sábado, 13 de diciembre de 2014

LA TIENDA DEL ABUELO

Allí reparaban cuerpos torcidos desde hacía casi un siglo, seguro estaba  que entre sus antepasados habría algún cirujano barbero impulsor de la profesión de su familia; había crecido viendo a su abuelo crear los aparatos más estrambóticos para tratar las formas corporales más desbaratadas y difíciles, lo consideraba un alquimista de la restauración anatómica, un mago del enderezamiento óseo, un artista de la deformación a la cual vencía en numerosas ocasiones.

Allí se fabricaron en tiempos remotos juguetes de hojalata y un sinfín de material clínico, cuando este era pura artesanía y un espéculo se consideraba una pieza apreciada; de  sus manos y antes de ellas de las de sus ancestros, salieron piezas muy elaboradas que llegaron a ser las joyas de los quirófanos de la época, todo se hacía con una dedicación especial en aquellos tiempos, sin estar tan pendientes de los horarios como ocurre en la actualidad.

Eran tiempos de arduo trabajo y muchas privaciones, la postguerra trajo tiempos difíciles y en ellos intentaban sobrevivir manteniendo a flote un negocio peculiar heredado de  padres y abuelos; los materiales escaseaban y su naturaleza en nada semejaba a los actuales plásticos, metales o resinas. Cuero, hierro, maderas, algún textil y poco más, con eso se apañaban los artesanos de entonces en esto de fabricar aparatos correctores, el ingenio y la buena mano prevalecían a la hora de elaborarlos.

Con un país aislado de Europa tras la segunda gran guerra, el negocio quedaba fuera de la órbita de los avances que fueron teniendo lugar en los años venideros, viajar hasta los lugares donde se desarrollaban era algo impensable para la precaria economía de la familia y por tanto en muchas cosas tuvieron que ser sus propios inventores, pioneros en una disciplina que empezaba a despuntar y en la que había mucho por innovar y descubrir.

Las gentes acudían a la tienda del abuelo a tratar sus dolencias: espaldas torcidas de difícil ignorar algunas con formas grotescas, cojeras irrecuperables que precisaban ser compensadas, aparatosas eventraciones que debían ser contenidas y devueltas a su interior, mutilaciones esperpénticas que esperaban su miembro artificial, gentes que habían perdido el anda y buscaban algo que les permitiera desplazarse, fracturas inestables en miembros y vértebras o simples dolores de postura; todos pasaban por la tienda del abuelo buscando remedios, a veces el milagro.

En los años 70 el negocio prosperó, empezaron a hacerse viajes de estudio, se asistía a congresos y certámenes, la ciencia empezó a fluir en un sector que se había visto aislado durante muchos años; se salió fuera de nuestras fronteras y el intercambio de ideas, el ver lo que otros hacían y como lo hacían, el descubrimiento de nuevas técnicas de fabricación, la aparición de nuevos materiales, la globalización del sector… hicieron que éste diera un salto cualitativo asentándose como disciplina. Ya con los 80 vino el salto de los océanos, Estados Unidos era otro mundo, visitar la cuna de algunos dispositivos míticos como Milwakee, Boston o Atlanta fue todo un sueño hecho realidad aunque una vez allí podías darte cuenta, no sin satisfacción, que ellos tenían más medios pero no más ideas o ingenio, lo que allí se hacía no distaba mucho de lo hecho en la vieja Europa.

La electrónica entró con fuerza en el sector aplicándose a un buen número de dispositivos antes impensables; sillas, camas, prótesis y otros artilugios se vieron beneficiados por esta nueva incorporación apareciendo nuevos artículos avanzados y atractivos que mejoraron la autonomía y autoestima de muchos usuarios. La tienda del abuelo dejó de ser un simple taller artesanal y pasó a convertirse en establecimiento de servicios en el que no solo se hacían aparatos a medida, también se valoraba, asesoraba y formaba tanto a clientes como a profesionales; el negocio había cambiado.


El abuelo siempre estuvo presente aún cuando ya no estaba entre nosotros, su sombra y su recuerdo llenaban el aire que allí se respiraba a pesar del cambio de locales pues su espíritu reinaba en el ambiente del negocio más allá de su espacio físico. Los cuerpos torcidos con el tiempo dejaron de serlo y una nueva era tecnológica asumió el papel de los viejos artesanos sin cuya existencia esta no habría sido posible.


Hoy ya nada era como fue en el pasado, los tiempos de bonanza quedaron atrás hace mucho y la lucha contra los elementos y las circunstancias que estaba tocando vivir, ocupaba las veinticuatro horas del día tan solo para intentar seguir en la brecha y que los vientos negros del momento  no acabaran con más de un siglo de historia. El abuelo ya no lo vería.

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