De planta arrogante y
muy dado a gesticular, Benito tenía por doctrina la ley y el orden; criado en
el seno de una familia autoritaria sabía lo que era cumplir las reglas sin
rechistar, su padre militar retirado, siempre había dirigido la familia con mano dura siguiendo los
dictámenes de su conciencia de corte cuartelario. Desde niño Benito supo lo que
era cumplir los horarios y responsabilizarse por las tareas asignadas, aquel
grupo familiar formado por su madre y cuatro hermanos era una prolongación del
batallón bajo las órdenes de su severo progenitor.
Benito era travieso y
un poco déspota, consentido por su madre y acunado desde niño por sus tres
hermanas mayores, era de caprichos permitidos; había sacado el genio de su
padre y le gustaba mandar, llevarle la contraria o resistirse a sus demandas lo
encolerizaba, solo su padre sabía ponerlo en su sitio con tan solo una mirada.
Era de ideas extremas y ya con quince años se le notaba un aire dictatorial en
su forma de proceder; junto con sus dos inseparables amigos Adolfo y Paco el
gallego, siempre andaba molestando a las minorías de su entorno.
Sus ideas derivaban a
derechas, en ciertos aspectos cumplía los cánones del buen facha, una voz manda
y el resto obedece, tenía poder de convicción y ya desde muy joven sabía defender
con argumentos bien fundamentados su forma de proceder, sabía enganchar con su
labia a propios y extraños por eso no era raro que la gente se parara a
escuchar el discurso de aquel joven. Adolfo no se quedaba atrás en sus
prácticas extremistas y disfrutaba maltratando animales, su especialidad era el
gato embreado, el animal salía corriendo llevando atado a la cola un manojo de
ramas impregnadas en grasa ardiendo; en otro de sus juegos metían algún bicho
en una caja a la que habían adaptado una manguera que conectaban al tubo de
escape de un viejo scooter. Benito se admiraba con la crueldad de su amigo
Adolfo.
Por su parte Paco era
el más quieto de los tres, era menos de manifestar su doctrina interior, muy
amigo de misas y rezos, costumbre inculcada por su madre desde pequeño, cumplía
diariamente con su templo parroquial. Como hombre de talla corta tenía mala
leche innata la cual purgaba en explosiones de ira en momentos puntuales sin un
detonante concreto, era de estallar tras un progresivo enrojecimiento de su
facies.
Aquel trio apocalíptico
eran el germen de algo no muy definido pero que asustaba y Benito llevaba la
voz cantante de su temible ideario; tenían sus seguidores pues como se ha dicho
las líneas de su doctrina calaban hondo en una masa humana descontenta que
vivía tiempos convulsos y ellos sabían aprovecharse de ese descontento para
fomentar sus ideas.
De gustos castrenses,
disfrutaban en los desfiles militares, eran muy de uniformes, armas y
estandartes; conocedores de un sinfín de himnos y cánticos de trinchera,
arengaban a las masas para que unieran sus voces a las suyas y así, todos
unidos, amenizaban los encuentros en solemne hermandad. Benito tenía aires de
grandeza y se imaginaba en un país fuerte y poderoso, libre de las masas
migratorias que según decía venían a esquilmar la riqueza de la patria, por
soñar soñaba con un territorio libre de vicios y hábitos malsanos donde
imperara el orden y las normas, sus normas.
Amante de las
condecoraciones, Benito tenía un buen número de medallas conseguidas en rastros
y anticuarios, las pertenecientes a los ejércitos del eje durante la II guerra
mundial predominaban en su colección; siendo como era de gustos bélicos, la
iconografía militar estaba presente en todos sus entornos íntimos aunque en
ocasiones también exteriorizaba sus inclinaciones con ropajes de estilo
castrense, sus colores eran el negro y el caqui.
Adolfo y Paco hacían
piña común con él formando un férreo triunvirato de cuyas mentes salían los
manifiestos más explosivos, ideas que bien postuladas convencían a muchos y
añadían adeptos a su causa; los tres mosqueteros esgrimían sus afiladas lenguas
con destreza y convicción llegando a lo más hondo de muchas almas desencantadas
con el sistema, sabían cómo sembrar en el fértil campo de cultivo en el que se
había convertido el país.
Alguien dio la voz de
alarma ante el giro que estaban dando los acontecimientos, aquel germen de
autoritarismo que crecía día a día, traía a la memoria de muchos, pasajes de un
funesto pasado, historias contadas por unos mayores hoy demenciados o muertos;
aquello que algunos sospechaban no podía estar volviendo a ocurrir pero la
realidad era la que era; en un mundo de libertades, las voces y las ideas eran
libres de manifestarse y ser expresadas, con ellas los sentimientos de una masa
ávida de ser guiada, que pedía soluciones a su descontento, que mostraba su
rechazo por la clase dirigente, que añoraba tiempos pasados… se dejaba
influenciar aun no siendo consciente de ello. Había que estar vigilante y
evitar que la mano negra volviera a cerrarse en un puño arrastrándolo todo a la
catástrofe una vez más pero para eso había que reaccionar ya, no había tiempo
que perder, se debían dar soluciones rápidas pero quien debía hacerlo, andaba
por el país en un estado catatónico, preocupándose más por sus problemas que
por los de las gentes a las que supuestamente representaban.
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