La
curia anda revolucionada con las drásticas medidas impuestas por el Papa
Francisco contra las sotanas de rabo inquieto, el pontífice está dispuesto a no
dejar títere con cabeza si este ha puesto sus manos sobre mocito virginal. El
abre-nueces papal está listo para empezar a romper glandes impuros cuyas
poluciones manchan la inmaculada imagen de la iglesia, la Santa Sede ha
promulgado la tolerancia cero con el deseo carnal de sus célibes miembros y la caza de brujas
ha dado comienzo.
Las
denuncias han empezado a llegar y se espera que lo sigan haciendo desde cualquier rincón del mundo pues los
desmanes parece que han tenido lugar a lo largo de todo el planeta Tierra; los reverendos
picha-brava amparados bajo el paraguas de la iglesia han abusado de la
confianza y el respeto que muchos jóvenes han depositado en sus figuras a lo
largo de la historia; estos, blandos de aptitud y escasos de respuesta, se han
dejado manosear las partes pudendas en aras de una supuesta fe cristiana.
Los
del alzacuello, sintiéndose inmunes a las leyes terrenales, han dado rienda
suelta a su pecaminosa pasión posando sus tentáculos sobre imberbes corderillos
a los cuales, pillados por sorpresa, han sabido anular de voluntad; tiernos
jovencillos han visto sus carnes mancilladas por los báculos bendecidos de sus
pastores que con juegos y falsas promesas, han ido creando un jugoso rebaño.
Lobos
y corderos han ocultado sus desmanes a lo largo de décadas, sus juegos amorosos
prohibidos han campado sin freno en sótanos y alcobas clandestinas, los
mariposeos eclesiásticos marcaron la vida de muchas almas cuyas existencias ya
no levantaron el vuelo y por mucho que flagelen sus espaldas en pos de cubrir
su cupo de penitencia, los cuerpos desnudos que viven bajo las rancias sotanas
arden de deseo mal contenido.
Muchos
de los niños abusados, hoy hombres de pelo en pecho, descubren con vergüenza
muchos años después sus prácticas incestuosas y malsanas; el mundo los mira con pena e intenta vengarlos
cargando las tintas contra aquellos que con la cruz colgando de su pecho,
blandían sus miembros erectos como espadas celestiales. Un ejército clandestino
nutriéndose de amor impuro, una lucha entre el bien y el mal ganada por las
tinieblas, un discurso bíblico con el que embaucaron a sus víctimas sin darles
tregua.
Hoy
por fin parece que las cosas empiezan a cambiar, la cúpula papal ya no los
ampara ni los protege, no los oculta ni mira para otro lado, no los justifica
ni los mantiene en su puesto; hoy por fin se los denuncia y persigue, se les
busca en los rincones más remotos, se les localiza y se les entrega; hoy las
cosas están cambiando pero ¿se llegará hasta el fondo del complot amatorio? ¿Hasta
donde estarán dispuestos a tirar de la manta? Los próximos tiempos nos darán la
respuesta.
Y
mientras esa respuesta llega y nuevos miembros de la cruz se unen al grupo de lobos
enjaulados, las congregaciones deberán abrir sus ventanas dejando salir el aire
viciado que durante años ha ido acumulándose en sus celdas y receptáculos. Los
que en su día blandieron glande turgente frente a pieles inocentes, los que
jugaron al pilla pilla en baños y pasillos, los que practicaron la guerra de
almohadas entre risas y roces de sus partes viriles… todos ellos serán
desenmascarados y sus vergüenzas exhibidas en público.
La
hora del capón ha llegado y con ella unas tenazas divinas bajarán a la tierra e
iniciarán su particular poda; ningún pastor descarriado podrá ocultar las
partes pecaminosas entre sus ingles, estas serán cercenadas en una vorágine de
sangre y llanto pero ya no habrá tiempo para el perdón ni el arrepentimiento,
este habrá pasado a un segundo plano y la venganza alada descenderá desde los
cielos vengadores anticipándose a la justicia de los hombres.
Al
grito de ¡Pedofilia Habemus! Los ángeles justicieros segarán de cuajo la lívido
lujuriosa de quien debía contenerla entre sus faldones negros, sus bocas
temblorosas se abrirán en un gesto de espanto escupiendo espuma y babas
sanguinolentas mientras sus manos, crispadas por el horror y el mido al castigo,
intentarán en vano evitar que la vida se les escape por la entrepierna.
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