Este
descrito que da título al presente relato surgió una noche al ir a empezar un
fuet, pero no un fuet cualquiera no, un Espetec de Casa Tarradellas ni más ni
menos, el mejor fuet del mundo mundial; un experto catador de fuets sabrá de
manera inmediata lo que tiene entre las manos a poco que sus papilas gustativas
entren en contacto con una pequeña porción de tan exquisito manjar. El grado de
mezcla de la carne, el punto exacto de sus especias, la densidad de sus extremos
y la porosidad de la tripa que contiene a toda la pieza, hacen de cada bocado
una fuente de estímulos para los sentidos.
Si
es su sabor lo que lo distingue del resto dejando un recuerdo que perdura pasadas
unas horas en toda la boca, acertar con la textura exacta es otro factor
fundamental para su disfrute; a este respecto las hay para todos los gustos
desde las más tiernas a las más curadas. Personalmente siempre me ha gustado un
punto tirante, ese que te obliga a trabajarlo en la boca extrayendo su jugo más
íntimo, dejando impregnado de él paladar y encías. Los fuets blandos no me van,
no tienen fuerza ni ofrecen resistencia al ser masticados, son como una
carrillada de miembros flácidos, como el pene de un niño de mente aun inocente
y virginal, como el glande de un ángel.
Una
vez sugerido el título resultado de un flash neuronal, una duda queda en el
aire ¿tendrán glande los ángeles? De tenerlo nadie debe haberlo visto dado que
tales seres siempre se muestran ocultando sus partes pudendas entre nubecillas
de algodón, pañales de gasas inmaculadas o cintas agitadas por un viento
celestial. Para mi que los ángeles no deben tener sexo y así, careciendo de esa
parcela que tantos conflictos ha traído a la humanidad, quedan exentos de
luchas hormonales internas; con la lívido apagada son libres de muchos pecados
terrenales como la lujuria, el deseo prohibido, la infidelidad, la traición…
pues ya se sabe que los pecados de la carne son dulces mientras los cometes
pero luego siempre acaban teniendo consecuencias amargas.
Un
buen fuet con la textura adecuada tiene el atractivo de un bastón de mando imperial,
su aroma nos traslada a campiñas silvestres donde la naturaleza invade cada
rincón del entorno; su sabor nos traslada al pueblo de la abuela donde las
tradiciones se mantienen y la pureza de espíritu aun persiste, el canto de un
gallo al amanecer, el andar cansino de los rebaños o las gentes sentadas a la
puerta de sus casas en los atardeceres estivales marcan un tempo diferente al
de las grandes ciudades y eso marca una impronta en sus productos y forma de
ser que el urbanita perdió hace mucho.
Así
pues el acto de echarse a la boca una sección de fuet, por pequeña que esta
sea, es un ritual que no debe hacerse sin más, el acto requiere de unos
preparativos en los que el acompañamiento también merece una atención; las
secciones deben tener su justo grosor para que al ser masticadas, su pulpa sea
apreciada entre los dientes con la resistencia justa.
Invito
al sufrido lector a echar mano de un buen fuet, a ser posible del elogiado en
estas líneas, acompañado de una copa de vino tinto, yo lo prefiero dulce, unas
rebanadas de pan que armonicen con el producto una vez trituradas entre los
dientes… Todo el acto gastronómico debe ser esperado, disfrutado y recordado
como uno de los momentos sublimes del día, solo así haremos un homenaje como se
merece a tan exquisito manjar.
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