Ya es triste que después de
toda una vida haciendo malabarismos para mantener un equilibrio coherente con
el entorno en que cada uno vive, después de todo un recorrido con más o menos
sinsabores en nuestro cotidiano caminar, después de superar etapas amargas y disfrutar
de otras más benévolas… llegues al final de tus días y te encuentres con la
tesitura de tener que decidir donde gozar de esa supuesta eternidad de la que
tanto nos han hablado en vida. Por lo que parece al final del camino este se
bifurca en dos según nos vienen diciendo desde niños, en función de nuestros
actos a lo largo de nuestra vida ese camino seguirá su curso bien por una
autopista confortable y bien asfaltada o bien por un camino tortuoso lleno de
baches y curvas vertiginosas; que nadie caiga en el error de tomar estas alegorías
eclesiásticas a pies juntillas pues a día de hoy, aún no se dé nadie que haya
podido ver con sus propios ojos o los de su alma, los carteles indicativos de
ambas direcciones y mucho menos hayan tenido la posibilidad de elegir qué
camino tomar si este realmente existe cosa que dudo, bueno no, estoy convencido
de que es una ilusión para entretener al personal.
Visto como está el patio y
los individuos que por él deambulan, me cuesta creer que todos estos estirados
de traje a medida y buenos modales tengan el lugar que les corresponde una vez
alcanzado el ansiado limbo; a mi corto entender elucubro que ese incierto limbo
debe ser como la nube virtual tan de moda en nuestro tiempo, allí cabe de todo
sin importar su condición, allí nadie sabe quién o cómo se organiza el espacio,
cuales son las preferencias, prioridades o requisitos para acceder, tan solo
subes y ahí te quedas hasta que algo o alguien te reclame. Se supone que ese
cielo o infierno divide a los buenos de los malos, a los pulcros de los
traviesos, a los rectos de los torcidos, a los limpios de corazón de las almas
oscuras y tenebrosas; que nadie piense que allí se nos espera o al menos se nos
espera con interés, que nadie crea ir a encontrar cuarenta vírgenes o fornidos
boys haciéndonos la ola en señal de bienvenida, nadie tiene un lugar reservado
a la diestra del jefe o del fogón, nada de querubines alados ambientando el
limbo con los acordes de sus harpas o flautines, nada de algarabía festivalera
y pieles húmedas; ni en uno ni en otro sitio hay nada de lo que uno a priori
pudiera llegar a pensar así que mejor partir sin planes preconcebidos.
Así pues como al principio se
decía, a la hora de coger ese último tren mejor ir con lo puesto, una vez
apagada la última chispa de vida bien a través del fuego o de inmundas larvas
gelatinosas, entraremos en lo que se supone es una nueva dimensión, un nuevo
estado, el inicio de un nuevo recorrido cuyo destino está aún por determinar. Puestos
a elegir todo el mundo se va confiando en llegar al cielo pero ¿acaso es ese el
sitio más adecuado? podríamos preguntarnos; si los hombres de ciencia por lo
general son agnósticos, las gentes del espectáculo llevan una vida disoluta, las
mujeres de la vida viven en supuesto pecado, la banca se ensaña con los
pueblos, los militares se saltan más de un mandamiento… ¿Qué nos queda entonces
para llenar ese bucólico limbo? ¿Peregrinos, anacoretas, santones, célibes y
gentes de clausura? Almas de triste deambular y poco más. Esa nube celestial a
la que las gentes de buen corazón llegan limpios de polvo y paja, debe ser un
remanso de paz y miradas puras aderezado con músicas sacras y bailes castos
donde la pulcritud y el sosiego deben imperar in eternum, es en ese lugar de dimensiones infinitas y horizontes
imposibles donde pedigüeños de almas limpias y constreñidas, sin un mal
pecadillo a sus espaldas, se arrastran por los plácidos prados del paraíso
celestial disfrutando de su ansiada y aburrida eternidad.
Una alegría apagada inunda
las sonrisas de esas almas serviles que tras una vida de sacrificios y privaciones,
buenas obras y mejores sentimientos, de darse a los demás sin por ello dejarse
dar…o quizás también, consiguen por fin llegar al paraíso prometido pero una vez
en él, no pueden evitar dudar de la bondad del lugar. ¿Cómo se estará en el
otro lado? Se preguntan unos y otros, ¿qué
tipo de eternidad será la vivida en eso que llaman infierno? Por
descarte allí deben ir a parar el resto de los mortales, aquellos cuyas obras
en vida no adquirieron el mérito suficiente para ser recibidos en el reino de
los cielos, aquellos que torcieron el camino o se adentraron por atajos
saltándose la moral y el bien hacer, los egoístas, envidiosos, los amigos de lo
ajeno, los adúlteros, evasores, timadores, mentirosos y otras aves de corral;
todos ellos como una gran hermandad entonarán desde el averno cánticos y salmos
diabólicos que acompañarán su caos infernal, dando algo de vidilla a su
candente transcurrir por las sombras de su destino.
Existe una creencia, no sé si
cierta, en la cual se habla de la continua fiesta y desenfreno en el que viven
los inquilinos del submundo tenebroso, cuyos vapores sulfurosos impregnan un
ambiente viciado de efluvios malsanos y adictivos en el cual, las almas
atormentadas danzan y danzan desinhibidas entre brumas y chorros de vapor, el
brillo de sus pieles húmedas los incita a aumentar el pecado que hasta allí los
llevó, las miradas lascivas inyectadas en vicios inconfesables son la tónica en
esa multitud de rostros autómatas que buscan el placer a cualquier precio sin
importarles donde o con quien encontrarlo. En la fiesta de los condenados nadie
escapa a la orgía de los sentidos y una vez perdido el pudor de los primeros
momentos, cada uno saca los instintos más primitivos de su ser imperando lo
peor de cada alma allí condenada; el submundo del placer sin sentimientos que
lo canalicen se convierte en el reino del mal, un mal alegre pero mal al fin y
al cabo, un reino necrófilo que se alimenta y recicla con las masas de seres
titubeantes que van llegando a diario para cumplir su condena eterna.
Arriba, en las alturas, el
plácido prado de nubes algodonosas es el escenario de un transcurrir melifluo y
sin sobresaltos, tanta es la bondad del lugar y tanta la tranquilidad que allí
impera que la sangre llega a espesarse y las almas que por allí deambulan son
de lento reaccionar, un manto invisible de sosiego y mansedumbre se instala
sobre todos aquellos que por sus buenas obras accedieron al reino de los cielos
pero en el fondo de sus almas se aburren, se aburren mucho y para su desgracia
saben a ciencia cierta que seguirán haciendo por toda la eternidad y es
entonces cuando sus mentes empiezan a atormentarse ante la duda de si habrá
valido la pena tanta corrección en su precaria vida terrenal, si habrá
compensado tanto sacrificio y renuncia, tanta negación ante la tentación
continua que la vida les presentaba….
Y mientras los de arriba
dudan sobre el lugar al que les ha tocado acceder, los de abajo siguen inmersos
en fuegos de artificio, humos de colores, aromas embriagadores, cuerpos
desinhibidos y placeres por descubrir sin llegar a preguntarse si aquello es
una fiesta de recepción o la antesala del verdadero infierno pues como decía el
chiste “para que la gente acuda primero hay que promocionarse, luego tiempo
habrá para conocer los detalles”.
Como decidirse llegado el
momento, desde siempre se nos ha enseñado que lo bueno va al cielo y lo malo a
los infiernos pero la decisión es difícil pues en uno u otro sitio pasaremos
nuestra particular eternidad; el verdadero aventurero es aquel que sin miedo y
sin mirar atrás, se lanza a lo desconocido en alas de alcanzar sus sueños,
muchas veces si se pensara fríamente las posibles consecuencias uno no
arrancaría y se dejaría llevar por la seguridad de lo conocido pero en este
último viaje no hay vuelta atrás, es un final y un principio a la vez y al
igual que al nacer, partimos desnudos, sin nada sobre nuestras espaldas, sin
conocimientos previos sobre lo que encontraremos en nuestro camino…
Cielo o infierno, dos caras
de la misma moneda, dos aspectos de la misma vida, dos consecuencias de un
mismo comportamiento, dos conceptos de una misma mentira y mientras se decide
hacia cuál de ellos iremos, oímos en la lejanía un murmullo solemne con tintes
eclesiásticos que retumba en las placas de mármol que cubren las paredes de un
templo cualquiera en el cual, gentes que estuvieron en nuestro entorno,
próximas o lejanas, suspiran compungidas con ojos vidriosos o sonrisas
satisfechas en un último adiós hacia aquel que reposa unos metros más allá
junto a un austero altar tras el cual, un maestro de ceremonias cualquiera
pronuncia palabras de consuelo y resignación alabando las virtudes del finado
así como las bondades de ese mundo que se abre ante nosotros y al que estamos a
punto de viajar.
Llegado el momento dará igual
quienes hayamos sido puesto que la línea de salto será la misma para todos, el
camino que se abre ante nosotros igual de incierto, los temores a lo
desconocido igual de angustiosos y por tanto a priori, todos partimos en
similares condiciones; la edad, la causa del éxitus, el lugar o época del año en que este se produzca no cuentan,
nada en ese momento tiene influencia ya pues el destino final está marcado y
solo los hechos acontecidos a lo largo de la vida y la actitud y acciones
durante la misma, habrán sido los condicionantes que marcarán que dirección
tomar tras cruzar esa última puerta.
Por otro lado lo más probable
y por lo que el sentido común me inclina a pensar, tras esa línea entramos en
un vacío total en el que no existe la materia y como tal, la nada se adueña del
todo y en ese todo vacío nada es lo que nos han contado, nada es lo que hay
esperándonos y nada lo que pueda influirnos; fiestas, bacanales, querubines
alados o verdes prados infinitos, nubes de algodón o calderos incandescentes,
espiritualidad o lujuria, luz u oscuridad… todo da igual, con nuestra
desintegración habremos pasado a formar parte del cosmos y en ese universo sin
límites, flotaremos perdidos en una plácida ingravidez de la que nadie logra
escapar.
Lo que no vivas aquí no
esperes hacerlo allí y como suele decirse “lo que va delante va delante y luego
ya no podrán quitarme lo bailaó” así que bailar, bailar malditos…..que la
fiesta se acaba e igual luego no hay premio.
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