sábado, 18 de mayo de 2013

UN PUNTO DE INFLEXIÓN


Cuando la vida nos pone a prueba y la adversidad se cruza en nuestro camino, no nos queda otra que levantarnos y seguir adelante.

El reloj del campanario daba las tres de la madrugada en una calurosa noche de verano, el lugar, un pueblo cualquiera de la costa mediterránea; la música y el humo se habían  adueñado del entorno en un ambiente cargado de adrenalina y alcohol sin freno; salí del local buscando un soplo de aire fresco que despejara mi mente cansado del exceso de decibelios y con los ojos irritados. No era tarde y aun quedaba mucha noche por delante pero estaba cansado, quería irme a casa y dormir, tumbarme sobre las frescas sábanas de mi cama y dejarme llevar por las brumas de la noche hasta que un nuevo día me diera la bienvenida no antes de la hora de comer.
No entrando de nuevo en el local evité tener que despedirme de los pocos que me conocían y ya que por quien fui hasta allí, no había acudido esa noche, decidí subirme al coche y salir de aquel pueblo dejando atrás sus luces y sus calles, deseando tan solo llegar a casa y dar por terminada aquella jornada tan aciaga. La chica rubia de largos cabellos y busto generoso, cuyas caderas daban un toque de exquisitez a un delicado cuerpo muy bien proporcionado, había echado por tierra mi noche con su ausencia y yo tan solo quería escapar de allí. La cabeza me dolía, los ojos me picaban y por momentos mis  párpados pesaban como losas precisando de un enorme esfuerzo  para mantenerse abiertos.
La carretera por la que circulaba serpenteaba entre la masa forestal como una serpiente ágil y ondulada, conducía a demasiada velocidad pero no era consciente de ello ofuscado y desilusionado por el fallido encuentro de esa noche tan largamente esperado; una tras otra entraba y salía de aquellas curvas traicioneras aventurándome por momentos en los límites de su asfalto, cada vez más cerca de mi destino.
Los kilómetros iban desapareciendo uno tras otro bajo las ruedas de mi vehículo y aquella lengua oscura sobre la que me deslizaba, brillaba bajo la luz de una luna llena ajena a los inminentes acontecimientos; sin apenas darme cuenta mi pie aumentaba la presión sobre el pedal del acelerador y el ingenio mecánico sobre el que iba montado poco a poco comenzó  a volverse ingobernable aun así, yo me dejaba llevar de manera temeraria por aquel carrusel de negro asfalto ante la impasible mirada de unos árboles centenarios. Curva tras curva seguía zigzagueando a gran velocidad; fue en la siguiente pero podría haber sido en cualquier otra, allí estaba agazapada, acechando a la espera de la víctima propicia con la que cubrir su cupo de ese verano.

Un gran silencio inundaba el lugar, ningún sonido era perceptible y se diría que una calma total reinaba en la vaguada aquella noche de verano, abrí los ojos y tan solo alcancé a ver un cielo estrellado y una luna llena que desde las alturas me miraba inexpresiva y curiosa, intenté moverme y noté con angustia que mi cuerpo no respondía, no era capaz de levantar la cabeza, mis brazos y mis piernas inmóviles quedaban fuera de mi campo de visión y no podía ver si estaban heridos o si tan solo seguían unidos a mi cuerpo pero lo peor era aquella ausencia de estímulos, no notaba mi cuerpo. Pronto comprendí lo que ocurría pues tenía nociones previas al respecto, me había roto el cuello y dañado mi médula espinal; un bombardeo de sensaciones martilleaba mi cabeza allí tirado en el fondo de una vaguada oscura y silenciosa; transcurrido un tiempo que me pareció eterno, empecé a oír voces por encima de mi cabeza con una procedencia incierta, aparecieron las primeras luces en lo que debía ser la carretera por la que circulaba momentos antes y al poco, guiadas por mi voz, se oyeron las primeras pisadas acercándose hasta el lugar en el que estaba tirado e inmóvil pero yo ya no estaría consciente cuando llegaron junto a mi.
Los primeros tiempos de hospital fueron duros, ya de por si estar ingresado por la causa que sea suele serlo, tras una lesión de este tipo el cambio experimentado es brusco y traumático a todos los niveles, las noticias recibidas difíciles de asimilar; es curioso como en cuestión de segundos puede cambiarte la vida y nadie está preparado para afrontar lo que se te viene encima, por suerte lo vas descubriendo poco a poco, con el transcurrir de los años en tú nueva vida. Semanas tumbado inerte en una cama anónima, familiarizándote con un cuerpo ajeno a tú voluntad que no deja de recordarte quien fuiste y que ahora va por libre; interminables sesiones de rehabilitación que intentan sacar a flote lo que queda de ti y que contagiado por la parte inmóvil de tú cuerpo, tienta por caer a los abismos; noches eternas con la mirada fija en un techo oscuro e insensible al drama vivido pocos metros más abajo. El verdadero impacto derivado de la nueva situación te golpea con fuerza el primer día que dejas atrás el hospital, cuando te enfrentas al entorno, al volver a casa y ver lo que dejaste allí muchos meses antes. Es entonces cuando hay que demostrar la verdadera fortaleza de superación que todo ser humano lleva dentro pues de no ser así, las civilizaciones seguirían ancladas en el pasado y su evolución se habría frustrado ya en sus orígenes.
Esperanza y tesón, dos palabras cargadas de significado que en los momentos difíciles adquieren un valor especial, pues de ellas depende la forma en como se afronten los retos que la vida nos impone; no hay que perder la esperanza en las propias posibilidades aunque al principio todo sea oscuridad, la lesión medular es una traba en el camino, una dura prueba para la que nadie está preparado, una situación que nos hará aprender a vivir de nuevo, en unas condiciones diferentes y únicas en cada caso, pero no es  el final del trayecto aunque en ocasiones lleguemos a desearlo; es en esta nueva vida donde el tesón debe ser férreo pues de él dependerá el que consigamos ir superando etapas, alcanzando metas, obteniendo logros y de este modo lleguemos a realizarnos como personas útiles, miembros de una sociedad fluida, en cuyo cauce debemos aprender a desenvolvernos con los ajustes y ayudas necesarios en cada individuo.
Hay que continuar, hemos de seguir adelante, que remedio queda, seguir y hacerlo en las mejores condiciones posibles, solo así afrontaremos el resto de nuestras vidas con ciertas garantías ya no de éxito sino de alcanzar un nivel aceptable de calidad en nuestro día a día ¿éxito? También, por que no, a nadie le está vetado. La mayor o menor inmovilización, es una limitación a veces muy severa pero nuestra verdadera fuerza está en nuestra cabeza, nuestro cerebro, él es el verdadero motor de nuestras vidas, donde radica la verdadera esencia de todo ser humano, el que lo hace a uno bueno, malo o regular, el  que se cultiva si lo cultivamos, el que agudiza nuestro ingenio en los momentos de necesidad, donde radica la auténtica valía del ser humano, de nuestro yo.
Volver a andar, la primera noticia impactante que recibimos es cuando nos niegan esa posibilidad a los pocos días del accidente, con el tiempo esa acción pasa a un segundo plano no encabezando la lista de prioridades. Pensar en la curación, no es descartable siempre que no vivamos nuestras vidas con la silla de ruedas instalada en nuestras cabezas, su lugar está bajo nuestras posaderas y tan solo es la herramienta para desplazarnos, obsesionarnos con la idea es un gran error del que solo nos percatamos tras haber diluido nuestros mejores años en torno a él; la ciencia sigue sus cauces como nosotros el nuestro, antes o después en algún lugar incierto se encenderá una luz y darán con el ansiado remedio, la regeneración neuronal y lo que es más importante, sin efectos secundarios sobrevenidos. Neuronas creciendo, extendiéndose y creando puentes sobre el tejido fibrosado o atravesándolo en busca de una conexión adecuada, estímulos transmitidos a través de esos nuevos puentes dando lugar a efectos ya olvidados, despertar de sensaciones adormecidas en el tiempo y de nuevo el control de funciones perdidas largamente ajenas a nuestra voluntad. Tiempo, es cuestión de tiempo que en algún lugar incierto se encienda una luz.
Mientras ese día llega hay que seguir viviendo, luchando en la trinchera diaria de la vida, formándonos para conseguir una integración plena, trabajando en el mejor de los casos, amando a nuestros seres queridos, enamorándonos, compartiendo nuestros momentos de felicidad, dejándonos acompañar en los malos ratos, sobreponiéndonos a la adversidad cuando esta llegue plantándole cara y esperando que la tormenta escampe. La lesión medular, es una traba en el camino pero el camino continua y el sol sigue saliendo cada mañana, así pues no hay que rendirse e intentar seguir rodando.

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