sábado, 17 de enero de 2015

MUERTO EL PERRO, MUERTA LA RABIA

Ya lo venía diciendo el famoso refrán “Muerto el perro, muerta la rabia”, es una solución rápida y eficaz de erradicar los males pues hay ocasiones en las que no vale la pena plantearse la posible recuperación; cuando el mal invade la mente y esta toma el mando del proceder en un cuerpo esclavo, poco podemos hacer ya con lisonjas y paños calientes por muy buenas que sean nuestras intenciones.

Cuando el mal se enraíza en la mente y hace perder la coherencia y el sentido común, cuando este toma el mando y anula la voluntad siendo la de otros la que domina, cuando hace perder las prioridades anteponiendo unas creencias manipuladas a la razón, la familia, el trabajo… ya hemos llegado tarde y cualquier intento de recuperación está condenado al fracaso.

Los portadores de este mal, endémico en los últimos tiempos, que muchas veces permanece dormido a la espera del estímulo u orden que lo saque de su letargo, viven entre nosotros pasando desapercibidos; hacen una vida normal, se mueven en nuestros ambientes, viven en nuestros barrios, los saludamos en la escalera y un día sin nada aparente que lo motive, cambian y se radicalizan, abandonan sus costumbres y adquieren un modo de vida muy diferente al del país en el que viven, retornan a sus ancestros con la idea grabada a fuego de encontrar el paraíso a través de la sangre, la suya y la de otros.


Tras una semana de luto, llantos, reuniones al más alto nivel y un sinfín de condenas desde todos los puntos del planeta, las aguas vuelven a su cauce hasta que un nuevo revés vuelva a agitar la vida de millones de ciudadanos que, ajenos a los conflictos que se desarrollan allende de sus tranquilos barrios, se rasguen nuevamente las vestiduras ante la barbarie de unos pocos.

Es curioso que una vez cazadas las presas, casi todas tengan antecedentes o sean viejas conocidas de las fuerzas de seguridad, da igual el país en el que esto ocurra pues en todos se da esta circunstancia; unas están recién salidas de la cárcel, otras lo estuvieron en tiempos no muy lejanos, de algunas se sabe hicieron turismo yihadista en campos de entrenamiento perdidos en países tercermundistas y de otras se conocen sus trayectorias radicales. Ante esta realidad contrastada habría que reflexionar a la hora de pensar en la permisimidad de nuestro sistema judicial pues está claro, a la vista de los resultados, que cuanto más civilizados y democráticos somos, más fácil lo tienen estos individuos para burlarse de las leyes y evitar el matarile.

A un perro rabioso por mucho que lo encierres y lo mantengas aislado, que no es el caso, no le curas la enfermedad; tan solo lo alimentas, le das descanso para que coja fuerzas y tiempo para meditar estrategias nuevas  que nunca acaban bien pues en cuanto salen ahí tenemos los resultados. Sin darnos cuenta unos pocos que en realidad son muchos miles, están haciendo resurgir  las Cruzadas por la fe verdadera enfrentando religiones que de seguir los preceptos que promulgan deberían convivir en paz.


Estos muyahidines de fe envenenada por sus enfermizos y radicales imanes, dispuestos a morir por la causa de Alá, que no se sabe muy bien cual esta, andan entre nosotros con sus kalashnikovs  y sus chalecos bomba hasta que un buen día se levantan con el morro torcido y deciden usarlos; intentan que su paso al paraíso sea lo más rimbombante  posible, a poder ser con cámaras y taquígrafos presentes para darle más boato a la funesta escena;  balbuceando frases coránicas que nadie entiende y en un estado de enajenación estéril  creen convertirse en mártires de la yihad, nada más lejos de la realidad. Ni su Alá se digna mirar sus despojos humanos.


Los hermanos Kouachi (Said y Chérif) y Amedy Coulibaly han sido tres más de estos descerebrados lobos solitarios que en su locura religiosa, se han llevado por delante a un puñado de franceses; ahora ha sido París, hace diez años fue en Madrid y más tarde en Londres, hemos cambiado nuestro terrorismo casero por otro venido de Oriente, más fanático, más sangriento pero igual de inútil.


Si ellos quieren ser la cimitarra, seamos nosotros la espada que los destripe pero hagámoslo ya en sus nidos, sin esperar a que actúen, arranquemos de cuajo la  semilla del terror antes de que germine, no les demos opciones no son nuestros iguales y por tanto no merecen nuestros derechos, de hecho no merecen ninguno y al dárselos estamos cavando nuestra propia tumba. Si al final hemos de arrepentirnos de algo, hagámoslo de lo no hecho y no al contrario, acabemos con esta lacra y si para ello han de desaparecer de forma “socialmente incorrecta” no lo dudemos y apliquemos otro conocido refrán “Quien da primero, da dos veces”.

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