sábado, 29 de marzo de 2014

ESCRITO DESDE LAS SOMBRAS

La desgana humana me asquea, ese desinterés por las cosas bien hechas me hace hervir la sangre llegando ésta a mis sienes a un galope desenfrenado; esa falta de cuidado en la actuación diaria que se repite con cada jornada enciende mis instintos más malévolos y poco a poco el carácter se me agria hasta límites insospechados. ¿Cómo se pueden  abandonar a la desidia las cosas más elementales, las más básicas, aquellas que uno hace una y mil veces a lo largo de su vida? Tener que estar pendiente de la realización correcta de los actos más simples enerva mis sentidos y a poco que bajes la guardia sabes que malograrán la acción tantas veces repetida; todo es un suicidio a la voluntad, una dejadez sublime al correcto hacer, una falta de interés en la aplicación del sentido común.

Intento ser condescendiente pero llego a un límite, el error, el fallo, la falta cometida por el abandono de una conducta sensata, crispa mis nervios y trastoca mi genio que amenaza con vomitar sapos y culebras en el momento más inoportuno. Tú, lector que me lees, debes intuir mi ira ante esos seres apagados de hacer lento y desganado, de sangre espesa y ánimo incierto, de verbo escaso y fluidez pastosa, esos que hacen mal hasta lo más simple pero que a la hora de procrear saben inyectar su ínfima semilla en los vientres más lerdos, aquellos cuya única misión es ser el receptáculo que alberge una nueva vida de escaso interés, de poca valía, un lastre más que arrastrar por una precaria existencia.

El ánimo espeso no ve la luz y en su viscoso deambular engulle las almas torpes que encuentra en su camino, mezquinos personajes de hacer indeciso, de lento reaccionar, de oblicua mirada perdida; te dices a ti mismo ha sido un desliz pero no, el desliz se repite y ahí tienes la prueba de su ineptitud, de su desgana y apatía ante un hacer simple y reiterado. Y tú eres quien sufre las consecuencias de esos errores continuados, tú quien debe subsanarlos con dispendios innecesarios y no previstos pues a la postre, tú eres la víctima final.


El cáncer de la inutilidad ajena corroe tú alma y la bilis ácida de la amargura inunda tú boca sin encontrar consuelo, tú mente va más rápida que sus manos y viendo su lentitud en un hacer sencillo te desesperas; intentas calmarte, te repites una y mil veces paciencia pero el rencor aumenta y el corazón late con más fuerza queriendo salir de tú pecho oprimido por las circunstancias. Es lo que hay y debes resignarte a la realidad, tú no puedes hacer y para eso están ellos mal que te pese, tan solo seguir vigilante e intentar digerir la agria bilis de la manera más benévola posible.

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