La mañana era fría, una ligera llovizna llevaba horas
empapándolo todo a su alrededor mientras él, impasible, esperaba tranquilo el
momento de actuar; aún faltaban unas horas para que diera comienzo el acto pero
él ya estaba listo y lo tenía todo controlado, había tenido en cuenta hasta el
más mínimo detalle: la inclinación del terreno, la distancia al objetivo, el
ángulo de visión, la humedad del ambiente, la densidad del aire, la velocidad
del viento… Esperaba sin prisas a que todo diera comienzo tal y como estaba
previsto, llegado el momento él entraría en acción, tan solo necesitaba unos
segundos y todo habría acabado, un trabajo más que añadir a su currículum por
el que recibiría un buen dinero.
Llevaba años haciéndolo y le gustaba, era un experto en el
macabro juego del gato y el ratón del que siempre salía victorioso; para
dedicarse a aquel oficio se requería entre otras cosas grandes dosis de
paciencia pues como en aquella ocasión, las horas de espera eran parte del
juego. Durante aquel tiempo previo, que a veces era muy prolongado, había
aprendido a abstraerse de las inclemencias climatológicas, resistiendo
temperaturas extremas y otros factores adversos como la lluvia o el viento,
sabía refugiarse en su mundo interior y al igual que los osos cuando hibernan,
desconectaba haciendo bajar sus constantes vitales y con ello reducía su gasto
energético.
Siempre alerta a pesar de su inmovilismo, observaba todo en
torno a él sin descuidar ningún detalle, debía estar preparado para cualquier
imprevisto pues en ello le iba la vida. Llevaba un tiempo diciéndose a si mismo
que aquel sería su último trabajo, con él se retiraría a una vida más plácida y
segura, se acabarían las largas esperas bajo la lluvia, las oscuras noches en
atalayas frías y solitarias en países perdidos en el mapa, también la
incertidumbre de recibir un nuevo encargo; su cuerpo ya no era el que fue en
otros tiempos y sus huesos ya empezaban a pasarle factura por una vida
mercenaria.
Enfundado en su traje de camuflaje se mimetizaba con el
terreno sobre el que se hallaba tumbado, era un trozo más de hierba silvestre
sobre la verde alfombra que tapizaba aquella ladera en la que se encontraba, ni
un centímetro de su piel estaba expuesto a la luz de aquella fría mañana, en
silencio seguía esperando a su objetivo. Recordaba una ocasión en la que tuvo
que permanecer en campo abierto durante más de doce horas, tumbado, inmóvil,
tan solo cubierto por su ghillie de camuflaje, el tiempo parecía no correr, el
cuerpo entumecido por la posición amenazaba con no responderle, aquel trabajo
se hizo eterno.
El momento se aproximaba y la lluvia dejó de caer, unos
tibios rayos de sol asomaron entre las nubes mientras el valle parecía
despertar; un kilómetro más abajo el pequeño pueblo fronterizo se engalanaba
para la inauguración que iba a tener lugar, prometía ser el acontecimiento del
año. Una vez más revisó su equipo registrando nuevamente las condiciones
atmosféricas que pudieran influirle, los años de experiencia le habían enseñado
a no dejar nada al azar y él era muy meticuloso en su trabajo.
Dos horas más tarde la comitiva entraba en el pueblo, desde
la distancia se apreciaban notables medidas de seguridad con controles en las
entradas de la población y centinelas armados en muchos tejados. La plaza
rebosaba de actividad, frente a la tribuna de los oradores se sentarían las
principales autoridades separados de la muchedumbre por un vallado de
protección; la megafonía anunció el inicio del acto y pronto comenzaron los
discursos, si todo iba como estaba previsto su objetivo cerraría el acto entre
vítores y aplausos.
Llegó su turno, el speaking anunció al invitado estrella del
meeting el cual subió a la tarima precedido de una gran aclamación, el murmullo
llegaba hasta su posición a cientos de metros de distancia. Se acomodó en su
posición impasible a la tensión del momento; con su arma de precisión, una Cheytac M 200, bien estabilizada abrió el cerrojo e
introdujo un proyectil del calibre 408 en la recámara, volvió a ajustar la mira
telescópica comprobando una vez más los datos meteorológicos y ambientales
recogidos por los sensores integrados en la mira telescópica, el telémetro
láser le marcaba una distancia al objetivo de 1.050 metros. Con la culata bien
adaptada a su hombro, apoyó la mejilla y respiró pausadamente un par de veces.
En la plaza, sobre el improvisado púlpito, un individuo
trajeado y con el pelo embadurnado en gomina arengaba a su audiencia con gestos
grandilocuentes, se movía demasiado para su gusto y el disparo no sería fácil.
La concentración era máxima, la respiración relentizada a conciencia minimizaba
cualquier atisbo de vida, había sido entrenado para disparar entre los latidos
del corazón con lo cual se conseguía reducir al mínimo el movimiento del cañón.
Tres, dos, uno, el dedo presionó suavemente el gatillo y un sonido sordo,
ahogado por el silenciador del freno de boca, apenas delató su presencia.
Un kilómetro más abajo todo era caos y confusión, el discurso
había sido interrumpido bruscamente, el orador con cara de sorpresa y una mueca
de dolor, se doblaba sobre sí mismo trastabillando junto al atril al que
intentaba aferrarse antes de caer al suelo con una mancha roja creciente sobre
su pecho; los escoltas con sus armas en la mano, iban y venían mirando a todos
lados en busca del origen del disparo pero era como buscar una aguja en un
pajar.
En la colina, a cientos de metros de distancia, una sombra se
movía sigilosamente amparada en su camuflaje boscoso abandonando el lugar, sin
dejar rastro alguno nadie sabría nunca que había estado allí. Una vez más el
trabajo había concluido con éxito y pronto recibiría otro encargo en cualquier
parte del mundo. La decisión de aceptarlo aún estaba en el aire.
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