sábado, 29 de junio de 2013

LAS MAÑANAS AL SOL

Cuando lo que sobra es tiempo y el cupo de obligaciones no es muy elevado, que manera mejor de emplearlo que pasarlo con los amigos y la gente querida; si a esto añadimos un clima privilegiado y una bonita ciudad donde perderse, la macedonia de buenas circunstancias está servida y lista para comerse. Adentrarse por la red de callejuelas siempre es una aventura durante la cual raro es el día en el que no descubrimos algo nuevo; acostumbrados a una visión lineal y en nuestro caso, a baja altura, el mero hecho de elevar nuestra mirada puede hacernos vislumbrar tesoros insospechados, lugares por los que estamos cansados de pasar y que somos capaces de visualizar en nuestra cabeza, nos tienen reservados fragmentos de una historia lejana a poco que variemos nuestro ángulo de visión. Balcones, vidrieras, enrejados y fachadas salpicadas de pequeños detalles arquitectónicos que hasta ahora habían pasado desapercibidos, aparecen ante nuestros ojos sorprendiéndonos y deleitando nuestros sentidos preguntándonos como no lo habíamos visto antes.
Ir de plaza en plaza, moviéndote entre la gente y visitando los lugares más emblemáticos del casco antiguo, es todo  un placer que nunca te deja indiferente a pesar de haberlo hecho una y otra vez; los foráneos de allende de nuestras fronteras, cámara en mano, solos o en grupo, crean un ambiente cosmopolita e internacional que atrae las miradas de los viandantes más discretos, haciendo frotarse las manos a hosteleros y demás comerciantes ante los visos de un posible negocio. Y uno no deja de moverse entre los tenderetes, sorteando a una masa humana venida de fuera que por momentos queda encajonada en la estrechez de los infinitos callejones, los aromas del viejo barrio lo impregnan todo y en sus bajos infinidad de locales abren sus puertas ofreciendo su mercancía.
Rincones y ensanches insospechados aparecen al doblar una esquina, su espacio robado a las calles es invadido por grupos de mesitas esperando a comensales bajo un cielo de sombrillas erguidas en solemne formación; el rumor de fuentes cercanas atempera el calor de un próximo estío y sobre sus aguas efervescentes, se aventuran tímidamente con andares oscilantes palomas huérfanas de afecto buscando saciar su sed. El pulso de la ciudad fluye en esas calles a otro ritmo, el caótico estrés de un tráfico no muy lejano allí da paso a amplias zonas peatonales donde las gentes deambulan sin prisa saboreando el recorrido, recreándose en los detalles, absorbiendo la historia de las paredes que las miran buscando sorprenderse a cada paso.
A ese entorno único e íntimo, de pasado glorioso y presente embriagador, trasladamos nuestros pasos ahora que la benevolencia climatológica hace del rodar por sus calles un placer inigualable, cada semana un trayecto, cada una de las mañanas elegidas un regalo para los sentidos, cada plaza visitada un lugar para quedarse por qué lo nuestro son las plazas, cada una singular y única, unas grandes y luminosas, otras pequeñas y sombreadas, abiertas o cerradas, concurridas u olvidadas pero todas especiales y llenas de matices que les dan personalidad propia. En esas tesituras de elegir cual visitar la próxima semana estábamos mi amigo Pepe y yo, pues hace poco decidimos trasladar la oficina de la vida que intentamos gestionar desde hace ya un tiempo a lugares más relajados y dado que los cuerpos que arrastramos por este mundo incierto, cada día despiertan con algún achaque nuevo, no era cuestión de iniciarnos en aventuras imberbes que en nuestro caso acabarían en pueril fracaso.
Nuestra primera experiencia rozó el éxito, descubriéndonos placeres para el paladar y por qué no decirlo, también para la vista, en forma de espumosos  cafés con leche estilo cappuccino, el lugar elegido una agradable terraza en una de las plazas emblemáticas de la ciudad cuyo regio nombre imprime  carácter al entorno donde se ubicaba; con la vieja Universidad cerrando uno de sus flancos, la Plaza del Colegio del Patriarca se  abre silenciosa a un espacio peatonal salpicado de naranjos cuyas verdes copas regalan una agradecida sombra al viandante que por ella circula. Adosada a la fachada exterior del docto edificio se encuentra una fuente construida en 1964 obra de Javier Goerlich sobre la que descansan ocupando unas hornacinas, las estatuas de Vicente Blasco García antiguo rector de la Universidad, el papa Alejandro VI y los Reyes  Católicos, en el centro, tallada en mármol blanco y destacando de las anteriores, una figura femenina desnuda representa a la Sabiduría, todo el conjunto es obra del escultor valenciano Octavio Vicent.

Detenerse junto a ella y dejarse acariciar por el murmullo de sus aguas  puede hacer detenerse al tiempo, allí encuentras la tranquilidad y el sosiego que muchas veces el alma precisa, sus silenciosos y pétreos ocupantes,  acompañan con su mirada vacía al latido de nuestros corazones mientras nuestras mentes, viajan a mundos mágicos donde los problemas se solucionan sin el más mínimo esfuerzo. Allí iniciamos nuestro particular periplo urbano y desde allí proyectaríamos nuestras mañanas al sol en un futuro próximo pero mientras eso ocurría y a pocos metros de distancia, saboreábamos en la Terraza del Patriarca un frugal y delicioso desayuno rodeados de gente anónima que a la vista de sus caras, disfrutaban tanto o más que nosotros. Es lo que tiene estar libre de horarios encorsetados, con las obligaciones justas y libremente adquiridas, eres en cierto modo dueño de tú tiempo y puedes emplearlo en vivirlo y no solo ocuparlo en acciones impuestas por otros; con esa política de itinerarios urbanos en la mente seguimos cubriendo etapas por las calles y plazas de nuestra ciudad.
Nuestro periplo urbano nos llevaría en otra de nuestras mañanas al sol a un lugar con encanto, reclamo ineludible para el visitante, el autentico corazón de la ciudad vieja; tras el recorrido habitual desde el punto de partida llagamos a los aledaños de la calle de la Paz, allí realizamos unas gestiones y continuamos nuestro rodar imparable entrando en la Plaza de la Reina la cual nos recibió con su característica luminosidad y colorido; punto de partida para el visitante curioso, de allí salían los pintorescos autobuses de dos pisos cubriendo los distintos itinerarios turísticos por toda la ciudad; la plaza hablaba múltiples lenguas pues en ella encontrabas gentes de los puntos más remotos del planeta, aquella masa itinerante de lenguas varias formaba parte de la idiosincrasia de la plaza pues toda aquella zona y sus alrededores, eran un verdadero tesoro para los venidos de fuera. Seguimos rodando por aceras repletas de mesitas en las cuales gentes de rostros relajados y animada charla, disfrutaban de atractivos refrigerios pues si algo abundaba en la plaza, eran una multitud de negocios de hostelería los cuales proyectaban sobre las aceras sus terrazas a la sombra de las palmeras, todo el perímetro de la plaza estaba lleno de bares, cafeterías y restaurantes dando una imagen activa y lúdica de la zona incitando a tomarse un receso.
El extremo noble de la plaza lo formaba el complejo catedralicio con la majestuosa torre del Micalet, campanario de la catedral, dominando los cielos en esta parte de la ciudad; hacia él nos dirigimos sorteando grupos de viandantes que en tropel, llevaban nuestra misma dirección siguiendo a un improvisado guía que brazo en alto, intentaba no perder al típico rezagado de turno. En busca de nuestro destino nos adentramos por la calle Barchilla que rodeando a la catedral por uno de sus lados nos llevaría hasta la Plaza de L’Arquebisbe, allí junto a sus fuentes protegidos bajo la sombra de unos arbolillos, nos deleitamos con el recuerdo de una buena comida ingerida tiempo atrás en L’Abadia de Espí, restaurante muy recomendable ubicado en esa pequeña plaza. Volviendo sobre nuestros pasos y dejando a un lado el Palacio Arzobispal, recorrimos un escaso centenar de metros rodeados por siglos de historia hasta salir a la Plaza de la Virgen, destino final de esa mañana al sol.

Como cada jornada la plaza hervía de actividad, su gran foso enlosado era un ir y venir de gentes que cámara en mano disparaban en todas direcciones, el lugar lo merecía, era probablemente la más bonita de la ciudad; el espacio allí abierto de forma irregular y totalmente peatonal, albergaba en sus márgenes tres de los edificios más emblemáticos de la ciudad, al este la Basílica de la Virgen de los Desamparados de la cual no cesaba de entrar y salir gente durante gran parte del día, al oeste los jardines y el Palacio de la Generalidad sede del gobierno regional y al sur la Catedral y la llamada Casa Vestuario donde se reunía el Tribunal de las Aguas antes y después de sus sesiones en la Puerta de Los Apóstoles de la Catedral, entre ambas una encantadora calle del Miguelete unía a modo de cordón umbilical la plaza de la Virgen con la de la Reina.
Destacando en el fondo norte de la plaza está la Fuente del Turia , lugar de fotografía obligada y como no podía ser menos, allí nos inmortalizamos el amigo Pepe y yo dejando constancia poco después de nuestra ardua jornada laboral en el facebook; la fuente inaugurada en 1976 es obra del escultor Manuel Silvestre Montesinos, es una representación alegórica en bronce del río Turia rodeado por ocho figuras femeninas, desnudas y con tocado  de labradoras valencianas, que representan a las ocho acequias principales que irrigan la Vega de Valencia. A través de la calle Navellos en el límite norte de la plaza y una  vez superado el Palacio de Benicarló, sede de las Cortes Valencianas, esta se comunicaba con el viejo cauce del río Turia convertido en la actualidad en el jardín lineal más largo de Europa y verdadero pulmón verde de la ciudad.
Elegir un sitio en la plaza donde quedarse era un dilema pues muchos eran los puntos desde donde se tenían vistas inmejorables, nosotros estábamos necesitados del descanso del guerrero así que optamos por la sombra de unas buenas sombrillas en el margen oeste de la plaza, varias cafeterías allí ofrecían sus servicios de hostelería aderezados por el rumor de la fuente cercana. Podíamos haber echado raíces en aquel lugar viendo el ritmo de la plaza, el movimiento de gentes transitando por ella arriba y abajo era de por si toda una distracción pero la tostada de pan con aceite y sal del amigo Pepe se acabó y con ella los cafés con leche, por lo que tras unos momentos asueto y charla desenfadada, nuestra mañana al sol empezó a declinar y llegó la hora de partir por lo cual, tras pagar el ligero ágape salimos de aquella paz sombreada, dispuestos a enfrentarnos una vez más con la vorágine de la ciudad.
Como no hay dos sin tres, pasados unos días llegó nuestra tercera mañana de trabajo urbano, una mañana al sol más que añadir a nuestro anecdotario personal; nuestra primera misión de la mañana resolver unas gestiones en un centro comercial cercano, aunque parezca mentira tener que elegir cosas para otros cuando el presupuesto está ajustado y a la vez intentar que el asunto quede digno no es tarea fácil…pero se consiguió. Una vez resuelto el apremiante encargo y con la satisfacción de haber acertado con la elección, continuamos ruta ya sin prisas ni corridas; de nuevo las plazas insignes de nuestra ciudad eran el objetivo y a la búsqueda de ellas nos dedicamos. El mejor lugar donde encontrarlas seguía siendo el casco antiguo, allí se ocultaban las más pintorescas y atractivas para el visitante y esa mañana nosotros éramos meros turistas en busca de rincones especiales donde relajarnos.
Nuevamente nos encaminamos hacia la luminosa Plaza de la Reina, como cada jornada esta explotaba de actividad, tráfico en las calzadas, gentes en las aceras, tiendas de recuerdos, cafeterías, objetos religiosos en pugna con un mercadillo artesanal… Llegado a un punto camino de la calle del Micalet, desaparecemos por un discreto pasaje cuyo frescor se agradece a esas horas de la mañana; escasos cincuenta metros nos bastan para salir a la Plaza Miracle del Mocadoret y allí encontramos nuestro primer rincón mágico en forma de mesitas al resguardo de media docena de sombrillas blancas como una luna llena, todo el entorno de la diminuta plaza está lleno de tiendas de antigüedades, exóticas  librerías con volúmenes únicos y negocios donde la artesanía de la ciudad se muestra esperando sorprender al viandante; desde allí zigzagueamos por un laberinto de callejuelas donde por momentos los rancios efluvios del subsuelo nos recordaban los tiempos del “agua va…” así que aligerando el paso llegamos a otra de la clásicas, en este caso a la Plaza Lope de Vega donde un nuevo ejercito de sombrillas en perfecto estado de revista nos dio la bienvenida, por la hora sus mesas cubiertas de incólumes manteles blancos no tardarían en empezar a llenarse de variados personajes ansiosos por degustar los placeres de nuestra rica gastronomía.

El barrio estaba animado, siempre lo está, pues ese trocito de la Ciutat Vella es de indispensable visita para el turista amante de las curiosidades, allí encontrábamos uno de los rincones que justificaban por si solo el arduo recorrido, la Plaza Redonda; recibe su nombre debido a su diseño circular situada en el interior de una manzana de viviendas con accesos por las calles Derechos, Pescaderías y Sombrerería. Desde siempre en ella se ubicó un mercado artesanal, el origen de la plaza se remonta a 1840 año en el que fue construida por Salvador Escrig; consta de una planta baja destinada originalmente a comercios textiles y cerámicos, sobre estos se elevan tres pisos de viviendas con ventanas al patio central en el cual en 1850 se añadió una fuente, rodeando a esta y formando un vistoso anillo interior se distribuían tenderetes con objetos domésticos y alimenticios completando  la oferta comercial: en la actualidad algunos locales habían sido sustituidos por tiendas souvenirs y cafeterías.

Tras curiosear un rato por los diferentes puestos allí montados, seguimos nuestro recorrido callejero, dispuestos a terminar esa tercera mañana al sol visitando otra  plaza de pequeñas dimensiones en la que se respira un ambiente de paz y rumores sosegados. La Plaza de Rodrigo Botet, también conocida como plaza del Astoria debido a que allí se ubica el famoso hotel, es un rincón en el centro de la ciudad en el cual olvidas el caos que te rodea, su fuente de los patos a la sombra de frondosos árboles invitan a detenerse y disfrutar del susurro de las hojas acompasado por los surtidores de agua que te trasladan a bucólicas campiñas. La plaza eminentemente peatonal aun con escaso tráfico rodado, ofrece al viandante los placeres de poder sentarse en una de las terrazas que los establecimientos ponen a disposición de los clientes o bien ocupar un banco junto a la fuente, dejando transcurrir el tiempo sin prisa; es un buen lugar para trasladar nuestra meditación y allí, aislados de lo que nos rodea, dar rienda suelta al deleite de nuestros sentidos.

Allí acabamos nuestra andanza y desde allí, empezaríamos a pensar en una próxima mañana al sol en la que exploraríamos nuevos lugares olvidados, siguiendo los caminos que antes que nosotros, otros recorrieron.

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