Este
podría ser un anuncio cualquiera de los miles que aparecen a diario en la
prensa escrita, recientemente leí uno que decía “vendo clítoris de segunda
mano” y quien lo puso se quedó tan ancha; es verdad que el anuncio en cuestión
tenía trampa y estaba basado en una encuesta ficticia realizada en Francia
según la cual el 89% de los franceses pensaba que se trataba de un modelo de
Toyota, pues alguien hubo que cayó en la trampa y se hizo eco de la noticia
saltando fronteras. A diario nos
bombardean con anuncios de lo más curioso e inverosímil pues el mundo de la
publicidad no tiene límites, vehículos con prestaciones prohibidas, productos
de belleza milagrosos que rejuvenecen y devuelven el vigor, preservativos que
aumentan el rendimiento sexual aunque seas un picha floja, electrodomésticos
que gestionan la vida doméstica sin el menor esfuerzo y así un largo etcétera.
Vivimos
en una sociedad consumista y todo el mundo ansía tener o mejorar lo que tiene
al precio que sea, los medios nos machacan con ofertas y nuevos productos
haciéndonos comprar muchas veces aquello que no necesitamos pero que cuando al
fin lo tenemos nos hace sentir mejor. Poco a poco vamos llenando nuestros
hogares y en estos, armarios y estanterías, de un sinfín de artículos de
segunda necesidad dejando de tener el valor que les atribuíamos una vez los
conseguimos; así pues querer hasta tener y una vez tenido pierde valor lo
querido.
La
crisis se ha ensañado con el tejido social en el cual sus miembros ven
impotentes la imposibilidad de alcanzar muchas veces, unos mínimos que les
permitan subsistir en condiciones aceptables ese supuesto estado de bienestar,
mientras tanto los anuncios siguen torpedeando nuestros sentidos, mostrándonos
lo inalcanzable, dando alas a la euro-ansiedad; ante la carencia nos
empequeñecemos y sacamos lo peor de cada uno, ese otro yo que llevamos dentro y
que a veces desconocemos nosotros mismos. Abres el buzón y junto con las
facturas, una cascada de propaganda cae en nuestras manos, enciendes la radio o
el televisor y más de lo mismo, espectaculares señoritas y caballeros nos
ofrecen los productos más inverosímiles prometiéndonos con su uso el oro y el
moro, entras en internet y los banners fluctúan ante nuestros ojos robándonos campo
en la pantalla y al final sales a la calle y allí te están esperando cientos de
vallas publicitarias deseosas de hipotecar tú vida.
La
sociedad consumista en la que vivimos no ceja en su empeño por vaciar nuestros
bolsillos pero no se ha dado cuenta de que muchos de ellos ya fueron vaciados
hace mucho; la miseria económica instalada en muchos hogares ha llevado a
algunas personas a venderse en porciones sin el menor miramiento, hecho
manifiesto en algunos anuncios ofreciendo riñones, hígados y otras piezas
corporales. Dicen que empezamos a remontar el vuelo pero el aire fresco tardará
en llegar a las familias y mientras este llega muchas de ellas sucumbirán
esperando la savia que les devuelva la vida.
La
esperanza en un horizonte calmado y estable no debe perderse pero cómo hacerlo
cuando uno no llega a fin de mes, cuando los
subsidios finalizan o amenazan con su conclusión, las facturas se
acumulan en los cajones, los trabajos no aparecen y si lo hacen son fugaces,
efímeros, de hola y adiós… cuerpo y
mente desfallecen en un caos descontrolado y apocalíptico, y en esta tesitura uno
acaba poniendo a la venta hasta el alma si es preciso.
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