La luz se torna oscuridad, los negros y grises
sustituyen a los blancos limpios e inmaculados, la paz del espíritu se turba y
nada sale bien; cuando todo falla a nuestro alrededor no queda más que
aguantar, resistir, como bien se dice no hay mal que cien años dure…ni cuerpo
que lo resista. Hay épocas del año, normalmente coincidiendo con algunos
cambios estacionales, en los que todo va a la deriva en nuestro entorno
próximo, pensamos que nos han echado un mal de ojo pues todo se confabula en
contra nuestra y en ese estado de disgusto baladí rozamos la desesperación.
Con la llegada del verano preparamos nuestras segundas
residencias, aireamos sus dependencias a veces tras muchos meses cerradas, y lo
dejamos todo listo para pasar una larga temporada de asueto y relajación; lo
que en principio pensamos va a ser un mero traslado de residencia, en ocasiones
se convierte en una interminable carrera de obstáculos donde todo se complica y
deja de funcionar.
Vamos a ducharnos y el termo no funciona ¿Qué le pasa
al jodido termo? Luego vendrá el técnico y nos explicará que tantos meses
parado y con el agua sin correr se ha acumulado la cal obstruyendo tubos y
deposito, conclusión el termo pesa un huevo y esta muerto y eso significan 400
€ del ala nada más empezar las ansiadas vacaciones, de un plumazo a tomar por
el saco unas cuantas mariscadas y batidos.
Pasado el trago unos días después estás lavándote las
manos despreocupado en un baño y al ir a salir notas un ¡chop chop! en los
pies, joder de donde sale esta agua, con todo el suelo enguarrado por el agua
mezclada con la arenilla de las zapatillas, te agachas a investigar donde puede
estar la fuga, el sifón, coño a llamar al fontanero otra vez. Y este una vez
más nos explica que la soleta reseca por falta de uso se ha agrietado y pierde,
50 € más y adiós a unas cuantas cervezas.
Una mañana te levantas y vas a tomarte un vaso de
leche a la cocina, hueles algo raro y al mirar a tú alrededor la vista se te va
hacia la nevera, la abres y el tufo te tira de espaldas, en el suelo una
aguilla incipiente en torno al preciado electrodoméstico revela signos de una
sospechosa descongelación, hostia la nevera por el aire, miedo da llamar al
técnico.
Estás a punto de tirar la toalla, no das descanso a la
tarjeta y las reservas se tambalean y a penas llevas una semana de ¿vacaciones?
Eso es un sin vivir continuo ¿Qué será lo próximo en desfallecer? Uno mismo
quizás, a la vista de tanto despropósito, el mal de ojo es un hecho, no es
posible tanta mala suerte en un espacio tan breve de tiempo, algo o alguien te
quiere mal.
Harto de la casa y todos sus desmanes bajas al garaje,
puede que una vuelta en el coche te despeje y calme tus ánimos; abres la puerta
y te sientas, cierras los ojos y respiras hondo en un intento por dejar
atrás el caos doméstico en el que se han
convertido aquellos días tan deseados, introduces la llave y le das al
contacto. Un sonido sordo a modo de tos seca llega hasta tus oídos al tiempo
que una vibración apagada sacude todo tú cuerpo, vuelves a intentarlo, más de
lo mismo, aquello no arranca, la mala leche sube por tus sienes y sientes que
la cabeza te va a estallar, lo intentas una vez más y otra más, nada; sales del
coche y abres el capó, miras sin ver pues no tienes ni puta idea de lo que ves
pero intuyes que puede ser la batería. Ahora le toca el turno a la puta batería.
Lo dicho, cuando todo falla solo queda aguantar,
resistir y… resignarse.
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