sábado, 22 de marzo de 2014

SNIPER: Mensajero mortal

La mañana era fría, una ligera llovizna llevaba horas empapándolo todo a su alrededor mientras él, impasible, esperaba tranquilo el momento de actuar; aún faltaban unas horas para que diera comienzo el acto pero él ya estaba listo y lo tenía todo controlado, había tenido en cuenta hasta el más mínimo detalle: la inclinación del terreno, la distancia al objetivo, el ángulo de visión, la humedad del ambiente, la densidad del aire, la velocidad del viento… Esperaba sin prisas a que todo diera comienzo tal y como estaba previsto, llegado el momento él entraría en acción, tan solo necesitaba unos segundos y todo habría acabado, un trabajo más que añadir a su currículum por el que recibiría un buen dinero.

Llevaba años haciéndolo y le gustaba, era un experto en el macabro juego del gato y el ratón del que siempre salía victorioso; para dedicarse a aquel oficio se requería entre otras cosas grandes dosis de paciencia pues como en aquella ocasión, las horas de espera eran parte del juego. Durante aquel tiempo previo, que a veces era muy prolongado, había aprendido a abstraerse de las inclemencias climatológicas, resistiendo temperaturas extremas y otros factores adversos como la lluvia o el viento, sabía refugiarse en su mundo interior y al igual que los osos cuando hibernan, desconectaba haciendo bajar sus constantes vitales y con ello reducía su gasto energético.

Siempre alerta a pesar de su inmovilismo, observaba todo en torno a él sin descuidar ningún detalle, debía estar preparado para cualquier imprevisto pues en ello le iba la vida. Llevaba un tiempo diciéndose a si mismo que aquel sería su último trabajo, con él se retiraría a una vida más plácida y segura, se acabarían las largas esperas bajo la lluvia, las oscuras noches en atalayas frías y solitarias en países perdidos en el mapa, también la incertidumbre de recibir un nuevo encargo; su cuerpo ya no era el que fue en otros tiempos y sus huesos ya empezaban a pasarle factura por una vida mercenaria.

Enfundado en su traje de camuflaje se mimetizaba con el terreno sobre el que se hallaba tumbado, era un trozo más de hierba silvestre sobre la verde alfombra que tapizaba aquella ladera en la que se encontraba, ni un centímetro de su piel estaba expuesto a la luz de aquella fría mañana, en silencio seguía esperando a su objetivo. Recordaba una ocasión en la que tuvo que permanecer en campo abierto durante más de doce horas, tumbado, inmóvil, tan solo cubierto por su ghillie de camuflaje, el tiempo parecía no correr, el cuerpo entumecido por la posición amenazaba con no responderle, aquel trabajo se hizo eterno.


El momento se aproximaba y la lluvia dejó de caer, unos tibios rayos de sol asomaron entre las nubes mientras el valle parecía despertar; un kilómetro más abajo el pequeño pueblo fronterizo se engalanaba para la inauguración que iba a tener lugar, prometía ser el acontecimiento del año. Una vez más revisó su equipo registrando nuevamente las condiciones atmosféricas que pudieran influirle, los años de experiencia le habían enseñado a no dejar nada al azar y él era muy meticuloso en su trabajo.

Dos horas más tarde la comitiva entraba en el pueblo, desde la distancia se apreciaban notables medidas de seguridad con controles en las entradas de la población y centinelas armados en muchos tejados. La plaza rebosaba de actividad, frente a la tribuna de los oradores se sentarían las principales autoridades separados de la muchedumbre por un vallado de protección; la megafonía anunció el inicio del acto y pronto comenzaron los discursos, si todo iba como estaba previsto su objetivo cerraría el acto entre vítores y aplausos.

Llegó su turno, el speaking anunció al invitado estrella del meeting el cual subió a la tarima precedido de una gran aclamación, el murmullo llegaba hasta su posición a cientos de metros de distancia. Se acomodó en su posición impasible a la tensión del momento; con su arma de precisión,  una Cheytac M 200,  bien estabilizada abrió el cerrojo e introdujo un proyectil del calibre 408 en la recámara, volvió a ajustar la mira telescópica comprobando una vez más los datos meteorológicos y ambientales recogidos por los sensores integrados en la mira telescópica, el telémetro láser le marcaba una distancia al objetivo de 1.050 metros. Con la culata bien adaptada a su hombro, apoyó la mejilla y respiró pausadamente un par de veces.


En la plaza, sobre el improvisado púlpito, un individuo trajeado y con el pelo embadurnado en gomina arengaba a su audiencia con gestos grandilocuentes, se movía demasiado para su gusto y el disparo no sería fácil. La concentración era máxima, la respiración relentizada a conciencia minimizaba cualquier atisbo de vida, había sido entrenado para disparar entre los latidos del corazón con lo cual se conseguía reducir al mínimo el movimiento del cañón. Tres, dos, uno, el dedo presionó suavemente el gatillo y un sonido sordo, ahogado por el silenciador del freno de boca, apenas delató su presencia.

Un kilómetro más abajo todo era caos y confusión, el discurso había sido interrumpido bruscamente, el orador con cara de sorpresa y una mueca de dolor, se doblaba sobre sí mismo trastabillando junto al atril al que intentaba aferrarse antes de caer al suelo con una mancha roja creciente sobre su pecho; los escoltas con sus armas en la mano, iban y venían mirando a todos lados en busca del origen del disparo pero era como buscar una aguja en un pajar.


En la colina, a cientos de metros de distancia, una sombra se movía sigilosamente amparada en su camuflaje boscoso abandonando el lugar, sin dejar rastro alguno nadie sabría nunca que había estado allí. Una vez más el trabajo había concluido con éxito y pronto recibiría otro encargo en cualquier parte del mundo. La decisión de aceptarlo aún estaba en el aire.

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