Ya lo venía diciendo el famoso refrán “Muerto el perro, muerta la rabia”, es una solución rápida y eficaz
de erradicar los males pues hay ocasiones en las que no vale la pena plantearse
la posible recuperación; cuando el mal invade la mente y esta toma el mando del
proceder en un cuerpo esclavo, poco podemos hacer ya con lisonjas y paños
calientes por muy buenas que sean nuestras intenciones.
Cuando el mal se enraíza en la mente y hace perder la
coherencia y el sentido común, cuando este toma el mando y anula la voluntad
siendo la de otros la que domina, cuando hace perder las prioridades
anteponiendo unas creencias manipuladas a la razón, la familia, el trabajo… ya hemos
llegado tarde y cualquier intento de recuperación está condenado al fracaso.
Los portadores de este mal, endémico en los últimos tiempos,
que muchas veces permanece dormido a la espera del estímulo u orden que lo
saque de su letargo, viven entre nosotros pasando desapercibidos; hacen una
vida normal, se mueven en nuestros ambientes, viven en nuestros barrios, los
saludamos en la escalera y un día sin nada aparente que lo motive, cambian y se
radicalizan, abandonan sus costumbres y adquieren un modo de vida muy diferente
al del país en el que viven, retornan a sus ancestros con la idea grabada a
fuego de encontrar el paraíso a través de la sangre, la suya y la de otros.
Tras una semana de luto, llantos, reuniones al más alto nivel
y un sinfín de condenas desde todos los puntos del planeta, las aguas vuelven a
su cauce hasta que un nuevo revés vuelva a agitar la vida de millones de
ciudadanos que, ajenos a los conflictos que se desarrollan allende de sus
tranquilos barrios, se rasguen nuevamente las vestiduras ante la barbarie de
unos pocos.
Es curioso que una vez cazadas las presas, casi todas tengan
antecedentes o sean viejas conocidas de las fuerzas de seguridad, da igual el
país en el que esto ocurra pues en todos se da esta circunstancia; unas están
recién salidas de la cárcel, otras lo estuvieron en tiempos no muy lejanos, de
algunas se sabe hicieron turismo yihadista en campos de entrenamiento perdidos
en países tercermundistas y de otras se conocen sus trayectorias radicales.
Ante esta realidad contrastada habría que reflexionar a la hora de pensar en la
permisimidad de nuestro sistema judicial pues está claro, a la vista de los
resultados, que cuanto más civilizados y democráticos somos, más fácil lo
tienen estos individuos para burlarse de las leyes y evitar el matarile.
A un perro rabioso por mucho que lo encierres y lo mantengas
aislado, que no es el caso, no le curas la enfermedad; tan solo lo alimentas,
le das descanso para que coja fuerzas y tiempo para meditar estrategias
nuevas que nunca acaban bien pues en
cuanto salen ahí tenemos los resultados. Sin darnos cuenta unos pocos que en
realidad son muchos miles, están haciendo resurgir las Cruzadas por la fe verdadera enfrentando
religiones que de seguir los preceptos que promulgan deberían convivir en paz.
Estos muyahidines de fe envenenada por sus enfermizos y
radicales imanes, dispuestos a morir por la causa de Alá, que no se sabe muy
bien cual esta, andan entre nosotros con sus kalashnikovs y sus chalecos bomba hasta que un buen día se
levantan con el morro torcido y deciden usarlos; intentan que su paso al
paraíso sea lo más rimbombante posible,
a poder ser con cámaras y taquígrafos presentes para darle más boato a la funesta
escena; balbuceando frases coránicas que
nadie entiende y en un estado de enajenación estéril creen convertirse en mártires de la yihad,
nada más lejos de la realidad. Ni su Alá se digna mirar sus despojos humanos.
Los hermanos Kouachi (Said y Chérif) y Amedy Coulibaly han
sido tres más de estos descerebrados lobos solitarios que en su locura
religiosa, se han llevado por delante a un puñado de franceses; ahora ha sido
París, hace diez años fue en Madrid y más tarde en Londres, hemos cambiado
nuestro terrorismo casero por otro venido de Oriente, más fanático, más
sangriento pero igual de inútil.
Si ellos quieren ser la cimitarra, seamos
nosotros la espada que los destripe pero hagámoslo ya en sus nidos, sin esperar
a que actúen, arranquemos de cuajo la
semilla del terror antes de que germine, no les demos opciones no son
nuestros iguales y por tanto no merecen nuestros derechos, de hecho no merecen
ninguno y al dárselos estamos cavando nuestra propia tumba. Si al final hemos
de arrepentirnos de algo, hagámoslo de lo no hecho y no al contrario, acabemos
con esta lacra y si para ello han de desaparecer de forma “socialmente
incorrecta” no lo dudemos y apliquemos otro conocido refrán “Quien da primero, da dos veces”.
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