Las palmeras se mecían al son de la brisa veraniega de
poniente, el calor iba aumentando por momentos y ya sobrepasaba los treinta
grados pero a ellos no les importaba; atrincherados tras sus cervezas heladas disfrutaban
de las vistas de la bahía sin prisas y relajados, las vacaciones acababan de
empezar. Largas semanas de asueto se abrían ante ellos sin horarios ni
obligaciones, cada día sería distinto o igual pero no importaba, tras un largo
invierno y una primavera irregular se echaba de menos el mar, el sol, la bahía.
Aquel local era su punto de reunión, unas veces acudían
juntos, otras por separado, allí se daban los buenos días y en muchas ocasiones
también las buenas noches. Casi todos los veranos transcurrían por los mismos
derroteros pero ellos no querían más, estaban bien así no obstante, siempre había alguna sorpresa, unos años una
cara nueva, en otros una visita inesperada… Esa motivación extra endulzaba aún
más si cabe, la estancia en el pequeño pueblo costero que cada verano se
transformaba en una metrópoli turística.
Se preparaba una de las muchas cenas que llevarían a cabo ese
verano, el lugar elegido un restaurante en el paseo marítimo especializado en
pescados y mariscos de la tierra, serían los de siempre, quizás alguno más
apuntado a última hora; ya veían en sus mentes las bandejas repletas de frutos
del mar cubriendo los manteles blancos, las cervezas y la sangría correrían por
sus gargantas mitigando los calores de aquellas noches alegres y desinhibidas
mientras a escasos metros de su mesa, el mar bañaría mansamente la arena dorada
de la bahía.
Y también estaban las horas de baño previas a las primeras
cervezas o cafés con leche, reunidos sobre el entablillado y buen recaudo del
sol bajo un sombrajo, íbamos acudiendo como miembros de una secta para adorar
al inmenso mar; allí charlábamos y nos contábamos los últimos chismes, unos se
bañaban, otros tomaban el sol, algunos perdían la mirada en bustos generosos y
caderas bien esculpidas, y así, poco a poco, iba pasando la mañana hasta la
hora de trasladarnos a nuestra mesita frente al mar, en el establecimiento al
que éramos asiduos y allí empezar un ansiado aperitivo a base de patatas
fritas, olivas, fingers de queso y mucho, mucho líquido fresco que era
agradecido por nuestras resecas gargantas.
Las sobremesas eran lo habitual en verano, la mayoría se
decantaba por la típica siesta del borrego, otros deambulaban por el
apartamento con poco hacer y menos esperar, veíamos películas o escribíamos
odas al viento; hacia las siete todo se ponía en marcha de nuevo y
paulatinamente el paseo se iba llenando de gente. Empezaban las horas de andar
o rodar, según se mire, largas caminatas para desentumecer los músculos tras el
sobe postpandrial eran lo cotidiano, hasta la escollera y de vuelta al otro
extremo de la bahía, cerca de siete kilómetros sorteando gente, niños,
tenderetes y abundantes top manta.
La arena era otro mundo, por ella no corría el tiempo y las
gentes que en ella habitaban se desentendían de horarios y relojes; próximos al
paseo marítimo, improvisados campos de fútbol atraían a un público desganado
que perdía unos minutos observando a la chiquillería correr tras el balón. Unos
metros más hacia el mar, toallas, hamacas y sombrillas se alternaban salpicando
la arena de color y carne húmeda, alguna gaviota se aventuraba sobre la franja
de olas a la espera de poder llevarse algún bocado al coleto.
Era el verano, tiempo de relax y aventuras, de reencuentros e
imágenes olvidadas, de acciones y hábitos aparcados durante muchos meses; cada
uno distinto y similar al anterior pero todos ellos esperados, todo el mundo
tiene puestas ilusiones en el próximo verano, vacaciones, viajes, abandono de
normas, pieles acariciadas por el sol, baños nocturnos en el mar, batidos de
chocolate al caer la tarde… En un tiempo aventuras amorosas bajo la mirada de
la luna, pieles calientes buscándose mutuamente, gemidos de placer en la arena
o entre las sábanas de una torre de marfil.
El verano, periodo soñado por muchos que cruza como un suspiro
por nuestras vidas dejando atrás historias, imágenes, momentos mágicos; con
cada estación estival los cantos de sirena nos atraen hacia sus costas y allí
nos embrujan durante semanas un año tras otro. Es el verano y pronto volveremos
a disfrutarlo.
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