Días de amanecer turbio en los que el vientre maltrecho
amenaza con verter su contenido fecaloide, putrefacto y maloliente; mañanas
grises de actividad incierta e indeseada con final nefasto; jornadas aciagas de
haceres torcidos y resultados penosos.
El retortijón malévolo se clava en tus
adentros y amenaza la integridad de un cuerpo adoctrinado en el sufrimiento y
el abandono; el mal con un zarpazo traicionero, rasga epiplones y agudiza la
precariedad de unas vísceras huidizas y temerosas, carnes pútridas que rezuman
jugos apestosos y viscosos, cuya enjundia repele a los ojos vírgenes de
sufrimiento.
El niño de carnes tiernas, víctima propiciatoria de la
lascivia mundana, vive su inocencia ajeno a la inmundicia que le rodea; en sus juegos
infantiles no hay espacio para la maldad que arraiga en almas maduras, ojos
claros reflejan la pureza de su espíritu pero en un tiempo no muy lejano el
vicio y la corrupción rondarán su fortaleza y tan solo una férrea voluntad
asentada en unos firmes principios, salvarán a ese niño tierno e inocente de
caer en las profundidades del averno.
Y junto a la carretera corretea indeciso un cachorro
desorientado, horas antes la puerta de un vehículo se cerró tras él dejándolo
solo en un entorno hostil y desconocido; mira a un lado y a otro buscando a sus
amos pero estos no regresarán pues van camino de una ciudad costera donde
pasarán sus vacaciones, aquella bola peluda que fue recibida con mimos y
voluntades, hoy se ha convertido en una molestia de la que hay que deshacerse.
Asustado y hambriento mira desde la cuneta a un tráfico rodado que indiferente
a su existencia, pasa fugaz a escasos metros de él.
La pelota fue rodando entre los juncos y tras ella, un
chicuelo de rubios cabellos con la cara sucia y una camiseta raída apareció
nervioso; sus tripas no andaban bien aquella mañana y caminaba con cautela
entre la espesura del monte bajo, media sus pasos y evitaba posturas forzadas a
riesgo de provocar una fuga indeseada. Hasta él llegaba el rumor del tráfico dada
la proximidad de la carretera, este aumentaba a medida que avanzaba entre la
maleza en busca de su pelota; un gemido lastimero llegó hasta sus oídos sin una
procedencia determinada, curioso avanzó buscando su origen. Unos metros más
allá y con la calzada ya a la vista, dos ojos saltones sobre una bola de pelo
negro llamaron su atención, agazapado y tembloroso el pequeño cachorro seguía
esperando a sus amos.
Se acercó despacio pronunciando palabras suaves para
tranquilizar al pequeño can, poco a poco llegó a su altura y se agachó para
acariciarlo, craso error pues a medida que se inclinaba sobre el diminuto
chucho, sus esfínteres perdieron la compostura abriendo las puertas de sus
partes más íntimas, a través de las cuales tras una pedorreta quejumbrosa, un
torrente de materia fecal semiviscosa y maloliente, brotó como un surtidor
impregnando sus cortos pantalones y resbalando por sus enclenques piernecillas.
Ante aquel sonoro retortijón que acompañó a la espontánea cagada, el cachorro
se sobresaltó e inició la huida entre los juncos en dirección a la carretera.
Los vehículos circulaban a gran velocidad, turismos,
furgonetas, camiones pesados pasaban fugaces como un suspiro; el asustado
cachorro llegó al borde del asfalto y se detuvo ante el cambio de terreno,
olisqueó aquella superficie oscura y caliente lleno de curiosidad, tras él oyó
al chiquillo que ante su incontrolada deposición, lloraba de impotencia. La
barrera de juncos se agitó ante la llegada del crío que a trompicones, apartaba
aquella selva lineal y fibrosa que le cerraba el paso, al poco nuevamente sus
miradas se cruzaron.
La bola de pelo con ojos saltones y cuerpo tembloroso, se
sobresaltó ante la llegada de aquel ser fétido y lloroso. Lleno de espanto
salió corriendo entre los matojos invadiendo el negro asfalto quedando inmóvil
en tierra de nadie, tras él salió corriendo el chicuelo en un intento por
atraparlo y en la inercia de la carrera también saltó al asfalto, más pendiente
del cachorro que del verdadero peligro que allí acechaba. Allí quedaron los dos
a merced de un tráfico despiadado que a velocidad de vértigo, pasaba junto a
sus cuerpos; el camión tráiler surgió en un cambio de rasante, poco a poco su
tamaño fue aumentando a medida que se les venía encima, el frenazo hizo saltar
chispas dejando un reguero de goma negra adherido a la calzada.
Todo ocurrió en un instante, la cabeza del camión apenas notó
el golpe al pasar sobre los diminutos seres; cuando al fin consiguió detenerse
atrás quedó una masa informe de carne, huesos, pelo y mierda. Los ojos saltones
perdieron su brillo y apagaron su mirada, por su parte del chicuelo de rubios
cabellos y tez enmarañada, apenas si quedó algo reconocible; allí, sobre el
asfalto, quedaron los restos de dos vidas que apenas iniciaban su andadura, allí
acabaron muchas esperanzas, allí murieron unos sueños que ya nunca podrían
alcanzarse pero la vida siguió rodando por aquella carretera.
La realidad es dura. Ese instante de amistad es eterno.
ResponderEliminarPero a veces es tan breve...
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