sábado, 3 de enero de 2015

BESOS APÁTICOS

Así eran sus besos, desprendidos, formales, sin interés. El contacto breve de sus labios en mis mejillas era toda una demostración de intenciones, estériles y anodinas estas, no mostraban ningún atisbo de sentimiento y sin embargo ella era la misma persona de siempre. Quizás no fueran sus besos sino las impresiones que él tenía sobre los mismos las que habían cambiado, aquellos besos habían perdido el fuego del pasado y un manto de olvido parecía haberse instalado en su persona.

Su vida había sido complicada con una esfera social limitada, la alegría de juventud hacía mucho que había desaparecido y un rictus de amargura siempre sobrevoló a su figura; la veía casi a diario permaneciendo en la ignorancia mutua la mayoría de las veces, rara vez cruzaban alguna palabra y cuando estas llegaban eran pura cortesía. Vivían mundos diferentes, realidades diferentes, recuerdos diferentes; sus círculos nunca se cruzaron por lo que consumían sus vidas caminando por senderos separados.

Cada jornada era idéntica a la anterior y a las venideras, nada cabía esperar por tanto que las diferenciara; daba igual el día, mes o año pues nada cambiaba y como autómatas, se relacionaban sin verse, sin mirarse siquiera. Solo en dos momentos al año, Navidad y vacaciones, podía romperse su férrea indiferencia, en ellos sus pieles volvían a rozarse con gestos de compromiso, instalando nuevamente sus respectivos firewall tras el fugaz contacto.

Ni en los momentos más críticos de sus vidas hubo acercamiento entre ambos, su lejana historia en común flotaba en un limbo como si nunca hubiera existido y quizás nunca lo hizo, ya lo dudaba; las imágenes de entonces fueron borradas por el paso del tiempo y tan solo chispazos de nostalgia surgían de vez en cuando entre sus marchitas neuronas. El paso del tiempo había cebado el olvido de una historia que nunca fructificó, la distancia social entre ambos había roto unos lazos cuyos nudos nunca llegaron a afianzarse, la cautela del qué dirán acabó con sus ilusiones sin apenas darse cuenta pues un férreo muro se levanto entre ellos de un día para otro sin tiempo para reaccionar.

Sus besos apáticos le hirieron durante años, con el tiempo un sutil manto de indiferencia lo envolvió llegando a ignorarla, ya no la veía aun teniéndola delante y su mente voló a otras costas, a otras tierras donde amores mercenarios le devolvieron el brillo perdido en la mirada, donde el abrazo buscado era correspondido, donde los besos furtivos volvían a cobrar significado.


La negrura de la crisis se instaló en aquel barrio por donde se movían, por donde se veían aun sin apenas relacionarse y todo el castillo de sus vidas, al igual que las de otros, empezó a desmoronarse. Los caminos de la incertidumbre por los que transitaban sus existencias se tambaleaban sin encontrar un punto seguro al que asirse; los pocos restos de su breve historia lejana desaparecieron como azucarillos disueltos en el café y ni tan siquiera los posos de este dejaron testimonio de aquellos días de amor fugaz.

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