Turbado por su turbante turquesa, Trufo meditaba sobre el
diván de su alcoba en un estado alicaído y triste, su amada lo había
abandonado; Sherezade era una preciosa cíngara de hermosos ojos color de miel
cuyas curvas hacían perder la razón al más sensato de los mortales. De modales refinados
y gestos delicados, aquella criatura sabía moverse con encanto y sus danzas
sugerentes conseguían hipnotizar a las mentes más despiertas.
Trufo sufría el desamor con lágrimas amargas, su abandono no
encontraba consuelo y su vida carecía ya de sentido, Sherezade era su luz y
esta se había apagado sometiendo su alma a las brumas del averno. Aquel mal de
amor había enraizado con furia en lo más profundo de su ser y le estaba
carcomiendo el alma, ya no era el Trufo que todos conocían y con el que pasaban
buenos ratos, se había vuelto taciturno y malcarado, irascible y descuidado en
su aspecto corporal, siempre con los nervios a flor de piel y la mirada
perdida.
Por su parte Sherezade había agudizado sus encantos desde la
separación, había encontrado el aire que le faltaba junto a Trufo y eso se
notaba en la expresión de su rostro, su piel de porcelana despedía un aroma exquisito
haciéndola difícil de olvidar, su sola presencia llenaba el espacio y no hacía
falta más. Ella ejercía su embrujo y consciente de su poder, jugaba con las
almas atormentadas que caían a sus pies buscando su amor y sus atenciones.
Trufo veía írsele la vida estando lejos de su amada, no
soportaba aquel distanciamiento que le estaba pasando una factura psicosmática
difícil de superar; ni en sus peores pesadillas llegó a pasarlo tan mal pero
había tomado una decisión, no podía seguir así. Trufo se echaría a la mala vida
para olvidar a Sherezade.
Bebía más de lo habitual por lo cual un estado de
achispamiento crónico empezó a ser la norma en cada una de sus jornadas, en ese
estado continuo de vapores alcohólicos su carácter cambió, se hizo huraño,
impertinente y maleducado, sus groserías se convirtieron en hábito y no le
importaba donde ni a quien iban dirigidas; la gente empezó a hacerle el vacío,
no era cómodo estar con Trufo por tanto siempre que se podía se evitaba su
compañía.
Siempre mal afeitado y con el pelo enmarañado, Trufo era la
viva imagen del abandono, la desidia se había apoderado de aquel irreconocible
doncel, nada hacía recordar al en otros tiempos hombre de trato exquisito y
labia generosa, era un Trufo venido a menos por culpa de un amor truncado. Hay
el amor, igual te da la vida que te la quita y esto último es lo que le estaba
pasando al pobre Trufo que con cada nueva jornada perdía un poco más de lo que
fue, de lo que lo encumbró, de lo que todos querían.
Una mañana amaneció convenido de que la vida no tenía sentido
separado de su querida Sherezade y turbias intenciones rondaron por su cabeza,
Trufo muy de novelas románticas y películas de amor fácil no asimilaba lo que
le estaba sucediendo, le faltaba el aire y no encontraba motivos para seguir
viviendo, decidió acabar con todo.
Víctima del momento que vivía, no veía más allá de su
desamor, una opresión lacerante lastraba su pecho como una losa y por momentos
sentía que su tórax iba a estallar; malcomía y la delgadez se dejaba notar en
su cuerpo cuyo porte era tan solo una sombra de lo que fue. El esplendor de
tiempos pasados era tan solo un recuerdo y ahora Trufo vivía su declive
particular.
Llegó el día, no aguantaba más. En silencio y sin afeitar
entró en la ducha dispuesto a darse las últimas aguas, minutos más tarde se
preparaba el desayuno al tiempo que leía las últimas noticias en internet, ese
día él sería noticia. Tras recoger la mesa y dejar la escasa vajilla utilizada
en el fregadero procedió a vestirse con sus mejores galas, salió de la
habitación en dirección a la sala de estar y tras abrir la puerta corrediza
salió al balcón y se lanzó al vacío.
Sherezade amaneció entre los brazos de un moreno musculoso
tras toda la noche yaciendo juntos, tenía el sexo irritado y la mente adormecida
pero se sentía bien en esa nueva etapa de su vida, Trufo quedó atrás y aunque
la ruptura fue traumática le deseaba lo mejor, seguro que pronto la olvidaría.
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