Se veían de tanto en tanto, mucho
menos de lo que él desearía; ella, ama de casa y profesional de prestigio,
siempre andaba muy atareada y no conseguía estirar el tiempo de sus jornadas,
su cabeza y sus proyectos iban a una velocidad muy superior a la de su horario
biológico. Últimamente estaban cambiando sus prioridades dándole un giro a su
vida, había puesto freno a su actividad laboral dedicando gran parte de sus
energías a enriquecer su espíritu y los resultados estaban surtiendo efecto.
Él llevaba un tiempo retirado de
la primera línea, su actividad universitaria había cesado y su espacio tiempo
tenía unas dimensiones particulares, no tenía horarios ni unas obligaciones concretas salvo las que él mismo se
imponía. A pesar de haber estado sin contacto durante muchos años, algo en sus
vidas había hecho que se esperaran el uno al otro aun sin proponérselo; todo
ese tiempo separados dejó de existir tras su primer reencuentro, una mirada y
una sonrisa fueron suficientes para borrar aquella larga ausencia.
Las pocas veces en las que se
veían el tiempo parecía detenerse, era como si una burbuja invisible los envolviera
aislándolos del entorno que les rodeaba y todo fuera ajeno a ellos dos. Se
conocían desde siempre, el pasado los unió de forma fugaz y caprichosa en sus
tiempos adolescentes y más de tres décadas después el vínculo entre ellos
seguía afianzándose aun en la distancia. Vivían mundos diferentes, distintas
realidades los separaban pero en algún punto del cosmos sin un espacio definido,
sus corazones latían al unísono, lazos invisibles los unían más allá del mundo
físico por el que corrían sus existencias.
El día que al fin volvieron a
encontrarse fue un momento mágico, el marco en el que lo hicieron fue el
acertado, una emblemática plaza de la ciudad, discreta y señorial que mantenía
reminiscencias del pasado en el que a lomos de un ciclomotor, surcaron todas
las callejuelas del casco urbano. Sus primeras miradas los conectaron como el
primer día en el que se vieron cruzando una calle; atropelladamente intentaron
ponerse al día de sus vidas a pesar de que la red ya había abierto el camino en
meses previos, sus ojos se buscaron brillando como luceros en la noche mientras
las palabras no dejaban de brotar de sus bocas sedientas de noticias.
El cine era una de sus pasiones
pero la lectura la superaba, hablaron de libros y películas vistas y por ver,
de viajes hechos y por realizar, de sueños vividos o anhelados, de sus
trabajos, sus familias, sus lugares de residencia pero sobre todo hablaron de
ellos, de sus vidas, sus problemas y sus logros, sus historias pasadas y sus
trayectorias hasta ese día, y como no de sus momentos en común en un pasado
remoto, de sus antiguas amistades, de sus escarceos amorosos… momentos mágicos
con los que crecieron y se hicieron adultos, momentos a veces difíciles que
aprendieron a superar; ella fue mucho para él pero entonces no lo supo apreciar
en toda su medida no obstante, su impronta quedó grabada en lo más profundo de
su ser. Un día sin saber muy bien por qué dejaron de verse, de llamarse, quizás
también de pensarse y entraron en un vacío común que se prolongó en el tiempo.
Hoy lo recordaban todo entre
miradas cómplices y medias sonrisas, recordaban sus besos furtivos y
apasionados a los pies de una tapia carcelaria, sus tardes de copas en locales
a media luz perdidos por la ciudad, sus antiguos amigos y compañeros de
correrías hoy desaparecidos de sus vidas; los momentos vividos pasaban por sus
mentes como fugaces clichés de videos nostálgicos, en ellos rememoraban sus
“instantes” vividos en común, recordaban sus cortas e intensas historias
adolescentes y se recreaban en sus más mínimos detalles mientras compartían una
bandeja de salazones y una ensalada, en la pequeña cafetería de un noble edificio
lleno de historia junto a la que a partir de ese día sería su plaza.
Aquel primer encuentro debía ser
el primero de otros muchos pero la chispa de aquella primera mirada después de
tantos años fue especial, esperada durante mucho tiempo, deseada desde la aparición
de la primera foto en la web, anhelada desde la primera llamada telefónica.
Todo confluía hacia aquel primer encuentro, los astros, las estrellas, las
palabras pasadas, presentes y futuras, los libros leídos, las películas vistas,
la música oída; todo confluía ese día, en esa plaza, bajo ese sol, para que sus
historias volvieran a encontrarse en un camino que nunca debió perderse.
Cada vez que se vieran a partir
de aquel día, una burbuja virtual los mantendría unidos y aislados de todo,
solo ellos se verían ajenos al resto de las miradas, solo ellos se oirían
estando sordos al murmullo que les rodeara, vivirían un mundo dentro de otro
mundo en el que sin tapujos ni cortapisas abrirían sus corazones y sus mentes,
pensando y latiendo en una misma dirección. Allí donde estuvieran, crearían su
isla y en ella vivirían su mundo paralelo.
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