Allí reparaban cuerpos torcidos desde hacía casi un siglo,
seguro estaba que entre sus antepasados
habría algún cirujano barbero impulsor de la profesión de su familia; había
crecido viendo a su abuelo crear los aparatos más estrambóticos para tratar las
formas corporales más desbaratadas y difíciles, lo consideraba un alquimista de
la restauración anatómica, un mago del enderezamiento óseo, un artista de la
deformación a la cual vencía en numerosas ocasiones.
Allí se fabricaron en tiempos remotos juguetes de hojalata y
un sinfín de material clínico, cuando este era pura artesanía y un espéculo se
consideraba una pieza apreciada; de sus
manos y antes de ellas de las de sus ancestros, salieron piezas muy elaboradas
que llegaron a ser las joyas de los quirófanos de la época, todo se hacía con
una dedicación especial en aquellos tiempos, sin estar tan pendientes de los
horarios como ocurre en la actualidad.
Eran tiempos de arduo trabajo y muchas privaciones, la
postguerra trajo tiempos difíciles y en ellos intentaban sobrevivir manteniendo
a flote un negocio peculiar heredado de
padres y abuelos; los materiales escaseaban y su naturaleza en nada
semejaba a los actuales plásticos, metales o resinas. Cuero, hierro, maderas,
algún textil y poco más, con eso se apañaban los artesanos de entonces en esto
de fabricar aparatos correctores, el ingenio y la buena mano prevalecían a la
hora de elaborarlos.
Con un país aislado de Europa tras la segunda gran guerra, el
negocio quedaba fuera de la órbita de los avances que fueron teniendo lugar en
los años venideros, viajar hasta los lugares donde se desarrollaban era algo
impensable para la precaria economía de la familia y por tanto en muchas cosas
tuvieron que ser sus propios inventores, pioneros en una disciplina que
empezaba a despuntar y en la que había mucho por innovar y descubrir.
Las gentes acudían a la tienda del abuelo a tratar sus
dolencias: espaldas torcidas de difícil ignorar algunas con formas grotescas,
cojeras irrecuperables que precisaban ser compensadas, aparatosas eventraciones
que debían ser contenidas y devueltas a su interior, mutilaciones esperpénticas
que esperaban su miembro artificial, gentes que habían perdido el anda y
buscaban algo que les permitiera desplazarse, fracturas inestables en miembros
y vértebras o simples dolores de postura; todos pasaban por la tienda del
abuelo buscando remedios, a veces el milagro.
En los años 70 el negocio prosperó, empezaron a hacerse
viajes de estudio, se asistía a congresos y certámenes, la ciencia empezó a
fluir en un sector que se había visto aislado durante muchos años; se salió
fuera de nuestras fronteras y el intercambio de ideas, el ver lo que otros
hacían y como lo hacían, el descubrimiento de nuevas técnicas de fabricación, la
aparición de nuevos materiales, la globalización del sector… hicieron que éste
diera un salto cualitativo asentándose como disciplina. Ya con los 80 vino el
salto de los océanos, Estados Unidos era otro mundo, visitar la cuna de algunos
dispositivos míticos como Milwakee, Boston o Atlanta fue todo un sueño hecho
realidad aunque una vez allí podías darte cuenta, no sin satisfacción, que
ellos tenían más medios pero no más ideas o ingenio, lo que allí se hacía no
distaba mucho de lo hecho en la vieja Europa.
La electrónica entró con fuerza en el sector aplicándose a un
buen número de dispositivos antes impensables; sillas, camas, prótesis y otros
artilugios se vieron beneficiados por esta nueva incorporación apareciendo
nuevos artículos avanzados y atractivos que mejoraron la autonomía y autoestima
de muchos usuarios. La tienda del abuelo dejó de ser un simple taller artesanal
y pasó a convertirse en establecimiento de servicios en el que no solo se
hacían aparatos a medida, también se valoraba, asesoraba y formaba tanto a
clientes como a profesionales; el negocio había cambiado.
El abuelo siempre estuvo presente aún cuando ya no estaba
entre nosotros, su sombra y su recuerdo llenaban el aire que allí se respiraba
a pesar del cambio de locales pues su espíritu reinaba en el ambiente del
negocio más allá de su espacio físico. Los cuerpos torcidos con el tiempo
dejaron de serlo y una nueva era tecnológica asumió el papel de los viejos
artesanos sin cuya existencia esta no habría sido posible.
Hoy ya nada era como fue en el pasado, los tiempos de bonanza
quedaron atrás hace mucho y la lucha contra los elementos y las circunstancias
que estaba tocando vivir, ocupaba las veinticuatro horas del día tan solo para
intentar seguir en la brecha y que los vientos negros del momento no acabaran con más de un siglo de historia.
El abuelo ya no lo vería.
Lindo articulo
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