sufrimiento y la sangre de sus campañas bélicas. El sexo y la guerra siempre han ido unidos y en ambos los contendientes vacían  sus energías para poder volver a renacer, muchos sucumben en su práctica pero sus almas vuelan con sus dioses que al verlos llegar, sonríen y jadean dándoles la bienvenida.


La aventura americana también tuvo su ración de sodomía, miles de indios sucumbieron bajo el báculo del invasor, las carnes morcillonas de estos barbudos procedentes del otro lado del vasto océano, emergiendo entre el peto y las perneras de sus armaduras, infligieron grandes estragos en aquellas gentes consideradas salvajes y carentes de fe; de miembros sucios y pestilentes, estos portadores de la verdadera fe no solo les llevaron la cruz de dios sino también el castigo divino en sus más esperpénticos aspectos. Condenando la desnudez del nativo, abusaron de ella en todas sus variantes posibles; los efebos americanos que los había, pronto sucumbieron a la barbarie de aquellos dioses de acero que entraban en sus carnes sin contemplaciones de ningún tipo, era su forma de purificarlos.

Las guerras napoleónicas supusieron ingentes movimientos de tropas a través de la vieja Europa, aquellos uniformes con sus pantalones tan ceñidos a los muslos, hacían resaltar paquetes de todos los tamaños; arrastrados por las campiñas francesas, los prados belgas o las estepas rusas, aquellos soldados entre batalla y batalla necesitaban aliviar su hombría y lo hacían con todo lo que se moviera. ¿Qué habría sido Waterloo sin los actos de amor clandestinos en las trincheras? Efebos de todas las nacionalidades aliviaron a los sufridos combatientes muchos de los cuales murieron con una sonrisa en la boca y el miembro flácido colgándoles  fuera de los pantalones.
Hoy en día hay quien busca efebos mercenarios con quien desahogar los fluidos retenidos y lo hacen en lugares sin glamour, sin encanto, lugares de paso para almas anónimas que no dejan huella; en tal situación el acto pierde su condición de sublime pasando a ser un simple acto orgánico más como el orinar, defecar o sorberse los mocos.



Que te hagan una manual rápida y con mano temblorosa enguantada en látex en cualquier patio de butacas, hace perder todo el halo de romanticismo que una buena paja debería tener; da igual la procedencia o sexo de la mano en cuestión, la dirección de ejecución de la maniobra o la cadencia del bombeo masturbatorio pues el acto en si en  el  entorno inadecuado, pierde la esencia que esos momentos requieren. ¿Qué fue del susurro alentador? ¿Dónde quedó el aliento caliente sobre el cuello encendido? ¿Y de la falta del mordisqueo auricular que decir? Eso ni es paja ni es nada, a lo sumo podríamos considerarlo un simple vaciado de las sentinas.

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