Así eran sus besos, desprendidos, formales, sin interés. El
contacto breve de sus labios en mis mejillas era toda una demostración de
intenciones, estériles y anodinas estas, no mostraban ningún atisbo de
sentimiento y sin embargo ella era la misma persona de siempre. Quizás no
fueran sus besos sino las impresiones que él tenía sobre los mismos las que
habían cambiado, aquellos besos habían perdido el fuego del pasado y un manto
de olvido parecía haberse instalado en su persona.
Su vida había sido complicada con una esfera social limitada,
la alegría de juventud hacía mucho que había desaparecido y un rictus de
amargura siempre sobrevoló a su figura; la veía casi a diario permaneciendo en
la ignorancia mutua la mayoría de las veces, rara vez cruzaban alguna palabra y
cuando estas llegaban eran pura cortesía. Vivían mundos diferentes, realidades
diferentes, recuerdos diferentes; sus círculos nunca se cruzaron por lo que
consumían sus vidas caminando por senderos separados.
Cada jornada era idéntica a la anterior y a las venideras,
nada cabía esperar por tanto que las diferenciara; daba igual el día, mes o año
pues nada cambiaba y como autómatas, se relacionaban sin verse, sin mirarse
siquiera. Solo en dos momentos al año, Navidad y vacaciones, podía romperse su
férrea indiferencia, en ellos sus pieles volvían a rozarse con gestos de
compromiso, instalando nuevamente sus respectivos firewall tras el fugaz
contacto.
Ni en los momentos más críticos de sus vidas hubo acercamiento
entre ambos, su lejana historia en común flotaba en un limbo como si nunca
hubiera existido y quizás nunca lo hizo, ya lo dudaba; las imágenes de entonces
fueron borradas por el paso del tiempo y tan solo chispazos de nostalgia
surgían de vez en cuando entre sus marchitas neuronas. El paso del tiempo había
cebado el olvido de una historia que nunca fructificó, la distancia social
entre ambos había roto unos lazos cuyos nudos nunca llegaron a afianzarse, la
cautela del qué dirán acabó con sus ilusiones sin apenas darse cuenta pues un
férreo muro se levanto entre ellos de un día para otro sin tiempo para
reaccionar.
Sus besos apáticos le hirieron durante años, con el tiempo un
sutil manto de indiferencia lo envolvió llegando a ignorarla, ya no la veía aun
teniéndola delante y su mente voló a otras costas, a otras tierras donde amores
mercenarios le devolvieron el brillo perdido en la mirada, donde el abrazo
buscado era correspondido, donde los besos furtivos volvían a cobrar
significado.
La negrura de la crisis se instaló en aquel barrio por donde
se movían, por donde se veían aun sin apenas relacionarse y todo el castillo de
sus vidas, al igual que las de otros, empezó a desmoronarse. Los caminos de la
incertidumbre por los que transitaban sus existencias se tambaleaban sin
encontrar un punto seguro al que asirse; los pocos restos de su breve historia
lejana desaparecieron como azucarillos disueltos en el café y ni tan siquiera
los posos de este dejaron testimonio de aquellos días de amor fugaz.
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